sábado, 14 de diciembre de 2019

Entre el ayer y el hoy: respecto al cine de ayer



<<Mañana, el cine de hoy parecerá tan sorprendente, sin duda, como lo son en nuestra época las bañistas de
Mack Sennett. ¿Esos films envejecidos exhalarán el mismo encanto? Indudablemente, soy mal juez. A cada uno su pasado. A cada generación le pertenecen algunos años sobre los que se mira más tarde para volver a encontrar la imagen de su juventud.>>1 René Clair afirma ser mal juez para expresar que es subjetivo, pero ¿quién no lo es? También habla del tiempo que le corresponde y apunta una definición de nostalgia, pero sus palabras no son definitivas, son suyas y no impiden pensar que pasado, presente y futuro presentan tal variedad de interpretaciones y de ideas que resulta imposible abarcar una mínima parte de ellas.


En la actualidad, al menos, dos tendencias generalizan y valoran qué ofrece el cine. Desde ellas se juzga si las películas de hoy son mejores o peores que las de ayer (y viceversa), aunque ninguna explica de manera convincente el por qué se rechaza este tipo o se abraza aquel otro, ni por qué se desprestigia o se ningunea el que ni siquiera ha sido visto por quienes ofrecen su opinión. Esta última opción habla sobre un tema concreto desde el desconocimiento absoluto de dicho tema. Las dos primeras son respetables, aunque incompletas y sospechosas de incurrir en errores, o quizá sea yo quien se equivoque cuando escribe que generalizar cualquier arte implica un alejamiento del propio arte. Siendo preciso, considero que englobar en un todo distintas creatividades, intenciones, épocas y miradas, impide ver semejanzas, diferencias, particularidades y, sobre todo, niega la creatividad y la personalidad del o de la artista, finalmente dos características claves a la hora de marcar distancias respecto a las obras de otros. La primera tendencia desprecia lo "viejo", la segunda minusvalora lo "nuevo", cuando, en realidad, ni lo viejo ni lo nuevo se repelen. Las formas y las técnicas narrativas primitivas fueron cambiando a medida que se inventaban, desarrollaban e influenciaban a la siguiente generación. Esto lo confirma el visionado de una película realizada en los orígenes del cine, cuando los
Lumiere, Alice Guy, Méliès, Filoteo Alberini, Ferdinand Zecca o Edwin S. Porter todavía desconocían las posibilidades y variantes formales, artísticas y comunicativas de las imágenes en movimiento, y su posterior comparación con las grandes obras del épico italiano de la primera mitad de la década de 1910 o con las producciones rodadas por Griffith a partir de El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1914). Fueron dos momentos cinematográficos distintos, pero conectados. Sin el primero no existiría el segundo, como tampoco sin este se produciría un tercero tras la Primera Guerra Mundial.


Por aquel entonces, como consecuencia del conflicto mundial, Hollywood había conquistado la hegemonía mundial, aunque la evolución cinematográfica se producía en diversos puntos del globo terráqueo. 
Lang, Murnau, Freund o Pabst en Alemania, en Suecia, StillerSjöström; en la Unión Soviética, Eisenstein, Vertov o Pudovkin; en Francia, Abel Gance o Louis Feuillade; en Hollywood, StroheimVidor, Ford o Chaplin... Era la década de 1920, un decenio durante el cual el cine avanzaba veloz hacia la quimera de su perfección visual, alcanzando cotas impensables veinte años atrás. ¿Qué tienen en común estos y otros indispensables como DwanFlahertyWalsh, Borzage, Lubitsch, DreyerKeaton, HitchcockDovzhenko, OzuRenoir...o el mismo Clair? La proximidad temporal, sus inicios durante el periodo silente y que son excepciones, además de ser cineastas excepcionales que desarrollaron los recursos cinematográficos, discurrieron alternativas ante las dificultades que les presentaba un lenguaje que, como cualquier lenguaje, ofrecía y ofrece posibilidades, ofrecía la posibilidad de imaginar y la de descubrir nuevos caminos. Ellos lo hicieron, caminaron y, durante su marcha, consiguieron que sus grandes películas rompiesen su anclaje temporal concreto; sin ser conscientes, consiguieron que fuesen grandes en cualquier época.


Con la llegada del sonido, hubo quien se echó las manos a la cabeza, otros las frotaron, pero la única realidad era que había que continuar buscando, experimentando y quemando etapas. Algunos lo lograron, y alcanzaron mayor grandeza; otros, por distintos motivos, no pudieron. pero el cine era ya un medio de expresión imparable. Nuevos nombres y rostros se irían sumando al recorrido, heredando, haciendo suyos los recursos que los anteriores había desarrollado, y aportando. Fueron los William Wyler —que había realizado una serie de westerns silentes antes de alcanzar notoriedad en el sonoro—, 
Lewis Milestone, Gregory La Cava, Rouben Mamoulian, Marcel Carné, Julien Duvivier y tantos otros imprescindibles. Luego llegarían los Preston Sturges, Orson WellesBilly WilderEdgar NevilleJohn Huston, "Indio" Fernández, Elia Kazan, Vittorio De Sica, Akira Kurosawa o Stayajit Ray. Más adelante, cuando muchos creían que el cine se encontraba en un callejón sin salida, surgieron quienes, como Godard, Rivette, Rohmer, Forman, MunkCassavetesOshima, también heredando recursos del pasado, pretendieron emplearlos para romper con el cine anterior. Igual hicieron los cineastas que considero boomerang, caso de Rossellini, Bergman, Buñuel, ViscontiBresson, FelliniPasolini, Parajadnov o Tarkovski, cuyo cine sale de su interior, golpea en el exterior, donde impresiona y se interpreta de múltiples maneras, y, finalmente, la única verdad consistente a la hora de visionarlo remite al interior de sus responsables. Algunos fondos difieren, otros permanecen inmutables, al ser comunes al género humano, pero las diferencias y las similitudes en los contenidos o en el cómo utilizar las formas para hablar de sustancias va más allá del tiempo que separa a unos y a otros, aunque, evidentemente, influye de manera determinante. Se trata de la interpretación personal de cada creador, que, en la mayoría de los casos, recoge influencias, las hace suyas y crea algo propio, quizá original, quizá novedoso, y lo ofrece al mundo donde su obra también será recogida por diferentes quienes, que, a su vez, recorrerán su propio camino artístico.


El creador o la creadora cinematográfica, sea en la dirección, en el guion o en la fotografía, emplea el medio para expresarse y, desde él, habla de la época durante la cual vive, genera emociones, plantea interrogantes o desvela sentimientos e impresiones propias sobre cuanto le rodea o/y afecta. Cada artista, creador, autor, da igual el término que se emplee —en femenino, masculino, en número plural o en ambos géneros—, tiene algo que decir, posee un subjetivo y persigue objetivos, y quiere transmitirlo. Y ese algo escapa al mero entretenimiento, aunque entretener sea una de las finalidades loables de la mayoría de las películas. Ese algo vive en su humanidad, en su tiempo histórico, vive en el ser frente a la Historia, frente a su época y condicionantes, frente a sí mismo, frente a sus tabúes y sus ansias de romperlos, frente a su cultura; y nadie, salvo quienes por diferentes motivos se convierten en excepcionales, logra escapar del momento que le corresponde vivir para dar un paso hacia cualquier futuro, antes de que uno de esos infinitos posibles se convierta en el presente que atrapa al resto de los mortales. Pero ¿y si hubiesen nacido veinte o treinta años después? ¿Su forma de entender y de hacer cine habría sido la misma?
Jean Renoir parecía tener claro que <<las personas que hicieron las primeras películas americanas o suecas, o alemanas, estas primeras películas que eran tan bellas, no eran todos grandes artistas, incluso había muchos que eran inferiores. Y, no obstante, todos los productos eran bellos. ¿Por qué? Porque la técnica era difícil, eso es todo.>>2 Con los años la técnica dejó de ser compleja y pasó a ser habitual y sencilla, aunque muchos confundieron sencillez con simplicidad, lo que supuso un acomodamiento en su uso. Con esto no quiero decir que los nombrados no fuesen grandes, lo fueron, aunque no puedo obviar que el momento que les tocó vivir fue determinante en su arte cinematográfico. Lo que pretendo expresar o exponer es la infructuosidad de comparar a un cineasta que asume su oficio al tiempo que el cine daba sus primeros pasos con otro que llegó cuando el medio era adulto, cuando había adquirido estabilidad y pereza, y había caído en manos de una industria que optó producir según patrones similares, salvo para quienes, conscientes de ello, trataron y tratan de despertarlo... (Continuará, o quizá no)


1.René Clair. Cine de ayer, cine de hoy (traducción de Antonio Alvárez de la Rosa). Inventarios Provisionales Editores. Las Palmas de Gran Canaria, 1974.

2.Jean Renoir en Roberto Rossellini. El cine desvelado (traducción de Clara Valle T. Figueras). Ediciones Paidós Ibérica, S.A, Barcelona, 2000.

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