miércoles, 30 de abril de 2025

Goldie Eighties (1986)

No hay género que me resulte más irreal y fantasioso que el musical, también es el más artificioso y falso, aunque, bien llevado, permite mayores libertades expresivas y creativas que otros, como demostraron Vincente Minnelli y Stanley Donen, incluso Alain Resnais en On connaît la chanson (1997) o Jacques Demy en Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964); pero, si quien lo intenta se despista o no sabe adónde se dirige o cómo llegar, resulta el más aburrido, arrítmico y pesado de los géneros, tal vez a la par del peor melodrama lacrimógeno y soporífero. En realidad, lo habitual es que consiga esto último, sin lágrimas, aunque no persiga serlo, y que la película de turno cobre su forma en una sucesión de situaciones ridículas entre las que van dejándose escuchar y ver las canciones y coreografías que, en su mayoría, rompen el ritmo y suenan repetitivas. Aunque nos digamos libremente creativos, nuestra creatividad encuentra sus límites entre aquello que ya existe y las ideas que perseguimos, a veces las que nos imponen sin que seamos conscientes, como sucede a aquel incansable animal de tiro que persigue la zanahoria que, solo cuando cumpla lo que se espera de él, tal vez, podrá saborear hasta que de nuevo vuelva a correr detrás de otra…

Dos ejemplos dispares de grandes musicales son Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, Stanley Donen y Gene Kelly, 1952) y Empieza el espectáculo (All that Jazz, Bob Fosse, 1979); y uno de lo contrario lo encuentro en este título de Chantal Akerman, una cineasta que, caminando pasos ya dados por otras y otros cineastas, por ejemplo por Susan Sontag —autora de tres películas— y Agnès Varda, cuya obra cinematográfica encuentro más sincera en las emociones que me genera, no domina el género, a pesar de que su cine, a priori, encajaría perfectamente su “falsedad” en la del musical. La realizadora belga crea en Golden Eighties (1986) una película de zombies de centro comercial, claro que distinta a la que George A. Romero estrena por aquella misma época —Zombie (Day of the Dead, 1985)—, una época que anuncia la llegada del periodo más consumista, comercial y alienado del siglo XX y de lo que llevamos de XXI. Akerman atrapa a sus personajes en un santuario comercial donde, como no podía ser de otro modo, el culto es a la apariencia estética y a la compra-venta. En el que la directora recrea (en estudio). Allí, nadie paga ni cobra. ¿Para qué?, si es un sueño. Allí, la mayoría canta; mientras que en los centros de su realidad contemporánea todo se vende y se publicita, reduciendo parte del mundo a un único reino: el del consumismo cotidiano, más o menos como el que ha heredado nuestra actualidad, que lo ha hecho presente las veinticuatro horas del día, incluso cuando dormimos o tal vez incluso durante los pocos minutos en los que despertemos…

Por aquel entonces, cuando Akerman rueda su musical, nuestra inteligencia todavía presumía de ser humana y buscaba, entre otras quimeras, la materialización de la idea de felicidad en el consumo. A mayor consumo, quien más compra, más feliz. Esa es la máxima que se impone en los dorados ochenta, que empiezan en la década anterior, y marcará el devenir posterior y el constante bombardeo de señales visibles e invisibles que nos indiquen, ya sin apenas disimulo, qué hacer, qué decir, cómo comportarse, cómo ser útiles al sistema de consumo,… en definitiva, como ser feliz pensando que nos liberamos, pero siendo igual de esclavos que antes y, probablemente, que después. En los dorados ochenta a los que alude el título de Akerman ya prima la estética de superficie que nace por y para las ventas: compra tu felicidad, tu hermosura, tu eterna juventud, incluso tu bondad… Ese consumo, el vivir en la comercialidad, es la nueva finalidad que se persigue y se impone descaradamente desde la segunda mitad de siglo XX, la que se asienta como nueva realidad, aunque todo en ella no deje de ser una mentira más, de tantas que nos han hecho creer. Las modas, que no son invención de entonces ni de ahora, sino de mucho antes, se agudizan y se precipitan, y con ellas su frivolidad y su condición efímera. Ya los Warhol y tantos otros paladines del nuevo gusto popular, en el que las latas de tomate y los consejos publicitarios se desarrollan obedeciendo a la nueva “necesidad” de que el mercado siempre esté en marcha y el centro comercial lleno hasta la bandera de personas, tal vez lejanas a los personajes que campan por la película como si estuviesen atrapados ahí o no existiese otra vida fuera de esos pasillos, tiendas y escaparates… ¿Qué vida hay fuera del centro comercial? ¿Una igual de anodina y forzada? ¿Ninguna y todo se reduce a ese espacio donde Akerman habla de amor y desamor? ¿De ser mujer, de perseguir sueños y seguir adelante, aunque aquellos no se cumplan, en busca de la felicidad? Pero ¿cuándo se cumple un sueño, si en la realidad dejan de serlo? ¿Y cómo perpetuar la felicidad, cuando está solo es un estado efímero, intermitente, tal vez solo un sueño siempre condenado a desaparecer? Como cualquier película, Golden Eighties es una representación, pero esta es forzada por la cineasta hasta límites que, personalmente, me sacan fuera de ese supermercado que le sirve de escenario y, como en tantas ocasiones, durante el metraje me desentiendo de Mado, Robert, Lili o Jeanne y les deseo que encuentren la felicidad que Akerman quiera concederles…



martes, 29 de abril de 2025

Leyendo a Thompson

Hasta la de ayer, no recuerdo cuando fue la ultima vez que me acosté la jornada previa para levantarme en la después, pero no está mal acostarse antes, a eso de las diez y media me encontraba entre las sábanas, y levantarse al día siguiente sobrado de energía, dispuesto a medio descargarme y convencido de una siesta de puro placer, pues me gustan estas y no las reparadoras, después de comer. No os eché de menos, tampoco vosotros a mí, ni me preocupó la desconexión, más bien lo contrario, pues soy un tipo bastante indiferente respecto a lo que suele ser tema de especulación y de portada, que en ocasiones devienen en lo mismo: preocupación forzada y tendencia señalada. Lo que sí noté, a diferencia de otros días soleados, en mis horas de pasear a mi manera, mochila a la espalda y libro en mano, el de ayer Los timadores, del gran Jim Thompson, fue la cantidad de gente que, sin ser peregrina, me encontré a cada paso. Algunas caminaban guiando o guiadas por sus perros, de uno casi piso su mierda sobre la acera, otras también llevaban mochilas o bolsos, no recuerdo a ninguna con libros abiertos, pero sí algunas con sus bebés. Las había despreocupadas y quienes charlaban sobre la preocupación del día; de sus palabras sueltas, las que me llegaron, supe que ninguna sabía nada y que por ellas hablaba la duda, el miedo, el verse expulsadas de la rutina y, sobre todo, el gusto humano de hablar por hablar. Todas ellas paseaban o abarrotaban parques y terrazas de los bares; pero la sorpresa más agradable no fue sentir tanta vida callejera, que alegraba el día, ¿o era este, con su calidez y su azul, el que nos daba alegría?, sino descubrir en ella, en la distancia en la que ya me era imposible distinguir más que figuras sin rostro ni rasgos, a un grupo de adolescentes jugando al brilé —juego que, desde mi niñez, no veía practicar en la calle. Entonces pensé, empujado por la inexplicable y obsesiva manía que tienen nuestros cerebros de crear imágenes y buscarles significado, que todavía había esperanza para ellos y para nosotros, incluso para los dos o tres jóvenes y los seis agentes que les cacheaban en la acera de enfrente de una de las calles que transitaba. No fue mi único pensamiento, pues, aunque os sorprenda, mi mente me genera alguno más, así que pedí disculpas a Thompson, no al del modelo, sino al coguionista de Atraco perfecto (The Killing, Stanley Kubrick, 1956), y, en intermitencia, me alejé de las preocupaciones de Roy, Lilly y Molly, para situarme en la realidad de fuera. De nuevo, pensé en lo hermoso que es lo insignificante (en apariencia), en que debería apagarse más veces el mundo tecnológico, en lo higiénico que resulta esquivar las cacas que no se recogen y en lo saludable de recargarnos las pilas en conversaciones, paseos, libros, juegos y sueños…



lunes, 28 de abril de 2025

Capitanes de abril (2000)

La dictadura portuguesa (1926-1974) surge tras el golpe militar del 28 de mayo de 1926. Se impone un régimen de tendencia fascista, inspirado en el de Mussolini en Italia, en el que Antonio de Oliveira Salazar va cobrando importancia. En 1928 es nombrado ministro de Finanzas y en 1933 se erige en el líder absoluto, cuando instaura el Estado Novo que se prologa durante cuatro décadas, hasta abril de 1974, sin que nadie haga o pueda hacer nada para derribar su dictadura. Finalmente, ya sin Oliveira Salazar, fallecido en 1970, y cuando el régimen se encuentra debilitado de muerte, apenas alguien da su apoyo a un sistema que ni siquiera el grueso del ejército simpatiza con él, pues su impopularidad se agudiza debido a la guerra colonial, entre 1961 y 1974. Son nuevos tiempos, son nuevas generaciones. El Estado Novo es viejo y está obsoleto, apenas respira, su poder ya carece de terror que lo sustente; ni siquiera los capitanes del ejército moverán un dedo para defenderlo, pues ahora son parte de una oposición que, hasta entonces silenciosa y clandestina, sale a la calle entre el 24 y el 26 de abril para poner fin a casi medio siglo de dictadura; tal como recrea Maria de Medeiros en su primer largometraje como directora: Capitanes de abril (Capitães de abril, 2000), una película realizada en régimen de coproducción que le permitió su elevado presupuesto y la presencia de un reparto internacional para recrear los hechos acontecidos entonces. El 25 de abril de 1974, se desata la Revolución de los Claveles, que pone punto y final al totalitarismo que Antonio Salazar había liderado hasta su muerte; en realidad hasta que cayó enfermo en 1968. Nadie logró echarlo, pero la agonía del régimen era una realidad que apuntaba su final, aunque cabe recordar que toda agonía totalitaria conlleva un incremento de su violencia, reflejo de su miedo y de su impotencia para perpetuarse. Ese 25 de abril, Portugal sale de su letargo en busca de liberarse y lo hace dando ejemplo pacífico, florido y musical cuando suena en la radio y en las calles Grândola Vila Morena de Jose “Zeca” Afonso, es la señal del inicio, de que no hay vuelta atrás…. Ambos, canción y autor, se convierten en mitos y en símbolos de la libertad de un pueblo que invita a otros a hermanarse y ser libres. Un año y medio después, en noviembre de 1975, la península ibérica quedaría libre de dictadores. Como dicen en mi tierra: <<non foi sen tempo>>…





domingo, 27 de abril de 2025

Risco e O porco de pé

Relendo algúns dos fitos da literatura galega do século XX, sen a obriga de cando neno na escola ou no instituto, reencóntrome co O porco de pé (1928), de Vicente Martínez Risco, que <<foi quizabes […] quen cos seus coñecementos e sabedoría influíu máis no seu tempo para unha posta ó día da literatura galega.>> (1). E sen apenas lembrar o seu contido, abro o libro e dígome imos botar unha risada con este escritor ourensá que non fai grupo, aínda facendoo, xa que, aparte de ser moi seu, é un dos intelectuais fundamentais do Grupo Nós, responsable dun segundo Rexurdimento da cultura e literatura galega. Dicía Blanco Amor, que foi alumno de Risco e tamén o autor dunha das cumes narrativas da literatura galega (A esmorga), que <<La generación Nós revela a los tres grandes creadores de la lengua gallega moderna: Castelao, Vicente Risco y Otero Pedrayo. La gran ciudad es para esta generación una visión, en totalidad, de la cultura, eso que los alemanes llaman “cosmovisión”. Sin dejar de ser esencialmente gallegos, en vida y obra, en nación y vocación, se deslocalizan y parten, o parten, de lo local a lo general: no hay otro modo de hacer universalismo.>> (2) Certo, xunto aos Castelao, López Cuevillas ou Otero Pedrayo (e aos Leandro Carré Alvarellos e Ánxel Casal na edición), Risco e a súa obra son imaxes no que se atopa e mira o galeguismo do século XX. Pero nesta sátira súa, máis que rir, pois para el trátase de algo moi serio, penso que ridiculiza pola necesidade de enfatizar a extrema realidade materialista que imponse e domina o seu tempo, presente e futuro, xa o noso pasado, mais tamén a día de hoxe atópase aí. Aínda que pasasen case cen anos dende a publicación da novela, cabe matinar cos tempos non cambiaron tanto como canta Bob Dylan na década de 1960 e os de don Celedonio e os nosos sexan máis similares do que adoitamos maxinar, pois estes son fillos ou netos dequel e comparten a súa “xenética” e o seu amor polos billetes. Ambos son de encher o bandullo á conta de calquera outra cousa, mesmo dos principios, da intelixencia, da solidariedade, do esforzo, do bo facer, do amor polas cousas cotiás e pola sinceridade de canto se fai…


<<A historia contemporánea non fai máis que andar dando voltas arredor do paquete intestinal e do seu veciño de abaixo. A providencia de Paulo Osorio, os factores ideolóxicos de Kant e de Hegel, os factores xeográficos de Ratzel, os valores de Windelband, xa non interveñen na evolución da humanidade. Agora moven o mundo o factor gástrico e o factor xenésico. Ollade os grandes símbolos de Spengler: o Camiño, o Corpo isolado, a Cova, o Espacio infinito, das grandes culturas exipcia, antiga, arábiga e occidental… Agora o símbolo e o supertango… Na súa interpretación abdominal da historia, Carlos Marx trabúcase para outros tempos, mais atinou para os de agora, por nacer no tempo da Banca e da Bolsa… Dito está que hai tres mundos: o Mundo Espiritual, o Mundo Anímico e o Mundo Material. A estes tres mundos corresponden as tres almas do home, que Platón puxo respectivamente na testa, no peito e na barriga. Se reparades na historia, veredes que hai tempos en que a testa goberna, outros nos que manda o peito, e outros en que vence a barriga: as primeiras son as épocas científicas, as segundas as épocas heroicas, as terceiras as épocas comerciais e industriais. Nos séculos últimos emprincipiou na Euroamérica a Era da Barriga, e as dúas columnas do Templo chámanse Avaricia e Luxuria: a primeira representa o Coagula, e a segunda o Solve da alquimia transcendental>>, (3) pon Risco en boca de Alveiros.


Sen dúbida, común a ambos momentos, o noso e o seu, é que polos dous andan porcos de pé ou iso faíme pensar leer a Risco e dar unha volta rápida pola actualidade. Con todo, no primeiro tercio do relato, sinto certa irregularidade na conexión que establezo co texto, froito dunha carencia da miña lectura, a que as veces vótame fora e otras atrápame nel, mentras avanzó e vou coñecendo e quedando atrapado no mundo de don Celedonio e do doutor Alveiros, persoaxe que resulta a imaxe do humanismo que acaba por renderse e perderse entre as tentacións do diaño e os tempos que corren na cidade de Oria (reflexo satírico do seu Ourense natal) onde Risco sitúa ás caricaturas que lle permiten falar deses aspectos que sinalan o conflito entre o representado por don Celedonio, incapaz de calquer atributo que non sexa o seu amor polos cartos, e Alveiros, o pensamiento humanista e racional que non ten cabida nese presente nin no noso. Entón dígome que o autor ten algo de Erasmo: humanista, irónico, lúcido no seu mirar o mundo, capaz de pensalo e de expresar a súa idea del mediante o humor satírico que non deixa monicreque con cabeza. Por outra parte, deíxame coa case certeza de que non só en Oria hai porcos de pé, sentados, tumbados, agachados… e máis estirados; tamén aquí hainos. Despois desta sucesión de posibles, curta en comparanda coas numeracións que fai Risco para reflexionar sobre o Poder e enfatizar a súa broma que ten como diana a sociedade urbana e mercantil, cuxo Deus é o diñeiro, como deixa constancia o narrador entre as páxinas 98 e 100. Penso na boa intención do escritor ao satirizar sen caer na parvada ao críticar a civilización occidental, a do urbanismo, modernismo, capitalismo, comunismo, porquismo…

(1) Anxo Tarrío Varela: Literatura Galega. Aportacións a unha historia crítica. Edicións Xerais de Galicia, Vigo, 1994.

(2) Eduardo Blanco Amor: Entrevistas con E. Blanco-Amor (edición de Victoria A. Ruiz de Ojeda). Editorial Nigra, Vigo, 1994.

(3) Vicente Risco: O porco de pé. Editorial Galaxia, Vigo, 1995 (cuarta edición, 2001).

viernes, 25 de abril de 2025

Perfect Days (2023)



A veces, buscando en los clásicos del pasado o contemporáneos, uno puede hallar la inspiración y la modernidad para su propia obra, una modernidad que defino como aquello que carece de tiempo de caducidad y de la necesidad de hacer notar que va por delante, tal vez porque no tiene prisa o por ser consciente de que adelantarse al tiempo es imposible, solo una frase hecha que gusta emplear o la impresión de adelanto, que suele ser el reflejo de la ignorancia común, la que se sorprende con lo que considera original o novedoso, aun no siéndolo, salvo en su desconocimiento o en la ilusión de ir por delante. En todo caso, lo expresado solo es parte de una idea propia y, como Hirayama (Kôji Yakusho) dice a su sobrina Nico (Arisa Nakano), <<este mundo está hecho de mundos diferentes>> y no todos tienen que coincidir, solo aprender a coexistir. Moderno, en cine, podría ser algo así como el de Yasujiro Ozu, que expresa y deja fluir en sus películas, contenidas, sencillas y en apariencia serenas, las emociones, los sentimientos, las relaciones y las pequeñas cosas que dan forma a la cotidianidad, que es el marco de nuestras existencias, nos guste, nos disguste o nos resulte ya indiferente, y que corren el riesgo de ser pasadas por alto, porque hoy prima el “más ruidoso y sangriento todavía”, el humor más anodino, el chiste fácil, el culto generalizado a la apariencia y a las cremas antiedad o, dicho de otro modo, la divinización de la eterna juventud, tal vez por aquello de “juventud, divino tesoro”. No le niego su valor ni su esplendor, pero el verdadero tesoro, al menos el más grande que poseemos los humanos, aparte de todo lo que nos dieron los romanos y de ser ricos e importantes, más que el vecino, claro está, es la vida en todas sus edades posibles. En Ozu no hay nada de eso, ni chistes fáciles ni culto a la antiedad. Hay todo aquello numerado con anterioridad, emociones, sentimientos, relaciones (incluso la dificultad de establecerlas) y personajes silenciosos, a priori puede que distanciados, pero con lazos que unen, más que atan, y desbordantes de humanidad como los interpretados por Setsuko Hara o Chishû Ryû. Eso es lo que encuentra Wim Wenders cuando descubre su cine, también lo descubren otros cineastas a contracorriente como Paul Schrader, Jim Jarmusch o Aki Kaurismäki, y se rinde ante lo evidente: la humanidad y el humanismo que late en los mejores títulos del director de Cuentos de Tokio (Tōkyō monogatari, 1953).


Wenders lo admira desde sus primeros pasos cinematográficos y a él dedica Tokio-Ga (1985), un documental homenaje que recorre la capital japonesa en busca del rastro de una de sus inspiraciones. En Perdect Days (2023) vuelve a mirar al japonés e intenta un recorrido cotidiano similar al de aquel, pero siendo Wenders. Así logra un resultado que emociona en su devenir pausado por un Tokio que ya difiere del conocido y recorrido por Ozu, que ya apuntaba en sus crónicas cotidianas la proliferación de luminosos y de un nuevo estilo frente al tradicional. Ahora este último parece haber desaparecido, la quietud de antaño desparece salvo en ese personaje más que lacónico silencioso, pero atento a su alrededor, capaz de descubrir belleza donde el resto solo ve prisas, sombras sin interés o flores marchitas. Hirayama es distinto. Como soñaba Ozu, descubre flores en el barro, pues, para él, hay belleza en la vida, precisamente porque se está vivo y se es capaz de amarla y admirar lo sorprendente que puede ser, incluso en esa cotidianidad que en su compañero laboral, el joven, nervioso e inestable Takeshi (Tokio Emoto), parece escaparse hacia ninguna parte… El contraste entre ambos personajes queda establecido en sus presentaciones; Wenders se toma su tiempo para dar a conocer a Hirayama. Lo descubre en su pausa como modo de vida, en su esfuerzo laboral limpiando los aseos públicos de Tokio, su respeto por lo que hace, que refleja su modo de respetarse a sí mismo. En su trabajo, Hirayama es el buen hacer del artesano que todavía no ha sucumbido al acelere fabril y tecnológico. Por contra, Wenders presenta a Takeshi en la inmediatez, apenas precisa unos segundos para describirlo: trabaja lo mínimo, pues no va a entregarse más allá de lo estrictamente necesario, y no considera que un trabajo como el suyo sea digno de él; al menos eso se intuye. Prefiere lo rápido, lo fácil, el dinero, el trabajar mirando su teléfono móvil y la inconstancia, como pueda ser el llegar tarde o el abandonar su empleo dejando en la estacada a su compañero. Ambos personajes viven en un mismo mundo, que son dos, pero tan distintos que inevitablemente son chocantes y a la vez condenados a entenderse hasta que el primero de ellos desaparezca y ya solo sea un recuerdo en las películas de Ozu o en esta de Wenders, también en su Alicia en las ciudades (Alice in den Städten, 1974), París Texas (1984) o El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin, 1987)… De nuevo, me viene la idea de que <<este mundo está hecho de mundos diferentes. Algunos de ellos están interconectados, otros no>>. Y el de Takeshi y Hirayama se antojan a años luz. Sin embargo no sucede lo mismo con el tío y la sobrina, a quien el primero dice esa frase que parece sacada de un poema de Paul Éluard, aquel que expresa que <<hay otros mundos, pero están en este>>, y Nico le responde con dos preguntas: <<¿Qué pasa con mi mundo? ¿En qué mundo estoy entonces?>> Ignoro la respuesta, pero lisa interrogantes se abren a la esperanza, a la posibilidad, a la propia vida…



miércoles, 23 de abril de 2025

El sueño de una noche de San Jorge

Fotografía tomada en Vía Sacra, Santiago de Compostela

Esta mañana me desperté recordando un sueño; algo inusual, diría que inaudito, porque no logro recordar ninguno. Incluso, de no saber que se sueña inconsciente, aseguraría que no sueño dormido; solo despierto y no pocas veces pesadillas. El caso es que del sueño recuerdo una calle sombría, estrecha, en exceso silenciosa para ser real, y una extraña figura sin rostro que se acerca en la distancia y me regala flores. Nada me dice, pero se queda allí, delante de mí, inmóvil. Su quietud me incomoda, aparte me impide el caminar por un corredor de un solo transeúnte y que, de repente, se eleva diez metros sobre la piedra. Tal vez solo me incomode lo justo para querer espantar tal sensación y también su figura desconocida, que ya siento amenazadora. Nervioso, bromeo mirando las flores: <<Cosa rara, si no soy alérgico. Acaso ¿es hoy San Valentín y quieres conquistarme?>> Imposible saber si ríe o si frunce el ceño, si me mira o si llora, pero, apenas un tiempo indeterminado después, me contesta algo así: <<no estoy enamorada de ti, sino de un ideal, y hoy, 23 de abril, no es 14 de febrero, es el Día del Libro>>. No se lo puedo discutir, ganas no me faltan, pero le digo que me parece genial que lo sea, como también me lo parece que se celebren como tal los otros trescientos sesenta y cuatro...

Sin dejarme acabar la frase, me replica que <<trescientos sesenta y cuatro, si no es bisiesto, porque, de serlo, los humanos tendríais un día más para celebrar que sabéis leer, aunque sean frases cortas, las pintadas de los baños o los anuncios en los exteriores del bus y de los taxis. Así que haced un más difícil todavía y tomad uno de esos libros que tenéis por casa o en la biblioteca cercana, de los ya desesperanzados que todavía aguardan vuestra atención, y abrid sus primeras páginas. Tal vez sobreviváis y si todavía continuáis enteros al llegar a la nueve, seguid pasando hojas y leyendo las líneas. Quizá no pase nada, o quizá mucho, puede que poco o lo suficiente para sentir mayor curiosidad ¿quién sabe? Solo puedo hablar por los que ya viví, porque los buenos libros se viven y en ese vivir reside su genialidad y su libertad. Puesto que no siguen patrones repetitivos como los de caballería, resultan experiencias únicas para cada persona lectora. Añado el adjetivo —me dijo en un susurro—, porque también las hay que no leen y otras que, además, presumen de no hacerlo, lo cual vendría a ser algo así como presumir de nada, creyendo hacerlo de algo>>.

Ignoró si durante su parrafada respiró, tampoco sé si yo lo hice, pues era un sueño, mas continuó hablando. Dudé si sería docente de lengua y literatura, porque le escuché decir que <<Todo verbo apunta un acción, y su negación es la inacción de la misma. Leer o no leer, era la disyuntiva que pensaba aquel príncipe, pero, por indeciso, le salió la duda existencial que trajo cola en los teatros. En todo caso, haced lo que os plazca, que es lo que siempre intentáis y nunca lográis, salvo que estéis de suerte u os dejen…>> Aquellas creo que fueron sus penúltimas palabras, las últimas, recuerdo que de despedida, me deseaban que disfrutase del resto del día o que lo sufriese como buenamente pudiese. Por mi parte, nada le dije. Había perdido las ganas de hablar y de moverme, así que continúe allí, anclado en el tiempo onírico, ignoro por cuánto más, viendo como aquella triste figura desaparecía en la oscuridad todavía reinante. No tengo otras imágenes sobre aquel sueño, si las hubo se han perdido ya, pero sigo buscándole un significado al encuentro, aunque, seguro, acabaré olvidándolo…

martes, 22 de abril de 2025

Los encuentros de Anna (1978)

Veo en Chantal Akerman a una cineasta con personalidad cinematográfica arriesgada e inconformista, una cineasta obsesiva, insistente, avasalladora. Quiere que se le escuche, como mujer artista en una profesión en la que el porcentaje de hombres es muy superior. Por otra parte dudo que cuente con el público, es decir, no pretende ser mayoritaria, pretende ser ella y no se lo quiere poner fácil al resto; más bien lo contrario, les exige, como no puede ser de otro modo, pues, ante todo, así se lo dicta su condición de creadora con una idea, con un mensaje o discurso, pero también con ganas de transcender en busca de formas que la apartan de lo común. En su cine, nos quiere hacer mirones de cotidianidades humanas, sobre todo femeninas, pero sin la sensibilidad de un Ozu, que logra para el suyo descubrir belleza allí donde a priori predomina el “barro”. La mirada del japonés es más humanista que la de la belga, que resulta más feminista e hija de las nuevas corrientes cinematográficas que surgen hacia finales de la década de 1950 y principios de la siguiente. Por otra parte, sus películas carecen de vértigo y de ritmo tan logrados como los que Hitchcock alcanza en sus grandes “vouyerismos” cinematográficos, tras los que hay mucho más de la apariencia y la representación, puesto que el británico no deja de situarnos frente al espejo donde refleja obsesiones, miedos, deseos humanos, tal vez el de ser otros… En Hitchcock la vida se precipita, mientras que en la cineasta belga se congela en los instantes que crea para dar forma a Yo, tú, él, ella (Je tu il elle, 1974), Jeanne Dielman (Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080, Bruxelles, 1976) o Los encuentros de Anna (Les rendez-vous d’Anna, 1978), que son películas que obligan a mirar la pasividad, la quietud, las prisiones cotidianas de aislamiento y tedio, pero también de distancias, de dolor. Akerman no invita, obliga a imaginar que hay detrás, qué las condena y qué puede liberarlas, así como expresa la dificultad de sus protagonistas para establecer relaciones más allá del instante en el que, por ejemplo, se producen los encuentros de Anna (Aurore Clément) con los distintos personajes que asoman por la pantalla y le hablan de sí mismos. Ella calla, solo parece asentir en la ausencia, puesto que parece lejos de donde se encuentra. Para lograr esa sensación de lejanía, pero a la vez de estar atrapada frente a nosotros, Akerman crea posturas corporales, planos y diálogos que parecen fijados ya no solo en el tiempo, sino en la aparente desidia de su protagonista, pero lo que expone en pantalla corre el riesgo de resultar tan frío que ya ni siquiera moleste…



lunes, 21 de abril de 2025

Rincones sin esquinas, ¿de qué va?


 En alguna ocasión me han preguntado de qué va Rincones sin esquinas; a lo que respondo, después de descartar que de limpieza, que es un libro de giros, que va y viene. A priori, le explico, puede parecer un paseo urbano, un libro de historia y leyendas, o unas memorias; y, aunque esa sea la primera impresión, los ojos atentos descubrirán un caminar por el tiempo, que le defino como la suma irregular y caprichosa de la memoria, que nos da una idea histórica y una identidad que, si bien se fija, resulta variable, de los sueños que construimos y destruimos, y del devenir que, de la mano o a empujones, nos llevará al olvido… De ahí que, al desechar las esquinas, escogiese narrar su deambular en presente, uno ajeno a la linealidad narrativa y temporal, pero uniendo pasados e igualando los momentos en el ahora que el narrador los piensa, evoca o inventa sin más orden que el deseo de recordar una ciudad que podría ser cualquiera, pero que tocó ser esta. Como autor del texto, eso quise una vez lo inicié y descarté la idea primigenia —la de hacer un libro sobre Santiago y el cine— y la cambié por una más compleja, pero también más seductora, libre y ambiciosa: introducir entre lo aparente —que sería el paseo por la historia urbana, desde su milagroso nacimiento hasta algún momento del narrador que la piensa—, una forma literaria sobre el tiempo que, en su devenir humano, es a la vez memoria, ensoñación y olvido. Así asoma en Rincones sin esquinas, recordado esto, fantaseando eso y olvidando aquello, dejando espacios y que sus lectores rellenen los propios, porque cada quien tiene los suyos, su memoria, su historia...

Aquí, dejo el enlace donde puede comprarse:


https://www.amazon.es/Rincones-sin-esquinas-Antonio-Pardines/dp/B0DW4D4MRP




domingo, 20 de abril de 2025

De lo inútil

Fotografía: Parque da Música, Santiago de Compostela

En 1961, Lionel Terray tituló su autobiografía Los conquistadores de lo inútil, y en ella escribió sobre sus orígenes y sus experiencias como escalador, y de la escalada como símbolo de vida, aunque había a quien le sorprendía que su oficio fuese el de guía de montaña, porque, en el mundo civilizado y sedentario donde se vive (o se intenta) en el acomodo y el confort, no le parecía un trabajo. El famoso escalador recordaba que su padre no comprendía como alguien pudiera ser alpinista, porque era un deporte en el que uno podía romperse la cabeza o alcanzar la cima donde no hallaría billetes de cien francos. Werner Herzog hizo lo propio con uno de sus libros, basado en su diario de rodaje de Fitzcarraldo (1982), lo llamó Conquista de lo inútil, consciente de que el inútil aludido es lo vital, lo que le hace sentirse vivo, aun en los momentos de mayor pesadilla, y lo que le invita a soñar: <<un sueño, no soñado por la noche, porque yo no sueño, sino al caminar>>. En ambos casos, lo inútil puede interpretarse como el camino en sí, pues, para estos dos aventureros, y para tantos cuyas aventuras no se elevan a las alturas ni transcurren haciendo cine, la vida es un recorrido de experiencias, de dudas, de contradicciones, de obstáculos, de caídas, de levantarse, de serenarse, de ilusiones y desilusiones, de cansancio, de revitalizarse mientras podamos, de plantearse qué montañas escalar y donde caminar ya no sobre el hielo o el fuego, sino en un continuo sinuoso que a veces nos desborda, pero que también invita a tomarse un tiempo entre el trabajo y la cotidiana toma de decisiones, no pocas de ellas ilógicas o que aparentemente puede pensarse como extravagancias, estupideces y locuras… En esto, aunque ficticio ¿hubo alguien más inútil que Quijote? Que se lanzó al camino e hizo de él su nuevo mundo, aquel que le hacía vibrar y latir porque lo había construido de lo inútil: para él, el ideal de caballería, los valores del caballero andante que nadie más valora porque ya son otras las realidades ajenas al hidalgo manchego. Claro que, aunque andante y caballero, Quijote era un enajenado, majadero o mentecato que atacaba el orden establecido; mas quién nos asegura que no lo seamos también. La enajenación no siempre va contra el orden, sino que a veces (muchas) lo sirve sin darse cuenta…


Lo inútil de los títulos no debería confundirse con lo infructuoso, ya que da fruto, o lo inservible, pues en los casos de Herzog y Terray, o en los de tantos otros como el de Nuncio Ordine, lo inútil es imprescindible en la existencia humana, al menos para que esta no se deshumanice. Sin lo inútil todo sería útil y de ahí se pasaría a un estado de constante utilidad que mermaría las posibilidades de libertad y de perderse para reencontrarse o descubrir, reduciéndolo todo a lo práctico, incluso a ser consumidores de lo inservible, que suele presumir de servir de algo… Si miran a su alrededor, ¿no encontrarían objetos o cosas que, de desaparecer de sus hogares y de sus vidas, no las alterarían? En la actualidad, que viene de lejos, pongamos décadas, parece haberse olvidado que lo inútil solo suele serlo en el pensamiento de quien no puede ver qué se esconde detrás, porque, sencillamente, no piensa más allá de la presunción de pensar. Hoy, para una mayoría creciente, todo ha de tener su uso en la inmediatez desechable, pues nada “necesario”permanece más que su segundo de “utilidad” y moda. De ahí que la imagen ya lo sea todo, porque es instantánea; incluso, en no pocos casos, el audio ha sustituido a la lectura porque mientras se escucha se puede seguir trabajando o haciendo lo que se esté haciendo, en todo caso algo que se considere útil, práctico o que tenga un sentido y resultado inmediato. El “problema” de la “practicidad” no es tanto la pretensión de que algo sea práctico como el que lo practico haya pasado de ser una opción, entre otras posibles, a ser un culto mayoritario, casi autoritario, que tiende a dictadura; y todo totalitarismo elimina o destierra (o esa semeja ser unas de sus metas para perpetuarse) cuanto considera que se le opone o amenaza, que sería todo lo demás; en este caso, lo elaborado, lo pasivo, lo negativo, lo “inútil”, la quietud y el aburrimiento que la mente llena de pensamientos y reflexiones, de fantasías e incluso de fantasmas, la propia aventura de la vida —para Herzog, por ejemplo, la que pretende caminar, conquistar y llevar al límite—, todo ello lejos de la inmediatez que exige y sube al altar lo práctico, que suele ser lo antes desechable. Lo “inútil”, lo que aparentemente no resulta “útil, a la larga es (o puede llegar a ser) más rentable para el pensamiento humano. O eso me parece y eso es lo que Ordine defiende en su popular libro La utilidad de lo inútil, en el que expresa e insiste en un mismo tema, el que da título a la obra. Sin aportar ideas nuevas, basándose, en sus innegables conocimientos literarios, filosóficos y pedagógicos, apuntando lo que otros dijeron antes y comentándolo para sus lectores, divide su texto en tres partes, aunque, en realidad, es un todo, breve, fácil de leer, que vuelve sobre un tema conocido, que va más allá de lo útil y de lo inútil, para situarse en el mundo actual, cuando <<aparentar cuenta más que el ser: lo que se muestra —un automóvil de lujo o un reloj de marca, un cargo prestigioso o una posición de poder— es mucho más valioso que la cultura o el grado de instrucción>>. En una de sus páginas (la 86, en la edición de Acantilado), a partir de lo expuesto por Alexis de Tocqueville, lo deja claro al decir que <<en una sociedad utilitarista, los hombres acaban amando las “bellezas fáciles”>>, que son aquellas que no exigen esfuerzo ni roban tiempo a menesteres más placenteros e inmediatos para la gran mayoría de los utilitarios y usuarios, que a eso nos han y nos hemos reducido…





sábado, 19 de abril de 2025

Domingo Fontán y el primer tren gallego/Domingo Fontán e o primeiro tren galego

Cualquiera de su época, y de la nuestra, lo hubiera tomado por loco o por quijotesco, pero, en realidad, Domingo Fontán era algo más que un tipo curioso a quien no detectaron altas capacidades ni en su infancia ni en su adolescencia, qué raro, cuando hoy se las detectan a un elevado número del alumnado. En todo caso, a los expertos educativos, a los padres y a los burócratas se les escapó que aquel niño que había sido educado por su tío materno en Noia (A Coruña), y que a los doce años entraba a cursar sus estudios de Filosofía en la Universidad de Santiago de Compostela, era un portento y un visionario que acabaría por cartografiar Galicia, influenciado por las palabras de su profesor en Ciencias Exactas y Naturales, estudios que Fontán empezó en 1809, siete años después de licenciarse en Filosofía y tras haber participado activamente en la sublevación popular contra las tropas napoleónicas. Durante aquellos años académicos, entre 1812 y 1814, se convirtió en discípulo de José “Matemático” Rodríguez, sin duda, el lalinense era uno de los genios de entonces. Rodríguez había dicho algo así como que todo país necesita su mapa. Y esa necesidad fue recogida por Fontán, que se empeñó y logró hacer el más preciso. Entre 1817 y 1834 se dedicó a recorrer Galicia, ya fuese a pie o a caballo, parando aquí y allí, recibiendo rechazo o ayuda, para medir y registrar todo accidente geográfico, desde ríos a parroquias, montes, acantilados, rías y valles, tomando como punto cero la Torre Berenguela, también conocida como Torre del Reloj, de la catedral compostelana. Lo hizo con un cuaderno y un lápiz, ¿o era una estilográfica?, y empleado los instrumentos adquiridos para la Universidad, los que Rodríguez había comprado en Londres y París. Viajaba solo y, ocasionalmente, acompañado por José Valladares. Sufrió rechazo, pero también aceptación, así como encontró otros colaboradores como el topógrafo y arquitecto Domingo Lareo y del profesor Manuel Rufo Fernández. Hacia finales de 1834, diecisiete años después de iniciar su recorrido, concluyó la “Carta Geométrica de Galicia”, era el primer mapa topográfico científico que se hacía en España, el más preciso, tanto que todavía se empleaba en el siglo XX, hasta la aparición de las fotografías por satélite, ya en la década de 1950. Esa fue su gran obra, aunque no la única, pues este matemático, profesor, geógrafo, político y empresario nacido en el municipio de Portas (Pontevedra) colaboró en el Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal, obra de Sebastián de Miñao, y en el desarrollo y puesta en marcha del primer tren gallego, un proyecto que no pudo ver hecho realidad, pero que sin él, tal vez, no hubiese sido…

Retrato de Domingo Fontán, obra pintada en 1852 por Antonio Esquivel (y conservada en la Universidad De Santiago de Compostela)

Nadie ha hecho una película sobre la vida y obra de Fontán, ni una serie, al contrario que del marqués de Salamanca, un empresario a quien Edgar Neville convierte en héroe nacional en el film homónimo que le dedica. Hace unos años, escribía en el blog sobre la película de Neville e iniciaba el comentario expresando mis dudas. En realidad, era una que no lo era, pues me servía de introducción para el texto, que empezaba así: <<Dudo que la Comisión encargada de celebrar el centenario del primer ferrocarril de España, la línea Barcelona-Mataró inaugurada en 1848 e impulsada por Miquel Biada Bunyol —aunque atendiendo a la fecha y a la realidad política de Cuba, durante la práctica totalidad del siglo XIX, la primera fue la que unió La Habana con Bejucal, en 1837; y aún se dice que hubo una anterior, en Asturias, aunque la máquina que avanzaba sobre los rieles no era de vapor, sino de tracción animal—, encontrase un cineasta mejor que Edgar Neville para llevar a cabo la biografía de José de Salamanca y Mayol, el emprendedor malagueño que hizo posible el trayecto ferroviario entre Madrid y Aranjuez, proyectado en 1845 e inaugurado en 1851>>. Veintidós años después, había más de seis mil kilómetros de vías en España, cuando se inauguró el ferrocarril compostelano en 1873, que unía la estación de Cornes (Conxo) con Carril. Era el primer tren gallego, el que años después conduciría el cuerpo exhumado de Rosalia de Castro de Padrón a Santiago, para enterrarla en el Panteón dos Galegos Ilustres, en la Iglesia de Santo Domingo de Bonaval, donde desde 1988 también descansan los restos de Fontán, el gran geógrafo responsable del proyecto inicial del ferrocarril que uniría Santiago con el mar, un proyecto que resultó un cúmulo de problemas y lleno de obstáculos —su historia se cuenta en el libro El tren de Rosalía*—. Pero Fontán tenía planes mayores, que no buscaban beneficios locales, sino de Galicia, como sería enlazar ese tramo con A Coruña, al norte, y con Vigo, al sur, dos ciudades que luchaban entre ellas por sacar adelante sus propios proyectos ferroviarios, aquellos que las uniese a Madrid. Se trataba de proyectos faraónicos, de elevado coste y, prácticamente, irrealizables hasta décadas después; como finalmente sucedió. Fontán, que conocía mejor que ningún otro la geografía gallega, tenía clara la viabilidad del tren de Santiago a Padrón; más adelante el proyecto se ampliaría hasta alcanzar Carril, en la ría de Arousa, lo que suponía unos cuarenta kilómetros de línea férrea. La idea era que, demostrando la posibilidad de llevar a cabo este “pequeño” proyecto, se pudiesen llevar a cabo los siguientes y así unir Galicia por ferrocarril y enlazarla con el resto de la península. Pero coruñeses y vigueses demostraron una vez más su localismo y su rivalidad. Eran los dos puertos gallegos más importantes y un tren que les uniese a Madrid aumentaría su comercio y sus beneficios, sin embargo, la dificultad del terreno y la falta de inversores, así como la propia competencia, jugó en contra de ambos. Algo más fácil lo tuvo el de Santiago, pero Fontán, fallecido en 1866, durante una estancia en el balneario de Cuntis, no pudo verlo hecho realidad ni impulsar la creación de los tramos que uniesen Vigo y Coruña —hasta 1943, estas localidades no estarían entrelazadas por ferrocarril— mediante el entramado santiagués y de ahí, por Monforte, a Castilla…

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Calquera da súa época, e da nosa, tomaríao por tolo ou por quixotesco, mais, en realidade, Domingo Fontán era algo máis que un tipo curioso a quen non detectaron altas capacidades nin na súa infancia nin na súa adolescencia, que raro, cando hoxe as detectan a un elevado número do alumnado. En todo caso, aos expertos educativos, aos pais e aos burócratas escapoúselles que aquel neno educado polo seu tío materno en Noia (A Coruña), e que a os doce anos entraba a cursar os seus estudos de Filosofía na Universidade de Santiago de Compostela, era un portento e un visionario que acabaría por cartografar Galicia, influenciado polas palabras do seu profesor en Ciencias Exactas e Naturais, estudos que Fontán empezou en 1809, sete anos despóis de licenciarse en Filosofía e tras participar activamente na sublevación popular contra as tropas napoleónicas. Durante aqueles anos académicos, entre 1812 e 1814, converteuse en discípulo de José “Matemático” Rodríguez, sen dúbida, o lalinense era un dos xenios de entón. Rodríguez dixo algo así como que todo país necesita o seu mapa. E esa necesidade foi recollida por Fontán, que se empeñou e acadou o máis preciso. Entre 1817 e 1834 adicouse a percorrer Galicia, xa fose a pé ou a cabalo, parando aquí ou acolá, recibindo rechazo ou axuda, para medir e rexistrar todo accidente xeográfico, dende ríos a parroquias, montes, acantilados, rías e vales, tomando como punto cero a Torre Berenguela, tamén coñecida como Torre do Reloxo, da catedral compostelana. O fixo cun caderno e un lápis, ou era unha estilográfica?, e empregando os instrumentos adquiridos para a Universidade, os que Rodríguez mercara en Londres e París. Viaxaba só e, ocasionalmente, acompañado por José Valladares. Sufriu rexeitamento, pero tamén aceptación, así como atopou outros colaboradores como o topógrafo e arquitecto Domingo Lareo e do profesor Manuel Rufo Fernández. Cara fináis de 1834, dezasete anos despóis de iniciar o seu percorrido, concluíu a “Carta Geométrica de Galicia”, era o primeiro mapa topográfico científico que se facía en España, o máis preciso, tanto que aínda empregábase no século XX, ata a aparición das fotografías por satélite, xa na década de 1950. Esa foi a súa gran obra, aínda que non a única, pois este matemático, profesor, xeógrafo, político e empresario nado no concello de Portas (Pontevedra) colaborou no Diccionario xeográfico-estadístico de España e Portugal, obra de Sebastián de Miñao, e no desenvolvemento e posta en marcha do primeiro tren galego, un proxecto que non puido ver feito realidade, pero que sen el, tal vez, no sería…


Ninguén fixo unha película sobre a vida e obra de Fontán, nin unha serie, ao contrario que do marqués de Salamanca, un empresario a quen Edgar Neville converte en heroe nacional no film homónimo que lle dedica. Fai uns anos, escribía no blog sobre a película de Neville e iniciaba o comentario expresando ás miñas dúbidas. En realidade, era unha que non o era, pois servíame de introducción para o texto, que empezaba deste xeito: <<Dudo que la Comisión encargada de celebrar el centenario del primer ferrocarril de España, la línea Barcelona-Mataró inaugurada en 1848 e impulsada por Miquel Biada Bunyol —aunque atendiendo a la fecha y a la realidad política de Cuba, durante la práctica totalidad del siglo XIX, la primera fue la que unió La Habana con Bejucal, en 1837; y aún se dice que hubo una anterior, en Asturias, aunque la máquina que avanzaba sobre los rieles no era de vapor, sino de tracción animal—, encontrase un cineasta mejor que Edgar Neville para llevar a cabo la biografía de José de Salamanca y Mayol, el emprendedor malagueño que hizo posible el trayecto ferroviario entre Madrid y Aranjuez, proyectado en 1845 e inaugurado en 1851>>. Vintedous anos despóis, había máis de seis mil kilómetros de vías en España, cando se inaugurou o ferrocarril compostelano en 1873, que unía a estación de Cornes (Conxo) con Carril. Era o primeiro tren galego, o que anos máis tarde conduciría o corpo exhumado de Rosalia de Castro de Padrón a Santiago, para enterrala no Panteón dos Galegos Ilustres, na Igrexa de Santo Domingo de Bonaval, onde desde 1988 tamén descansan os restos de Fontán, o gran xeógrafo responsable do proxecto inicial do ferrocarril que uniría Santiago có mar, un proxecto que resultou un cúmulo de problemas e cheo de obstáculos —a súa historia se conta no libro El tren de Rosalía—. Pero Fontán tiña plans maiores, que non buscaban beneficios locais, senón de Galicia, como sería enlazar ese tramo coa Coruña, ao norte, e con Vigo, ao sur, duas cidades que loitaban entre elas por sacar adiante os seus propios proxectos ferroviarios, aqueles que as unise a Madrid. Tratábase de proxectos faraónicos, de elevado custo e, prácticamente, irrealizables ata décadas despóis; como finalmente aconteceu. Fontán, que coñecía mellor que ningún outro a xeografía galega, tiña clara a viabilidade do tren de Santiago a Padrón; máis adiante o proxecto ampliaríase ata alcanzar Carril, na ría de Arousa, o que supuña uns corenta kilómetros de línea férrea. A idea era que, demostrando a posibilidade de levar a cabo este “pequeno” proxecto, pudiesen levar a cabo os seguientes e así unir Galicia por ferrocarril e enlazala co resto da península. Pero coruñeses e vigueses demostraron unha vez máis o seu localismo e a súa rivalidade. Eran os dous portos galegos máis importantes e un tren que os unise a Madrid aumentaría o seu comercio e os seus beneficios, sin embargo, a dificultade do terreno e a falta de inversores, así como a propia competencia, xogou en contra de ambos. Algo máis fácil o tuvo o de Santiago, pero Fontán, falecido en 1866, durante unha estancia no balneario de Cuntis, non pudo velo feito realidade nin impulsar a creación dos tramos que uniesen Vigo e Coruña —ata 1943, estas localidades non estarían entrelazadas por ferrocarril— mediante o entramado santiagués e de aí, por Monforte, a Castela…


*Tomás Cavanna Benet: El tren de Rosalía. Historia del primer ferrocarril gallego. Alvarellos Editora/Consorcio de Santiago, Santiago de Compostela, 2023.

viernes, 18 de abril de 2025

Monumentos y Sitios


En la fotografía, la fachada este de la Catedral de Santiago, la de la Plaza de la Quintana.

Hasta hace unos minutos, tal es mi ignorancia, no tenía ni idea que hoy fuese el Día internacional de los Monumentos y los Sitios; y entre mi despiste, mi desconocimiento y mi desinterés, tampoco sé qué “cosas” se celebran el resto de los días del año. Lo que sí sabía o, al menos, sospechaba era cuáles eran los cinco que tienen mayor número de visitantes en España; pues no resulta difícil hacerse la idea... y de los siguientes cinco que aparecen en los enlaces, también. Lo mejor es que el orden solo obedece al número de visitas, no a lo que te diga cada uno de ellos, de ahí que ningún “ranking” puede guiarte la emoción, ni las sensaciones e impresiones, tampoco los recuerdos que te generan cada uno de estos lugares. No obstante, aunque reconozca la belleza del resto, en todos ellos sin par, tengo claro que nunca haría una lista y, en caso de hacerla tras recibir un golpe, sería injusto con todas, porque la Catedral de Santiago tendría una ventaja emocional de la que carecería el resto. Por lo tanto, mi juicio sería injusto, aunque no más que cualquier otro, por subjetivo…


La primera es la Alhambra de Granada, construida en el siglo XIII, que supera el millón de visitas anuales; seguida de la Sagrada Familia de Barcelona, cuya erección inicia Gaudí en la década de los ochenta, del XIX, y que en la actualidad atrae a un número de curiosos anuales que supera los 800.000. Le sigue la Mezquita de Córdoba, que antes de ser mezquita islámica fue basílica visigoda y, posteriormente, la “rehicieron” cristiana. Por aquella manía de tuya, mía, en lugar de todos —aunque, en la realidad humana, el todos es excluyente o un indefinido que nunca podrá abarcar por entero—. A esta esplendorosa combinación de periodos y religiones, le va a la zaga la Catedral de Santiago de Compostela, cuya fachada barroca esconde y protege su famoso Pórtico románico del siglo XII; para cerrar el quinteto de más visitadas, se levanta la Catedral de Burgos, la que introdujo el estilo gótico en la península o, al menos, la que con mayor brillantez lo hizo suyo por aquellos años de la primera mitad del siglo XIII… He sido afortunado y he podido visitar estos cinco —y también el resto de espléndidos monumentos que completan la lista de diez que apuntan en el enlace—, así que no me quejo ni quiero escoger, solo reconocer la grandeza y la belleza arquitectónica y artística que existe en cada uno de ellos…


Para completar el listado dejo estos dos enlaces:

 https://vocces.com/10-monumentos-mas-visitados-en-espana/


https://www.spain.info/es/top/monumentos-imprescindibles/



jueves, 17 de abril de 2025

Figuracións: Julio Iglesias

O título Figuracións recolle os breves retratos literarios que Luis Seoane escribiu para o suplemento da Voz de Galicia, Los domingos de la Voz, nos anos setenta do pasado século. Coa súa ampla cultura e a súa particular ironía, froito da súa triple condición de galego, emigrante e exiliado, Seoane, nado en Buenos Aíres e educado en Santiago de Compostela, onde cursou bacharelato e os seus estudos universitarios, retrata nesta compilación a nomes propios da cultura e da política non só iberoamericana. Entre os nomes que nos achega están os dos seus amigos Isaac Díaz Pardo e Rafael Dieste (un dos poucos a quen repite “figuración”), o do editor Gonzalo Losada ou o de Shirley MacLaine, a inesquecible señorita Kubelik e Irma dos films de Billy Wilder O apartamento (The Apartament, 1960) e Irma a doce (Irma la Douce, 1963). Seoane percorre os anos 70, de 1971 a 1977, pero tamén un tempo anterior, ofrecendo unha visión entretida, intelixente, culta e persoal (pois mantivo trato con moitos dos seus “figurados”) daqueles que debuxa con palabras e caricaturas, pois a cada unha das duascentas noventa e nove figuracións correspóndelle o seu debuxo. Unha lectura que, reunida nun só volume, gaña enteiros e permite o achegamento a unha das figuras máis destacadas da cultura galega do século XX, quen influiu na obra doutros, a este e ao outro lado do Atlántico…


Un exemplo das súas Figuracións e Julio Iglesias, de quen “figuraba” o 18 de xulio de 1976 o seguinte:


<<Galicia é nos derradeiros anos moi fértil en cantantes populares. Fai un tempo adicámoslle unha Figuración a Miro Casabella, que a nós parécenos un dos máis importantes, cecáis porque xungue ao seu arte a preocupación fonda por Galicia, pola súa cultura e polo home galego. Este, Julio Iglesias é outra cousa. Estivo en Buenos Aires fai pouco e tivo un grande éxito entre unha moitedume de adolescentes e mulleres de trinta e coarenta anos que lle encheron de frores o escenario do Teatro Opera onde actuaba. As mozas iban a bicalo no proscenio. Moita da xente que foi a escoitalo tivo que facelo de pé e outra moita non poido entrar e quedou no vestíbulo do teatro.

  É un trunfador en Francia, Italia, Alemaña, Bélxica, etc., en toda América latina e en New York Iglesias tamén trunfou. Os seus discos ocupan un primeiro posto nos rankings de venda. De Buenos Aires iba a Caracas é desta cidade tiña de voltar a New York a cantar no xigantesco Madison Square Garden, pois o ano pasado resultou pequeno para acoller aos seus “fans” o Carnegie Hall. A crítica dixo en Buenos Aires que merece o seu trunfo e destaca xunto á súa calidade de artista a súa simpatia e sinceridade, o manterse a distancia da “habitual tontería contemporánea”, como tamén o eludir “o falso almíbar que fai insoportable a outros cantantes”.

  Nos engadiríamos que non xesticula e se move co malgosto de Raphael e outros cantantes de moda. O ano pasado, o segundo ano que viña a Buenos Aires tiña dito: “Toda Europa me aclama, pero meu pai dí que hasta que non conquiste aos arxentinos non se pode falar de éxito”. Esto en gran parte é verdade, recoñóceno tódolos concertistas e cantantes do mundo, mais neste caso dío un galego, o pai de Iglesias, que ten a confianza na Arxentina que teñen en xeral os galegos por razóns sentimentales.

  Nun comentario previo feito a unha canción que iba a cantar adicada a Galicia e ao seu pai, afirmou, “eu son auténtico galego, é máis, son un galeguista”. O de auténtico galego díxoo pola costume popular de esta cidade de chamar galegos a tódolos españoles. O aplauso do público foi o máis importante da noite. Parecera que o público de arxentinos, con grande maioría de sangues mesturadas das castes de toda Europa e dos indíxenas do país, tivesen querido con ese aplauso mostrar a súa simpatía polos galegos. Unha simpatía que se mantuvo xorda no subsconscente deste pobo.

  A canción tenra, como todas as súas, máis sincera que boa, ten un soio defecto que ten de subsanar Iglesias, os erros no idioma. Non se pode decir leixos por lonxe, por exemplo. Esto ten de correxilo. O seu sentimento galego non pode poñerse en duda, mais ten de coidar do seu idioma natural. É fondamente galego na súa aititude sinxela, na súa modestia e máis que nada, na mesma sinxeleza do seu arte. Non fai notar e ter obtido o disco de ouro en Francia nin ser aclamado en San Remo, nin cantado, aparte dos grandes teatros de América toda, no Olympia de París.>>


Luis Seoane: Figuracións. Editorial La Voz de Galicia, A Coruña, 1994.


No video do enlace, a canción de Julio Iglesias, “Un canto a Galicia”, subtitulada en castelán, a que fai referencia Seoane, pero advirto que o vídeo semella un traballo promocional da paisaxe e da gastronomía galega, mais, como a vida é unha continua elección, tiven que elexir entre esta montaxe ou ver ao cantante; e claro, figurádevos o complicado do asunto…


“Figuracións”

El título “Figuracións” recoge los breves retratos literarios que Luis Seoane escribió para el suplemento de La Voz de Galicia, Los domingos de la Voz, en los años setenta del pasado siglo. Con su amplia cultura y su particular ironía, fruto de su triple condición de gallego, emigrante y exiliado, Seoane, nacido en Buenos Aíres y educado en Santiago de Compostela, donde cursó bachillerato y sus estudios universitarios, retrata en esta compilación los nombres propios de la cultura y de la política no solo iberoamericana. Entre los nombres que nos acerca están los de sus amigos Isaac Díaz Pardo y Rafael Dieste (uno de los pocos a quien repite “figuración”), el del editor Gonzalo Losada o el de Shirley MacLaine, la inolvidable señorita Kubelik e Irma de los films de Billy Wilder El apartamento (The Apartament, 1960) e Irma la Dulce (Irma la Douce, 1963). Seoane recorre los años 70, de 1971 a 1977, pero también un tiempo anterior, ofreciendo una visión entretenida, inteligente, culta y personal (pues mantuvo trato con muchos de sus “figurados”) de aquellos que dibuja con palabras y caricaturas, pues a cada una de las doscientas noventa e nueve figuracións le corresponden su dibujo. Una lectura que, reunida en un solo volumen, gana enteros y permite el acercamiento a una de las figuras más destacadas de la cultura gallega del siglo XX, quien influyó en la obra de otros, a este y al otro lado del Atlántico…

No serás un extraño (1955)

Una enésima novela olvidada en la actualidad, escrita por Morton Thompson, pero en su momento la de mayores ventas en Estados Unidos, apuntaba que la película que iba a adaptarla —a partir del guion de Edna y Edward Anhalt— sería un éxito comercial, más si cabe al leer los nombres que encabezaban el reparto: Olivia de Havilland, Robert Mitchum, quien, al parecer, debido a su imagen de “tipo duro” no era una elección que agradase al público, Frank Sinatra, Gloria Grahame, Broderick Crawford y Charles Bickford; por allí, también asomaba Lee Marvin, pero todavía no era una estrella. Sin embargo, el nombre del director era nuevo en esas lides, aunque no en el mundo del cine donde ya se había labrado una imagen de productor liberal e independiente en títulos como  El ídolo de barro (The Champion, Mark Robson, 1949), Hombres (The Men, Fred Zinnemann, 1950) o Solo ante el peligro (Highnoom, Fred Zinnemann, 1952), aunque su independencia habría que entrecomillarla, pues siempre contó con el respaldo de distribuidoras como United Artists, con presupuestos más holgados que los de cualquier serie B, cuando no de primer orden, y con la presencia en sus películas de estrellas de primera fila. Cabe recordar que el debut de Marlon Brando se produjo en Hombres, y que el actor ya era una estrella teatral a quien Zinnemann y el propio Kramer convencieron para que diese el salto al cine. Tal como apunto, cuando se sentó en la silla del director, Stanley Kramer no era ningún recién llegado, de lo que se deduce que No serás un extraño (Not as a Stranger, 1955) no es el debut de un inexperto, aunque se trate de un film de aprendizaje, no suyo claro, que también, sino el de un hombre de cine, <<en una época de alarma comunista, listas negras y ultrapatriotas vengadores, cuando Hollywood parecía ahuecar el ala y huir de los argumentos que trataban sobre los problemas de conciencia de la sociedad>>. (1) Sin embargo, en sus películas, tal vez críticas sociales cinematográficas ligeras y bienintencionadas, nunca llegó a traspasar los límites aceptados por la sociedad que le servía los temas en bandeja, desde el mccarthismo hasta el racismo, pasando por la amenaza atómica que da forma en La hora final (On the Beach, 1957), ni por la industria que vio en el una especie de un productor-director que osaba hablar por los silenciados. Divida en dos partes, No serás un extraño se centra en el oficio médico —de las primeras en hacerlo detallándolo y reflexionándolo— a través de la figura de Luke Marsh (Robert Mitchum), un estudiante de medicina idealista, orgulloso, pobre, sin lazos afectivos, con tendencia  a confundir el orgullo con la intransigencia. Es decir, capaz de morir por su idea y rechazando las que la pongan en duda. Pero su situación económica le posiciona en un callejón sin aparente salida. Necesita dinero para continuar en la facultad y no tiene donde encontrarlo, salvo en una enfermera madura que le mira con buenos ojos y que él empieza a mirar de forma distinta, cuando comprende que es la vía de acceso a su sueño médico. Así, Luke y Kristina (Olivia de Havilland) se casan, y no es que él no la quiera, es que le resulta imposible amar más que a la idea que tiene de la medicina y de él como médico “andante”, cual caballero; de ahí el camino recorrer y el descenso que debe sufrir para alcanzar su triunfo, que es el reconocer que también él necesita ayuda, que precisa a esa mujer que le humaniza sin que él se percate. En su único encuentro en la pantalla con su padre (Lon Chaney, Jr.), este le dice a Luke que le falta corazón, aunque no se trata de eso, pues sí tiene, aunque solo enfoca sus latidos hacia la misión vital-profesional que se ha cargado a la espalda… Esa figura paternal, que rechaza por el alcoholismo del padre, la rellena en la primera parte del film con la del doctor Aarons (Broderick Crawford), y en la segunda, ya en el destino rural adonde llega para ejercer, en el doctor Runkleman (Charles Bickford), personaje fundamental en la explosión emocional de Luke, durante la mayor parte de su camino, incapaz de exteriorizar más emociones que sus arrebatos de violencia frente a cuanto contradiga su visión de la medicina. Más allá del oficio, parece que nada le interesa, ni su relación marital ni la que mantiene con Harriet (Gloria Grahame), en quien busca, tal vez, una pasión sexual inexistente en el lecho matrimonial…


(1) Lee Sever: Robert Mirchum. ¡Olvídame cariño! (traducción de Josep Escarre). T&B Editores, Madrid, 2002.

martes, 15 de abril de 2025

Bibliotecas

Miro atrás en el tiempo y busco un quién o un quiénes, más no encuentro nombres a quienes agradecer el nacimiento, existencia y resistencia de las bibliotecas en un mundo humano que siempre ha tendido a la barbarie y a placeres más carnales que mentales, pero ahí están ellas, tan inteligentes, criticas, confidentes, misteriosas y bellas, siempre dispuestas a proteger las vidas de otros y a enriquecer la de tantos como quieran entrar en sus reinos de letras, conocimiento, ignorancia, sueños, pesadillas e ideas, las cuales se van transmitiendo y transformando en otras desde que, allá por el 2500 a. C., los sumerios decidieron guardar sus tablillas en espacios concretos donde poder buscarlas y consultarlas. En alguna de aquellas primeras “bibliotecas” reposaba el Gilgamesh junto a otros poemas; no todos han llegado hasta nuestros días, pero sí algunos, lo cual ya es suficiente para sonreír y dar las gracias por el doble milagro de la escritura y de la biblioteca. Pero aquellos antiguos lugares de libros, primero tablillas, más tarde rollos de papiros, han pasado a la historia y a la leyenda. A día de hoy, la más famosa es la de Alejandría, fundada por los Ptolomeo en el siglo III a. C., que llegó a albergar unos 700.000 rollos, entre los cuales se contarían obras de Sófocles, Eurípides, Esquilo, Platón, Jenofonte, Aristóteles… Tal vez, por esa defensa que hacen de la humanidad, es decir, de cada uno de nosotros, incluso de quienes nunca han pisado una, ni abierto más libros que los obligados o quienes presumen ufanos de no leer, me hayan gustado desde niño y, desde entonces, me encuentro y pierdo en ellas con la curiosidad y la ilusión como principal compañía. No me refiero a la biblioteca como el lugar de estudios, tal como veo que se utilizan ahora las dos a las que suelo ir —la municipal Ánxel Casal, de la que soy más asiduo, incluso permanente si pienso que allí se puede encontrar algún libro mío, y la José Saramago, que así se llama la del barrio donde vivo—, sin que los estudiantes, sean de oposición o de bachillerato, se fijen en los libros que los contemplan aguardando pacientes un poco de atención. Ni opositores ni bachilleres los consultan, ya llevan su prioritaria “practicidad” a cuestas, ya apenas sueñan perderse entre las estanterías ni descubrir las historias que respiran en las páginas cerradas, ni las fantasías que abrazan millones de líneas que, en ocasiones, abandonan la ficción para ser ensayos o, cuando la narrativa desaparece, la lírica deseosa de ofrecer sus versos, pero ya pocos quieren escuchar sus motivos. Todos esos textos, narraciones, poesías, corren el riesgo del ostracismo, la invisibilidad que las condena a la inexistencia en vida, quizá una condena finita, quizá eterna, de la que algunas serán rescatadas y liberadas mientras otras se perderán <<como lágrimas en la lluvia>>…

Si alguien se atreve o se ve con fuerzas y ganas, en el siguiente enlace puede leer otro texto acerca de las bibliotecas, así como un fragmento de Voltaire sobre las mismas:

https://vadevagos.blogspot.com/2020/07/voltaire-y-las-bibliotecas.html?m=1


Fotografía de la fachada de la biblioteca Ánxel Casal (fuente: Cope)

Fotografía de la segunda planta de la biblioteca Ánxel Casal (fuente: La voz de Galicia)

Fotografía nocturna de la fachada de la biblioteca Ánxel Casal (fuente: Wikipedia; autor: Marcos Eire)