Tramposa donde las haya, Charada (Charade, 1963) lo reconoce en su título y en cómo, sin disimulo, nos engaña con una intriga que juega con la mentira y las sorpresas, que no llegan a serlo, para presumir durante todo su metraje de que sus trampas son parte de su encanto. Y cierto, la película posee encanto, que nace de la conexión que se establece entre sus dos carismáticas estrellas, y las no menos destacadas presencias de los acompañantes a quienes dan vida James Coburn, George Kennedy, Ned Glass y Walter Matthau. En realidad, el film de Stanley Donen no prioriza el suspense ni la intriga sino esa química entre un maduro Cary Grant y la esplendorosa e ingenua Audrey Hepburn, dos de los más grandes iconos de la historia del cine… Ella da vida a Regina Lampert, una mujer harta de mentiras, las sufridas en su matrimonio y en su presente. Siempre mentiras, incluso Grant, que da vida al caballero andante, le miente. Regina ya no sabe a quién creer o qué creer. Lo único que tenía claro era que quería poner fin a su matrimonio con Charles Lampert. Para lograrlo, nada mejor que pedir el divorcio, pero alguien se adelanta y arroja a su marido de un tren en marcha, iniciándose de este modo la intriga que le conducirá a nuevas y peligrosas mentiras. A su regreso a París descubre el violento asesinato de Charles, a manos de un asesino de quien nadie sabe. ¿Por qué ha sido asesinado? Regina lo ignora. En realidad, desconoce todo cuanto se refiere a Charles, el difunto.
El desconcierto de la viuda aumenta durante el funeral de su marido, un último adiós poco concurrido, pues únicamente le acompañan en el sentimiento su amiga Sylvie (Dominique Minot) y el inspector de policía que sigue el caso (Jacques Marin), sin embargo, observará extrañada la entrada de tres extraños que pretenden comprobar si Charles está verdaderamente muerto. Charada gira en torno a ese asesinato, cometido porque existe un móvil de 250.000 dólares que Tex (James Coburn), Scobie (George Kennedy) y Leopold (Ned Glass) reclaman. Así pues, Regina se encuentra perdida, vulnerable y sola, quizá por esa soledad llama a Peter Joshua (Cary Grant), el hombre que conoció en la estación de esquí. Este individuo de mediana edad intenta ayudarla, incluso le busca un hotel para que descanse, un hotel en el que se crean tantos líos como en el de los hermanos Marx, pero de otra índole, un poco más sangrientos y misteriosos. Será en ese edificio donde se reúnan todos los implicados en el caso, salvo Bartholemew (Walter Matthau), el agente del gobierno que pretende desenmascarar a los culpables y recuperar el dinero robado al gobierno. El agente necesita la ayuda de Regina y por eso mantiene un contacto constante con ella. A raíz de su encuentro en la embajada y de las llamadas telefónicas a Bartholemew, descubre que Peter Joshua la engaña y que también busca el dinero. Sin embargo, desea creer la justificación que le ofrece el antiguo Sr.Joshua, quien en realidad dice llamarse Alexander Dyle, el hermano del difunto Carson Dyle, el quinto miembro del comando que robó el oro durante la Segunda Guerra Mundial.
En cierto modo deudora de Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959), Charada resulta una intriga entretenida, en la que la mentira juega un papel importante, como también lo hacen el romance y las siempre presentes notas de humor; de este modo la historia cobra una atmósfera menos densa de la que podría encontrarse en un thriller al uso. Esa presunta ligereza sería provocada para dar rienda suelta a un romance divertido que se encuentra entorpecido por la intriga y el suspense, pero que sin ambas no podría ser posible. Además, Audrey Hepburn y Cary Grant, a pesar de la evidente diferencia de edad, logran que su relación de amor-sospecha-miedo-amor sea creíble, y por momentos angustiosa, como se muestra cuando Regina escapa por la estación del metro temerosa de lo que pueda ocurrirle. Stanley Donen acertó de pleno al plantear una de sus mejores películas, posiblemente la mejor fuera del género musical, creando un misterio “ligero” en el que todos sus personajes pueden ser culpables de la muerte de Charles, con la excepción de aquellos que no tardarán en reunirse con él y de la angelical Regina, quien en todo momento se muestra perpleja, engañada y enamorada, pero pocas veces asustada, pues la compañía de Peter, Alexander, Adam, el ladrón, o como quiera que se llame, parece proporcionarle el valor necesario para continuar buscando un dinero que todos, salvo ella, piensan que se encuentra en su poder. El éxito de Charada daría pie a Donen para realizar una vuelta de tuerca sobre lo mismo o, si se prefiere, una intriga pop en la que, accidentalmente, un hombre (Gregory Peck) y una mujer (Sophia Loren) deben unir sus fuerzas para salir airosos del peligroso lío en el que se conocen, se enamoran y que, si no andan con cuidado, podría acabar con sus vidas. Se trata de Arabesco (Arabesque, 1966), un film de características similares, aunque menos logrado, que contaría con otras dos grandes estrellas de la pantalla. Décadas después, Jonathan Demme realzaría una nueva versión de Charada, que tiene todo que envidiar a este entretenido engaño de Donen.