viernes, 13 de diciembre de 2024

Algunas suposiciones literarias


Sucede que a veces uno escucha que la literatura anglosajona es mejor que la castellana; también se dice lo mismo de la francesa, la alemana y la rusa decimonónica, la que aventuran se inicia con Aleksandr Pushkin y que continúa creciendo con los Nikolai Gógol, Mijail Lérmontov, Iván Turguénev, Fiodor Dostoievski, Leo Tolstoi, Antón Chevjov, Leonid Andreiev... Todas tuvieron su momento de esplendor, como lo tuvo la castellana en España, durante el siglo de oro o hacia finales del XIX y primeras décadas del siglo XX, y después en Hispanoamérica, cuya poesía y prosa se hacen adultas, grandes e internacionales en esa misma centuria con Juan Rulfo, Ernesto Sabato, César Vallejo, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Nicolás Guillén, Julio Cortázar, Alejo Carpentier, Borges, Miguel Ángel Asturias y tantos otros. La gran literatura, no la de consumo rápido, y sus grandes escritores asoman en las nombradas y en la portuguesa, la italiana, la japonesa,… Aunque hoy ya la literatura es menos en cada una. Y en eso, tampoco la anglosajona y la francesa aventajan a la castellana, que, para bien y para mal, nada tiene que envidiar al resto, ni el resto a ella. En todas encontramos obras admirables que no podrían haberse escrito en otras partes ni en otros idiomas que no fueran aquellos y allí donde surgieron, por el mero hecho de que los autores, más allá de las influencias, viven y escriben en la historia, en la cultura que les impregna desde la cuna, en la individualidad que les distingue y en la geografía que habitan; es decir: en su época, con sus características y conflictos propios de su momento, en sus costumbres, en su yo, y en su lugar físico y humano, condicionado por el clima, la economía, la política,… Dicha cultura y esa misma historia indudablemente les afecta aunque carezcan de la perspectiva que les haga comprenderlas fuera de su tiempo: en un futuro ya presente para otros. Aunque me desvíe del tema, un poeta como el peruano César Vallejo pudo escribir sobre España porque estaba allí, y lloró, en España, aparta de mí ese cáliz, por ese país que descubrió en guerra, en rebelión y revolución, un país en el que muchos vieron la última guerra romántica, pero es un canto emotivo y doloroso ante un hecho puntual y ante un mundo y unas vidas que se destruyen, ante una libertad que el poeta siente que agoniza… Un británico como Gerald Brenan escribió en inglés su libro antropológico Al sur de Granada, porque vivió varios años allí, pero ¿aprehendió la esencia granadina, la de sus habitantes, la de su quién y sus porqués? De regreso de esta doble e inútil disgresión, escribo, por dar cuerpo gráfico a algo en lo que estoy pensando ahora mismo, que hoy, indistintamente del idioma, con la globalización y uniformad a la que se tiende, ya lo dicho arriba es diferente, me refiero a tener una literatura propia de este o de aquel país. La literatura, el cine, la música se han estereotipado hasta ser una caricatura de sí mismas. Ya no hablan de gente sino de estereotipos, no parecen nacer de una interioridad creativa, sino de un exterior que se impone; y da igual que se escriba aquí o allí, en gallego, en castellano, en portugués o en inglés. Las diferencias son mínimas, y cuando asoman son el reflejo de la personalidad creativa de su autor, mas no de la suma del autor y de una cultura original y natural a su lugar de origen (sin minusvalorar la presencia de las influencias externas asumidas como propias a lo largo del devenir de las identidades locales), como sí fue el caso de Cervantes, Goethe, Balzac, Dickens, Tolstoi…

Junto a Rabelais, con su Gargantua y Pantagruel, Cervantes y su Quijote pueden considerarse los creadores de la novela moderna europea, que es la que influye en la americana, antes de que esta haga lo propio con las primeras. De hecho, el complutense con su hidalgo precede a la novela existencialista y a los libros de viaje; incluso introduce la ironía y el humorismo, esa mezcla de humor, pesar, crítica y amargura que después se encuentra en Swift y Gulliver y en Voltaire y su Cándido; y ya en el siglo XX, un humorismo adaptado a la época lo desarrollaron en España sin freno Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez, Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura… Y a Cervantes, en su obra más conocida, aún le da tiempo para introducir historias en la historia principal, en la que “quijotiza” a Sancho y “sanchifica” a Quijote demostrando de ese modo que sus antihéroes queridos son dos caras de la misma moneda, puesto que los humanos podemos ser al tiempo Quijotes y Sanchos; también idiotas, pero esto último lo somos en otro cuento. En teatro, Lope de Vega y Calderón de la Barca andan a la par de Ben Johnson y de William Shakespeare quien, aunque merezca su fama, tuvo mejor publicista; qué duda cabe que, a partir de la isabelina, Inglaterra empieza a dominar el mundo y su propaganda resulta superior a cualquier otra hasta entrado el siglo XX. El nicaragüense Rubén Darío (1) y el andaluz Juan Ramón Jiménez son fundamentales para entender la poesía posterior. Antes, Rosalía de Castro, más que una renovadora de las letras gallegas y de la poesía castellana, da el paso y se presenta cual rebelde emotiva que sufre y eclosiona en verso para cantar sus penas, su condición de gallega, sus paisajes de infancia y de morriña, su condición de mujer en un mundo dominado por el hombre. Es decir, la intimista poetisa siendo ella resulta también ser la voz de minorías mucho antes de que tales voces se pusieran de moda. Con ella, la identidad gallega resurge por entonces cantando y la mujer encuentra una igual que es consciente de su sino y aguarda su liberación, al menos la comprensión de su situación. Cruzando el Atlántico y avanzando en el tiempo, Juan de la Cabada pone, según Elena Garro (2), las primeras piedras para la narrativa mexicana que le siguió; lo hace hacía finales de la década de 1930, con Taurino López. Valle-Inclán, que no poco influyó a los escritores mexicanos, y Ramón Gómez de la Serna son dos apartes, como también lo es Unamuno. En Jorge Manrique ya ni me detengo, porque todos seguimos el curso fluvial por él cantado. ¿Y Lázaro? ¿Y don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, que en picaresca se le hermana? ¿Me llevaría hasta Quevedo y, probablemente, a una pelea con el estirado de “Gongorilla”, el don Luis cuyo centenario celebran los jóvenes del 27? En muchos aspectos literarios, Pío Baroja aventaja a Ernest Hemingway, quien le reconoció sus influencias y su admiración; personalmente me parece mucho mejor escritor donostiarra. Podría seguir, pero tampoco se trata de eso. Solo decir que no es la primera vez que escucho ningunear la literatura castellana y ensalzar otras como la inglesa, la francesa o la rusa. Lo curioso es que quien lo hace no ha leído o profundizado en ninguna. Por ejemplo, alguien nombra Crimen y Castigo, porque así nombra a Dostoievski, a quien no ha leído, pero cuya obra compara con otras que tampoco ha leído. Por suponer, hay profesores de literatura que desconocen muchos clásicos que se les supone han de conocer, y no me refiero a los griegos ni a los romanos con Homero, fuese esté quien fuese, si es que lo fue, y Virgilio y su epopeya sobre Eneas a la cabeza. Si quienes comparan literaturas, comparasen filosofías, habría que dar la razón a quien hablase a favor de la inglesa, la francesa o la alemana respecto ya no a la escrita en lengua castellana, sino a una filósofa nacional de cada país castellanohablante. Pues, en el caso de España, quienes hicieron una filosofía española se cuentan con los dedos. María Zambrano (3) señalaba que Suárez, Vives y Ortega, que realizó sus estudios filosóficos en Alemania, con la influencia que esto implica, pero que supo llevar a su terreno y a su país. Aunque es probable que hayan sido unos pocos más, basten estos dos nombres para hacerse una idea de que los filósofos nacidos en España desarrollaban una filosofía ajena a la realidad española; lo que supone un distanciamiento que en la literatura no se ha dado, quizá, hasta ahora. La pluralidad cultural, histórica y la geografía española afectaba pues formando parte de los diversos autores. ¿Es que ahora quien escribe está fuera de todo esto? No, pero es como si ya la mayoría no lo notase, apurada como está por la idea de ventas y de éxito. Así que, como lector y luego hablador de sus lecturas, lo que conviene es leer un poco de todo sin caer en el vicio de denigrar esto ensalzando aquello otro sin más motivo que el creer que concede un toque de distinción intelectual. Cierto, pero se trata de una distinción para mal, que deja en evidencia las pocas luces en un siglo que amenaza quedar sin ellas, salvo en algunos pueblos y ciudades que se iluminan grotescamente a un mes de la Navidad.


(1) <<La decisión de Bergamín de obligar a escribir a Juan, para mí fue una catástrofe, pues la delegación mexicana en pleno decidió que yo debía vigilar a Juan para que escribiera su famoso cuento Taurino López, del que salió después toda la narrativa mexicana.>> Elena Garro: Memorias de España 1937. Editorial Salto de Página, Madrid, 2001.


(2) <<[…] él fue quien cambió el rumbo de la aviejada poesía decimonónica española avanzándola hacia las corrientes europeas nuevas.>> María Teresa León: Memorias de la melancolía. Editorial Renacimiento, Sevilla, 2022.


(3) <<Hay un libro, el más conmovedor de su época, dedicado a probarnos la existencia de la Filosofía y de la Ciencia en España, La ciencia española de Menéndez y Pelayo. La enumeración de nombres y de títulos suena como un Deuteronomio del espíritu español que se numera a sí mismo para afirmarse. Pero más bien logra convencernos de algo extraño: de que habiendo habido filósofos no haya existido una Filosofía en España. Curiosamente también abundan los precursores, antecesores… Mas, la existencia de la Filosofía en una cultura, en una vida, no depende tan solo de la genialidad de unos cuantos sino de algo que les trasciende, de la continuidad y de la vigencia de esos geniales esfuerzos. También de la plenitud de esas Filosofías, de que no sea necesario referirlas como pre o post otras. Solo dos casos encontramos en nuestra historia: Suárez y Vives. En este último caso se detiene fascinado Menéndez y Pelayo como ante la cifra y realización de plenas de “lo español” en el pensamiento. […] Más resultan ser teólogos; en el caso de Suárez un filósofo de original indudable y de indudable desconocimiento a pesar de universal gloria. Todo lo español, aún resplandeciendo, viene a quedar vacío.>> María Zambrano: España. Pensamiento, poesía y una ciudad. Biblioteca Nueva, Madrid, 2008.

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