jueves, 12 de diciembre de 2024

Armas de mujer (1988)

Si Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) catapultó a Julia Roberts y Ghost (Jerry Zucker, 1990) a Demi Moore, su papel de Tess en Armas de mujer (Working Girl, Mike Nichols, 1988) situó a Melanie Griffith en la primera línea de estrellas de Hollywood. A sus espaldas quedaban más de diez años de carrera profesional, con títulos como La noche se mueve (Night Moves, Arthur Penn, 1975), Doble cuerpo (Body Double, Brian de Palma, 1984) o Algo salvaje (Something Wild, Jonathan Demme, 1986), y delante aguardaban De repente, un extraño (Pacific Height, John Schlesinger, 1990), La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities, Brian de Palma, 1990), Resplandor en la oscuridad (Shining Through, David Seltzer, 1992), Una extraña entre nosotros (A Stranger Among Us, Sidney Lumet, 1992) o Nacida ayer (Born Yeaterday, 1993), películas que prometían, pero que no lograron el resultado esperado, ni el éxito de Armas de mujer. Pero en 1988, esta joven veterana que contaba con treinta y un años, no había alcanzado el estatus que le proporcionó esta comedia dirigida por Mike Nichols y escrita por Kevin Wade en la que la actriz, la tercera cabeza de cartel tras Harrison Ford y Sigourney Weaver, dio vida a una secretaria que comprende que debe dar el salto si desea cambiar y mejorar su vida laboral y personal en un mundo ya no solo de hombres sino de tiburones de cualquier sexo. Tess, mujer trabajadora como apunta el título original, no es la mujer genérica, es mujer individual, concreta, la que destaca entre la multitud, por eso su triunfo solo es suyo, aunque su amiga (Joan Cusack) lo celebre expresando alegría colectiva tras la llamada de la osada heroína de Armas de mujer, una heroína inteligente, activa, para nada mezquina y muy atractiva cuando cambia su corte de pelo, aligera su maquillaje y su vestuario de dudoso gusto lo sustituye por otro más elegante. Tess es una soñadora, confiada, sensible, aunque no por ello se deje avasallar por sus jefes masculinos, a los que se encara después de que le juegan una mala pasada por ser mujer y guapa; es decir, por creerla un objeto que prestar…

En una creencia similar se encuentra Mick (Alec Baldwin), su novio, quien parece no verla a ella. La sitúa en un segundo plano, como si él fuese prioritario en una relación en la que solo parece verse a sí mismo. Mick busca su satisfacción, su placer, algo que no sería reprochable si dicha búsqueda no relegase al ostracismo la plenitud de ella. Al menos, dos breves escenas corroboran lo dicho: la del conjunto de lencería que Mick le regala el día de su cumpleaños y el regreso a casa (a destiempo) de Tess para descubrir que aquel la engaña con otra mujer. Un nuevo desengaño para ella, el mismo día que descubre el verdadero rostro de su nueva jefa. La vida privada de Tess se resuelve en un par de pinceladas, como lo exige el guion; ahora, ante ella, se abre un nuevo mundo: el que ella misma construye a partir de la mentira o de la tergiversación que asume tras verse engañada por Katharine (Sigourney Weaver), su nueva jefa, a quien idolatra y a quien desea parecerse. La imita, confía en ella, comparte su idea, el proyecto que puede ser su vía de acceso al lugar que cree le corresponde, y descubre que la ha utilizado. Más que eso, descubre que el discurso de Katharine es una farsa que solo conduce en una dirección: la suya, la que le permita imponerse y triunfar. Por tanto, el enemigo a batir de Tess, no es el hombre, sino otra mujer, una ejecutiva ambiciosa, insolidaria, tiburón, dominante que, tras su rostro amable, resulta lo contrario; además de ser la novia de Jack (Harrison Ford), el príncipe azul que se disfraza de ejecutivo y se enamora de la secretaria, sin saber que lo es. Ese amor correspondido por Tess, mujer que ha sido engañada, descubre que ella también puede ser cómplice de engaño en asuntos del corazón, aunque su justificación, también la de Jack, llega por partida doble: el amor y el ser la buena de la función. En definitiva, mentir, mentimos todos y la luchadora de Armas de mujer no es la excepción que lo incumpla en un mundo laboral exigente, deshumanizado, agresivo, en el que ella no es la mujer genérica, sino la que da el paso adelante, cansada de ser ninguneada, y triunfa porque posee sobradas capacidades, esas armas de mujer sobradamente preparada, la que ha estudiado durante cinco años en la escuela nocturna, la que se valora y se siente en el momento óptimo para dar el salto porque comprende que sirve para mucho más que servir cafés o atender el teléfono de personas tal vez menos válidas en esa jungla laboral en la que se abre paso…



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