La tragedia de Louis Pasteur (1936)
El cine es un excelente medio para acercarnos figuras relevantes de la historia, pero lo que vemos en la pantalla no va a ser un estudio exhaustivo del personaje en cuestión, ni lo pretende. Partiendo de que toda película que recrea vida y obra de individuos reales se toma sus licencias, cabe señalar que existe un antes y un después cinematográfico de La tragedia de Louis Pasteur (The Story of Louis Pasteur, 1936), en su intención de mantenerse fiel a la historia y al trabajo científico del protagonista de este éxito inesperado, para los jefes de la Warner Brothers, de taquilla y de crítica. En un primer momento, Jack Warner no quería producir el film, ya que, según pensaba, nadie acudiría al cine a ver una historia sin romance, sin tensión, sin héroes o gánsteres al uso de la industria del cine y cuyo protagonista, Louis Pasteur (Paul Muni), se alejaba de los típicos personajes biografiados con anterioridad. La tragedia de Louis Pasteur tomaba al público en serio, creía en su inteligencia, y le ofrecía la imagen de un científico entregado a su investigación y, debido a ello, enfrentado a la ceguera de su época. Aparte de que lo ignorase todo acerca de Pasteur, Jack Warner, reaccionario como los médicos y miembros de la Academia que rechazan el estudio del científico, no era propenso a los cambios, pero, gracias a la insistencia de Paul Muni, que preparó a conciencia su personaje, y de William Dieterle, la película pudo realizarse. La propuesta arranca excepcional en su prólogo de 1860, cuando, sin romper el ritmo del encadenado, el cineasta presenta la situación, el conflicto, la ignorancia del momento histórico —todas las épocas tienen en común que ignoran su propia ignorancia, y que se atribuyen sabiduría y conocimiento— y a Pasteur, que tiene una idea ausente en el resto: la de buscar la causa (estudia los microorganismos), para así poder evitar las consecuencias.
La historia narrada por Dieterle no busca heroicidades —aunque Pasteur sea uno de los héroes de la ciencia— ni cae en el sentimentalismo, ni busca el efecto, ni el chismorreo sobre la intimidad del químico. De tal manera, La tragedia de Louis Pasteur se debe al trabajo de su protagonista y a la dificultad de llevarlo a cabo. El resultado es una película que cambió el cine biográfico y una excelente muestra de como realizar un biopic —biographic picture— sin que el ritmo del film decaiga. William Dieterle tuvo el acierto de centrarse en varios momentos concretos, dejando que fuese la propia acción la que presentase la personalidad de un hombre que se encuentra enfrentado a cuantos le rodean, pues él es un visionario, o más bien un hombre sencillamente abierto a nuevas opciones, todo lo contrario a los académicos que le rechazan y que le consideran carente de aptitudes. ¿Por qué este rechazo? Aunque presuman de lo contrario, toda época y sociedad son reaccionarios, puesto que el progreso implica cambios que cuestionan y amenazan el orden establecido. Sin confundir individuos con individualismo, son los individuos que se desmarcan de su época quienes posibilitan la transformación de la sociedad, las que buscan el bien común que la común humanidad recibirá como legado de bienestar. Uno de esos pioneros, Pasteur, afirma que los microbios no se producen tras la enfermedad, sino que son la causa de las mismas. Por este motivo, se centra en la investigación que le permite descubrir y desarrollar la vacuna contra el cólera y, posteriormente, la de la hidrofobia. Sin embargo, la vida de este brillante químico no resulta un camino de rosas, pues son muchos los obstáculos que debe superar para que se reconozca su trabajo, que sería un avance para toda la humanidad, incluso para aquellos que como el doctor Charbonnet (Fritz Leiber) le rechazan si prestar atención a las posibilidades que los descubrimientos de Pasteur proporcionarían a la medicina.
Como queda apuntado arriba, Dieterle deja en un segundo plano la vida personal de este hombre, realizando un rápido esbozo de su relación matrimonial con Marie Pasteur (Josephine Hutchinson) —en la escena de la lectura de la carta remitida por el doctor Lister, Marie, al tiempo que bromea, le recrimina a su marido el descuido familiar y su total entrega a la investigación— y apenas permitiéndose un pequeño espacio para el romance entre su hija Annette (Anita Louise) y el doctor Martel (Donald Woods), uno de sus colaboradores, porque la prioridad en La tragedia de Louis Pasteur sería el acercamiento a la obra de ese químico e investigador incansable que dedicaría gran parte de su vida a la lucha contra microorganismos en los que muchos de los grandes doctores de su época no creen o no consideran causa de enfermedades, como tampoco creían en la necesidad de lavarse las manos antes de atender a un paciente o en la obligación de esterilizar un instrumental que había sido utilizado con anterioridad, cuestiones que en la actualidad se dan por sabidas y por básicas, pero que en el siglo XIX tan sólo este hombre supo ver y exponer a pesar de las trabas con las que se encontraría hasta que sus descubrimientos fuesen aceptados en el ámbito de la ciencia y de la medicina, por unos hombres condicionados por la tradición médica que les dificultaría aceptar las nuevas posibilidades que presentaría y demostraría Pasteur.
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