lunes, 19 de octubre de 2020

The Space Children (1958)



Por un paisaje desértico que corre junto al mar descubrimos el automóvil en el que viajan los Brewster, una típica familia de clase media estadounidense. El padre (Adam Williams), ingeniero, y la madre (Peggy Webber), ama de casa, junto sus dos hijos, Bud (Michael Ray) y Ken (Johnny Crawford), se dirigen a la base militar donde se prepara el lanzamiento del cohete que pondrá en órbita el Thundered. El padre ha sido enviado para que colabore en los últimos preparativos, pero antes los acomodan en su nueva casa y les presentan a sus nuevos vecinos. Allí, viven en caravanas no muy diferentes, salvo por el tamaño, a las casas prefabricadas de los barrios residenciales donde habrían vivido antes de instalarse en esa franja costera donde todo es idílico, salvo que no lo es. Algo extraño pasa. Los niños han visto una luz en el cielo y un objeto que los ha transformado. Ahora parecen dominados por algo o alguien que controla sus cerebros y que les utiliza para sus fines. ¿Cuáles?

Con una especie de cerebro luminoso, en realidad son varios de distintos tamaños (para generar la sensación de poder y crecimiento continuo), Jack Arnold ya tiene los efectos especiales necesarios para realizar su film de ciencia-ficción. Lo demás, lo más importante, corre a cargo de su pericia narrativa y de su capacidad para generar atmósferas inquietantes con el apoyo del fondo musical, del medio árido y costero donde desarrolla la trama de The Space Children (1958) y la quietud de los niños a los que hace referencia el título. Arnold es un experto en economía de medios. Sabe, a fuerza de experiencia en la serie B, que no por mucho gastar se hacen mejores películas. Ahí están El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) y La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954) para constatar que no necesita millones para entretener e incluso plantear cuestiones existenciales y circunstancias preocupantes en su época, como las planteadas en este film. El contexto histórico es fundamental para la gestación de la película, puesto que queda determinada por la guerra fría, con su carrera armamentística y espacial. Por aquellos años, finales de los cincuenta, se mantenía el equilibrio inestable entre las dos superpotencias que competían por imponer su control y sus economía. También jugaban al desarrollo de arsenales nucleares y satélites de posible uso militar, la conquista de la Luna se haría esperar una década, y el temor era una de las fichas a mover. El miedo, por otra parte justificado en la realidad sufrida por Hiroshima y Nagasaki en 1945, generó varias posturas, tanto en las artes, como en la política o en la vida cotidiana.

Arnold se decantó por la coexistencia pacífica y advirtió del peligro que suponían las armas de destrucción masiva. Lo hizo en poco más de una hora, a través de esos niños y del cerebro alienígena que llega a la tierra para evitar el lanzamiento del satélite con ojivas nucleares. Se trata de un arma disuasoria, para asustar al enemigo e impedir que haga cualquier movimiento en falso, pero los alíen y los niños parecen preguntarse quién mantiene a raya a la potencia que pretende disuadir. La cuestión se resuelve dejando que los niños, con la colaboración telepática y energética del extraterrestre, actúen lejos del control paterno, puesto que sus mayores son los responsables del ahora; ellos lo son del mañana que pretenden salvar...

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