martes, 5 de noviembre de 2013

Barco a la deriva (1935)


A pesar de ser una de las estrellas humorísticas más admiradas en su país, incluso llegando a convertirse en el actor mejor pagado de Hollywood, el popular Will Rogers no alcanzaría semejante éxito más allá de las fronteras de su tierra natal, fuera de las cuales se le recuerda sobre todo por sus tres interpretaciones para John Ford en una trilogía ambientada en entornos rurales, películas rodadas entre 1933 y 1935 en las que Rogers destacó por la humanidad que impregnó a sus personajes. La más lograda del conjunto, del que también forman parte Dr. Bull (1933) y Juez Priest (Judge Priest, 1934), es la espléndida Barco a la deriva (Steamboat Round the Bend), film que Ford realizó inmediatamente después de obtener el reconocimiento unánime de la crítica por El delator (The Informer, 1935), drama ambientado en la Irlanda de los años veinte en el que las habituales notas de humor fordiano brillan por su ausencia. Pero en Barco a la deriva la comicidad sí resulta fundamental para acercarse a la (a mi entender) mal denominada América profunda, ya que, obviamente, el continente americano está compuesto por más de un país, y en todos ellos existen espacios rurales, que si bien no serían como el retratado por Ford en el film también tendrían sus propias peculiaridades. Pero dejando a un lado la constante de referirse a un particular generalizando en un todo, decir que la acción se desarrolla dentro y fuera del río Mississippi a su paso por Louisiana, donde se descubre al doctor Pearly (Will Rogers) vendiendo un elixir reconstituyente antes de tomar posesión del vapor con el que pretende navegar en compañía de su sobrino Duke (John McGuire). Sin embargo, cuando éste se presenta ante él, acompañado de una joven de los pantanos, le confiesa que acaba de matar a un hombre en un lance fortuito en el que defendía el honor de la muchacha. Al entregarse a la justicia por recomendación del bueno de su tío, Duke es sentenciado a morir en la horca. De ese modo se inicia la aventura ribereña de "Doc" y Fleery Belle (Anne Shirley), enamorada del condenado e inicialmente enfrentada a Pearly, primero recaudando fondos para contratar a un abogado y posteriormente en busca del único testigo (Barton Churchill) que podría evitar la pena capital. Ford aprovechó la presencia de Rogers, y de los secundarios que lo acompañan durante la travesía, para, desde el humor y el drama, acercarse a una cotidianidad en la que se descubren costumbres entre las que también se observan la ignorancia y la intolerancia (la multitud pretende quemar el barco museo porque está convencida de que se trata de un espectáculo pecaminoso). Este reflexivo retrato costumbrista se apoya en la sencillez narrativa con la que se desarrolla la relación de rechazo y acercamiento entre "Doc" y Fleery Belle, que se convierten en inseparables mientras intentan salvar de la horca a un desdichado que aguarda su final en compañía de un sheriff amistoso (Eugene Pallette) que más pronto que tarde tendrá que conducirle hasta el patíbulo. El único medio con el que cuentan para lograr el dinero necesario para hacerse con los servicios de un buen defensor son las figuras de personajes históricos que el bueno del doctor, en un alarde de picaresca, se encarga de reciclar en otros más cercanos a los ribereños, porque comprende que ningún vecino de los alrededores visitaría un museo flotante que ofreciese estatuas ajenas a sus conocimientos e intereses. De tal manera que convierte a las figuras en los forajidos Frank y Jesse James, en la india Pocahontas o en el general confederado Robert E.Lee, aunque finalmente acabarán sirviendo de combustible en la parte final del film, cuando, en un intento postrero, la embarcación, ya con el testigo abordo, participa en una carrera fluvial que les conduce directamente hasta Baton Rouge, donde esperan que el gobernador del estado les conceda el indulto para Duke.

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