viernes, 23 de diciembre de 2016

La toma de Roma (1905)

En sus orígenes, el cine era un espacio desconocido, abierto a pioneros e inventores que desarrollaban sus propias cámaras y proyectores en su lucha por conquistar un medio visual virgen. Las primeras máquinas, el biophantascope de los británicos William Friese-Greene y J. A. Roebuck Rudge, de 1884, o el receptor de imágenes de Louis Le Prince, fechado en 1888, no tuvieron el éxito del kinetógrafo -cuyas imágenes se proyectaban mediante el kinetoscopio de William K. Lurie Dickson, patentado por Edison en 1891- o del famoso cinematógrafo -cámara y proyector en uno- de los Lumière, patentado en 1895. Aunque estos últimos aparatos se impusieron, la fiebre de las imágenes en movimiento se había desatado más allá de las fronteras estadounidenses y francesas, y otros emprendedores, como el británico Robert William Paul o el italiano Filoteo Alberini, construían en sus respectivos países máquinas similares a la de Edison. En Italia, Alberini desarrollaba su artilugio en 1894 para rodar sus primeras tomas en 1895, aunque, igual a la del resto de pioneros, su inventiva iba a la par de su visión empresarial y, en lo comercial, se le recuerda por fundar la productora italiana Cinès y abrir la primera sala de proyección en Roma. Estos dos hechos puntuales lo convierten en uno de los primeros empresarios cinematográficos del cine italiano, pero, desde la perspectiva evolutiva-cinematográfica, su máxima aportación llegaría en 1905, cuando estrenó el que se considera el primer film de ficción del cine transalpino. La toma de Roma (La presa di Roma, 1905) presentaba una duración de diez minutos de metraje (doscientos cincuenta metros de película), de los que se conservan alrededor de cinco minutos que muestran cuatro planos fijos que delatan la inamovilidad de las cámaras primitivas, algo común en los albores cinematográficos. Sin embargo el film de Alberini destaca por la novedad que introduce en su secuencia final, durante la cual decenas de extras, que hacen las veces de las tropas de asalto, acceden a la capital por el hueco que las baterías han abierto en la muralla. En ese instante, con la toma de Roma por la soldadesca, concluye la película conservada y el homenaje del realizador a la unificación italiana, pero lo importante de esta escena reside en la presencia de los figurantes, el primer paso hacia el cine espectáculo-épico que dominaría en Italia durante los años siguientes, producciones que encontraban en la Edad Antigua, en el Medievo o, como en este caso, en la unificación de Italia y en autores como Wlliam Shakespeare, fuentes inagotables para desarrollar historias que irían evolucionando hasta alcanzar sus cotas en Quo Vadis? (Enrico Guazzoni, 1912) y Cabiria (Giovanni Pastrone, 1913). Más que el contenido, en este tipo de cine histórico, primaban la escenografía y los grandes decorados, inicialmente bidimensionales y ya con el film de Pastrone tridimensionales, lo cual provocó varias circunstancias que sirvieron a la evolución cinematográfica. La primera, los decorados como parte significativa de la trama, y la segunda, la profundidad de campo conferida por los planos generales con los que los cineastas pretendían mostrar las construcciones. Esto aún no se aprecia en el cortometraje de Alberini, sin embargo ya se deja entrever el plano general en la entrada de los soldados, que permite ver el hueco en la parte central de la imagen mientras que por la izquierda y derecha del encuadre aparecen las tropas que se introducen en el interior de la ciudad, a través de la brecha abierta en la muralla.

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