jueves, 13 de octubre de 2011

Silverado (1985)



En la década de 1970, huérfano de sus mejores valedores, el western vivió una nueva crisis y un cambio en sus formas, también en su contenido, aunque fue en el siguiente decenio cuando se convirtió en un género “maldito” en la taquilla, sobre todo a 
raíz del varapalo económico que significó La puerta del cielo (Heaven’s GateMichael Cimino, 1980). El western espantaba a empresarios y ejecutivos de la industria cinematográfica, pero nadie familiarizado un mínimo con la historia del cine podía borrar que fuese el género estadounidense por excelencia, ni que muchos de los nuevos valores de Hollywood hubieran crecido disfrutando y admirando los westerns de John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, John Sturges o Raoul Walsh. Tras su destacado paso por el cine negro en Fuego en el cuerpo, el director y guionista Lawrence Kasdan se atrevió a homenajear al género con un western en el que tomó como referencia a los grandes clásicos del género. El resultado fue Silverado y su encanto reside en la espectacular, divertida y desvergonzada puesta en escena que, sin complejos, recrea la eterna lucha entre buenos y malos, apoyada en un ritmo que no decae en ningún instante, como bien demuestra su apertura con el enfrentamiento en el que Emmett (Scott Glenn) presenta sus credenciales; para poco después salir por una puerta que, emulando a John Ford, se abre al espacio exterior por el que cabalga hasta encontrarse con el moribundo a quien salva y cuida.


Paden (
Kevin Kline) recupera sus fuerzas y sus pertenencias, gracias a la amistad que le ha brindado ese silencioso pistolero; circunstancia de la que se olvida cuando su compañero debe salvar de la horca a Jake (Kevin Costner), su hermano pequeño. Para Paden permanecer sin hacer nada es la mejor opción, no quiere comprometerse con nada que no le implique directamente, algo que sucede cuando recupera su sombrero, acción que le lleva directamente a la celda donde se encuentra Jake, ofreciendo la posibilidad para conocer a ese tercer miembro del grupo. Solo falta Mal (Danny Glover), a quien ya se le ha visto y del que ya se sabe cuanto se necesita saber para conocerle, así pues, tras la huida, los cuatro jinetes cabalgarán hacia Silverado, pero antes deberán ayudar a una caravana en apuros, que también se dirige a esa población a la que llegan convertidos en amigos, y donde se separarán porque cada cual tiene que reencontrarse con un pasado no cerrado. Para Emmett y Jake regresar al pueblo significa dos cosas: despedirse de su familia y dar por concluido su enfrentamiento con el cacique del pueblo; por su parte, Mal ha regresado para quedarse definitivamente al lado de sus padres y de su hermana. Paden, al contrario que sus amigos, es un hombre sin raíces, para él Silverado significa el encuentro con su antiguo socio de correrías, el comisario Cobb (Brian Dennehy), quien desde la violencia y la fuerza domina la ciudad, al tiempo que se enriquece con el salón que ofrece dirigir a Paden, en colaboración con Stella (Linda Hunt), la mujer que tocará su lado sensible y que se convertirá en un condicionante para las futuras elecciones de un hombre que observa y calla. Silverado aspira y consigue entretenimiento, juega sobre seguro y apuesta por la amistad, la justicia y la familia, dando forma a un western épico en el que los buenos, esos cuatro magníficos que Kasdan presenta sin prisa porque le permite recrearse en el género que admira —y al que volvería en Wyatt Earp (1994)—, deben enfrentarse a un puñado de villanos capaces de cualquier maldad si esta les permites alcanzar sus propósitos, que no son otros que el poder y el dinero.

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