domingo, 24 de junio de 2012

La puerta del infierno (1953)


En la década de 1950 el cine japonés era un total desconocido para el público occidental, sin embargo, el éxito internacional de Rashomon (Akira Kurosawa, 1950),premiada con el León de Oro en el festival de Venecia y ganadora del Oscar a la mejor película de habla no inglesa, y La puerta del infierno (Jigokumon), Palma de Oro en Cannes y receptora de los Oscar a la mejor película de habla no inglesa y al mejor diseño de vestuario, abrieron de par en par las puertas (nunca mejor dicho en alusión a sus títulos) de una cinematografía con talentos de la talla de Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu, Mikio Naruse, Masaki Kobayashi o Kenji Mizoguchi. En la actualidad la primera se ha convertido en un clásico incontestable del cine mundial mientras que la segunda no ha alcanzado dicho estatus. Aún así, La puerta del infierno es un film que no desmerece el reconocimiento que obtuvo en su momento. La película de Teinosuke Kinugasa se desarrolla durante el siglo XII, una época marcada por el enfrentamiento de los clanes Taira (Heike) y Minamoto (Genji), aunque Kinugasa no enfocó la historia desde la lucha o la épica de un periodo en el que también se ambienta mi novela Sakura (la flor del cerezo), sino que se decantó por el intimismo de tres personajes que no pueden evitar el trágico destino al que les empuja uno de ellos. Moritoh (Kazuo Hasegawa) permanece fiel a Kiyomori no Taira (Koreya Senda) durante la revuelta, fidelidad que tras la victoria Heike le permite conseguir el favor del líder del clan, a quien pide como única recompensa la mano de Kesa (Machiko Kyô), la mujer que se hizo pasar por la hermana del regente imperial para protegerla durante el levantamiento. No obstante, existe un impedimento con el que Moritoh no cuenta. Kesa está casada y ama su esposo, el samurái Wataru (Isao Yagamata), un hombre de comportamiento impecable, cauto ante los constantes desafíos de Moritoh. Desde la perspectiva de las emociones que dominan a sus personajes, La puerta del infierno se muestra como un drama shakespeariano en el que Moritoh se deja dominar por sus sentimientos y deseos hasta el punto de convertirse en un ser destructivo, mezquino y egoísta, que compite por un amor que no le corresponde, como en todo momento deja claro la postura de Kesa. Sin embargo el amante despechado y rechazado no desiste en su empeño, enfrentándose en competición a Wataru, quien acepta con dignidad la derrota, actitud contraria a la del ganador que se muestra violento y dispuesto a todo. Pero los medios empleados por Moritoh no funcionan, consciente de que Kiyomori no le concederá la mano de la mujer casada, a menos que esta lo acepte como su nuevo esposo, de modo que asume una medida drástica y cruel que consiste en asesinar a Wataru, obligando a Kesa a ser su cómplice. El sacrificio de Kesa se presiente desde el momento que su pretendiente, cegado por la creencia de que la mujer será suya, le desvela su intención de asesinar por ella, pero sin ser consciente de que lo que siente no es amor, sino la obsesión que le ha llevado a traspasar el límite del honor y de la cordura.

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