lunes, 24 de febrero de 2025

Leningrado Cowboys Go America (1989)

El surrealismo (y también la parodia) nace para ir contra el orden y liberar no solo el arte, sino al individuo de las cadenas que lo imposibilitan en sociedad o dentro de un orden social, también artístico, que lo limita a un estado racional deshumanizado; una especie de esclavitud a la que los surrealistas y los naturales del absurdo quieren poner fin. En ese aspecto, me gusta cuando André Breton sueña con que <<hay un hombre a quien la ventana ha partido por la mitad>> y da pistoletazo de salida al movimiento al que se adscribe Luis Buñuel en sus años mozos en París. Además, siento simpatía por quien va a contracorriente, porque el ir allí donde nadie más acude es la inclinación de su naturaleza; sin embargo, no conecto con quien lo intenta dando el cante, para llamar la atención sobre su figura y forzar una situación o una imagen que imponer y vender, pero que resulta pesadamente artificial. Por eso, no todos los surrealistas me convencen; sobre todo aquellos que, como Dalí, crean un modelo exagerado de sí para vender su imagen como parte de su obra. Se exageran como artistas e individuos, intentando confundir la persona con el personaje. En cualquier caso, unos han ido de y otros lo han sido, mientras que también se encuentra quien, al menos así me lo parece, ha logrado, más o menos, equilibrar el ser en la sociedad que se le impone con el crear su propio espacio, su realidad enfrentada, sin que se note demasiado que se trata de una fantasía, la suya, no la de un personaje asumido que resulta grotesco, más que surrealista. En el cine, me gustan tipos como Buñuel o Fellini, que si bien no es surrealista se aleja de la realidad para crear su espacio onírico-cinematográfico. Ambos, me conquistan; también otros como Fernando Regueiro o los más cercanos en el tiempo Aki Kaurismäki y Jim Jarmusch, quienes, si bien no son surrealistas, ni buñuelescos ni fellinescos, toman un poco de aquellos y de otros para ser ellos, que son dos rebeldes de cine que se distancian de las modas cinematográficas para crear su propio espacio fílmico y discursivo, mayoritariamente subversivo…

La idea arriba escrita la aprecio a lo largo de sus obras, desde sus primeros trabajos hasta los últimos. Por ejemplo, en Leningrado Cowboys Go America (1989) Kaurismäki, aparte de contar con Jarmusch en un pequeño papel, toma del género musical y de las películas de carretera para realizar una comedia paródica que avanza su descaro y su ausencia de compromiso con la realidad y con la corrección burguesa y capitalista establecida (que era el foco de ataque surrealista) para establecer su caos, su burla y su modo de transitarlo desde la fría Siberia hasta el cálido México, al otro lado de la frontera del país que el grupo musical protagonista recorre de norte de Sur, de Nueva York a Texas, haciendo alto en Louisiana, para dar como resultado una película que el propio Kaurismäki asume mala, pero que tiene encanto y que el cineasta finlandés realiza sin renegar de su modo de entender el cine, fiel a su humor, solo que los parodia hasta límites insospechados con anterioridad, salvo en los films relacionados con ese grupo musical cuyos miembros lucen tupé, que desafía y vence a la gravedad, y calzan zapatos de “chúpame la punta” que se alargan hasta que lo imposible deja de serlo, como si fuesen la sombra de los peinados que el tonto del pueblo desea para sí, porque su máxima en la vida es ser uno de ellos, ser un Leningrado Cowboy dejándose llevar de gira por lugares irreales o de la realidad vista a través de la mirada nunca tan abiertamente burlona de Kaurismäki…



domingo, 23 de febrero de 2025

Rosalía está de cumpre

Dende que teño memoria, lembro a presenza de Rosalía de Castro; e así, a sua idea asoma no meu libro Rincones sin esquinas. Polas súas páxinas reaparece a poetisa, sexa nun verso, no nome do instituto onde cursei bacharalato o nun encontro temporal imposible, porque, non hai dúbida, o seu legado forma parte da miña identidade. Hoxe, en Galicia e, polo tanto, tamén na cidade onde ela naceu o 23 de febreiro de 1837 —na sua biografía Xesús Alonso Montero apunta que o 24—, celébrase o seu día, pero no creo que unha soa xornada poida celebrar a arte e a humanidade desta xenial poetisa que chega a nos como unha das voces máis sobresaintes da poesía galega e castelán; e certo que tamén escribiu prosa…

Desde que tengo memoria, recuerdo la presencia de Rosalía De Castro; y así, su idea asoma en mi libro Rincones sin esquinas. Por sus páginas reaparece la poetisa, sea en un verso, en el nombre del instituto donde cursé bachillerato o en un encuentro temporal imposible, porque, no hay duda, su legado forma parte de mi identidad… Hoy, en Galicia y, por lo tanto, también en la ciudad donde ella nació el 23 de febrero de 1837 —en su biografía Xesús Alonso Montero apunta que el 24—, se celebra su día, pero no creo que una sola jornada pueda celebrar el arte y la humanidad de esta genial poetisa que llega a nosotros como una de las voces más sobresalientes de la poesía gallega y castellana; y cierto que también escribió prosa…

sábado, 22 de febrero de 2025

Leyendas de pasión (1994)

El fondo musical compuesto por James Horner, el título, el paisaje natural de Montana fotografiado por John Troll y su equipo, la voz en off del anciano que recuerda la historia, de la que en su mayor parte ni siquiera es testigo, son algunos de los recursos empleados por Edward Zwick para agudizar la evocación que pretende para la historia narrada en Leyendas de pasión (Leyends of the Fall, 1994), una historia mil veces vista, que juega cartas similares a las de Memorias de África (Out of Africa, Sidney Pollack, 1985), pero haciéndolo todavía peor, más insistente, sensiblero y cursi que Pollack. Esa insistencia resta, cansa, apunta el bostezo que me sorprende cinco minutos después de iniciado el metraje, a pesar de que se supone que dichos recursos están ahí para emocionarme, manipularme y conducirme junto al resto del público al estado de complicidad que nos conecte con personajes que, en mi subjetivo, siento sin sangre e igualo a los muñecos de los que me valía de niño aquellas tardes de lluvia en la que no podía salir a la calle y dejarme llevar por la libertad infantil que implicaba la improvisación, correr, jugar, pelearse, ensuciarse, olvidarse de tener que regresar a casa y escuchar la censura tras la aventura primaveral o estival... Nada de eso se observa en Leyendas de pasión, ni en el amor ni en la guerra por la que se pasea durante unos minutos, ni en el distanciamiento entre hermanos ni en cualquier otra idea que Zwick pretenda expresar en pantalla o fuera de ella. Ni idea tengo de la novela de Jim Harrison en la que se basa el film, de modo que no puedo atribuirle la insustancialidad de una película que, si hay una palabra que la defina, es desapasionada, contradiciendo el título con el que se estrenó en España. Promete pasión, pero esta no se descubre por ninguna parte, ni siquiera en la idea superficial de un romance, de una familia o del distanciamiento entre hermanos en un entorno donde el coronel Ludlow (Anthony Hopkins), sus hijos, Alfred (Aidan Quinn), Tristan (Brad Pitt) y Samuel (Henry Thomas), y Susannah (Julia Ormond) ni son leyendas ni apasionados, sencillamente son estereotipos que, si nos alejamos de los caramelos, aburren incluso a ellos mismos…



viernes, 21 de febrero de 2025

Rob Roy (1995)

A finales del siglo pasado visité Edimburgo y subí al castillo, tal vez empujado por la circunstancia de estar allí o puede que guiado por la curiosidad de pisar y recorrer parte de la historia escocesa, la cual, por aquel entonces, se había popularizado más allá de las fronteras de Escocia en los personajes de William Wallace y Robert the Bruce, vistos a través de la recreación que Mel Gibson hizo de los reales en su exitosa Braveheart (1995). Después de contemplar el panorama desde las murallas de la fortaleza y antes de regresar a Glasgow, decidí pasear las calles que ya había caminado antes, cuando me encontré de frente con el monumento que la ciudad dedica a Walter Scott. Previo a aquel encuentro que me obligó a elevar la mirada y que me hizo sonreír, había leído Ivanhoe y El talismán, lecturas que explican mi simpatía hacia el escritor, de los más grandes autores de la novela histórica y fuente de orgullo para sus paisanos y su localidad. No cabe duda, me dije, aquella obra erigida en Princess Street celebra y homenajea a uno de sus ilustres vecinos e indudable genio literario, a la par de Robert Louis Stevenson, otro escritor imprescindible y natural de Edimburgo, de quien también se pueden encontrar rastros por las calles de la capital escocesa que el autor de La isla del tesoro evoca en Edimburgo: Notas pintorescas. De Scott, todavía no había leído su Rob Roy, ni la biografía novelada que del mismo personaje había escrito casi un siglo antes Daniel Dafoe, aunque había visto la adaptación cinematográfica que Harold French realizó en 1953, con Richard Todd haciendo las veces del rebelde montañés que da título al film producido por Walt Disney, el mismo héroe de las Highlands que inspira el guion del escocés Alan Sharp, guionista de las espléndidas y contundentes Fuga sin fin (The Last Run, Richard Fleischer, 1971), La venganza de Ulzana (Ulzana’s Raid, Robert Aldrich, 1972) y La noche se mueve (Nights Moves, Arthur Penn, 1975), que el también escocés Michael Caton Jones convirtió en imágenes en su Rob Roy (1995), un film que, si bien no adapta a Scott, bebe algún sorbo de los clásicos de capa y espada, aunque asimilando en su propuesta los gustos de su época de rodaje, cuando ya las aventuras de capa y espada lucen o deslucen de otra manera muy distinta a 1953… Así, diferente al Rob Roy (Rob Roy: The Highland Rogue, 1953) de French, y mucho más ajeno al de las dos primeras versiones del personaje, rodadas en 1911 y 1913, asoma en la pantalla el héroe montañés encarnado por Liam Neeson, un héroe que habla de honor pero que no sabe explicar en qué consiste, quizá porque es la idea subjetiva, que cree inamovible, sobre la que gira su razón de ser. Una fecha, 1713, sitúa la acción en la Escocia de inicios del XVIII, una tierra de Highlands y Lowlands, habitada por las diferencias de clase, por arribistas, nobles, siervos, jacobinas y paisanos; con villanos y héroes, claro que los primeros son los aristócratas y sus secuaces, y los buenos, aquellos como Rob y Mary (Jessica Lange), la heroína ultrajada por el arribista, vividor, amoral e inglés Archibald Cunningham (Tim Roth), quien se confabula con el no menos villano Killearn (Brian Cox) para hacerse con las mil libras escocesas que el marqués Monrose (John Hurt) presta en usura a Rob Roy, líder del clan MacGregor, propietario de trescientos acres, que pasarán a manos del aristócrata, si no le devuelve el préstamo más intereses, y futuro proscrito y héroe de leyenda…



jueves, 20 de febrero de 2025

Evolución y viceversa


Quino: Mafalda

Existen tiras cómicas magistrales como Mafalda o Astérix, Cousas tan ingeniosas e irónicas como las de Castelao y viñetas sobresalientes como Maus y Persépolis, dos títulos que se sumergen en la memoria, el dolor, la esperanza y la historia. Pero, sobre todo, abundan la producción en cadena cuyo aporte consiste en hacer crecer la industria, en todo caso necesaria para que existan las excepcionalidades, y atraer a miles de fanáticos que devoran los tebeos sin pensar en que la digestión es un proceso lento, químico y mecánico. Esto también pasa con cualquier otro medio de expresión, pero sucede que el cómic se impone porque resulta más fácil para el consumo y no exige del mismo modo que la poesía, el ensayo, el estudio biográfico —que ahora parece estar de moda adaptar a la viñeta a partir del literario— o la novela, cuyos espacios y personajes se dibujan por libre en la mente de quien lee, por mucha descripción que pretenda quien escriba el texto. La viñeta crea la imagen y la completa con diálogos y breves textos que ha intentado madurar desde su origen, mientras que, en un proceso contrario, la narrativa escrita parece haberse infantilizado. Es como un viaje cada una al encuentro de la otra y ambas también al encuentro del cine, que encuentra en ellas inspiración y también un espejo donde buscar formas. Hoy, parecen no existir los espacios puros, sino híbridos o influenciados por otros.

Ian Gibson y Quique Palomo: Cuatro poetas en guerra

Sin embargo, creo que la literatura ha salido perjudicada de esa relación a tres bandas, porque ha bajado su listón, más allá de que haya elevado la importancia de las portadas, mientras que el cine y el cómic no se han visto obligadas a dejar de usar pañales, si se acepta la idea de que ambos medios nacieron infantiles, para todos los públicos, y aunque haya habido excepciones que alcanzan madurez y magisterio, tales como las arriba nombradas o mismamente Arrugas, o que algunas viñetas, en busca de prestigio, se denominen novela gráfica, la mayoría de sus productos no dejan de gatear o de dar los mismos pasos y traspiés… Luego, llegaron los videoclips y los videojuegos, para perfeccionar la infantilización en la década de 1980. Aunque todavía faltaba el toque de gracia que significaron la redes sociales, que no dieron voz a las masas ni a la cultura, puesto que las voces son personales y la cultura algo más que negocio, sino que crearon un espacio para la inmediatez, la ausencia de pensamiento crítico, las ventas, las poses, las frases sacadas de contexto, la exhibición de la ignorancia y de la irreflexión. Eran los medios ideales para dar rienda suelta a la estupidez que llevamos dentro pero que apuntamos en otros, la que encontraba en dichas redes su espacio si no natural, sí el adecuado para su proliferación… ¿Y dónde nos sitúa esto y hacia dónde nos proyecta? Las respuestas llegarán, pero tal vez entonces no las comprendamos, porque quizá hayamos perdido la capacidad de reflexionar y de cuestionar, también la de digerir ideas en un proceso lento, emocional y racional, que depare algo más que una gota en un océano que apunta a superficie sin fondo, sin lugares abisales donde la quietud y la tranquilidad no se vean amenazadas y permitan bucear y nadar en busca de otras direcciones…

Castelao

miércoles, 19 de febrero de 2025

Puro vicio (2014)

Aunque considero Magnolia (1999), la mejor de las suyas, encuentro en Puro vicio (Inherent Vice, 2014) una de las películas más atractivas, subversivas y divertidas de Paul Thomas Anderson y una de las mejores interpretaciones de Joaquin Phoenix, que se deja patillas a lo “lobezno”, asume estar fumado, también desorientado, y da vida a “Doc” Sportello, un detective hippie, porreta y setentero que investiga la desaparición de su ex, al tiempo que debe lidiar con tipos como el teniente “Bigfoot” (Josh Brolin), el doctor Ruby Blatnoyd (Martin Short), la concejala Penny Kimbal (Reese Whiterspoon) o el escurridizo y susurrante Coy Harlingen (Owen Wilson). Los años setenta del pasado siglo son claves para entender el modelo posterior que se impone; así, como ya había hecho en Boogie Nights (1997) y volvería a hacer en Licorice Pizza (2021), Anderson recrea en la pantalla aquella época de desorientación, de liberación, de encierro, de crisis, de paranoia, de enfrentamientos civiles, de un totalitarismo novedoso, encubierto, que aboga por el uso de la seducción, la propaganda y la deriva en lugar de la fuerza bruta, que relega a un recurso posterior. Lo hace a partir de la novela de Thomas Pynchon y hereda de este autor la idea de un país que, moralmente, se va a pique. La década de 1960 acaba por agotar el crédito económico y moral logrado tras la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, de la que el país salió victorioso y heroico, como si fuese el defensor del mundo libre, pero ¿qué mundo es ese?, podría preguntarse un fumeta como “Doc” durante su transitar por un espacio donde todos se encuentran atrapados. Del sueño estadounidense de la primera mitad de siglo, al abismo que se abre tras la posguerra, con la caza de brujas, la guerra de Corea, la de Vietnam y con otras intervenciones en distintos puntos del globo durante y después de la guerra fría. Tal vez el país haya enloquecido con la paranoia comunista y el consumismo, o puede que se niegue a despertar del sueño americano en el que parte de la sociedad se había acomodado y quiera continuar sedada. Tal vez, por ello, se ha sustituido la “promesa” por el consumo de sustancias, productos y programas que también posibiliten la fuga de la realidad, ¿el individuo prefiere estar sedado y continuar alucinando su bienestar?, y la manipulación que posibilita el control, el no querer perder la hegemonía mundial, los mercados, el imperio nunca nominal pero real que derrumba. El entorno por el que avanza el detective, acompañado por la voz en off de la narradora (Joanna Newsom), presenta personajes y situaciones que encajan en el ambiente de comedia alucinada y porreta que coquetea con el cine de detectives que se aleja de los Phillip Marlowe y los Sam Spade, que si bien también eran tipos peculiares, vivían otros tiempos con sus propias particularidades…



martes, 18 de febrero de 2025

Juan Mariné, cámara y fotografía

Si uno mira el currículum del barcelonés Juan Mariné (1920-2024) puede encontrarse con parte de la historia del cine español de la segunda mitad del siglo XX, en realidad desde la década de 1940 —su primer trabajo profesional para el cine fue el cortometraje documental El frente y la retaguardia (Joaquín Giner, 1937), en el que ejerció labores de asistente de cámara—, y con más de un centenar de películas que iluminó con su talento, entre ellas la primera película rodada en España en cinemascope, La gata (Margarita Alexandre y Manuel Torrecilla, 1956), un talento que puso a disposición de directores como Rafael Gil, Juan de Orduña, Antonio del Amo, Manuel Mur Oti, José Luis Sáenz de Heredia, José María Forqué, Pedro Lazaga, Jesús Franco e incluso del cubano Julio García Espinosa en El joven rebelde (1961)… A continuación apunto algunos de los trabajos que componen la filmografía de este gran director de fotografía que también se dedicó a la restauración y que coqueteó con el guion en dos cortometrajes que él mismo fotografió: “Rías gallegas” y “Paraíso verde”, ambos rodados por Pedro Baudín en 1961, en Galicia y Asturias, respectivamente.


Filmografía (parcial)


Legión de héroes (Juan Fortuny, 1942)


Huella de luz (Rafael Gil, 1943) (cámara asistente)


Deliciosamente tontos (Juan de Orduña, 1943) (cámara asistente)


Eloísa está debajo del almendro (Rafael Gil, 1943) (cámara asistente)


Cuatro mujeres (Antonio del Amo, 1944)


Las inquietudes de Shanti Andía (Arturo Pérez-Castillo, 1947) (cámara)


Nada (Edgar Neville, 1947) (cámara)


Noventa minutos (Antonio del Amo, 1950)


El capitán Veneno (Luis Marquina, 1951)


Orgullo (Manuel Mur Oti, 1955)


La gata (Margarita Alexandre y Manuel Torrecilla, 1956)


El batallón de las sombras (Manuel Mur Oti, 1957)


Duelo en la cañada (Manuel Mur Oti, 1959)


091: Policía al habla (José María Forqué, 1960)


Labios rojos (Jesús Franco, 1960)


Usted puede ser un asesino (José María Forqué, 1961)


El joven rebelde (Julio García Espinosa, 1961)


La gran familia (Fernando Palacios, 1962)


Accidente 703 (José María Forqué, 1962)


El juego de la verdad (José María Forqué, 1963)


La muerte silba un blues (Jesús Franco, 1964)


Los dinamiteros (Juan García Atienza, 1964)


La ciudad no es para mí (Pedro Lazaga, 1966)


Un millón en la basura (José María Forqué, 1967)


El turismo es un gran invento (Pedro Lazaga, 1968)


El otro árbol de Guernica (Pedro Lazaga, 1969)


Crimen imperfecto (Fernando Fernán Gómez, 1970)


El astronauta (Javier Aguirre, 1970)


Territorio comanche (Gerardo Herrero, 1997) (director de fotografía de la segunda unidad)



El cuervo (1994)


La fama le llegó por cuestiones ajenas, como sería su origen de cómic, de las tiras de James O’Barr, y el accidente que costó la vida a Brandon Lee, hijo del mitificado Bruce Lee, durante el rodaje. Pero El cuervo (The Crow, 1994) no pasa de corriente —particular y subjetivamente, pienso que ni lo alcanza— y esos aspectos que escapan al propio film, los que marcaron su popularidad y su leyenda, no son cine. Este puede encontrarse en la apuesta estética de Alex Proyas, más cercana al videoclip que a la viñeta, tal vez porque el director llevaba más de una década rodando clips musicales para diferentes grupos y cantantes, o puede que por su protagonista, que era un rockero cuyo maquillaje postmortem no daba para entrar en una banda como Kiss o en una asociación delictiva como la del Joker. En todo caso, Proyas prioriza un ambiente nocturno, lluvioso, oscuro que pretende transmitir el desasosiego interior del muerto que regresa para vengarse, una venganza que el film desarrolla un año después del doble homicidio expuesto en el prólogo. El regreso de Eric (Brandon Lee) se produce el 30 de octubre del año siguiente, justo uno después de su muerte y de la de Sheila (Sofia Shinas), con quien se iba a casar ese mismo día. La leyenda, dice la voz de Sarah (Rochelle Davis), habla de que un cuervo regresa a la vida a aquellas almas tan tristes que no pueden morir en paz, pero, entonces, ¿por qué no se trae a Sheila, que, aparte de asesinada, también fue violada por los asaltantes? Acaso, ¿ella está contenta o no lo ha perdido todo? No hay respuesta, o habría que buscarla en el más allá y no voy a negar que en el aquí estoy la mar de cómodo. Así que dejo aparte los caprichos de los cuervos, que pertenecen a otra mitología, y aceptó que el reaparecido sea Eric, que no duda en vestirse de cuero y pintarse la cara para salir de caza esa noche violenta en la que se reencuentra con Sarah y recibe la colaboración y comprensión del sargento Albrecht (Ernie Hudson) durante su ajuste de cuentas. En definitiva, Eric regresa para encontrar y acabar con los responsables de su desdicha y de la de Sheila, para así morir en paz y para ofrecer a su público una historia de venganza que se acota a la noche de Halloween y a las calles de una ciudad entre la oscuridad y las llamas…



domingo, 16 de febrero de 2025

Entreacto (1924)

En su primera película, Entreacto (Entr’acte, 1924), René Clair apostó por la ruptura, por explorar las posibilidades visuales y experimentar con las imágenes, con lo que tenía a mano y, aunque se dedicaba a la crítica cinematográfica, con su todavía escasa experiencia en el medio al que dedicaría su vida. El cineasta recordaba que su película formaba parte de la representación de un ballet en dos actos, en cuyo intermedio Francis Picaba <<deseaba proyectar un film>>. (1) <<¡Qué suerte para un debutante!>>, recuerda Clair en su Cine de ayer, cine de hoy, <<Mi equipo se formó rápidamente; contraté a un operador, a dos jóvenes que, con el título de ayudantes, hacían toda clase de trabajos y a un director de producción, una de cuyas tareas, y no la más fácil precisamente, fue la de encontrar aparcamiento todas las noches a un coche fúnebre alquilado a las pompas fúnebres…>> Dicho vehículo, al que <<nadie quería darle asilo>> resulta fundamental para la no trama, pues el film carece de argumento, de historia convencional, y su osadía imprime la sensación de velocidad creciente al conjunto que alcanza los veinte minutos de duración. Si bien hoy puede resultar desfasada o incluso aburrida, ayer sería una descarada obra cinematográfica porque En Entreacto no hay necesidad ni intención de trama, sino de retar al público a la que iba dirigida; y, para ello, nada mejor que darle lo que no esperen, lo que quizá no comprendan, en la veloz sucesión de imágenes que la componen y que, sin permitirles una explicación plausible, les acerca el movimiento prometido por el término “cinema”, del “kinema” griego, para dar rienda suelta al absurdo y al placer de inventar por inventar…

(1) Entrecomillado: René Clair: Cine de ayer, cine de hoy (traducción de Antonio Alvárez de la Rosa). Inventarios Provisionales Editores, Las Palmas de Gran Canaria/Valencia, 1974.

sábado, 15 de febrero de 2025

Noche en la Tierra (1991)

Pasear por la Tierra no resulta tarea fácil, más si cabe si tomas un taxi o lo conduces, pero puede ser divertido, incluso sorprendente, si uno se deja conducir por un guía como Jim Jarmusch, que pasea su humor, su desenfado, su independencia y su desorden por cinco ciudades —Los Ángeles, Nueva York, París, Roma y Helsinki—, en los cinco episodios que componente su Noche en la tierra (Night on Earth, 1991), comedia subversiva que encuentran su nexo en los relojes de pared que indican los horarios de cada lugar en un mismo instante, en la nocturnidad, en el taxi y en los espacios urbanos que adquieren características propias de cada ciudad, según el fragmento que corresponda. Aparte de los guiños al cine de John Cassavates, que resalta a primera vista en la presencia de Gena Rowlands, al de Spike Lee en el fragmento neoyorquino, o a los hermanos Kaurismäki, Mika y Aki —para este último, Jarmusch había interpretado el pequeño papel de vendedor de coches usados en la no menos surrealista Leningrad Cowboys Go America (Aki Kaurismäki, 1989)—, Jarmusch conduce a lo suyo, como el piloto al que da vida Roberto Benigni, y trastoca e invierte el orden sin apenas apearse de los cinco vehículos que se convierten en los escenarios donde ubica su intención cómica y rebelde. El cineasta neoyorquino revoluciona, rechaza el orden e intercambia los papeles de sus personajes. Transforma al taxista neoyorquino (Armin Mueller Stahl) en pasajero y a Yoyo (Giancarlo Esposito), su cliente, en conductor; o en ciego al conductor parisino (Isaach De Bankolé), que no deja de mirar por el retrovisor a su pasajera invidente (Beatrice Dalle) porque le genera curiosidad y le convierte en voyeur de primera. Transporta las penas y las hace audibles en el episodio finlandés o decide que su taxista angelina (Wynona Ryder) rechace la promesa de glamour, fama y dinero que le ofrece Victoria (Gena Rowlands), directora de casting de un estudio cinematográfico, porque se mantiene fiel a su idea de vida. La joven tiene claro que quiere ser mecánica, y nada de lo que le ofrezcan podrá hacerle cambiar de opinión. Pero quizá el más subversivo de sus personajes sea el interpretado por su colega Roberto Benigni, cuyo recorrido por las calles romanas no tiene desperdicio antes y durante su carrera al servicio del representante del clero (Paolo Bonacelli) a quien confiesa sus idilios con una calabaza, con una oveja y con su cuñada. Mas, rebeldías aparte, destaca en los distintos recorridos propuestos en Noche en la Tierra la intención de dotar de humanidad a esos personajes que, desconocidos entre sí y precisamente por ello, les resulta quizá más sencillo abrirse y establecer la breve relación confidencial y confesional en el interior de un espacio tan reducido y acotado como los cinco vehículos abiertos al encuentro entre extraños, en los que nunca sabes quién entra ni quién conduce, pues, como en la realidad fuera de la pantalla, nada saben los unos de los otros; y con eso juega Jarmusch, con la curiosidad que despiertan y con los distintos choques y acercamientos que se producen… 



viernes, 14 de febrero de 2025

Dick Tracy (1990)

Mucho antes de que Warren Beatty lo adaptase a la gran pantalla, el personaje creado por Chester Gould ya contaba con un amplio historial audiovisual, pero es en su Dick Tracy (1990) donde el ambiente del policía, héroe incorrupto, servidor del orden y reconocible a primera vista en que luce abrigo y sombrero amarillo, alcanza mayor plasticidad gracias a la ambientación y a los decorados de Harold Mixhaelson, Rick Simpson y Richard Sylbert, y a la iluminación del gran Vittorio Storaro, que confieren a la película la estética de cómic en la que resaltan los rojos, los amarillos, los azules y la combinación de estos dos colores primarios: el verde. Dicha estética resulta el aspecto más destacado de un film que bebe del detectivesco y de la caricatura, y que llama la atención popular por su reparto, lleno de nombres reconocibles y de actuaciones histriónicas, como la del villano a quien da vida Al Pacino, que da rienda suelta a sus tics habituales y a su exageración natural para crear un personaje híbrido entre Michael Corleone y el Pingüino, recreación caricaturesca que Beatty, en su faceta de director, usa a favor de su película y la contrapone con la serenidad de su personaje, el cual pasa de héroe a falso culpable debido a la trampa que le tiende el personaje sin rostro, enemigo de su enemigo, de quien desconocen la identidad. Aparte de la intriga, previsible porque ni siquiera es lo importante de la película, se sitúa al personaje entre el deseo y el amor, y también el deber. Tracy se humaniza, esa es la idea al establecer las distintas relaciones del personaje: la paterno-filial que establece con el niño huérfano (Charlie Korsmo), la de pareja que no se decide, con Tess (Gleanne Headly), o la fantasiosa que despierta la aparición e insinuación de Susurros (Madonna), la supuesta mujer fatal que, amenazada por sus vínculos con el hampa, no duda en utilizar sus encantos para engatusar a ese detective servidor del orden en una ciudad diseñada para agudizar la sensación de vivir el cómic, lejos de cualquier realidad que no sea la de vivir en una película-tebeo cuyos bajos fondos resaltan coloristas, lejanos a las sombras que envuelven Camino a la perdición (Road to Perdition, Sam Mendes, 2002), afortunada traslación a la pantalla de otro tipo de cómic, menos infantil, que ya asume y presume ser novela gráfica…



jueves, 13 de febrero de 2025

Quo Vadis (2001)

La primera adaptación de la novela de Henryk Sienkiewicz data de 1901, en los albores del cine, y apenas supera el minuto de duración. Su autor, Ferdinand Zecca, es uno de los grandes pioneros del celuloide, pero la obra no vería una adaptación más compleja hasta el primer periodo de esplendor del cine italiano, que alcanza sus máximas en el Quo Vadis? (1912) realizado por Enrico Guazzoni y la mítica Cabiria (Giovanni Pastrone, 1913). Pero esta no sería la última adaptación muda de la obra del escritor polaco, tal honor recae en la italo-alemana rodada en 1924 por Gabriellino D’Annunzio y Georg Jacoby, que contaron con Emil Jannings en el papel de Nerón. Un siglo y varias versiones después de la de Zecca, entre ellas las hollywoodienses rodadas por Cecil B. DeMille en El signo de la cruz (The Sign of the Cross, 1932) y Mervyn LeRoy en Quo Vadis (1951), llegó la de Jerzy Kawalerowicz, que volvía a recrear un periodo pasado para hablar de aspectos reconocibles en el presente o en cualquier otro tiempo humano. Ya lo había hecho con anterioridad, en dos de sus películas más prestigiosas: Madre Juana de los Ángeles (Matka Joanna od Aniolow, 1961) y Faraón (Faraon, 1966), que ubica en el Antiguo Egipto y establece relaciones entre aquel periodo faraónico y la Polonia de la década de 1960; también en El rehén de Europa (Jeniec Europy, 1989) viaja al pasado, lo hace para acompañar al caído en su destierro napoleónico. Los temas expuestos en Quo Vadis (2001), a la postre su última película, no se anclan en ningún periodo concreto, aunque la historia que nos cuenta se sitúe en Roma, bajo el reinado de Nerón (Michael Bajor), y detalle la persecución sufrida por la comunidad cristiana a la que el emperador inicialmente no presta la menor atención, porque prefiere deleitarse en su poesía y en las orgías en las que, lira en mano, canta sus desastrosas y alabadas composiciones. No se ancla porque, más allá de sus personajes históricos, de la primitiva comunidad cristiana o del incendio de Roma, los temas son universales. En palabras de Kawalerowicz, se trata de <<una especie de meditación sobre la fe, la política, el poder y el amor…>> (1) y, para meditarlo, que mejor que situar a sus personajes —el más logrado el Petronio de Boguslaw Linda— en esa época imperial que le permite hablar de pasiones, emociones, sentimientos, intereses que desatan las luchas de poder y las víctimas de las mismas…

(1) Jerzy Kawalerowicz. Un cineasta entre el poder y la gloria. Festival de Cine de Huesca-Filmoteca de Andalucía, Zaragoza, 2003.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Los niños del Brasil (1978)


Recién concluida la Segunda Guerra Mundial, Orson Welles realiza El extraño (The Stranger, 1946), y en ella interpreta a un criminal nazi que ha escapado tras la derrota y se oculta en una pequeña localidad estadounidense donde trata de pasar desapercibido, siendo uno más de la vecindad. Pero el agente interpretado por Edward G. Robinson le sigue la pista. Aunque no es el eje sobre el que gira, la película apunta la huida de responsables de crímenes de guerra y la persecución llevada a cabo para conducirlos ante los tribunales internacionales encargados de juzgarlos. Años después del thriller de Welles, así, como quien no quiere la cosa, los taconazos de Schulz en Uno, dos, tres (One, Two, Three, Billy Wilder, 1961) delatan con humor y caricatura restos de nazismo en la guerra fría, en su período inmediatamente anterior a la construcción del muro de Berlín. Por aquel entonces, en el que James Cagney vende refrescos de cola en la ácida comedia de Wilder, varios agentes israelíes secuestran a Adolf Eichmann en Argentina y lo trasladan clandestinamente a Israel. Corre el año 1962 y en suelo israelí se juzga al encargado de transportes del régimen nazi. Su juicio es transmitido por televisión a escala mundial —las responsabilidades de Eichmann en los crímenes de guerra nazis fueron analizadas por Hannah Arendt en su magnífico ensayo Eichmann en Jerusalén—, pero cómo pudo escapar. Cuando los agentes israelís lo sacan de Argentina, ya van para dos décadas que el oficial de la SS se esfumó sin dejar rastro. ¿Cómo lo consigue? ¿Quién le ayuda? ¿Y cómo puede ocultarse durante tanto tiempo? Pero en ese momento de su captura lo que más apremia es lanzar una advertencia, no contestar preguntas, la de “quien las hace las paga”. No obstante, algunos criminales de guerra logran mantenerse fuera del alcance de la justicia internacional y de la israelí, que, más que su venganza, busca advertir al mundo que no van a dejarse pisotear nunca más. Uno de esos famosos fugitivos es el doctor Mengele, personaje que inspira la novela de Ira Levin Los niños del Brasil (The Boys from Brazil, 1976), la misma que Franklin J. Schaffner adapta a la pantalla en la película homónima, que rueda en 1978, y que protagonizan tres grandes actores: James Mason, Laurence Olivier y Gregory Peck, que da vida a un Mengele libre, oculto en Brasil, e intentando reinstaurar la ideología nazi a partir de su experimentación genética con gemelos perfectos. Pero, aparte de flojo y previsible, el film de Schaffner tampoco indica cómo pudo escapar este doctor apodado como “el ángel de la muerte” y “el ángel blanco”, apodo que toma para sí el nazi interpretado por Olivier en Marathon Man (1976), un espléndido thriller en el que John Schlesinger logra momentos de tensión tan memorables como la tortura a la que es sometido su protagonista (Dustin Hoffman), pero tampoco entra en detalles. Quien sí lo hizo fue Marcel Ophuls en su Hotel Terminus (1988), que insistía en profundizar en ellos a lo largo de su prestigioso documental sobre Klaus Barbie, conocido como “el carnicero de Lyon”. En la película de Schaffner, Olivier encarna a un cazador de nazis fugitivos inspirado en los reales Simon Wiesenthal y Serge Klarsfeld. Pero nada de la película funciona, salvo la presencia del prestigio actor británico y de un Gregory Peck inusual, al asumir el rol de “villano”, dando vida al científico y criminal nazi, que sueña con dar con el espécimen perfecto para dominar el mundo y así hacer real su sueño y crear la una pesadilla para el resto…





martes, 11 de febrero de 2025

Rincones sin esquinas (fragmento)


Librería Galí (1876-2006)

<<Retomo el hilo, casi perdido, y continúo por el laberinto mental hasta dar con una puerta que me deja en la vieja sala donde veo e invento películas. Las ideo sobre la alfombra o frente al televisor en blanco y negro, que en ese instante emite la versión en color de La casa de la Troya, la realizada por Rafael Gil en 1959. La escena descubre a Arturo Fernández en una librería que me resulta familiar y, en mi comprensión infantil, sonrío y le digo: <<Conozco esa librería, antes que tú>>. Pienso que la estancia y el lugar nos igualan, a pesar de que el actor no comparta mi pensamiento e ignore mi futura existencia y mi inexistencia de entonces. En todo caso, ambos pisamos el mismo suelo de piedra, quizá tenga partes de madera, y damos la espalda a las estanterías que se elevaban hasta el techo repletas de las vidas y las obras que se reúnen en volúmenes que cambian cuando varios compañeros de escuela irrumpimos jadeantes y emocionados a principios de la década de 1980. Buscamos pistas que nos permitan avanzar en el juego escolar que recorre las calles cercanas al colegio que, sin tristeza ni alegría, como un paso más en la vida, abandono a los trece años para no regresar jamás. Pero esa misma librería, también me resulta un lugar de tránsito y de terror infantil, pues, allí, antes o después de la yincana, camino hacia las escaleras y subo a la primera planta. Lo hago mirando de reojo los peldaños que dejo atrás. Me noto nervioso, tal vez atemorizado ante la idea de la realidad que me espera, pues el final de la ascensión supone mi encuentro con el analista que se queda con gotas de mi sangre. No se lo reprocho, es su trabajo, y el mío, sentir pánico infantil por la aguja. Pero, sobre todo, aquel edificio en la pantalla me insinúa que un mismo instante y una misma cosa, cuerpo u objeto, pueden formar parte de la irrealidad y de la realidad, o de dos y más realidades distintas.

Mientras la veo en la pantalla, es real e irreal. Tiempo después, tiempo pasado, aquella librería que creo eterna sobrevive en la imagen cinematográfica, en escritos como el de Lugín y, hasta que deje de oírse, en el eco mental de no pocos compostelanos. Existe el edificio, pero ya no venden libros ni material similar, tampoco despachan las figuras, postales y otros recuerdos que los sustituyeron, y quizá antes de mañana ya no sea un estanco. ¿Pero quién precisa comprar recuerdos y tabaco de pipa, si los más queridos y hermosos no tienen precio y también los envuelve el humo? Solo se necesita adentrarse por cualquier rincón sin esquina y esperar a que la niebla nos permita ver…>>

Antonio Pardines: Rincones sin esquinas

En el siguiente enlace, al final del texto, pueden leerse o descargarse las primeras páginas del libro Rincones sin esquinas:

https://vadevagos.blogspot.com/2025/02/rincones-sin-esquinas-paginas.html?m=1

domingo, 9 de febrero de 2025

Solo los amantes sobreviven (2013)

Si pienso en la presunción de unicidad y de inteligencia del ser humano, parece inevitable que cualquiera tenga pensamiento propio; y eso sería lo recomendable y lo enriquecedor tanto para el individuo como para el conjunto del que forma parte, pero, en cuanto entramos en terreno creativo, no todo apunta hacia esas propiedad intelectual y única que no se descubre en demasiadas obras cinematográficas o de otro tipo. En Jim Jarmusch, sí. A lo largo de su filmografía, toca géneros y subgéneros para escapar de ellos; da igual que sea el western, el cine negro, el fantástico o el carcelario. Él va a lo suyo y habla desde esa distancia aparente de aspectos no tan lejanos. Introduce en cualquiera de los territorios fílmicos que transita su peculiar sentido del humor y a sus personajes, que ni son cowboys, ni samuráis, ni convictos, ni vampiros ni zombies. Los personajes de Jarmusch son eso, personajes de Jarmusch; y es ahí donde solo pueden ser encasillados, ya que escapan de los característicos zombies que habitan los distintos géneros y se erigen en propios de su creador. En el caso de la pareja vampírica de Solo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013) se les observa lacónicos, apartados de la realidad que dejan fuera, o de la que se apartan intentando sobrevivir a la desolación que amenaza el mundo, ya agonizante, en el que dos almas sensibles como ellas se descubren conteniendo las emociones que les desbordan. Juntos apartan ese malestar en el que se descubre Adam (Tom Hiddleston), cuya soledad queda fuera cuando ambos amantes se reúnen y comparten su tiempo, sus emociones y sus sentimientos. Hasta aquí, no parecen muy diferentes a otros, pero lo son. Solo hay que verlos en la pantalla para darse cuenta de lo contrario. Poseen el “toque” Jarmusch, que es diferente del “toque” Kaurismäki, por poner un ejemplo comparativo de otro cineasta de innegable creatividad y unicidad, dos características que confieren unidad al conjunto de sus respectivas obras cinematográficas, las cuales establecen comunicación en la distancia de las modas, que no deja de ser lo convencional, lo que se impone y a las que ninguneo de los dos puede ni quiere adaptarse. Lo cierto es que Jarmusch realiza aquello que considera a partir de sus gustos y su “extraña” e irónica mirada le permite hablar de la realidad que reflexiona, en este caso no se trata de una fantasiosa, sino de la que se percibe al abrir los ojos y mirar alrededor y en uno mismo. Jarmusch piensa en ella, sus personajes también, pero esa capacidad de pensar y de sentir ha desaparecido en el mundo de Adam y Eva (Tilda Swinton). En este aspecto son los últimos supervivientes de un mundo que ha perdido su humanidad o, al menos, un rasgo tan definitorio como su cultura y su capacidad de crearla, evolucionarla y vivirla. La sed de los “vampiros” de Jarmusch no es la de sangre, aunque la necesiten, sino la de estar juntos, de amar, de lectura, de sentir la música, de compartir emociones que, debido a su naturaleza, parecen ausentes, pero que se encuentran ahí, bajo la piel. Para hablar de todo ello, a Jarmusch no le hace falta exhibir, solo insinuar, reflexionar y bromear; lo que le permite recorrer la cultura occidental y desvelar la desolación que amenaza el mundo de sus vampiros reflexivos, filosóficos, pensantes, creativos, únicos… cuyas personalidades son islas en una época de vampiros adolescentes como Ava (Mia Wasikowska) o zombies, tal como queda bromeado en Los muertos no mueren (Dead Don’t Die, 2019), en la que Jarmusch se desata para dar rienda suelta al ataque de los no pensantes…



jueves, 6 de febrero de 2025

Rincones sin esquinas (primeras páginas)


Prefiero lectores que compradores, la diferencia, para mí, salta a la vista… y podría quedar explicada si lo escribo de esta otra manera: prefiero que un libro seduzca, no que, con su insistencia, el autor, en este caso yo, obligue a su compra y, una vez adquirido, quede olvidado. Si alguien no tiene intención de leerlo o no siente le menor curiosidad, ¿cómo interesarle? Difícil; más aun cuando pienso en las palabras de Umberto Eco <<El mundo está lleno de libros preciosos, que nadie lee>>. Entonces, ¿qué sentido tiene un libro, si no es el de establecer comunicación entre el autor y quien lee sus páginas? Tan necesario es el escritor como el lector, pues una vez escrito, el protagonismo le corresponde al segundo. De ese modo se establece el lazo que une a ambos extremos en la literatura (suma de recursos literarios y de las ideas que contiene y que genera) y no creo que la insistencia sea el mejor camino para generar la curiosidad necesaria para establecerlo. Ignoro cuáles son las mejores vías, y supongo que nunca llegaré a transitarlas, pero, en todo caso, sospecho que atosigar solo me conduce a un callejón sin salida y, particularmente, me gustan las salidas, las entradas y hacer de la vida unas vacaciones, a poder ser, largas, aunque mal pagadas. Así tendría todo el tiempo que quede de mi existencia para vivirlo, escribir y leer, pero no lo malgastaría comprando un libro que no tenga pensado leer. ¿Para qué? ¿Para adornar? ¿Para hacer el favor a un amigo? No me gustan los adornos y no me convence que me compren un libro como el favor de un amigo a otro. Si quien lo compra no va a leerlo, ¿en qué consiste el favor? ¿En pensar que da una limosna? ¿Y la curiosidad amiga? Entonces, ¿qué se le puede exigir a la desconocida? Acaso, ¿alguien le obliga? No, que nadie actúe por una falsa idea de compromiso o por una obligación inexistente, que quien compre un libro lo haga por la curiosidad que la obra le despierte. Puedo entender que Rincones sin esquinas tenga pocos lectores, pero quienes se dejen seducir por sus páginas seguro que no quedarán indiferentes; y si no, tampoco esperéis que os devuelva el dinero u os pida perdón, pues vuestra es la elección. Aquí, al final del texto, comparto sus primeras páginas, que, junto al resto que forman el libro, son las únicas herramientas que poseo y quiero para despertar curiosidad o indiferencia…


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miércoles, 5 de febrero de 2025

Rincones sin esquinas (libro)


Carezco de plan promocional o de algo por el estilo, ni pretendo tener nada similar ni poseo las condiciones necesarias para llevarlo a cabo. Podría pasarme el día dando explicaciones que solo acumularían palabras y palabras, palabrería que reduzco a que no me gusta que me atosiguen con compra esto y aquello ni que deba hacerse un evento o una presentación, de lo que sea, en tal o cual lugar. Puesto que ya se publicita todo, incluso la privacidad, terreno fértil para las relaciones, el pensamiento, los sentimientos y las emociones, intentar promocionar una obra o a uno mismo significa casi nada; sobre todo para quien se autopublica siendo mínimamente consciente del mundo en el que vive. Entonces, para qué hacerlo, si no es por una cuestión de promoción, es decir, de ego y de la engañosa promesa de ventas. Lo primero lo tengo desde que me acepté como quien acepta cada día y lo segundo es un imposible para quien escribe en plena libertad y sin un respaldo editorial que incluya una promoción profesional y espacios en las grandes superficies o en las librerías que las imitan. Precisando, solo nos queda la mínima esperanza del boca a boca, cuchicheo de la generosidad lectora. Lo sé, (auto)publicar es como condenar tu libro al limbo, sin embargo, no es peor purgatorio que el esperar y esperar en el cajón o en el callejón de los sueños rotos. Pero si lo dejo ahí, seguro que lo relego al ostracismo y al consiguiente oscurantismo en el que se quedaría sin caer en las manos de los pocos curiosos que se arriesguen a conocerlo. Aunque sepa que la suya será una lectura mínima, pues no me engaño respecto al número de posibles lectores, he decidido publicar Rincones sin esquinas, una obra personal, quizá la más personal de las que he escrito hasta la fecha, pero que va más allá de mi persona y de la ciudad protagonista, la cual recorro solo y en compañía, la ciudad donde nací y donde vivo, la que sin duda amo y en alguna ocasión odio, tal vez porque la siento en contradicción y conflicto. Como todo ser humano, llevo ambas en la mochila que cargo a la espalda...

El libro que ahora doy a conocer, y que ya está a la venta en Amazon, recorre Santiago de Compostela a partir de leyendas, historia, personajes reales y ficticios, películas ambientadas en la ciudad, literatura y la memoria del autor, o mejor, la de alguien que camina en tiempo presente los distintos espacios y pretéritos que asoman por la lectura. Así, a grandes rasgos, Rincones sin esquinas pasea su desenfado, su ensoñación y su reflexión en líneas que evocan la tierra y las piedras compostelanas. Avanza o retrocede por la memoria histórica, cinematográfica, legendaria, artística, literaria, jacobea de la ciudad y también por los recuerdos de un narrador que abre puertas temporales al pasado que transita en presente para recuperar instantes de la ciudad que siempre lo devuelve al momento en el que camina.

Sus páginas hablan de la memoria y del olvido, de cine y literatura, del nacimiento urbano tras el hallazgo de una tumba que se deseó apostólica y de algunas necesidades que hicieron de Compostela el faro al final de un camino medieval que, por primera vez, tras la caída del imperio romano en Occidente, unía Europa en un efímero esplendor artístico, económico y cultural. Igual que hoy, entonces Galicia y Compostela miraban hacia fuera y abrían sus puertas a millares de peregrinos que hicieron posible el desarrollo urbano, no solo el compostelano, sino a lo largo de los distintos Caminos. Pero, aunque sus momentos se ubican en su mayoría en Santiago, la acción del libro se extiende más allá de la localidad y del tiempo que nos empeñamos en limitar sin éxito, entre la mítica traslatio de Santiago Zebedeo desde tierras palestinas y la actualidad que avanza hacia algún futuro. Lo hace rompiendo las barreras habituales narrativas y expositivas del ensayo, ya que, propiamente dicho, el texto no lo es; tampoco es novela, ni memorias, ni fantasía, ni un estudio sobre arte ni, menos aún, pretende ser una clase de historia, aunque tal vez mezcle todo eso o solo sea el sueño de quien recorre calles y momentos que recuperan sentido a través de películas, libros, leyendas, sueños, hechos, recuerdos, protagonistas anónimos y personajes históricos…

Acceso a la página de Amazon:

Rincones sin esquinas (tapa blanda y kindle)


Entrevista con el vampiro (1994)

Se dio tanto bombo en los medios especializados (y los no tanto) a la prehistoria y a la preproducción de Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994) que ya antes de su estreno, de su rodaje, e incluso de que hubiese algo firmado, uno estaba más que harto de escuchar hablar de ella. Daba igual si habías o no leído la novela de Anne Rice para conocer el nombre de la autora y de su vampiro principal. Y aunque llevaba tiempo escribiendo, publicando y vendiendo, aquella “campaña” logró que el nombre de la novelista sonase con fuerza fuera del ámbito de sus lectores y de los aficionados a la literatura fantástica; lo que le supuso nuevos consumidores de sus Crónicas vampíricas. En definitiva, dudo que todo aquello fuese caprichoso, pues ¿a quién se le escapa que la constante aparición de rumores, desmentidos y noticias relacionadas con la futura (ya pretérita) adaptación no jugaba comercialmente a su favor? Antes de la campaña publicitaria llevada a cabo por la Warner (anuncios, premieres, entrevistas, titulares, etc.), ya se había hecho una promoción que, prácticamente, aseguraba el lleno en las salas, más si cabe por lo llamativo de un reparto que contaba con una súper estrella, Tom Cruise, y con una emergente que no tardaría en serlo, Brad Pitt, al que se unía una actriz infantil a las puertas de la adolescencia, Kirsten Dunst (por entonces, tenia 11 años). El trío protagonizó una historia de vampiros a la que se apuntaron, para roles secundarios, Antonio Banderas, Christian Slater y Stephen Rea, rostro asiduo en la obra cinematográfica de Neil Jordan, que fue el responsable de llevar a la pantalla el popular súper ventas de Anne Rice.

El éxito editorial de la novela, y de la serie literaria que inició en 1976, generaba expectativas entre los consumidores del libro, respecto a su adaptación cinematográfica, y no paraba de hablarse de que la autora exigía tener la última palabra en cuanto al reparto y otras cuestiones relacionadas con la posible adaptación. Exigió ser la guionista, tal vez esperando que la película fuese obra suya, o lo más fiel posible a la idea que tenía de sus personajes y de su mundo vampírico. Pero el resultado encaja totalmente en el cine de Jordan. Al no haber leído el libro, desconozco en qué medida se distancia del original literario; pero, aparte de la fidelidad que implica que la guionista sea la propia autora, asumo que lo suficiente para que el cineasta irlandés haga suyo el material del que parte y que da forma en la pantalla siguiendo su gusto por lo fantástico y los personajes que escapan de lo corriente y, consecuentemente, viven condenados a ser incomprendidos, cuando no perseguidos, o a tener que ocultarse y vivir en mundos alternativos donde poder ser. La historia se inicia en el presente, en la ciudad de San Francisco donde un periodista sigue a un tipo que le resulta curioso. Quiere entrevistarlo y aquel desea dejar constancia de su vida, pero no la humana, de la que solo apunta su desesperación tras la muerte de su mujer y de su hijo. Lo que Louis (Brad Pitt) quiere contar es su biografía vampírica, desde que se produce su encuentro con Lestat (Tom Cruise), con quien durante un tiempo forma lo que puede llamarse una familia feliz y enamorada de la no vida, hasta ese momento en el que se confiesa; entremedias la aceptación de su extraña naturaleza (vista desde la normalidad que impera y se impone a la luz del día)…

Escribiendo una “posdata” para el comentario anterior, me queda por decir que Cruise me resulta poco creíble en su personaje, pero esto me pasa con muchas películas que protagoniza (lo veo a él y no el rol que interpreta). En cuanto a Brad Pitt, no es hasta Seven (David Fincher, 1995), cuando me sorprende como actor, aunque antes hubiese recibido buenas críticas por este personaje o por el psicópata que compuso para Kalifornia (Dominic Sena, 1993). Por otra parte, creo que la ambientación está hecha para enfatizar esa irrealidad en la que se desarrolla la película; tal vez sea su mayor acierto; y este corresponde a Jordan y al director de fotografía Philippe Rousselot. El de Kirsten Dunst es el personaje del film, el que se lleva de calle la atención del espectador, pues Entrevista con el vampiro mejora en su presencia. En todo caso, Jordan es un cineasta que me gusta desde la década de 1980; si no me falla la memoria, la primera película suya que vi fue Mona Lisa (1986), y me pareció muy buena. Desayuno en Plutón (Breakfast in Pluto, 2005) también me resultó muy buena y con En compañía de lobos (The Company of Wolves, 1984) creo que logra una atmósfera de cuento de hadas terrorífica, muy acorde con el relato y la fantasía. También guardo buen recuerdo de Juego de lágrimas (The Crying Game, 1992) y de su biopic Michael Collins (1996) y de Bizantium (2012), otra variante del vampirismo que se me antoja más cercana a Jordan.



martes, 4 de febrero de 2025

Good Morning, Vietnam (1987)


El cine bebe de la realidad para escaparse de ella y así poder crear otra a medida de aquello que pretende conseguir: un entretenimiento, una buena recaudación o un discurso crítico (o puede que propagandístico). En el caso de Good Morning, Vietnam (1987) logra las tres metas arriba señaladas y, también, la del lucimiento de su estrella: Robin Williams. Obviamente, la película es para él o él la hace a su medida excesiva y tal como se expone en pantalla, aunque exista, la historia que Barry Levinson cuenta, desaparecería sin la forma que el actor confiere a su personaje, que se convierte en el centro de cuanto se ve en la pantalla. Inspirado en el locutor radiofónico Adrian Cronauer, el de Williams resulta distinto al real; tal vez porque se sitúe en una ideología en las antípodas o que el ficticio es la creación del actor que le da vida —su Cronauer reúne tics que se encuentran en la mayoría de los personajes encarnados por Williams—. Y ese distanciamiento del Cronauer real resulta necesario para el discurso de Levinson; el que emparenta su película con otras contemporáneas que abordan, desde una perspectiva crítica, la intervención estadounidense en Vietnam: Platoon (Oliver Stone, 1986), La chaqueta metálica (Full Metal Jackett, Stanley Kubrick, 1987), Nacido el 4 de julio (Born on the Fourth of July, Oliver Stone, 1989) o Corazones de hierro (Casualties of War, Brian de Palma, 1987). En estas historias los personajes centrales posibilitan el acceso al conflicto que se erige en protagonista; aunque, como apunto arriba, en Good Morning, Vietnam el centro de todo es Williams; ni la intervención militar ni la pérdida de la inocencia, ni las causas ni las consecuencias, ni las mentiras ni las verdades a medias, aunque algo de lo dicho asoma en momentos en los que el actor pisa el freno…


Por aquel entonces de la década de 1980, tal vez ya cansados del reaganismo, empezó a proliferar en el cine bélico estadounidense, esa postura incómoda que, años atrás, ya se expone en películas europeas como O. K. (Michael Verhoeven, 1970) o, hacia finales de los setenta, en Michael Cimino y Francis Ford Coppola, que habían iniciado con El cazador (The Deer Hunter, 1978) y Apocalypse Now (1979) las primeras producciones hollywoodienses que se adentraban en el conflicto para descubrir y desvelar aspectos sombríos de la intervención y de la guerra, aquellos que, sin duda, alguien como John Wayne evitó en la propagandística Los boinas verdes (The Green Berets, 1968) o que en Rambo (First Blood Part II, George Pan Cosmatos, 1985) no asoman ni por descuido. Pero el personaje de Williams no entra en contacto con el campo de batalla. Su Cronauer accede a un espacio mediático, la radio, donde la lucha se desata entre la verdad y la censura que la silencia. Para hacer hincapié en esto, el locutor da rienda suelta al histrionismo, que si bien obedece a su modo de entender su oficio de cómico radiofónico, sirve para remarcar el choque de opuestos que asoma desde el inicio, cuando ese aviador ficticio y dicharachero aterriza en Saigón, en 1965, desaliñado, sin el uniforme reglamentario, con actitud de quien llega para hacer turismo, que se antoja mucho más divertido y correcto que la ocupación militar de un país lejano, aunque esta presencia masiva de tropas se esconda detrás del eufemismo “pacificación”. La primera imagen del personaje no obedece a su traslado precipitado, de Grecia, su destino anterior, al Sudeste asiático, aunque apenas haya tenido tiempo de cambiarse, sino que sirve al propósito de Levinson, que busca mostrar algún rasgo que, ya en ese instante primigenio, defina la personalidad de su protagonista. Así, ya se comprende que se trata de un subversivo dentro del orden que revoluciona. No es marcial ni uniforme, ni piensa acatar las normas castrenses que el sargento mayor guarda con encomio, intransigencia y militarismo. Imagen que se confirma en la reacción del sargento mayor ante su llegada, pues el humor irreverente y la gracia de Cronauer le precede, motivo que irrita al suboficial, que teme que el orden al que sirve se venga abajo. Por otra parte, Cronauer llega para animar a los soldados estadounidenses con su estilo radiofónico desenfadado cuya gracia reside en el humor bufo, en la caricatura y el rock’nd roll, pero también en la certeza de que los medios han de decir la verdad de los hechos; postura que choca con la censura militar imperante, una censura que contradice la idea central sobre la que se sostiene cualquier país que presuma de defender la libertad…