miércoles, 26 de septiembre de 2012

Amarcord (1973)


En el cine de Federico Fellini todo es autobiográfico y nada lo es, porque, en su paso de la mente a la pantalla, sus recuerdos se transforman en ilusiones y fantasías para convertir a películas como Amarcord en únicas e irrepetibles. Por eso, más que un recuerdo (significado del título original) de la adolescencia del cineasta en Rimini, su ciudad natal, durante el periodo de auge fascista, Amarcord es una alteración de un tiempo pasado vivido y no vivido por donde asoman caricaturas inolvidables como los miembros de la familia del joven Titta (Bruno Zani), el supuesto protagonista, aunque en realidad todos y ninguno lo son, o Grandisca (Magali Noel), siempre soñando con casarse con un príncipe azul mientras los adolescentes y no tan adolescentes sueñan con sus curvas. Como consecuencia, cuanto se observa en la pantalla, la sala del cine donde Titta y sus amigos escuchan (e imitan) el rugido del león de la Metro-Goldwyn-Mayer, el trasatlántico al que todo el pueblo despide desde las barcazas en una noche iluminada por las luces del majestuoso buque o el Gran Hotel donde una vez se alojó el jeque y sus muchas esposas, dan forma a una creativa y nostálgica fábula surgida de la ilusión y la vitalidad de un adulto que distorsionó sus recuerdos juveniles para hacerlos más sinceros, cercanos y entrañables. Los profesores, sus manías y sus gestos, las mujeres que despiertan la sexualidad del grupo de adolescentes, el abuelo (Giuseppe Ianigro), perdido en la niebla sin saber si se trata de la muerte, o el tío Teo (Ciccio Ingrassia) en lo alto de un árbol (tras salir del centro psiquiátrico) desde donde grita una y otra vez <<¡quiero una mujer!>>, son muestras de la extraordinaria capacidad de alteración de Fellini para reflejar desde la comicidad aquella lejana época de su juventud, cuando los camisas negras organizaban desfiles grotescos que ensalzaban quién sabe qué; pues eso pensaba el padre de Titta (Armando Brancia) cuando decía <<Mussolini, no sé, no sé...>>, unas palabras con las que expresaba sus dudas respecto al Duce y que le valieron una "cordial" invitación a la casa del fascio donde le ofrecieron, como premio a su capacidad de dudar, un vaso de aceite de ricino. Además de la grandeza de una historia sencilla, rodada desde un punto de vista complejo y de cuidada estética, destaca la constante presencia de la magnífica partitura musical compuesta por Nino Rota, la cual realza la belleza y genera la necesidad de dejarse llevar hacia ese sueño que es Amarcord, porque la realidad cinematográfica de Federico Fellini
 desde La Dolce Vita, fue eso, una fabulación en la que plasmó su gusto por narraciones y personajes que se encuentran envueltos por la sensación onírica que les hace a la vez cercanos y lejanos para el espectador.

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