Remordimiento (1932)
El nombre de Ernst Lubitsch siempre estará asociado a la comedia sofisticada, sin embargo, el director de origen alemán rodó durante el periodo mudo varios dramas, aunque ninguno de ellos posee la sensibilidad reflexiva de este magnífico drama sonoro, el único que realizó en Hollywood, donde lo suyo fue abrir puertas a la elegancia, a la insinuación, a la ensoñación y al humor. Salvo la elegancia; el humor, la fantasía y la ironía desaparecen de Remordimiento (The Broken Lullaby, 1932) para dar paso a la sensibilidad y emotividad de las que Lubitsch hace gala a lo largo de esta cumbre del cine antibelicista, rodada apenas dos años después de Sin novedad en el frente (All Quiet in the West Front, Lewis Milestone, 1930) y Cuatro de infantería (Westfront 1918, Georg Wilhelm Pabst, 1930), las primeras grandes obras antibelicistas del periodo sonoro. Pero, a diferencia de Milestone y Pabst, Lubitsch apenas se detiene en las trincheras de la Gran Guerra (1914-1918) donde Chaplin satiriza el conflicto en su magistral Armas al hombro (Shoulder Arms!, 1918). El cineasta alemán no ríe, señala el drama y la inutilidad del acto bélico, que acarrea sufrimiento y pérdida a millones de anónimos de los bandos enfrentados, tanto quienes se declaran vencedores como a quienes dicen vencidos. Esta postura vendría a negar la existencia de ambos polos, pues unos y otros son marionetas de quienes deciden su suerte y víctimas en manos de un destino trágico cuyas consecuencias se individualizan en cinco personajes: el señor y la señora Holderlin (Lionel Barrymore y Louise Carter), su único hijo, que muere en las trincheras, en Elsa (Nancy Carroll), la desconsolada prometida, y en el soldado francés que lo mató, Paul Renard (Phillips Holmes), condenado de por vida a recordar la agonizante imagen de Walter Holderlin (Tom Douglas) durante aquella nefasta jornada en la que sus caminos se cruzaron en una guerra que no entendían ni querían. Ninguno de los dos hubiese deseado estar en las trincheras, pero allí estaban, en contra de su voluntad y siguiendo la de hombres que no se encontraban en el frente donde uno de ellos mataría al otro.
La carta que Paul encuentra entre las manos de Walter le muestra a un joven que no deseaba matar a los franceses, incluso sentía simpatía por ellos, pero sabía que nada podía hacer contra la barbarie que le rodeaba. Así pues, Paul no puede conciliar sus pensamientos, su conciencia le golpea una y otra vez, sin permitir que se borre aquella imagen que jamás podrá olvidar, sin embargo, lo que sí podría hacer, y con ello conseguir si no el perdón sí tranquilizar su alma, sería presentarse en la casa de los padres de Holderlin. Esta decisión presenta dos posibilidades: tener el valor para decir lo que se pretende o sucumbir ante la tristeza de un matrimonio que ha perdido lo más valioso de su existencia, su hijo. Por ese motivo, cuando el señor Holderlin descubre que Paul es francés, su reacción refleja odio, porque en su mente aún no ha comprendido que el culpable de la muerte de Walter no es el individuo que tiene frente a él, sino aquellos que permitieron la guerra y obligaron a los hijos de uno y otro bando a morir y a matar en una lucha que no les pertenecía. El tiempo que el francés pasa en el hogar de los Holderlin parece ayudar a los cuatro personajes principales, permitiendo que Elsa se vuelva a enamorar y pueda ser feliz, como le indicaba Walter en su última carta, hasta que Paul confiesa la mancha que ocupa su conciencia y que ocultará a los señores Holderlin para que puedan seguir disfrutando de una especie de segundo hijo, que les permite tener vivo el recuerdo del verdadero. No obstante, Paul es un extranjero dentro de un país que ha perdido la guerra, donde muchos habitantes han perdido a sus hijos o como en el caso de Schultz (Lucien Littlefield) teme perder algo o alguien que desea (Elsa). Por ese motivo no duda en levantar sospechas hacia Paul o en rechazar al señor Holderlin por mostrarse amable con el joven francés, fomentando de este modo una especie de violencia silenciosa que desata el discurso del doctor Holderlin, quien expresará sin tapujos el mensaje de un film como Remordimiento, un canto a la paz y un no rotundo a la guerra.
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