sábado, 31 de octubre de 2020
1917 (2019)
viernes, 30 de octubre de 2020
Suez (1938)
Existen individuos que sueñan grandeza y, en su intento de realizar sus sueños, son quienes arrastran al resto hacia adelante o hacia el abismo, al progreso o a la barbarie. Son aquellos soñadores quienes, empujados por su ambición e ilusión, persiguen y materializan las ideas y visiones mas inverosímiles que, una vez alcanzadas, engrandecen al conjunto o provocan la pesadilla que a pocos o a muchos les toca sufrir. Ferdinand de Lesseps (Tyrone Power) fue de los primeros, soñó acortar espacios y quiso comunicar el Mediterráneo con el Océano Índico, abriendo un canal en tierra que uniese el mar de los antiguos romanos con el Mar Rojo. Más adelante, iniciaría otro proyecto de similar envergadura: el Canal de Panamá, pero esa es otra historia y no tiene cabida en esta biografía cinematográfica realizada por Allan Dwan.
Común a tantos biopic realizados en Hollywood en la década de 1930, en los que se dramatizan situaciones y se presta atención a una historia de amor, pero también de superación, sacrificio y logros, Suez (1938) ensalza la figura del personaje biografiado, algo que Dwan hace a la perfección y añade algo más: su atención a la época. Se acerca al momento, nos da una idea general —disturbios civiles, cierre de la Asamblea, proclamación del Segundo Imperio, Luis Napoleón, de presidente de la República a emperador, o Victor Hugo y Los miserables (publicada en 1862)—, pero también concreta ambiciones, intereses y las diferencias sociales que afectan a su trío protagonista.
Como todo sueño, materializarlo conlleva trabas y sacrificios. No es gratuito, es costoso y conlleva pérdida. <<Has ganado>> le dice Eugenia (Loretta Young) cuando condecora a Ferdinand. <<Sí, he ganado... y he perdido cuanto más quería>>, responde el constructor del Canal. <<Tal vez la fama exige ese este precio>>, apunta la emperatriz consorte, consciente de que ella ha ganado un trono, pero también ha perdido —al cambiar el amor por la corona. No obstante, el protagonista de Suez no paga el precio de la fama, sino el del visionario condenado a perseguir su visión hasta verla materializada o verse derrotado por algo más grande de lo que puede abarcar. De hecho, en varios momentos del film, Ferdinand está apunto de rendirse, sobre todo, cuando Luis Napoleón (Leon Ames) le utiliza para deshacerse de sus oponentes y proclamar en Imperio. En ese instante de desengaño y dolor, pues pierde amistades, a su padre (Henry Stephenson) y su reputación, el protagonista ya no quiere saber nada del canal que pretendía construir desde Port Said a Suez, atravesando 163 kilómetros de desierto.
jueves, 29 de octubre de 2020
Ya nos veremos (después, un vaso de whisky lleno de té)
(Previamente: Informe sobre Diez dedos sin uñas y Cuando crezcan)
Pensé que el paso atrás era una pérdida de tiempo, pero solo fue un instante de duda, hasta que aquel cangrejo se cruzó en mi camino. Me miró con sus ojos en órbita y, con pronunciación pausada y acento costero, dijo que volver atrás puede dar frutos más adelante.
—Por cierto, no sé bailar, ni viajar en el tiempo, ambas escapan a mis posibilidades. Además, suelo marearme o crujir cuando me pisan en una pista de baile o en la calle del berberecho, a la altura del bar Pèpè. Bien, tengo que irme. Ya nos veremos —comentó antes de continuar su sentido, contrario al mío.
Cuando hablo del paso atrás, me refiero a algo más sencillo que un salto temporal o esquivar el ritmo de los Fred Astaire y Ginger Rogers de los locales de último turno. Aunque haya a quien le resulte complicado o aburrido, a mí me divierte estudiar los sucesos de lo sucedido o los que se dan por supuestos inamovibles, hasta que se mueven para mayor contrariedad o disgusto de absolutos y fijos. Repasar el abecedario, los números y los hechos, puede ayudarme. A veces me descubre algo que he pasado por alto. Después de desayunar era mi esperanza, pero cuando llegué a Archivo, salí de allí por la puerta de atrás, después de consultar algunos titulares de prensa y la letra pequeña —habrá quien prescinda de esta, y a mí me cuesta, pero me persigue e insiste en leerla—, y no sin antes preguntar a un par de figuras frías y silenciosas como estatuas de mármol.
—En fin, menos da un piedra —me dijo una de ellas, tras negar con la cabeza.
—Al menos somos de carne y hueso —comentó la otra, quizá supiese de mi encuentro con el extraño crustáceo.
—Vaya, pues no sabéis la suerte que tenéis.
—Adiós, visitante 73.451. Muy agradecidas por su visita y, a la salida, puede dejar una impresión feliz que valore nuestro trabajo —expresaron al unísono.
—Qué os den, y mucho —correspondí sus palabras, el buen trato y aquellas sonrisas que me advertían que no eran culpables de mi frustración ni de mi falta de nombre.
Por la mañana, a primera hora, había ingerido dos pastillas de vitaminas y una dosis de setas. Estaba cansado y desanimado, así que no fue hasta mediodía, dos horas después de salir de Archivo, cuando me reactivé y decidí acercarme al “Luces rojas. Empanadas y bocadillos, también para llevar”. Lo hice a esa hora, no porque quisiera regalarme uno de sus sabrosos bocadillos de chorizo casero al whisky, un poco picante, tal vez por la malta en el embutido. Sabía que el local estaría concurrido, los tres o cuatrocientos comensales de costumbre, esa multitud que me cuesta el buen humor, si alguna vez lo tengo. Pero era la mejor opción; en realidad, fue la única que me vino a la mente y la acepté, consciente de la contradicción que implicaba sentarme en aquella bocatería, abarrotada y con lista de espera, donde poco después de desocupar una mesa a punta de navaja me mordí los labios y pensé <<necesito otro tipo de luces, y necesito que los de la mesa de al lado no salten ni griten más veces que tienen el dispositivo ultimo modelo>>.
Fue entonces cuando la escuché. No muy lejos de donde estaba sentado, una voz femenina preguntaba por el mismo sujeto de mi investigación. Intenté acercarme a ella, pero apenas pude avanzar cinco centímetros. Varios clientes, no exageraría si digo medio centenar, corrían hacia mí en competición suicida. Querían ocupar el vacío que apenas había dejado. Me embistieron y arrastraron. Metieron sus manos en mis bolsillos y varios bocados a mi bocadillo. Alguien, no puedo precisar quién, encontró mi cartera. Para recuperarla, tuve que amputar una nariz y dos dedos, aunque antes de operar me volvieron a sentar en el mismo lugar que yo pretendía abandonar y ellos ocupar. Como pude, me dejé caer bajo la mesa y, lentamente, sorteé varias piernas y patas. Me arrastré hasta la barra y, una vez allí, no encontré sonrisas, ni vítores ni aplausos, sino una suela del número 45. Tardé diez minutos o más en poder deshacerme del pie que había tomado mi espalda como parte del mobiliario. De nuevo eché mano a mi navaja de afeitar, uno nunca sabe cuándo debe estar presentable, y raje la bota, después hice lo propio con la planta del avasallador o avasalladora de barra. Finalmente, pude pagar la cuenta y me colgué a la espalda de un gorila que salía del local.
Caminé calle abajo y lo vi a lo lejos. En sentido inverso, retrocedía y avanzaba el cangrejo, lo reconocí por su espalda. No me sorprendió que se aproximase, puesto que cuando anda para atrás, lo hace hacia adelante. Entonces, comprendí que me había mentido. Lo deduje al pensar que si atrás era adelante y adelante, atrás, aquel decápodo poseía la facultad de viajar a destiempo.
—Volvemos a vernos —me saludó moviendo una de sus pinzas y rascando el suelo con una de sus patas traseras, aunque, según su caminar, bien podría ser delantera. —Me recuerdas a un viejo amigo, bastante solitario él y quizá un poco ido. Siempre de aquí para allá, buscando y hablando. Recuerdo que un día me dijo, <<oye, cangrejo, ¿alguna vez te he dicho que el hombre es el más valiente de los animales?>> Cada día, le contesté, y añadí que me sabía de memoria su cantinela “de la visión y el enigma”. Se fue cabizbajo y no lo he vuelto a ver desde entonces. Le estará hablando a los pájaros, y estos estarán qué trinan. Escucha, quizá te sirva...
<<Pero el hombre es el más valeroso de los animales: por ello los ha vencido a todos. A tambor batiente ha vencido incluso todos los dolores: pero el dolor por el hombre es el más profundo de todos los dolores. El valor mata incluso al vértigo, en el borde del abismo. ¡Y en qué lugar no estaría el hombre al borde del abismo! ¿Acaso el mismo mirar no es un - mirar abismos? El valor es el mejor matador: hasta a la compasión mata. Y la compasión es el más profundo de los abismos. Cuanto más hasta el fondo mire el hombre la vida, tanto más hasta el fondo verá el sufrimiento. Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca. Mata la muerte misma, pues dice: ¿Esto era la vida? ¡Bien! ¡Volvamos a comenzar! En estas palabras hay, empero, mucho tambor batiente. Quien tenga oídos, que oiga.>>
Lo recitó de carrerilla, y no tuve oídos para oír, pero sí memoria para retener sus palabras y, de precisarlo, volver a ellas cuando pueda o sepa escucharlas.
Informe del inspector ~ A cuatro meses para que acabe el año bisolar.
P.D: He localizado y conseguido las señas de la chica. El amigo del cangrejo se apellidaba Nietzsche y eternamente le repetía ese fragmento de Así habló Zarathustra.
Continúa en Un vaso de whisky lleno de té
miércoles, 28 de octubre de 2020
La cueva de los sueños olvidados (2011)
Desaparecieron, también aquellos animales pintados en la roca, animales que, como el rinoceronte lanudo, el mamut o el oso y el león cavernario dejaron su lugar en la prehistoria. Nunca alcanzaron la Historia, tampoco nosotros somos capaces de situarnos en el tiempo de los moradores de la cueva de los sueños olvidados, por lo que solo podemos conjeturar y evocar fantasmas y, tal vez, verlos entre nosotros. Pero la cueva es una especie de puente <<donde espacio y tiempo pierde su significado>>. Herzog es un poeta, quizá uno de los últimos románticos, un aventurero y un cineasta diferente, con inquietudes distintas, fruto de sus propios sueños y de su modo de entender la vida. Su viaje al pasado le permite borrar límites, se adentra en la cueva con un pequeño equipo y con la certeza de que <<nada es real. Nada es seguro>>, como dice en el epílogo, consciente de que el tiempo y la naturaleza son cambiantes, alteran, se alteran y nos alteran. Es consciente que sabemos muy poco de nuestros antepasados cavernarios, y que lo que creemos saber podría ser erróneo o inexacto, fruto de especulaciones y de minuciosos estudios de los restos que, poco a poco, hemos podido recuperar gracias a cápsulas temporales como esa hermosa gruta natural descubierta en 1994 por Jean-Marie Chauvet, Élitte Brunel y Christian Hullaire, a quienes el cineasta alemán dedica su fascinante documental...
martes, 27 de octubre de 2020
Argel (1938)
lunes, 26 de octubre de 2020
Sin novedad en el frente (1979)
Simplificando y viajando en el tiempo, veo a Sócrates —si el Sócrates que conocemos lo fue, o fue la imagen que quisieron otros— en la plaza del pueblo rodeado de sus discípulos, a quienes plantea cuestiones que les lleva a asentir y a concluir con un “convengo en ello, maestro”. Él pregunta y, como quien no quiere, guía las respuestas de los jóvenes. Es un buen método, mejorable, eso sí, como cualquier método. Lo importante es que el profesor trata de enseñar a pensar, a plantear interrogantes, a dudar, incluso de lo aprendido, aunque quizá no de cuanto él da por hecho. En definitiva, para sus alumnos es más provechoso que les muestre u ofrezca opciones, variables, preguntas, que afirmaciones discutibles, en todo caso.
domingo, 25 de octubre de 2020
Cuando crezcan (luego, ya nos veremos)
<<Cuando crezcan seré libre.
Cuando crezcan podré volar.
Cuando crezcan iré a tu lado.
Cuando crezcan, mañana.
Hoy, eres un instante,
un deseo constante,
un reflejo pasajero,
una idea peregrina.
Hoy, eres eso y más,
bajo cielo gris,
sobre piedra mojada...>>
—primera secuela de Informe sobre Diez dedos sin uñas—
Aquellos versos incompletos que encontré y leí en la puerta de la celda donde pasó sus últimos días, me hicieron pensar en varias opciones. Me pregunté si se refería a alguien en particular y, de ser así, quién sería. También pensé si los habría escrito él y si hablaban figurado o aludían a un concreto como las uñas, las vides o las alas. Aunque lo dudo. Dudo que a humano nacido de mujer le puedan crecer alas, salvo en sentido figurado. Por suerte o desgracia, no somos aves y de serlo, posiblemente, seríamos avestruces, esconderíamos la cabeza y mantendríamos las patas en el suelo, quizá por miedo a volar o por falta de ganas. ¿O seríamos gallinas, buscando provecho y picoteando entre nuestra inmundicia? ¿Tuvo miedo? ¿Y qué, si lo tuvo? ¿Cambiaría algo, ser avestruz o gallina?
<<Desde el adiós del último humano libre de condicionamientos económicos, morales, políticos y sociales, hemos vivido diferentes épocas y circunstancias, pero en todas ellas coincide que un gran número acepta su papel sin mostrar inquietudes que trastoquen ideas y búsquedas, ya sean de seguridad y placer, en unos, o de subsistencia y supervivencia, en otros. No hay necesidad de tenerlas, se han perdido o se han eliminado, quizá nunca hayan existido, o puede que unos pocos todavía las tengan o sueñen tenerlas. Por eso no me sorprende que hoy aceptemos la estupidez no reconocida, pero que existe y se extiende, a riesgo de condenar al destierro a quien no la acepte y la asuma. Eso, en el mejor de los casos. La pérdida de identidad e incluso de la vida pueden ser otras penas impuestas por un orden que silencia su deshumanización con seducción y dormideras. Pero su corrección moral impuesta y su control disimulado son inmorales, tanto en su imposición como en su afán de culpabilizar o, como ha sido mi caso, convertirme en culpable solo por haber osado contradecir y contradecirme. Por no asentir, soy señalado y veo amenazado mi derecho a disentir, a no querer ser un memo o a serlo a mi manera...>>
Resulta ingrato indagar cuando sabes que apenas encontrarás nada. No tengo opciones, las pruebas, si alguna vez las hubo, han desaparecido. Este fragmento es lo único que logré recuperar de la trituradora del juzgado el día después de la sentencia. Eso y un trozo de cartílago, supongo que de una oreja humana, posiblemente de hombre adulto, aunque ignoro a quién pertenecía. Quizá a un despistado o puede que a un desgraciado que cayó en manos equivocadas, sobre todo para él. Puede que fuese ambos, puede que fuese el idiota que pagó por una curiosidad que creía gratuita. La verdad, no me importa. Yo tengo las mías en su sitio. Lo que me preocupa y molesta son los meses que llevo sin avanzar. Ya son veinte este año de setecientos treinta días, y solo faltan cuatro para que concluya el curso y mi salud se agote. Otros en mi situación, perderían el tiempo con disyuntivas o preparando una excusa plausible. Yo no puedo, carezco de inventiva. Mi única oportunidad es seguir dando tumbos hasta que me golpee por última vez o encuentre algún hueco por donde colarme y seguir. Pero adónde me llevará, lo ignoro. También ignoro por qué no me permitieron presenciar las sesiones del juicio, salvo la primera, cuando citó aquello de <<Vivimos y morimos racional y productivamente. Sabemos que la destrucción es el precio del progreso, como la muerte es el precio de la vida, que la renuncia y el esfuerzo son los prerrequisitos para la gratificación y el placer, que los negocios deben ir adelante y que las alternativas son utópicas. Esa ideología pertenece al aparato social establecido; es un requisito para su continuo funcionamiento y es parte de su racionalidad>> ¿Qué quiso decir con eso?
Informe del inspector ~. Extracto del memorándum “Día, sí, y otro también, la investigación no va bien“.
P.D: Volver sobre pasos dados, quizá haya pasado algo por alto. Disyuntiva con la que otros perderían el tiempo: yo tomaré el whisky en el “Luces rojas” y buscaré una vez más en Archivo. Investigué la autoría de la cita. Es de Herbert Marcuse, de su obra El hombre unidimensional, aunque todavía no comprendo cuál es su significado, si tiene uno, varios o ninguno.
Continúa en Ya nos veremos
sábado, 24 de octubre de 2020
El festín de Babette (1987)
jueves, 22 de octubre de 2020
Ready Player One (2018)
Pero no es el caso de esta distopía de Steven Spielberg, que apuesta por la tecnología y la cercanía con el presente —un entorno conectado que ha perdido el contacto y su conexión con el espacio real— para dar forma a sus dos mundos, el físico y el virtual. El realizador desarrolla, sin salirse de los límites de lo ya transitado por él y por otros, la historia de buenos y malos, el sota, caballo, rey en el que los primeros luchan por la libertad de su Oasis. ¿Pero de qué libertad me habla Spielberg? ¿Y de qué vergel en medio de qué desierto? En realidad, la película quiere ser moderna volviendo su mirada hacia el pasado, pero solo consigue ver el mito de una cultura de consumo que el propio director ayudó a asentar. Lo prioritario de este tipo de película es que sea un éxito de taquilla, pues alguien como Steven Spielberg necesita seguir siendo rentable, para así poder embarcarse en proyectos más sustanciales, como El puente de los espías (Bridge of Spies, 2015) o Los archivos del Pentágono (The Post, 2017). Spielberg borda este tipo de cine infantil y juvenil o cine destinado al público infantil de cualquier edad. Parece que enciende el motor, pisa el acelerador de partículas de flujo y deja que la acción se traslade a una vía muerta, transitada con anterioridad, una que todos conocemos y que a algunos puede cansar recorrer. ¿Le cansa también a él? Lo ignoro, pero lo que propone provoca reacciones dispares, según el tipo de público: conexión y ritmo, para quien la descubra novedosa; y aburrimiento, para quien encuentre repetición, doble ración de tópicos y las mismas pautas que se descubren en tantas películas que emplean los efectos especiales para ofrecer un atractivo inexistente en tramas y personajes.
miércoles, 21 de octubre de 2020
Informe sobre Diez dedos sin uñas (precuela de cuando crezcan)
Ahora que, como ayer, la libertad de cualquier tamaño, tipo y expresión igual suena utópica que a chiste (borrar del informe oficial), me viene a mi memoria fotográfica el discurso que L promulgó ante tres personas. Era lo esperado, un vacío casi absoluto, pero a L la ausencia de audiencia no le desanimó, todo lo contrario. Tomó entre sus manos su trompeta y sopló hasta que el sonido del instrumento provocó que dos de los presentes tapasen sus oídos. Pero a él apenas le importó, llevaba puestos sus tapones de cera y había conseguido el efecto deseado, contundente y molesto.
—K tuvo un sueño, yo tengo una pesadilla en la que Z dice A, y X piensa B, propina una patada a D y C le salta encima a H, que es muda. Salvo esta que no puede, el resto se pronuncian en los tres o cuatro insultos que se dicen en hogares, casas, pisos franco, fiestas de pijamas, en un debate televisado o en las redes, según el día, la hora y la variación de la alucinación. —La voz de L era poderosa, su tono seductor y sonaba natural—. Siempre cruzo los dedos, para que no llegue la sangre al abecedario, y entonces despierto sobresaltado, empapado en sudor, y me digo que se nos ha ido de las manos; que en lugar de relajar el tono y entablar diálogo, algo que apenas se ha hecho hasta el momento, combinamos letras, presumimos de faltas ortográficas y gritamos al tiempo que pataleamos y asumimos que el criterio de muchos, si coincide con el nuestro, es la única verdad posible.
—¡Fueraaaa! —le invitó uno de los asistentes.
—Vale, esto es humano —quitó hierro L.
—¡También el absolutismo! —exclamó quien se dejó las uñas largas para rebanar pescuezos.
Pero aquel otro, el tercero, se comió las suyas al observar una involución vertiginosa que le llevó a comentar que <<tarde o temprano, tocará fondo>>.
—Que colisione catastrófico o suave y razonable aún depende de varios factores —dijo bien claro, pero lo siguiente lo susurró en arameo.
Soy consciente de correr el riesgo de perder parte de la información, menos me importa no encontrar el tono dramático y poético, de modo que disculpen sus señorías las posibles limitaciones de mi traducción o interpretación del original. Expresado esto, recuerdo que logré leer sus labios desde la distancia. Me encontraba encerrado en una cabina, de tamaño reducido y camuflada detrás de una barra de bar, donde no vestía traje, ni camiseta, ni pantalón... Lo cierto es que allí dentro hacía un calor infernal y no puedo asegurar que los movimientos labiales formasen estas frases que, por gracia o desgracia de la memoria fotográfica selectiva y de mi versatilidad lingüística, transcribo tal cual llegaron a mis ojos.
<<En nuestro día a día, en nuestros pequeños mundos y en la suma de uno más grande dudo de los absolutos ideológicos y categóricos; de las ideas perfectas y de quienes las proclaman únicas. Además, en nuestras relaciones cotidianas aún tenemos margen para no ser entes que asumen y presumen inteligencia cuando, las más de las veces, resultan violentos e irracionales en su presunción de racionalidad>>.
Tiempo después, cuando le vi consumirse en la hoguera, supe que no lo expresó a viva voz porque era consciente de que nada de lo que dijese sería escuchado o, de serlo, lo sería para buscar el error en sus palabras. Eran prejuicios, los suyos, cierto, ¿pero quién puede juzgarlo por ello? Lo suyo era permanecer en la sombra, escribiendo monólogos y discursos para otros, como era el caso. En realidad, callaba más de lo que decía L, pensador en sus ratos libres y orador el resto del tiempo. “Diez dedos sin uñas” sospechaba que la mayoría de los discursos, también los escritos por él, eran iguales, aunque quisieran pasar por distintos. A él todo le sonaba a clichés adquiridos a granel, posiblemente en un mercadillo o comedor universitario, quizá asumidos de los consejos maternos y paternos o en aquel cursillo intensivo que M había impartido a niños, niñas y adultos a quienes les salían sarpullidos de solo pensar en leer una oración compuesta.
—A continuación os diré algo que pensé anoche —informó L, más adelante supe que otro lo había pensado antes que él—. <<Las personas reflexivas percibieron que, cuando la sociedad es el tirano (la sociedad colectivamente, más allá de los individuos aislados que la componen) sus medios de tiranizar no se limitan a los actos que pueden llevar a cabo mediante sus funcionarios políticos. La sociedad puede ejecutar, y lo hace, sus propios mandatos; y si dicta mandatos errados en lugar de razonables, o mandatos que se entrometen en cosas en las que no debería mezclarse, lleva a la práctica una tiranía social más formidable que muchas clases de opresión política, porque, si bien no se apoya en sanciones tan excesivas, deja mucha menos vías de escape, penetra mucho más en los pormenores de la vida y llega a esclavizar incluso el alma>>1
Aunque me gustaría, no pienso rascarme la pierna, lo que deseo es aclarar que aquel extraño de dedos sin uñas escribió en la arena que los concurrentes y el público desde sus casas no eran inocentes; aunque fueran víctimas, en ocasiones también eran victimarios. En ese instante, pensé que se trataba de un subversivo y que algunos, más de los que imaginaba, asumían ser la espada del pensamiento, de la cultura, de la libertad, ¿pero en qué se diferencian de los más justos e intolerantes?
Quienes no dudan suelen serlo, me digo al recordar la imagen y la voz de L (omitir en el informe final). Lo veo haciendo aspavientos, típicos en las reuniones y masificaciones, y exclamando a los cuatro vientos que el ser humano rechaza la injusticia. Observé que su oyente sin uñas reía, aunque solo yo percibí su risa. Supuse que temía ser linchado en la plaza del pueblo, o allí mismo, en el interior de la carpa que los operarios del ayuntamiento habían levantado por orden de la antigua comisión de fiestas, en aquel momento renombrada “de guardar para más adelante“.
“Diez dedos sin uñas” comentó a su igual/desigual más cercano que sospechaba de la propia humanidad, de nuestra supuesta capacidad racional. Escuché visualmente como le decía que la racionalidad puede ser irracional, y lo irracional puede pasar por racional. De hecho, añadió que eso conllevaba la posibilidad de ser injusto y justo al mismo tiempo y en una acción determinada, que plantearía la duda de si se es o no consciente de cuál de las dos opciones se asume, con quién y a quién afecta de un modo u otro...
—Lo humano —retomó su pensamiento, ignoro si donde lo había dejado— transita por el mundo sometiendo y dejándose someter. Existe en grupo y en sus pocos ermitaños, en Quijotes, ilusos y locos, pero nadie escapa a las garras de nuestras limitaciones como individuos y conjunto, que corre el peligro de acabar en masa.
—¡Estoy aquí para hablaros de vuestra miseria! —exclamó L, cuando acabo de leer los apuntes que ocultaba entre sus fotos promocionales— ¡He venido a guiaros! ¡He llegado hasta aquí para recordaros vuestro malestar! ¡Y que desaparezca o no desaparezca, está en vuestras manos y en las mías, si me dejáis señalaros el camino! ¡Vengo a vosotros con los brazos abiertos! ¡Para plantearos vuestra libertad e invitaros a bailar conmigo!
Cuando tuve ocasión de echar un vistazo a su diario, supe que “Diez dedos sin uñas” no se fiaba de curanderos ni de guías, ni de bailones ni de héroes unidimensionales y luminosos. Los más le disgustaban <<porque no dudan y si no dudan no se plantean alternativas ni ideas que difieran de las que les mueve, que suelen coincidir con las establecidas, con las suyas, con su moral y su “políticamente correcto“, al que se suman gustosos porque encaja dentro de su gusto>>. <<Si lo hacen inconscientes o de manera deliberada, lo ignoro>>, así lo dejó escrito en la décima página de su libreta. En la quinta, aparece lo siguiente: <<pienso que todo salvador y salvadora cree estar en posesión de verdades absolutas, lo cual los vuelve intransigentes, e incapaces de sentir más alla de su limitada capacidad emocional, puesto que sin (re)plantearse a sí mismo, y el por qué de imponer su intención redentora, cae en el sinsentido, pierde la contradicción que lo humaniza y elimina aquella parte de sí que podría ayudarle a conocerse y a conocer parte de lo mucho que ignora>>.
Finalmente, después de intentar descifrar las palabras que había bajo varios tachones y manchas de sangre, desistí, no sin antes grabar en mi memoria que <<negarse a oír una opinión porque se está seguro de que es falsa es presuponer que la propia certeza es absoluta>>2 y <<esto imposibilita el desarrollo de un abecedario plural que combine y evolucione, que no se deje arrastrar por estereotipos, dictadores o personajes que se convierten en abanderados de un impuesto perfecto del que conviene recelar y huir...>>
Informe del Inspector ~. Extracto del borrador de la entrada 3.71, de la jornada octava del mes vigésimo del año después del anterior.
P.D: Los de Archivo no encuentran el dossier sobre el juicio de “Diez dedos sin uñas”. Nadie sabe o quiere responder por qué “Diez dedos...” aceptó trabajar para el actual “gran bailón” (suprimir en el informe oficial). Revisar las opiniones personales y omitir alusiones directas que puedan ser malinterpretadas. Y, para que conste en acta, los entrecomillados señalados con subíndices 1 y 2 pertenecen a la obra De la libertad, de John Stuart Mill.
Continúa en Cuando crezcan
martes, 20 de octubre de 2020
Me enamoré de una bruja (1958)
lunes, 19 de octubre de 2020
The Space Children (1958)
Con una especie de cerebro luminoso, en realidad son varios de distintos tamaños (para generar la sensación de poder y crecimiento continuo), Jack Arnold ya tiene los efectos especiales necesarios para realizar su film de ciencia-ficción. Lo demás, lo más importante, corre a cargo de su pericia narrativa y de su capacidad para generar atmósferas inquietantes con el apoyo del fondo musical, del medio árido y costero donde desarrolla la trama de The Space Children (1958) y la quietud de los niños a los que hace referencia el título. Arnold es un experto en economía de medios. Sabe, a fuerza de experiencia en la serie B, que no por mucho gastar se hacen mejores películas. Ahí están El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) y La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954) para constatar que no necesita millones para entretener e incluso plantear cuestiones existenciales y circunstancias preocupantes en su época, como las planteadas en este film. El contexto histórico es fundamental para la gestación de la película, puesto que queda determinada por la guerra fría, con su carrera armamentística y espacial. Por aquellos años, finales de los cincuenta, se mantenía el equilibrio inestable entre las dos superpotencias que competían por imponer su control y sus economía. También jugaban al desarrollo de arsenales nucleares y satélites de posible uso militar, la conquista de la Luna se haría esperar una década, y el temor era una de las fichas a mover. El miedo, por otra parte justificado en la realidad sufrida por Hiroshima y Nagasaki en 1945, generó varias posturas, tanto en las artes, como en la política o en la vida cotidiana.
Arnold se decantó por la coexistencia pacífica y advirtió del peligro que suponían las armas de destrucción masiva. Lo hizo en poco más de una hora, a través de esos niños y del cerebro alienígena que llega a la tierra para evitar el lanzamiento del satélite con ojivas nucleares. Se trata de un arma disuasoria, para asustar al enemigo e impedir que haga cualquier movimiento en falso, pero los alíen y los niños parecen preguntarse quién mantiene a raya a la potencia que pretende disuadir. La cuestión se resuelve dejando que los niños, con la colaboración telepática y energética del extraterrestre, actúen lejos del control paterno, puesto que sus mayores son los responsables del ahora; ellos lo son del mañana que pretenden salvar...