sábado, 13 de enero de 2018

El proceso Paradine (1947)

Las ambiciones artísticas de David O. Selznick hicieron de él un productor independiente con aspiraciones cinematográficas "más grandes que la vida", así lo corroboran superproducciones como Lo que el viento se llevó (Gone to the Wind; Victor Fleming, 1939) o Duelo al sol (Duel at Sun; King Vidor, 1946) y su constante intervención en los rodajes de las películas que produjo. Por su parte, Alfred Hitchcock era un cineasta consecuente con sus intenciones e intereses creativos, además de ser uno de los directores más importantes de Inglaterra, cuando se produjo su encuentro con Selznick. Antes del rodaje de Posada en Jamaica (Jamaica Inn, 1939), el productor estadounidense ofreció al realizador británico un contrato para rodar en Hollywood un film sobre la trágica travesía del Titanic, pero aquel proyecto sobre la catástrofe del transatlántico quedó en nada y la asociación de los dos egos dio como primer fruto Rebeca (Rebecca, 1940), a la que seguirían Recuerda (Spellbound, 1945) y El proceso Paradine (The Paradine Case; 1947). Si la primera se cuenta entre las producciones destacadas de Hitchcock en la década de 1940, las otras dos no me generan la misma sensación. Aunque esto no quiere decir que no encuentre atractivos en ellas, pero ni de lejos se posicionan entre los mejores títulos del cineasta, que son muchos y muy buenos. El desequilibrio entre las diferentes partes de un film como El proceso Paradine son evidentes, tanto en la elección de sus protagonistas -al director no le convencieron Gregory Peck en el rol de letrado inglés, ni Alida Valli ni Louis Jourdan en sus respectivos papeles- como en el desarrollo de la trama, en la que la preferencia de Hitchcock parece decantarse por las escenas lejos del tribunal donde la viuda Paradine (Alida Valli) es defendida por Keane (Gregory Peck), un prestigioso abogado cuya vida marital y profesional se verán alteradas por el sentimiento que su defendida despierta en él. Quizá, uno de los problemas de la película se encuentre en el choque de intenciones creativas de Hitchcock y de Selznick, que tenía la costumbre de intervenir en los rodajes de los filmes que producía, en ocasiones escribiéndolos, pero siempre con su constante presencia o la de sus famosos "memorándum", lo cual resultaba insoportable para los directores personales, caso de King Vidor en Duelo al sol o del director de esta producción que significó su última colaboración con el máximo responsable de Lo que el viento se llevó. El desinterés del realizador inglés se deja notar a lo largo del metraje, salvo en momentos puntuales o en personajes como el juez interpretado por Charles Laughton, en su despótica relación con su mujer (Ethel Barrymore), en su ambigüedad moral o en su repulsa hacia el abogado defensor que pone en peligro su matrimonio por el deseo que Margaret Paradine despierta en él, a pesar de que la viuda lo rechaza desde su indiferencia inicial y, avanzado el film, desde el desprecio de sus palabras.

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