Junto a Rabelais, con su Gargantua y Pantagruel, Cervantes y su Quijote pueden considerarse los creadores de la novela moderna europea, que es la que influye en la americana, antes de que esta haga lo propio con las primeras. De hecho, el complutense con su hidalgo precede a la novela existencialista y a los libros de viaje; incluso introduce la ironía y el humorismo, esa mezcla de humor, pesar, crítica y amargura que después se encuentra en Swift y Gulliver y en Voltaire y su Cándido; y ya en el siglo XX, un humorismo adaptado a la época lo desarrollaron en España sin freno Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez, Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura… Y a Cervantes, en su obra más conocida, aún le da tiempo para introducir historias en la historia principal, en la que “quijotiza” a Sancho y “sanchifica” a Quijote demostrando de ese modo que sus antihéroes queridos son dos caras de la misma moneda, puesto que los humanos podemos ser al tiempo Quijotes y Sanchos; también idiotas, pero esto último lo somos en otro cuento. En teatro, Lope de Vega y Calderón de la Barca andan a la par de Ben Johnson y de William Shakespeare quien, aunque merezca su fama, tuvo mejor publicista; qué duda cabe que, a partir de la isabelina, Inglaterra empieza a dominar el mundo y su propaganda resulta superior a cualquier otra hasta entrado el siglo XX. El nicaragüense Rubén Darío (1) y el andaluz Juan Ramón Jiménez son fundamentales para entender la poesía posterior. Antes, Rosalía de Castro, más que una renovadora de las letras gallegas y de la poesía castellana, da el paso y se presenta cual rebelde emotiva que sufre y eclosiona en verso para cantar sus penas, su condición de gallega, sus paisajes de infancia y de morriña, su condición de mujer en un mundo dominado por el hombre. Es decir, la intimista poetisa siendo ella resulta también ser la voz de minorías mucho antes de que tales voces se pusieran de moda. Con ella, la identidad gallega resurge por entonces cantando y la mujer encuentra una igual que es consciente de su sino y aguarda su liberación, al menos la comprensión de su situación. Cruzando el Atlántico y avanzando en el tiempo, Juan de la Cabada pone, según Elena Garro (2), las primeras piedras para la narrativa mexicana que le siguió; lo hace hacía finales de la década de 1930, con Taurino López. Valle-Inclán, que no poco influyó a los escritores mexicanos, y Ramón Gómez de la Serna son dos apartes, como también lo es Unamuno. En Jorge Manrique ya ni me detengo, porque todos seguimos el curso fluvial por él cantado. ¿Y Lázaro? ¿Y don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, que en picaresca se le hermana? ¿Me llevaría hasta Quevedo y, probablemente, a una pelea con el estirado de “Gongorilla”, el don Luis cuyo centenario celebran los jóvenes del 27? En muchos aspectos literarios, Pío Baroja aventaja a Ernest Hemingway, quien le reconoció sus influencias y su admiración; personalmente me parece mucho mejor escritor donostiarra. Podría seguir, pero tampoco se trata de eso. Solo decir que no es la primera vez que escucho ningunear la literatura castellana y ensalzar otras como la inglesa, la francesa o la rusa. Lo curioso es que quien lo hace no ha leído o profundizado en ninguna. Por ejemplo, alguien nombra Crimen y Castigo, porque así nombra a Dostoievski, a quien no ha leído, pero cuya obra compara con otras que tampoco ha leído. Por suponer, hay profesores de literatura que desconocen muchos clásicos que se les supone han de conocer, y no me refiero a los griegos ni a los romanos con Homero, fuese esté quien fuese, si es que lo fue, y Virgilio y su epopeya sobre Eneas a la cabeza. Si quienes comparan literaturas, comparasen filosofías, habría que dar la razón a quien hablase a favor de la inglesa, la francesa o la alemana respecto ya no a la escrita en lengua castellana, sino a una filósofa nacional de cada país castellanohablante. Pues, en el caso de España, quienes hicieron una filosofía española se cuentan con los dedos. María Zambrano (3) señalaba que Suárez, Vives y Ortega, que realizó sus estudios filosóficos en Alemania, con la influencia que esto implica, pero que supo llevar a su terreno y a su país. Aunque es probable que hayan sido unos pocos más, basten estos dos nombres para hacerse una idea de que los filósofos nacidos en España desarrollaban una filosofía ajena a la realidad española; lo que supone un distanciamiento que en la literatura no se ha dado, quizá, hasta ahora. La pluralidad cultural, histórica y la geografía española afectaba pues formando parte de los diversos autores. ¿Es que ahora quien escribe está fuera de todo esto? No, pero es como si ya la mayoría no lo notase, apurada como está por la idea de ventas y de éxito. Así que, como lector y luego hablador de sus lecturas, lo que conviene es leer un poco de todo sin caer en el vicio de denigrar esto ensalzando aquello otro sin más motivo que el creer que concede un toque de distinción intelectual. Cierto, pero se trata de una distinción para mal, que deja en evidencia las pocas luces en un siglo que amenaza quedar sin ellas, salvo en algunos pueblos y ciudades que se iluminan grotescamente a un mes de la Navidad.
(1) <<La decisión de Bergamín de obligar a escribir a Juan, para mí fue una catástrofe, pues la delegación mexicana en pleno decidió que yo debía vigilar a Juan para que escribiera su famoso cuento Taurino López, del que salió después toda la narrativa mexicana.>> Elena Garro: Memorias de España 1937. Editorial Salto de Página, Madrid, 2001.
(2) <<[…] él fue quien cambió el rumbo de la aviejada poesía decimonónica española avanzándola hacia las corrientes europeas nuevas.>> María Teresa León: Memorias de la melancolía. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2022.
(3) <<Hay un libro, el más conmovedor de su época, dedicado a probarnos la existencia de la Filosofía y de la Ciencia en España, La ciencia española de Menéndez y Pelayo. La enumeración de nombres y de títulos suena como un Deuteronomio del espíritu español que se numera a sí mismo para afirmarse. Pero más bien logra convencernos de algo extraño: de que habiendo habido filósofos no haya existido una Filosofía en España. Curiosamente también abundan los precursores, antecesores… Mas, la existencia de la Filosofía en una cultura, en una vida, no depende tan solo de la genialidad de unos cuantos sino de algo que les trasciende, de la continuidad y de la vigencia de esos geniales esfuerzos. También de la plenitud de esas Filosofías, de que no sea necesario referirlas como pre o post otras. Solo dos casos encontramos en nuestra historia: Suárez y Vives. En este último caso se detiene fascinado Menéndez y Pelayo como ante la cifra y realización de plenas de “lo español” en el pensamiento. […] Más resultan ser teólogos; en el caso de Suárez un filósofo de original indudable y de indudable desconocimiento a pesar de universal gloria. Todo lo español, aún resplandeciendo, viene a quedar vacío.>> María Zambrano: España. Pensamiento, poesía y una ciudad. Biblioteca Nueva, Madrid, 2008.
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