miércoles, 12 de febrero de 2014

Tarántula (1955)



El desierto fue un espacio recurrente para la ciencia-ficción cinematográfica de la década de 1950, así se descubre en Vinieron del espacio (Jack Arnold, 1953) o en la influyente La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954), cuyo arranque se produce en una aridez similar a la expuesta por Jack Arnold al inicio de Tarántula. En este escenario desolado surge una figura solitaria, víctima de una extraña mutación que no tarda en provocar su muerte, la cual desata los interrogantes que se presentan en la primera parte del film, aquéllos a los que el doctor Matt Hastings (John Agar) no encuentra una explicación plausible. Sin tiempo que perder, no se debe olvidar que se trata de una producción de serie B, se comprende que el desfigurado era uno de los colaboradores del profesor Deemer (Leo G.Carroll), el científico que, en la soledad del desierto, investiga, desarrolla y experimenta con un nutriente que acelera el crecimiento de los organismos vivos. Aunque su intención sea loable, al menos éso se interpreta cuando dice que intenta resolver el problema de una hipotética hambruna futura, no comprende que experimenta con algo que, como mandan los cánones del género, se le escapa de las manos, como también les ocurre a otros científicos tan destacados de la sci-fi como podrían ser los de El cerebro de Donovan (Felix E. Feist, 1953) o La mosca (Kurt Neumann, 1958). Y como sucede con los proyectos en los que trabajan estos hombres, obsesionados con sus estudios científicos, el experimento de Deemer acaba convirtiéndose en un peligro mortal cuando él y su otro ayudante forcejean en el laboratorio, donde, entre otros objetos, se rompe la jaula de cristal de la que escapa una tarántula en pleno desarrollo, y que, libre por fin, estirará las patas sembrando el pánico por la zona. Hasta este instante el peligro parece provenir de la figura del científico, hecho que parece catalogarlo dentro del grupo de los mad doctors, sin embargo, hacia el último tramo del metraje, su presencia pierde importancia en beneficio del arácnido, el verdadero enemigo al que se enfrentan Hastings y compañía, aunque con sus medios se ven incapaces de destruir a una criatura de tamaño descomunal, lo que provoca la intervención de las fuerzas aéreas comandadas por un piloto interpretado por aquél que, años después, alcanzaría la fama al prestar su rostro al hombre sin nombre de los westerns de Sergio Leone. Aludida la fugaz presencia de Clint Eastwood en Tarántula, decir que la historia narrada por Arnold se expone de manera sencilla, pero esta aparente simplicidad argumental es la que realza el encanto de una película en la que se mezcla la figura del "científico loco", obsesionado y entregado a su labor, con la amenaza que supone ver en la línea del horizonte a una criatura de ocho patas en constante crecimiento.

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