domingo, 10 de marzo de 2019

La isla de las cabezas cortadas (1995)

Un gran presupuesto y un sonado fracaso en la taquilla, una heroína fuerte, decidida e intrépida, dos villanos que, aun uniendo sus fuerzas, no logran equilibrar la balanza, un compañero de relleno y de romance forzado, que resulta ser un médico caído en desgracia como El capitán Blood (Captain Blood; Michael Curtiz, 1935), duelos a espada, mar, constante presencia de la banda sonora para enfatizar la acción, algún chiste fácil e ineficaz que posiblemente ya había sonado en otros films, un tesoro, un mapa dividido en tres partes, un motín y otros tópicos de cine de piratas forman parte de la leyenda negra de La isla de las cabezas cortadas (Cutthroat Island, 1995). Pero, a día de hoy, algo me hace sospechar que la película de Renny Harlin no habría sido el gran batacazo que sin duda fue, habría corrido mejor suerte comercial, y no me refiero a lo que ofrece, que sigue siendo lo mismo que en el momento de su estreno: cine de evasión y palomitas. Me refiero al protagonismo de una mujer en un entorno masculino donde vence y reta a cualquier hombre a superarla. <<Si algún hombre quiere retarme, que utilice eso>>, dice Morgan Adams (Geena Davis) mientras señala la espada que acaba de clavar en uno de los mástiles del barco que hasta su muerte había capitaneado su padre (Harris Yulin). Morgan es la presencia fuerte, heroica y absoluta del relato, como décadas atrás lo habían sido La mujer pirata (Anne of the Indies; Jacques Tourneur, 1951) y Yolanda, la hija del corsario negro (Jolanda, la figlia del corsaro nero; Mario Soldati, 1953), pero Harlin fue incapaz o no pudo conceder a su protagonista el atractivo ni la complejidad que todavía hoy perdura en Anne Providence, la inolvidable fuera de la ley interpretada por Jean Peters en el film de Tourneur, como tampoco fue capaz de distanciarse de la repetición de fórmulas ya vistas y agotadas, clichés que años después también se observarían en la exitosa Piratas del Caribe: La maldición de la perla negra (Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl; Gore Verbinski, 2003). La falta de originalidad y de personajes bien trabajados depara que la aventura de Morgan en el Caribe del siglo XVII no sea más que la sucesión de tópicos y de caricaturas que concluye con la consabida victoria de la heroína de la función, una heroína que pudo haber sido un personaje de mayor interés e incluso más revindicativo, pero que, al no asumir el menor riesgo ni una personalidad propia que la defina, se quedó en la superficie que domina desde el inicio hasta la conclusión de este intento de recuperar el subgénero de aventuras marinas, aunque, más que de aventuras, en el caso del film de La isla de las cebezas cortadas, habría que hablar de pirotecnia marina y de cierto olor a pólvora mojada que imposibilita el estallido de emoción y diversión que sí encontramos en los títulos punteros del cine de piratas.

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