A veces, insiste, pero sencillamente no me llega la luz, solo veo oscuridad que iluminar. Así de claro, así de sencillo; e igual de fácil me resulta comprender que si quiero claridad, necesito encontrar un hueco por donde uno de los dos se cuele y gatee al encuentro del otro. Quizá ella no pueda llegar o yo no sepa moverme, o puede que en algún momento nos encontremos y ella me desvele parte del entorno que ilumina, pero, a oscuras, no hago más que darme golpes. No es masoquismo, ni necedad, ni falta de infrarrojos, ni desgana. Es más simple. No puedo ver en la noche, mis ojos carecen de visión nocturna y aunque encuentre el acceso a la realidad iluminada, sospecho que será limitada y no evitará que siga dándome golpes.A veces, insiste, pero donde hay luz también me engañan los reflejos, las chispas que saltan y los destellos cegadores que me obligan a cerrar los ojos. La claridad trae consigo sombras antes inexistentes, por imposibles de distinguir en la negrura donde he vivido de espaldas o de cara a la pared. Entonces, me pregunta ¿qué, cuánto y hasta dónde puedo ver? Su interrogante no es tontería ni un acertijo que deba resolver en un futuro que, por su naturaleza y por la mía, está condenado a desmentirse y aceptar que su certeza es su imposible, salvo en un tiempo ya pasado de un pasado anterior.
A veces, insiste, pero apenas salgo del cuarto oscuro, quizá lo haga de cuando en cuando, aunque no importa cuántas veces. No se trata de miedo, pues cualquiera se acostumbra a temer a la oscuridad. Es la negativa a salir del lugar donde babeo y donde, poco a poco y para nada platónico, un haz luminoso se cuela sin invitación y me da en la espalda. Después lo hace en un perfil y así, lentamente, hasta que lo siento en la nariz. Me despierto sin sobresalto, froto los ojos y bostezo. A lo lejos apenas distingo ideas que caminan sin rumbo, carentes de sentido u orientación. Tardo en comprender que vienen a mi encuentro, que son para mí, aunque podrían ser para cualquiera. En ese instante lo ignoro todo, salvo que ahora ignoro lo que sé. Es una ventaja que no niego, y es un inconveniente que afirmo en su negación, puesto que no hay otro mejor que me empuje y me anime a responder cuáles son los motivos, a qué y a quién obedecen o por qué no abandono el dulce goteo que humedece mi almohada.
A veces, insiste, pero sin alcanzar el brillo absoluto, tan cegador como la oscuridad más totalitaria. Ambas son opuestas y en su forma extrema dejan de ser dos para ser la misma ausencia. A ninguna podría adaptarme, ni querría, ni lo soportaría, pues tal sería la intensidad de ambas que, en sus garras, fuese noche o día, solo me restaría enloquecer...
—Hola, soy tu realidad de las seis y doce. Disculpa el retraso. —La voz sonriente nos sorprende a Alx escribiendo en una servilleta y a mí leyendo sus “a veces“—. Bueno, espero no equivocarme de persona. ¿Eres tú?
—Depende. Según quién y cómo se pregunte también puedo ser ella e incluso yo.
—¡Bravo, una bromista! O quizá seas una investigadora que se las da de chistosa, o ninguna de las dos
—No conozco a ninguna, pero si quieres siéntate —ofrece sin apenas fijarse en que la mujer posa sus manos sobre la mesa—. ¿Quieres uno? —señala el vaso de whisky.
—No, gracias. No bebo después de las siete de la tarde. Prefiero las fiestas matutinas.
Alx sonríe, lo noto en la ligera elevación del encuadre.
—¿Qué te hace tanta gracia? ¿Qué no quiera beber ahora o que haya llegado tarde?
—No, no... Creo que has pensado que esto es whisky. Es té. Lo tomo en uno de estos —muestra el vaso de cristal— por una broma que repetí tantas veces que me he acostumbrado. A veces pienso que todo lo es. Me refiero a costumbre y broma.
Para saber qué le contó a Alx durante la entrevista que mantuvieron en la cafetería y en la mesa de siempre, léase el informe correspondiente en Fragmentos de M y el anexo que sigue:
Cuando los agentes de la policía se presentaron, M dio sus datos y contó lo poco que sabía. Dijo que le habían asaltado. Hasta ahí todo iba bien, pero sintió vergüenza cuando informó que lo único que echaba en falta era su libreta de fragmentos. Los policías intercambiaron miradas y la observaron. Ella supuso que quizá incrédulos o burlones, para el caso era lo mismo, pensó. Aquella situación la incomodó y, después de varios minutos recorriendo y revolviendo las habitaciones y los aseos, uno de los agentes, el que se había presentado como 4.5, le pidió que firmase la denuncia, no sin antes decirle que la mantendrían informada.
Pasadas dos semanas, M no había tenido noticia alguna, ni otro percance similar. Aún así, se notaba intranquila y decidió cambiar las cerraduras de la casa de su madre y de la suya. Pero tal era su inseguridad, que no estaba segura e ideó un sistema de seguridad casero para su hogar. Recordó una serie televisiva, trazó un esbozo de lo que pretendía y empleó los recursos de los que pudo echar mano. El sistema era sencillo, quizá no demasiado práctico y, sin duda, nada original. Consistía en dejar un chicle sobre la alfombra y un hilo en el pomo de la puerta, lo demás era cuestión de esperar.
Con frecuencia descendente, todavía recordaba el hecho y lo extraño del mismo. Pero la sensación que la golpeaba con mayor intensidad era la curiosidad. Quería conocer el por qué, el para qué y el qué tenían de importante, para alguien que no fuese ella, aquellas hojas anilladas y repletas de fragmentos. No sabía qué responder y quería responderse, de modo que enumeró posibilidades y fue entonces cuando, buscando noticias del agente 4.5, descubrió que este no trabajaba en el gremio y que aquí, donde yo estoy ahora, no habíamos tenido la menor noticia del robo de la libreta ni de la agresión.
—Bueno, así, de pronto, no sabría qué decirte —duda Alx—. Ya, ya sé, no te digo algo que ignores, pero tu historia tiene lagunas. Cierto —dice, leyendo la mirada de su oyente—. Te golpearon a traición y no pudiste ver nada. ¿Pero por qué no esperó a que te hubieras ido? ¿Y por qué tenía interés en esa libreta, si es que en realidad tenía interés en ella?
—Si no tenía interés, ¿por qué se la llevó?
Alx encoge los hombros para señalar su ignorancia. No tiene respuesta, desvía su mirada hacia el servilletero, toma una servilleta más y escribe <<a veces, insiste, pero...>>
Inspector ~. Informe extraído de la grabación 567 y del Anexo 45.34
P. D: En nuestro primer encuentro, le recomendé buscar ayuda profesional en el sector privado.