jueves, 13 de octubre de 2016

La balada del soldado (1959)



En mayor o menor medida, las cinematografías de los países implicados en la Segunda Guerra Mundial experimentaron una transformación durante la posguerra, alguna, como el caso de la italiana, para mejor y otras, como la soviética, para peor. Debido a la férrea censura stalinista, el cine soviético sufrió durante años un pronunciado retroceso respecto a las grandes obras de los
 ProtazanovEisensteinPudovkin o Dovzhenko, sin embargo, tras la muerte de Stalin en 1953, el control estatal sobre las producciones cinematográficas disminuía al tiempo que se producía una ligera apertura en las relaciones internacionales soviéticas, lo cual posibilitó que una cinematografía desconocida de puertas afuera recuperase parte de su grandeza pasada y empezase a tener presencia en los diferentes festivales. Los reconocimientos y los pases en los certámenes provocaron que films rusos, que de otra manera pasarían desapercibidos fuera de sus fronteras, alcanzasen notoriedad, y eso fue lo que sucedió gracias a los premios al mejor director en Venecia para el debutante Samson Samsonov por La cigarra (Proprygunia, 1955) y en Cannes para los veteranos Sergei Vasilyev por Los héroes de Chipka (Geroite na Shipka, 1955) y Serguéi Yutkévich por Otelo (Otello, 1956), sin olvidar la mayor repercusión de la Palma de Oro conseguida por Cuando pasan las cigüeñas (Letiat jouravli; Mikhail Kalatazov, 1957) en 1958 o el Premio Especial concedido un año antes en el prestigioso festival francés a El cuarenta y uno (Sorok pervyy; Grigoriy Chukhrai, 1956). Con esta producción, Chukhrai se daba a conocer como uno de los nuevos valores del cine soviético, pero fue su siguiente película, La balada del soldado (Ballada o soldate, 1959), la que obtuvo mayor éxito internacional. Igual que El cuarenta y uno, ambientada durante la revolución de 1917, La balada del soldado es un drama bélico con la contienda siempre presente en sus fotogramas, aunque, en su mayoría, la acción transcurre en la retaguardia por donde se desarrolla el viaje de regreso de su joven protagonista al hogar que apenas llegará a acariciar.


Nominada a la Palma de Oro en 1960, al mejor guión en los Oscar de 1961 o a la mejor película en los BAFTA de ese mismo año,
La Balada del soldado narra el retorno a su pueblo de un soldado de permiso durante la Segunda Guerra Mundial, que parte del frente con un único deseo, el de volver a ver a su madre (Antonina Maksimova), a quien se descubre solitaria al inicio del film, mientras su mirada se pierde en la lejanía del camino que observa, como si esperase la vuelta de un hijo de quien sabe que jamás regresará, porque, como anuncia la voz del narrador, aquel yace bajo un suelo extraño y lejano. La historia se traslada al pasado para mostrar a Alyosha (Volodya Ivashov) ante cuatro tanques alemanes. Está asustado, aún así logra disparar varios proyectiles que alcanzan a dos carros de combate. Su general (Nikolay Kryuchkov) lo felicita, lo pone como ejemplo del héroe ruso y le dice que lo propondrá para una medalla. No obstante, el joven soldado, en su inocencia, le comenta que preferiría un día de permiso para visitar a su madre, de quien no tuvo tiempo de despedirse y a quien prometió reparar el tejado de su casa. El oficial le concede seis días, dos para el viaje de ida, otros dos para estar en su hogar y dos para regresar al frente. De ese modo comienza el deambular de este muchacho de diecinueve años por caminos y vías férreas por donde se encuentra a varios personajes y espacios desolados que, de un modo u otro, retrasarán su marcha. A lo largo de su recorrido observa los estragos y la amargura de la guerra, pero también la esperanza y el amor que nace en el interior del vagón de mercancías que comparte con Shura (Zhanna Prokhorenko), una joven muchacha que también viaja de polizona. Por un instante unen sus destinos para acariciar la felicidad que desearían compartir después de la guerra, una felicidad que, tras varias horas juntos, concluye en la estación donde Shura corre siguiendo el tren que aleja a Alyosha, mientras este le grita que le escriba. La historia del soldado es una historia triste, desmitificadora, amarga, una historia romántica y emotiva, una historia de pérdida e imposibilidad, como demuestra que sus dos días en casa se reduzcan al suspiro de un par de minutos en compañía de su madre, que su anhelo de volver a ver a su joven compañera se pierda para siempre o, durante su recorrido, sus encuentros con varios camaradas de armas le confirmen que la guerra se encarga de poner fin a los sueños, como también pone distancias entre los seres queridos. Con La balada del soldado Chukhrai se convertía en el abanderado del renacer del cine soviético, aunque sus siguientes películas no alcanzarían la excelencia de este poético film que asumía herencias de veteranos como Dovzhenko (en la presentación y tratamiento de la figura materna) e influencias de nuevas corrientes surgidas en otras cinematografías, pero también marcaba el camino a seguir por otros jóvenes cineastas rusos que no tardarían en destacar, entre ellos Andrei Tarkovski y su ópera prima La infancia de Iván (Ivanovo detstvo,1962).

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