martes, 20 de diciembre de 2011

En bandeja de plata (1966)


Los manipuladores y manipulados en el universo cinematográfico de Billy Wilder suelen tener en común que pierden sus sueños, aunque logren alguna victoria pírrica al final del camino. Son hombres y mujeres que, cansados de su grisura, persiguen un sueño, quizá grande, quizá pequeño, que se les escapa cuando lo acarician. Son los múltiples rostros de las comedias de Wilder, víctimas de su ironía y de su acidez corrosiva, de las situaciones que crea en torno a personajes al tiempo tan iguales y distintos como puedan serlo Harry Hinkle (Jack Lemmon) y Willie Gingrich (Walter Matthau). Los dos cuñados de En bandeja de plata (The Fortune Cookie, 1966) aparentemente son opuestos, pero tienen en común el "todo vale" que les iguala a los amantes de Perdición (Double Indemnity, 1944), al guionista de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), al periodista de El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951), al ejecutivo de la delirante Uno, dos, tres (One, Two, Three, 1961) y a tantos otros hijos e hijas del imaginario wilderiano. Todos abrazan la mentira para cumplir sus ambiciones y apartarse de vidas mediocres e insatisfactorias. Ese "todo vale", el engaño que agiliza la consecución del fin propuesto, se pone en marcha el día que Hinkle sufre el accidente laboral que podría cambiar su suerte, y la de toda su familia. Eso sí, siempre que la farsa propuesta por Gingrich, e inicialmente rechazado por Hinkle, llegue a buen puerto. Para que esto suceda deben engañar a conocidos y desconocidos, y hacerlo durante mucho tiempo, puesto que los ejecutivos de la aseguradora no pretenden allanarles el camino, como demuestran al contratar al detective Purkey (Cliff Osmond), que vigilará a la supuesta víctima veinticuatro horas y en technicolor.


Henry Hinkle no busca dinero, solo quiere recuperar a Sandy (Judi West), de quien todavía sigue enamorado. Así, pues, Hinkle es un tipo común, podría ser cualquiera carente de ambiciones materiales, pero cegado por un amor no correspondido que desea recuperar. Este sentimiento es su talón de Aquiles, igual que lo es tener conciencia, que es la "debilidad" que Gingrich aprovecha para poner en marcha su plan perfecto, con el que pretende ganar (estafar) un cuarto de millón de dólares. Willie Gingrich es un abogado calculador, amoral, deshonesto, pendenciero, cuya única preocupación no es otra que demandar por daños y perjuicios a todo aquel que se ponga a tiro, ocupación de “francotirador” que parece encantarle y que realiza con gran maestría. Sin duda, este de Matthau, con su caradura, recursos y verborrea, es el personaje más ácido y brillante del timo. Gingrich maneja a su cuñado a su antojo. Sabe de que pie cojea Henry, y por ese motivo, siempre que el “convaleciente” se encuentra a punto de apartarse del plan trazado, el abogado aprieta la tecla necesaria para convencerlo. Hinkle no solo se encuentra atrapado en la silla de ruedas en la que le han sentado para dar realismo a su falsa lesión, también se encuentra atrapado dentro del conflicto moral que se genera entre su deseo y su conciencia, o lo que es lo mismo entre la imagen de Sandy y la de Luther “Boom Boom” Jackson (Ron Rich), el jugador que le arrolló delante de más de cincuenta mil personas. Jackson es el único personaje inocente de la trama, el único a quien se engaña totalmente y quien sufre las consecuencias de la farsa con la que Gingrich pretende conseguir una buen tajada.


Los enfrentamientos de Henry Hinkle consigo mismo se aplacan tras la llegada de Sandy. Se miente, autoengaña como otros personajes de Wilder, no quiere reconocer que ella solo ha regresado porque sabe que puede obtener algún beneficio, cuestión que él no quiere o no puede ver. De todo él asunto se deduce que Billy Wilder era un “tipo de cuidado” que expuso un enredo en el que se enfrentan dos posturas tan antagónicas como las actuaciones de los dos personajes centrales, en el que uno maneja y el otro se deja manejar por la falsa promesa de felicidad; falsa porque existe ese jugador que sufre, y que asume el alcohol como vía de escape a la culpabilidad que le domina, la misma que no puede ni disimular ni resistir. Esa realidad, fruto del engaño, reaviva en Henry Hinkle la sensación de no estar haciendo lo correcto, y él siempre ha sido un hombre correcto, lo que en palabras de Gingrich se traduciría en la siguiente afirmación: Henry Hinkle es un fracasado, un hombre que nunca triunfará porque es honesto. Sin embargo, Hinkle aún podría triunfar, aunque no fuese como desearían su mujer y su cuñado. En bandeja de plata resulta un divertido enfrentamiento moral que Wilder desarrolla con humor corrosivo, contando con la inestimable ayuda de dos espléndidos actores, de quienes supo extraer la inocencia y la picaresca necesaria para crear a dos seres patéticos, pero inolvidables; el primero un ser maleable que se deja embaucar por aquellos que le rodean, cediendo a sus pretensiones y dejando a un lado sus valores morales; y el segundo un ser ajeno a cualquier valor que no fuese el del dinero que podría proporcionarle su talento natural para el fraude.

1 comentario:

  1. Tras la muy ácida BÉSAME, TONTO, la lucidez y el espíritu crítico de Billy Wilder desembocaba de nuevo en una corrosiva y desencantada mirada al ser humano en su obsesivo amor al dinero, capaz en este sentido de llegar por su consecución a cotas bochor­nosas de abyección y mezquindad. Y es así como, utilizando un registro de comedia "sórdida", el autor de EL APARTAMENTO nos dio una vez más su pesimista visión (naturalmente, en blanco y negro) de una sociedad desalmada, codiciosa y rapaz.

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