jueves, 31 de mayo de 2018
El instante más oscuro (2017)
martes, 29 de mayo de 2018
Zulú (1964)
Las opciones profesionales y personales de Cy Endfield se vieron afectadas de manera drástica al inicio de la década de 1950. Por aquel entonces, como el de tantos otros, su presente cobró el tono de las listas que incluían su nombre y, sin apenas tiempo para decidir, prefirió exiliarse a convertirse en informante de quienes lo señalaban como simpatizante comunista. Su salida de Estados Unidos lo llevó a Reino Unido, donde, no sin dificultades, continuó su carrera cinematográfica bajo diferentes seudónimos (hasta que la absurda persecución llegó a su fin). Durante su periplo británico realizó algunas de sus mejores películas, la mayoría protagonizadas por Stanley Baker, a quien dirigió por primera vez en Ruta infernal (Hell Drivers, 1957). Con el actor creó su propia productora y desde ella llevaron a cabo su película común más ambiciosa y atractiva, aunque esto no resta valor a otras producciones suyas. Como había hecho en La isla misteriosa (Mysterious Island, 1960) y volvería a hacer en Las arenas del Kalahari (Sands of the Kalahari, 1965), en Zulú (1964) Endfield se decantó por desarrollar la aventura mezclando géneros. Donde en la primera prevalece la fantasía y las bestias gigantescas obra de Ray Harryhausen, en la segunda lo hace el drama psicológico cercano al expuesto por Robert Aldrich en El vuelo del Fénix (The Flight of the Phoenix, 1965), mientras que en Zulú sobresale la épica y el bélico, aunque también dramatiza la psicología de sus personajes al enfrentarles a la situación excepcional que viven en un espacio cercado y amenazado por las huestes nativas que se levantan en armas.
domingo, 27 de mayo de 2018
Kilómetro 111 (1938)
El protagonismo del popular cómico Pepe Arias potencia el humor verbal de Kilómetro 111 (1938), pero la verborrea cómica del actor no entorpece la denuncia social que Mario Soffici introdujo en la desfavorecida situación de los colonos de la localidad donde desarrolla su película (población cuyo nombre da título al film), también en el desengaño de Yolanda (Delia Garcés) y en los intereses económicos de entidades financieras y empresarios que se aprovechan de los agricultores o de los directivos de la compañía ferroviaria para la cual trabaja el protagonista, antes de que le despidan por ser <<una buena persona, pero un mal empleado>>. Todo ello posibilita a Soffici la crítica social que alcanzaría su máxima expresión en su obra maestra, la dramática Prisioneros de la tierra (1939), un film sin ápice de humor en el que la tragedia se impone. Contrario a esto, en Kilómetro 111 la comicidad nunca abandona la pequeña localidad rural donde apenas se detienen los trenes y donde Arias asume el rol de jefe de estación, simpático, campechano y bonachón.
El ferroviario es el centro de la trama, en la que pero se introduce la denuncia, el drama, el humor, la miseria de los sin techo y de los oprimidos por el sistema, la solidaridad del protagonista y la influencia del cine hollywoodiense en su sobrina Yolanda, cuya ilusión sería la de convertirse en una nueva Greta Garbo, Marlene Dietrich, Joan Crawford o Mae West. Las estrellas de Hollywood inspiran su sueño de ser actriz al tiempo que la distancian de la cotidianidad que la rodea y rechaza. Cuanto observa fuera de la pantalla dista del glamour y del brillo que desea conquistar durante su estancia en Buenos Aires, donde solo conquista su desencanto y donde su tío vagará tras ser despedido. Las actrices admiradas por Yolanda y la foto de Cary Grant, que cuelga en una de las paredes de su habitación, denotan la influencia de Hollywood más allá de las fronteras estadounidenses, llegando a cualquier rincón del mundo, incluso al pueblo Kilómetro 111 donde Ceferino (Pepe Arias) rechaza una cena que contentaría a la Garbo, porque, sin duda, es más mundano que la famosa actriz y su ilusa sobrina. Es un trabajador que cumple su labor al frente de la estación con la calma similar al avance del progreso o a la construcción de la carretera que abarataría los costes de transporte y pondría fin al monopolío de la línea de ferrocarril. Pero, sobre todo, es un hombre solidario que no duda en posicionarse a favor de los desfavorecidos cuando el cacique del lugar les ofrece un precio irrisorio por el trigo. El precio, tan bajo como injusto, no compensa el esfuerzo realizado y, ante esto, los colonos aceptan el consejo del jefe de estación y solicitan el crédito que el banco les acaba negando. Sin dinero no pueden transportar la cosecha de cereal a Buenos Aires y solo Ceferino podría ayudarles, pero, por miedo a perder su empleo, se niega a fiarles los fletes, aunque no tarda en cambiar de opinión y asumir la postura que rompe la hegemonía de los patronos y las normas de la empresa ferroviaria que pone en duda su sano juicio.
sábado, 26 de mayo de 2018
La venganza de la mujer pantera (1944)
viernes, 25 de mayo de 2018
Una vida sencilla (2011)
Multipremiada en Asia y fuera de ella, Una vida sencilla (Tou ze, 2011) se proyectó al público por primera vez en el Festival de Venecia en 2011, donde fue una de las candidatas al León de Oro y, su protagonista femenina, Deannie Ip recibió la Copa Volpi a la mejor actriz. Pero ni los premios ni su paso por el prestigioso certamen veneciano evitaron su tardía distribución internacional y, cuando lo hizo en países como España, su exhibición comercial fue tan limitada que pasó desapercibida. Olvidando el negocio, la popularidad y el prestigio que generan, una de las razones de los festivales internacionales es servir de escaparate a las películas que proyectan, posibilitando el contacto entre los responsables de los films y las diferentes distribuidoras que acuden a la espera de adquirir los derechos de exhibición de aquellos títulos que les interese distribuir. Esto no siempre se consigue en un medio donde el consumo popular se decanta por el cine de evasión y de sensaciones de combustión espontánea. Películas en apariencia sencillas como la de Ann Hui rehuyen de la espectacularidad formal y se decantan por la reflexión, los sentimientos y las emociones que fluyen desde la contención y la honestidad con las que se adentran en existencias corrientes que no suelen llamar la atención de un público mayoritario. Su intimismo introspectivo complica la distribución de films como Una vida sencilla y, no solo en España, las opciones de ver títulos de estas características se reducen a ediciones en formato doméstico, a que algún festival o filmoteca cercanos realicen retrospectivas o que canales de televisión especializados las emitan y posibiliten el acceso a historias mínimas y cotidianas, con sus dramas y sus momentos de humor. La propuesta de Hui se decanta por la sencillez expositiva que nos acerca a la relación de amistad entre Roger (Andy Lau) y Ah Tao (Deannie Ip), la mujer que lo ha cuidado desde niño, y también a otros miembros de su familia durante más de seis décadas. Ah Tao es fundamental en la vida de Roger, no solo por sus servicios, sino por la compañía diaria que llena su vacío. Pero un día ella sufre un derrame y decide dejar el trabajo e ingresar en una residencia donde piensa pasar la última etapa de su vida. La decisión de Tao precipita la de Roger, que asume sus cuidados porque ve justo devolverle la atención que ella le ha ofrecido desde la cuna. Sabe que hace lo correcto, pero más allá de la corrección se encuentra el cariño mutuo y la conexión que les permite ser ellos mismos cuando comparten momentos donde se observa una complicidad que Roger no muestra con su madre. Nacida de la experiencia propia del guionista y productor del film Roger Lee, Una vida sencilla habla del cariño que no se expresa ni con palabras ni con gestos efusivos, también lo hace de la soledad de los personajes, de la desorientación de Ah Tao cuando es colmada de atenciones en lugar de darlas, de la vejez o de la enfermedad que ha llevado a Ah Tao a la residencia donde inicia otras relaciones, aunque ninguna ilumina su rostro como lo hace la reunión con la familia o las constantes visitas del hombre que cuidó y vio crecer.
jueves, 24 de mayo de 2018
Crimen en las calles (1956)
miércoles, 23 de mayo de 2018
La isla de la muerte (1944)
Las tres primeras producciones de terror que Val Lewton produjo para R.K.O. fueron realizadas por Jacques Tourneur y sus montajes corrieron a cargo de Mark Robson, de modo que su presencia en la sala de edición hacían de este un candidato ideal para relevar a Tourneur en el ciclo que prosiguió en La séptima víctima (The Seventh Victim,1943). En su debut en la dirección, Robson no decepcionó al productor, que le confió la dirección de cuatro títulos más. Salvo Juventud salvaje (Youth Runs Wild, 1944), el resto transitó en menor o mayor medida por la senda abierta en el magistral, terrorífico y sugestivo tríptico de Tourneur. Tanto en La mujer pantera (Cat People, 1942) como en Yo anduve con un zombie (I Walked with a Zombie, 1943) y El hombre leopardo (The Leopard Man, 1943), el miedo y el horror fluyen del interior de los personajes, de los ruidos y las sombras, de aquello que imaginan o de aquello que temen real. Todo es sugerido, por eso la atmósfera resulta ambigua, más onírica y psicológica que la expuesta en las famosas producciones Universal, y esto no cambia en La isla de la muerte (Isle of the Death, 1944), pues el terror sugerido por Robson surge del interior de los personajes y fluye hacia afuera, enfrentando lo racional y la superstición aludida en el rótulo que ubica los hechos en Grecia, en 1912, durante la Primera Guerra de los Balcanes. Leída la leyenda, la cámara presta su atención a la figura del general Pherides (Boris Karloff), que apenas atiende las explicaciones de su coronel. El general se mantiene en la distancia, hasta que decide que ha llegado el momento de intervenir. Es entonces, cuando ofrece un revólver a su subordinado y no necesita más para que aquel comprenda su suerte, la asuma y salga de la tienda para ejecutar su sentencia de muerte. Este comportamiento define al inquietante Pherides (otra inolvidable interpretación de Karloff), cuyo apodo "perro guardián" anuncia su posterior conducta en el espacio sobrenatural donde lleva a la máxima expresión su labor de cancerbero. No se trata de un malvado ni de un monstruo, solo es un hombre que se rige por su inalterable comprensión del código militar, la cual le hace inflexible, cruel e intolerante a ojos de Oliver Davis (Marc Cramer), el reportero estadounidense que cubre el conflicto y que le recrimina la decisión, antes de que ambos abandonen la tienda de campaña y viajen a la isla cercana. Allí pretenden visitar la tumba de la señora Pherides, pero se encuentran el cementerio saqueado y el melodioso canto de una mujer que los arrastra hasta la fantasmagórica mansión donde Albrecht (Jason Robards, Sr.) insiste en que pasen la noche con el resto de sus invitados. A la mañana siguiente se produce la muerte uno de los huéspedes y, salvo Kira (Helene Thiming), todos la consideran consecuencia de la epidemia referida por el doctor Drossos (Ernst Dorian) en el campamento militar. Para evitar posibles contagios, Pherides ordena permanecer en cuarentena hasta que el peligro pase. Sombras, nocturnidad y ruidos delatan la presencia de lo irracional, pero sobre todo apuntan que se trata de un film que encaja a la perfección en el ciclo Lewton, pues el planteamiento de Robson insiste en la ambigua línea entre lo real y lo irreal, o entre la locura y la cordura que se confunden a raíz del miedo que anida en los personajes. Son temores diferentes, nacidos de las distintas comprensiones e interpretaciones de quienes se citan en la isla donde la señora St. Aubyn (Katherine Emery) siente horror ante la idea de ser enterrada viva (sufre trances que la dejan en estado catatónico), Thea (Ellen Drew) teme estar poseída por la vorvolaka, condicionada por las constantes alusiones de Kira, que ve en la joven a la reencarnación del espíritu maligno del que habla la superstición. Inicialmente, Kira es la única que busca una explicación sobrenatural, pero, a medida que se producen más muertes, el general duda y acaba contagiado por el miedo de aquella, lo cual lo transforma en alguien tan peligroso como el hipotético espíritu que ronda entre ellos o la más lógica peste letal que los diezma.
martes, 22 de mayo de 2018
Cary Grant. La imagen sofisticada
Pero su imagen sobrevivió, no aquella de sus primeros años en Hollywood, sino la más sofisticada, urbana y cómica que cobró forma por primera vez en La pícara puritana, una película en la que no deseaba continuar trabajando, debido a sus discrepancias con el realizador Leo McCarey. El actor incluso pidió a Harry Cohn que le eximiera de sus responsabilidades contractuales, pero a Cohn no le gustaban los llantos y rechazó la petición. Gracias al rudo carácter del dueño de Columbia Pictures, y a la acertada dirección de McCarey, el lado cómico del actor brilló por primera vez en todo su esplendor. Aquella imagen sofisticada del galán cómico resultó un soplo de aire fresco para su carrera, también para la comedia ligera a la que añadió inolvidables personajes en La fiera de mi niña, Vivir para gozar, Luna nueva, Historias de Filadelfia y Arsénico por compasión. Sus colaboraciones con McCarey, Hawks, Cukor, Stevens, en Gunga Din y Serenata nostálgica, fueron claves para convertirlo en una de las estrellas masculinas más importantes de Hollywood. Pero su director preferido lo encontró en Alfred Hitchcock. El realizador británico dotó de ambigüedad y de cierta opacidad a la imagen del actor, aunque sin traspasar los límites que podrían dañar la idea que el público esperaba y exigía de sus personajes. Con Hitchcock rodó Sospecha, Encadenados, Atrapa a un ladrón y Con la muerte en los talones, para quien escribe, la cumbre de su carrera artística. Su interpretación de aquel héroe a la fuerza fue simplemente magistral, como también lo fue el recorrido geográfico y psicológico durante el cual asume el reto y la desorientación generados por la compleja y peligrosa posibilidad de ser dos hombres: el real y aquel que todos (él incluido) desean que sea, quizá un guiño irónico de Hitchcock hacia a sí mismo y hacia el actor que le representaba en la pantalla.
Pecadora sin careta (Sinners in the Sun; Alexander Hall, 1932)
Tuya para siempre (Merryly We Go to Hell; Dorothy Arzner, 1932)
Entre la espada y la pared (The Devil and the Deep; Marion Gering, 1932)
La venus rubia (Blonde Venus; Josef von Sternberg, 1932)
Sábado de juerga (Hot Saturday; William A. Seiter, 1932)
Madame Butterfly (Marion Gering, 1932)
Lady Lou (She Done Him Wrong; Lowell Sherman, 1933)
La mujer acusada (Woman Accused; Paul Sloane, 1933)
El águila y el halcón (The Eagle and The Hawk; Stuart Walker, 1933)
Casino del mar (Gambling Ship; Louis Gaisner y Max Marcin, 1933)
No soy ningún ángel (I'm No Angel; Wesley Ruggles, 1933)
Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland; Norman Z. McLeod, 1933)
Princesa por un mes (Thirty-Day Princess; Marion Gering, 1934)
Born to Be Bad (Lowell Sherman, 1934)
El templo de las hermosas (Kiss and Make-Up; Harian Thompson, 1934)
¡Atención, señores! (Ladies Should Listen; Frank Tuttle, 1934)
Mi marido se casa (Enter Madame; Elliott Nugent, 1935)
Alas en la noche (Wing in the Dark; James Flood, 1935)
La última avanzada (The Last Outpost; Charles Barton, Louis Gasnier, 1935)
La gran aventura de Silvia (Sylvia Scarlett; George Cukor, 1936)
Big Brown Eyes (Raoul Walsh, 1936)
Suzy (George Fitzmaurice, 1936)
Wedding Present (Richard Wallace, 1936)
Preludio de amor (When You're in Love; Robert Riskin, 1937)
The Amazing Quest of Ernest Bliss (Alfred Zeisler, 1937)
Una pareja invisible (Topper; Norman Z. McLeod, 1937)
El ídolo de Nueva York (The Toast of New York; Rowland V. Lee, 1937)
La pícara puritana (The Awful Truth; Leo McCarey, 1937)
La fiera de mi niña (Bringing Up Baby; Howard Hawks, 1938)
Vivir para gozar (Holiday; George Cukor, 1938)
Gunga Din (George Stevens, 1938)
Solo los ángeles tienen alas (Only Angels Have Wings; Howard Hawks, 1939)
Dos mujeres y un amor (In Name Only; John Cromwell, 1940)
Luna nueva (His Girl Friday; Howard Hawks, 1940)
Mi mujer favorita (My Favorite Wife; Garson Kanin, 1941)
Los Howards de Virginia (The Howards of Virginia; Frank Lloyd, 1941)
Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story; George Cukor, 1941)
Serenata nostálgica (Penny Serenade; George Stevens, 1941)
Sospecha (Suspicion; Alfred Hitchcock, 1941)
El asunto del día (The Talk of the Town; George Stevens, 1942)
Hubo una luna de miel (Once Upon a Honeymoon; Leo McCarey, 1942)
Mr. Lucky (David Hempstead, 1943)
Destino Tokio (Destination Tokio; Delmer Daves, 1943)
Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace; Frank Capra, 1944)
Un corazón solitario (None But the Lonely Heart; Clifford Oddets, 1944)
Noche y Día (Night and Day; Michael Curtiz, 1946)
Sucedió en el tren (Without Reservation; Mervyn LeRoy, 1946)
Encadenados (Notorious; Alfred Hitchcock, 1946)
El solterón y la menor (The Bachelor and the Babby-Soxer; Irving Reiss, 1947)
La mujer del obispo (The Bishop's Wife; Henry Koster, 1947)
Los Blandings ya tienen casa (Mr. Blandings Builds His Dream House; H. C. Potter, 1948)
La novia era él (I Was a Male War Bride; Howard Hawks, 1949)
Crisis (Richard Brooks, 1950)
Murmullos en la ciudad (People Will Talk; Joseph L. Mankiewicz, 1951)
Hogar, dulce hogar (Room for One More; Norman Taurog, 1952)
Me siento rejuvenecer (Monkey Business; Howard Hawks, 1952)
La mujer soñada (Dream Wife; Sidney Sheldon, 1953)
Atrapa a un ladrón (To Catch a Thief; Alfred Hitchcock, 1955)
Orgullo y pasión (The Pride and The Passion; Stanley Kramer, 1957)
Tú y yo (An Affair to Remember; Leo McCarey, 1957)
Indiscreta (Indiscret; Stanley Donen, 1958)
Cintia (Houseboat; Melville Shavelson, 1958)
Con la muerte en los talones (North by Northwest; Alfred Hitchcock, 1959)
Operación Pacífico (Operation Peticoat; Blake Edwards, 1959)
Página en blanco (The Grass Is Greener; Stanley Donen, 1960)
Suave como visión (That Touch of Mink; Delbert Mann, 1962)
Charada (Charade; Stanley Donen, 1963)
Operación Whisky (Father Goose; Ralph Nelson, 1964)
lunes, 21 de mayo de 2018
Dejad paso al mañana (1937)
domingo, 20 de mayo de 2018
Nubes pasajeras (1996)
En la década de 1990, Finlandia sufrió una severa crisis económica que elevó la tasa de paro entre la población activa, precipitó el cierre de numerosas empresas y provocó la miseria que Aki Kaurismäki retrató en su trilogía de los perdedores. Nada hay de idílico en la personal mirada cinematográfica de Kaurismäki y sí austeridad, honestidad y lucidez. Con ella observa el abismo que se abre ante los protagonistas de Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996) y, aunque dicha mirada sea contundente, certera y crítica, no está exenta de humor, de cierto surrealismo y de esperanza hacia sus personajes. La economía, la suerte y las instituciones dan la espalda a Ilona (Kati Outinen) y a Lauri (Kari Väänänen) y los condena al exilio social que sucede a la pérdida de sus trabajos. Sin ocupación laboral, inician la búsqueda de nuevas opciones que los reubique, aunque, para individuos corrientes, maduros y trabajadores como ellos, no las hay. Así descubren que se encuentran desprotegidos por el sistema que solo los acepta mientras cumplan los requisitos mínimos de trabajo, dinero y consumo, pero, sin oficio, no hay beneficio y sin este, no hay consumo. Y en esta rueda que no detiene su giro poco importan la eficiencia laboral que Ilona muestra al inicio del film o la desesperanza que Laurie apenas logra expresar mediante su rechazo a la película que le disgusta o en el abusivo consumo de alcohol con el que pretende olvidar su derrota, su despido y la imposibilidad de lograr un nuevo empleo. Así de frágil es el bienestar que, como los muebles y la televisión que compran a plazos y les retiran sin miramientos, desaparece sin aviso para dar paso a la desorientación y al infructuoso deambular de la pareja por un espacio deshumanizado e inmoral, donde la crisis financiera provoca que las entidades e instituciones se desentiendan de ellos. El bienestar es ambiguo, quizá ficticio, porque sin bienes, el banco del que Ilona es clienta le niega el préstamo que le permitiría abrir su propio negocio o, tras pasar la noche delante de su puerta, la empresa de colocación laboral se aprovecha de la extrema necesidad de la protagonista y le exige pagar por la posibilidad de un puesto en un <<agujero piojoso>> donde ella se encargará de todo, pero donde nunca llegarán a pagarle. Mientras tanto, ¿qué hace el Estado de Bienestar para proteger a estos desprotegidos? Al parecer, poco o nada, pues su presencia no se intuye por parte alguna y, sin soluciones a corto y medio plazo, el matrimonio, y otros en su misma situación, sufren su condición de parias y el descalabro económico, sin ayudas, humillados y ninguneados en su digno intento de sobrevivir al desolado panorama que Kaurismäki señala y satiriza tomando partido, porque, fiel a su pensamiento, la mirada del cineasta humaniza y dignifica a los perdedores ante el bienestar prometido e incumplido.