viernes, 12 de abril de 2013

El buscavidas (1961)


Años antes de rodar El buscavidas (The Hustler, 1961) y Lilith (1964), sus dos obras más personales, el director y guionista Robert Rossen empezó a destacar como realizador en Johnny O'Clock (1947), Cuerpo y alma (Body and Soul, 1947) y El político (All the King's Men, 1948), pero su inclusión en la lista negra, y su testimonio ante el Comité de Actividades Antiamericanas, precipitaron su traslado a Europa. Allí, filmaría Mambo (1954), Alejandro Magno (Alexander the Great, 1956) y Una isla al sol (Island in the Sun, 1957). A su regreso a Estados Unidos, se embarcó en la filmación de Llegaron a Cordura, (They Came to Cordura, 1959), un proyecto que sufrió la intervención del productor, provocando cambios sustanciales que desagradaron a Rossen, lo que supuso una nueva decepción y el convencimiento de que en Hollywood nunca podría desarrollar sus ideas con plena libertad creativa. Consciente de ello, abandonó la llamada meca del cine y se instaló en Nueva York para, poco después, brillar más que nunca en esta magistral lección cinematográfica que nada tiene que envidiar a las clases de billar que Eddie Felson "el relámpago"(Paul Newman) imparte a los incautos que se dejan unos cuantos dólares sobre el tapete de la mesa donde él anhela ser rey, o al menos así lo confirman la seguridad en su juego y su ambición por demostrarse y demostrar que él es mejor. Pero su exceso confianza, su fuerza, su vitalidad y su sed de triunfo lo impulsan a desafiar al único que puede hacerle sombra en una partida que, de manera inesperada, se prolonga durante veinticinco horas de juego ininterrumpido que domina hasta que su carácter, el alcohol consumido y el cansancio acumulado provocan su derrota. Para un hombre de la inmadurez y del ego de Felson, perder frente al "gordo de Minnesota" (Jackie Gleason) conlleva la certeza de su fracaso y propicia su hundimiento en la soledad autocompasiva que no tarda en descubrir en Sarah (Piper Laurie), a quien reconoce como a su igual en un lugar de tránsito que no les conduce a parte alguna, solo a la imposibilidad y a las desilusiones compartidas en un instante y en un espacio que remarca la amarga decepción que dominará su vida en común. De tal manera se aceptan como iguales e inician una triste monotonía que permite que sus días se consuman entre el cariño, la decepción, la inestabilidad o el alcohol. Pero aquello que había comenzado como un idilio de una noche, se convierte en una relación sin futuro, al menos hasta que Eddie olvide aquella partida de billar en la que su mundo imaginario se derrumbó para despertarse a la cruda realidad en la que se encuentra viviendo a costa de Sarah, o arañando unos cuantos dólares en salas de juego de mala muerte donde desaprovecha su don. Como consecuencia se comprende que el billar solo es la excusa para que El buscavidas ahonde en la intimidad de dos seres heridos y perdidos que no saben cómo dejar de estarlo, porque, más allá de los salones de juego, la historia de Felson "el relámpago" es una excelente y amarga radiografía existencial que interioriza en la desorientación y en la frustración de su pareja protagonista, nacidas estas de ambiciones e ilusiones incumplidas que han condicionado su presente, durante el cual Sarah se aferra a la idea de unir su existencia a la de aquel a quien intenta demostrar que el triunfo no reside en la victoria en una sala llena de humo y de billares, sino en el camino que se escoge para alcanzarla, realidad que el personaje interpretado por Newman se niega a aceptar, obsesionado con los fantasmas de sus viejas ilusiones, mientras desperdicia su talento al servicio de un promotor sin escrúpulos que solo ve en él la ambiciosa necesidad que puede redundar en su beneficio. Para Bert (George C. Scott), el nuevo mentor de Felson, las personas no tienen más fin que el de ser exprimidas, cuestión que el joven jugador pasa por alto al aceptar la supuesta oportunidad de triunfar que aquel le ofrece, la misma que implica su negativa a escuchar las advertencias de Sarah. La nueva realidad que Felson experimenta durante este nuevo periplo entre las sombras le permite ganar partidas y dinero, aunque esta no es la victoria que busca durante un periodo de alejamiento de sí mismo que concluye en el hotel donde el complejo y atormentado personaje al que dio vida Piper Laurie asume y pone fin a su derrota existencial. Desde el dolor que lo embarga, Eddie accede a la comprensión de que la diferencia entre ganar y perder reside en las formas y no en el fin defendido por su manager, quien podría proporcionarle triunfos, gloria y dinero, pero de aceptar ese camino Felson nunca dejaría de ser un perdedor carente de emociones y, ante esta certeza, "el relámpago" también comprende que debe despedirse a lo grande, ofreciendo una lección a quienes lo han humillado y utilizado. Así pues, renacido de sus propias cenizas, reta de nuevo al "gordo" en una partida que confirma su triunfo y la grandeza de una película que posee la fuerza y el talento de un cineasta que puso su corazón y su empeño en dar forma a esta monumental e inolvidable reflexión sobre su propia existencia.

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