lunes, 25 de junio de 2012

Los fantasmas del sombrerero (1982)


Con su política autoral, la crítica francesa, la de los jóvenes de la revista Cahiers du cinema fueron responsables del reconocimiento de Alfred Hitchcock como uno de los grandes autores del cine. Esto no deja de ser anecdótico, ya que el inglés ya era grande antes y lo seguiría siendo después de ser descubierto por los futuros miembros de la nouvelle vague. Entre ellos, se encontraban dos que sentían una admiración especial por el maestro del suspense: François Truffaut Claude Chabrol. Quizá este último fuese de todos ellos quien, en varios de sus films, más evidenció su gusto por el cine del realizador británico, lo cual no quiere decir que Chabrol no mostrase una personalidad fílmica propia, siempre presente en su mejores trabajos (que no son pocos). Claude Chabrol tomó como punto de partida la novela homónima de Georges Simenon para realizar un film que deambula entre el suspense y el drama, en el que se puede apreciar un pequeño homenaje al cineasta inglés. Los fantasmas del sombrerero (Les fantômes du chapeler, 1982) se inicia con uno de sus personajes principales, el sastre que responde al nombre de Kachoudas (Charles Aznarvour), observando desde la ventana de su casa (como el personaje interpretado por James Stewart en La ventana indiscreta) las siluetas que percibe tras las cortinas de la casa de enfrente, y que deben pertenecer a sus vecinos: Léon Labbé (Michel Serrault) y su esposa, aunque en realidad ésta no es una mujer sino un maniquí con el cual el sombrerero pretende engañar a todos, haciéndoles creer que su esposa se encuentra en esa habitación a la que tan sólo él tiene acceso. Labbé no es un psicópata al estilo de Norman Bates, personaje principal de Psicosis (Pyscho), porque no actúa por un desequilibrio psíquico, aunque mantenga conversaciones con un muñeco al que confiere la personalidad de su mujer. En un principio, este hombre actúa siguiendo un razonamiento que considera lógico, un plan perfecto que le permite desviar la atención de los demás, como evidencia en los escritos anónimos que envía a la prensa o en la constante preocupación por una mujer que ya no existe. Desde el primer momento el espectador sabe que se trata del estrangulador que tiene aterrorizada a la pequeña ciudad bretona en la que se han producido seis asesinatos similares, pero se desconoce el motivo que le ha impulsado a cometerlos. Labbé continúa con su rutina, atiende su negocio y a una mujer que poco puede necesitar, lo que le permite tomarse su tiempo para reunirse con los amigos, a quienes escucha hablar del asesino sin que ninguno muestre la menor sospecha hacia su persona. Únicamente el sastre parece saber algo más de lo que dice, al menos su comportamiento nervioso lo delata; Kachoudas le sigue a todas partes, consciente de que el sombrerero podría ser el estrangulador, sin embargo, solo observa, sin llegar a exteriorizar sus sospechas, porque solo desea vivir tranquilo en una ciudad en la que apenas se le descubren relaciones y a la que ha llegado para olvidar un pasado difícil. Entre el sombrerero y el sastre se crea una especie de vínculo que convierte al segundo en confidente y en una necesidad obsesiva para el asesino. Los recuerdos de Labbé permiten descubrir la convalecencia de su esposa (Monique Chaumette), que se prolongó durante quince años, aislada del mundo exterior, salvo el día de su cumpleaños, cuando sus antiguas compañeras del colegio la visitaban para felicitarla. El sombrerero también evoca la soledad y la imposibilidad que agriaron el carácter de una mujer que descargaba su frustración mediante gritos, insultos y acusaciones. El estrangulamiento de su esposa obliga a Labbé a cometer los siguientes asesinatos, con ellos pretende ocultar aquel primer crimen, cuestión que explica al maniquí (y al espectador) cuando le muestra una fotografía escolar en la que se ve a su esposa en compañía de las víctimas. ¿Quién podría sospechar de un ciudadano ejemplar, aceptado y respetado por quienes le rodean? La necesidad de protegerse le ha llevado hasta el punto en la que se encuentra, una situación que cree controlar, pero que se le escapó de las manos en el mismo instante en el que estranguló y ocultó el cadáver, dando rienda suelta a ese psicópata cerebral inconsciente de que ha dejado de controlar sus actos.

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