Flor del camino (Wild Oranges, 1923), El gran desfile (The Big Parade, 1925), Vida Bohemia (La Bohème, 1926) o ...Y el mundo marcha (The Crowd, 1928) posicionaron a King Vidor entre los grandes creadores cinematográficos de su tiempo. Por ello, empeñado en contar con los mejores realizadores de Hollywood en los films protagonizados por Marion Davis, el magnate William Randolph Hearst insistió para que Vidor la dirigiese. Esta colaboración se desarrolló a lo largo de La que paga el pato (The Patsy, 1928), Espejismos (Show People, 1928) y Dulcy (Not So Dumb, 1930), en las que la actriz demostró su sobrado talento para la comedia. Pero fue el segundo título el que más interesó al realizador, porque le ofrecía la oportunidad de abordar un tema que conocía de primera mano: el lado oculto del cine. Como en Y el mundo marcha..., la historia expuesta por Vidor se inicia con un individuo corriente que desea triunfar, en este caso una joven que llega a California convencida de que su talento dramático sorprenderá en la meca del cine, pero a diferencia de John Sims, condenado a ser uno más entre la multitud que lo engulle, Peggy Pepper (Marion Davis) no tarda en destacar entre los cientos de aspirantes a estrellas cinematográficas. Este punto de partida se introduce desde la comicidad que reaparece una y otra vez a lo largo del metraje, pero más allá de su desenfado, en Espejismos, se descubre a un Vidor que se adelantó a su tiempo para adentrarse en un mundo artificial y de apariencias desde la honestidad con la que reflexionó sobre la fama y el sistema de estudios que ya dominaba el Hollywood de su época. Por otra parte, en 1928, Vidor era consciente de que su ámbito artístico-laboral tal como lo conocía, y que había ayudado a evolucionar, tocaba a su fin, por ello, en su última producción muda, aprovechó el encargo de W.R.Hearst para llevar el proyecto a su terreno y de paso rendir homenaje al slapstick engrandecido por Mack Sennett, Charles Chaplin, Buster Keaton o Harold Lloyd. El acierto del responsable de Aleluya (Hallelujah; 1929), título indispensable en la transición definitiva del silente al sonoro, residió en mostrar su cariño por el cine sin rehuir de la crítica a la hipocresía que domina el medio donde se desarrolla la acción. Así que, más allá de su tono humorístico y del homenaje a la comedia muda, física y visual, la película se descubre como una valiente y novedosa reflexión sobre el entorno real en el que Vidor trabajaba desde hacía una década, un espacio cambiante donde la fantasía cohabitaba (y cohabita) con la realidad que se descubre detrás del glamour forzado y asumido por la protagonista cuando alcanza el éxito. El personaje encarnado por Davis, inspirado en parte en la también actriz Gloria Swanson, llega a Hollywood acompañada por su padre (Dell Henderson). En ese instante se observa en ambos la inocencia de creer que será una gran actriz dramática con solo presentarse en el estudio, sin embargo sus inicios no resultan los esperados, así que Peggy empieza a trabajar para una pequeña productora, participando en comedias que no satisfacen sus aspiraciones hasta que la fama llama a su puerta en forma de contrato estrella con una "major". A partir de entonces, la joven cambia su comportamiento y su nombre, olvida a sus viejos amigos, la risa y también la sinceridad compartida con Billy Boone (William Haines), el clown que la había apoyado durante el ascenso a su nuevo estatus. Su nueva realidad la ciega y le roba naturalidad al tiempo que la transforma en la falsedad que asume apariencia real, pues acaba creyendo su propia mentira, aquella de encontrarse por encima del resto. Igual le sucede a André Telfair (Paul Ralli), su compañero de reparto en su primer drama, quien no duda en presentarse ante ella como el conde de Avignon, aunque en realidad su título es tan ficticio como su pose, y lo emplea para alejarse de aquella imagen del Andy que servía comidas en el bar del estudio. A lo largo de Espejismos se combina el humor, el drama y el tono documental desde el cual se muestran los rodajes o la cotidianidad de actores y actrices, entre ellos amigos del cineasta y nombres fundamentales del periodo silente, Charles Chaplin, Douglas Fairnbanks, John Gilbert o Renée Adoreé, pero lo más destacado de esta excelente comedia se encuentra en la certera mirada de un cineasta que profundiza en su ámbito laboral y en las circunstancias que lo dominan, ya sean los intereses económicos o la imagen que se proyecta de cara al exterior, una imagen potenciada por la fábrica de sueños (también de pesadillas) que, en años sucesivos, volvería a cobrar protagonismo en las destacadas Hollywood al desnudo (What Price Hollywood; George Cukor, 1932) y Ha nacido una estrella (A Star is Born; William A.Wellman, 1937).
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