domingo, 23 de noviembre de 2025

Soledades. Estética del retiro


<<La inmensa mayoría escribe porque busca fama y dinero, por distracción, porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de ver su nombre en letras de molde. Quedan entonces los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad.>> Estas palabras que Ernesto Sabato escribió en El escritor y sus fantasmas (1) valen para todas las artes, puesto que en ellas nos encontramos creadores a contramano, fuera del orden e incluso contra el orden, que sienten esa necesidad aludida por el escritor argentino.


En sentido literal (y a priori), la soledad no puede verse, ni escucharse, tampoco olerse ni tocarse, ni saborearse, pero puede sentirse y, cuando esto sucede, la contradicción continua y cae, como mínimo, en la ambigüedad y en la posibilidad de conocerse y descubrir el mundo del que uno se ha distanciado. Por otra parte, no deja de ser cierta la doble contradicción “se puede estar solo en multitud y acompañado en soledad”, mas también resulta contradictorio (en apariencia, al menos) escribir un libro entre dos y titularlo Soledades. Estética del retiro, tal como hacen Miguel Copón y Alberto Ruiz de Samaniego en su búsqueda de <<reconocer la soledad y el retiro en sus diferentes manifestaciones>> artísticas y <<distinguir sus formas>>. (2)


La soledad es íntima, cada individuo que la conoce, la siente diferente; la piensa y la vive distinta, desde sus particularidades, de ahí que, por ejemplo, la soledad en Cervantes deparase El Quijote y en Casanova, sus memorias, recuerdos de una vida de desenfreno y de búsqueda de placer que, en su vejez, cuando se encuentra en soledad, ya le queda lejos. Pero es en ella, en el seno de la soledad, donde los artistas, expulsados del mundo o apartados por voluntad propia de su entorno social, crean la obra de arte; aunque no en todas se descubre una estética del retiro, una intención artística en la que se reconozca la soledad.


Decía María Zambrano en Pensamiento y poesía en la vida española que <<ninguna vida, por individual que sea, deja de estar engarzada con la cultura de qué forma parte; ninguna vida por anónima que sea, deja de formar parte de la historia, de ser sostén de ella y de padecer sus consecuencias.>> (3) Por tanto, de aceptar las palabras de la escritora, tampoco el artista lo logra; aunque los hay que sienten la imperante necesidad de aislarse de su época, sea para comprenderla, para dejar de sufrirla, para reafirmarse frente a ella y expresarse a contracorriente, puesto que la expresión lograda (sea literaria, musical, pictórica, cinematográfica) es reflejo de su sentir, tal vez su deseo de alcanzar la universalidad e inmortalidad que solo la obra de arte puede concederle. No hay posibilidad de crear arte en fiestas y entre multitudes, ni en mundos que adormecen o borran la identidad, las inquietudes, las emociones... El artista, antes de creador, es una persona que encuentra en su aislamiento el espacio para recuperarse de sus heridas o ahogarse en ellas, para conocerse y darse a conocer, incluso para alejarse y protegerse de un mundo que le ha hecho daño, que no le gusta ni le llena, o que le ha generado la crisis que le desconecta del exterior. De modo que la soledad se abre a una distancia del mundanal ruido y a un acercamiento a la interioridad acallada y desconocida hasta entonces; tal vez sospechada y hacia la que suele empujar esa sensación de no pertenencia al orden que se impone, sensación común y a la par diferente, según cada creador. Hablo de sentirse desubicado en una sociedad en la que el artista, también quien despierta al sinsentido y, de un tiempo a esta parte, a la deshumanización, no se encuentra; tal como le sucede al protagonista de la novela de Bohumil Hrabal Una soledad demasiado ruidosa.


En Soledades. Estética del retiro se trata de buscar y expresar las soledades que, de algún modo, se desvelan en las formas de las obras de diversos autores que, retirados de la sociedad, tal como Montaigne, Rilke, Hölderlin, Emily Dickinson, Tarkovski, Nietzsche, Giacinto Scelsi o Glenn Gould —la fotografía del pianista, obra de Jock Carroll, es la portada del libro—, encontraron o crearon un espacio suyo, diría que uno ideal para sentir a flor de piel, para contemplar, en todo caso para construir su pensamiento y su obra, uno donde la creatividad fluya e incluso desborde, lo cual no dudo ni por un instante que suceda en los autores que, viviéndola al límite y haciéndola parte fundamental de su pensamiento, sirven a Copón y Ruíz de Samaniego de ejemplos para su ensayo; lo afirmo no por haber leído el libro, sino porque no conozco modo más íntimo, sincero, incluso doloroso y libre; entendiendo que la libertad nunca es absoluta, tal vez solo sea el espejismo que se distorsiona, agudizando su alucinación, en ese retiro donde el artista se construye y se destruye constantemente.


 Quienes no han vivido una soledad así, quienes solo la han sentido de pasada, quizá no se planteen las distintas cuestiones que obligan al solitario a encerrarse en su ciudadela y allí, en su exilio, pensarse en su doble relación (consigo y con la cultura de la que, formando parte, intenta distanciarse) y encontrar las formas precisas para expresar su estado anímico, sus sentimientos o una reflexión de manera artística que le proporcione la sensación de desahogo o de plenitud que de otro modo no alcanzaría. A veces o casi siempre no le queda otra que apartarse de un entorno que no comprende y que no le comprende, un entorno que lo sitúa y en el que uno mismo se posiciona al margen. No hay artista sin pausa ni quietud, pues se detiene en contemplación incluso en el tedio o en la convalecencia; ni artista que, consciente o inconscientemente, no busque o no caiga en la soledad, al tiempo liberación y condena, que se abre al abismo del cual no vislumbra el fondo. Pero, antes del golpe final, el que pueda destruirlo, alguno descubre que hay luminosidad y poder creativo, tal vez curativo. Respecto a esto me llamaron la atención estas palabras de Valle-Inclán<<Cuando en mí se removieron las larvas del desaliento, y casi me envenenó una desesperación mezquina, supe castigarme como pudiera hacerlo un santo monje tentado del Demonio. Salí triunfante del antro de las víboras y de los leones. Amé la soledad y, como los pájaros, canté solo para mí. El antiguo dolor de que ninguno me escuchaba se hizo contento. Pensé que estando solo podía ser mi voz más armoniosa, y fui a un tiempo árbol antiguo, y rama verde, y pájaro cantor.>> (4) La propia soledad ya le incita a comunicarse consigo mismo, a buscarse y, desde lo que encuentra y siente, quizá dolor, abatimiento, esperanza, desesperación, decepción, amor, la certeza de su mortalidad o, simplemente, la huida hacia sí mismo en pos de las formas y de su universo creativo y expresivo, dar rienda a la abstracción, al vuelo de la imaginación y crear la obra que le comunicará con los demás. Nada de eso resulta acorde a los grupos, más propensos al bullicio y a la acción.


La obra artística nace de individualidades que deciden o se ven obligados a apartarse, artistas que han pasado a la historia por sus creaciones y sus retiros, incluso algunos forzosos, debido a momentos de locura o de aflicción, de necesidad de cura, para poder escucharse y poder ver desde la distancia y el acercamiento. Somos contradictorios, pero sin esta característica, ¿no seríamos lineales? ¿Y que podría crearse en linealidad, más que líneas rectas? Pero ¿y las líneas curvas, los giros copernicanos y los saltos al vacío? ¿Podrían darse las rupturas que permiten la evolución artística y humana? Quizá todo genio tenga tanto de enajenado como de lúcido, sino ¿cómo iba a lanzarse de lleno a la soledad donde edificará un universo propio de formas, de pensamientos y emociones, de demonios y fantasmas, de recuerdos y sueños, de espacios vivos que no pueden construirse en multitud, pero que se convierten en universales? <<La lista de artistas que han visitado el exceso y no han vuelto es enorme, tanto como las dificultades que su integración social les ha acarreado, y que han sido soportadas como extravagancias o licencias de la bohemia. Son tantas que podemos establecer una fina membrana entre locura y genialidad artística, entre exceso y comportamiento asocial, entre soledad y distanciamiento social.>>, (2) apuntan los autores Soledades; pero tanto quien se pierde como aquel que regresa, construyen en soledad y retiro, que pueden ser físicos, mas también estados emocionales en los que crean formas, evocan paraísos perdidos, sufren, sueñan, aman u odian sin límites lo idealizado. Allí, embargado por las ideas y las imágenes, sin más interferencias que el propio pensamiento, el artista edifica su mundo y lo llena de reflejos, de ideas, de formas, de musas, de ritmo, de una estética propia que nace acorde a cada aislamiento, en contradicción y conflicto, en su esencia más pura. Esto no quiere decir que no pueda crearse una obra en compañía, los autores de Soledades. Estética del retiro lo han demostrado al establecer un diálogo entre ellos y con los autores que asoman por las páginas de su libro. Y precisamente por ello, comprendo que una obra como Soledades, que no son las de Góngora, no es un estudio al uso ni una guía ni un catálogo de arte; es otra historia, una que no obedece a más diálogo que con uno mismo, en este caso con dos, y con el objeto o motivo de búsqueda, de estudio, de creación, de comunicación. En ese sentido se trata de un libro vivo, que nunca estará completo, nunca dejará de construirse ni de dialogarse, pues habla en cierto modo de la evolución humana a través de la obra de arte, apuntando hacia una construcción que supera la del individuo y su tiempo, puesto que engloba a la humanidad entera, aunque solo en soledad pueda construirse una obra de arte en todo su esplendor emocional, obsesivo, conflictivo. Lo que me lleva a pensar que tanto la historia del individuo que la crea como la del Arte, no pueden darse aisladas, pues son la suma de contables e incontables, de vasos comunicantes, de espíritus que se reconocen y se comunican e influyen a través del tiempo; en el caso del Arte son las creaciones que cada artista ideó en su aislamiento y que ahí cobraron las formas artísticas que nos han llegado, las que nos emocionan, las amamos o las odiamos, nos gustan o disgustan, las que nos expulsan de la apatía e indiferencia en las que caen muchas de nuestras cotidianidades… <<Y —como expresó Rilke (5)— si volvemos a hablar de la soledad, cada vez se vuelve más evidente que no se trata en principio de algo que podamos elegir o desechar. Estamos solos. Uno puede engañarse y actuar como si no fuera así. Eso es todo. Pero es mucho mejor aceptar que lo estamos, partir directamente desde esta premisa>> y tal vez descubrir que solo lo estamos a ratos; y estos se nos antojen eternos.


(1) Ernesto Sabato: El escritor y sus fantasmas. Austral, Barcelona, 2021.


(2) Miguel Copón y Alberto Ruiz de Samaniego: Soledades. Estética del retiro. Ediciones Cátedra, Madrid, 2025.


(3) María Zambrano: Pensamiento y poesía en la vida española. Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2004.


(4) Ramón del Valle-Inclán: La lámpara maravillosa. Austral, Barcelona, 2011.


(5) Rainer Maria Rilke: Cartas a un joven poeta/Elegías de Dunio (traducción de Emilio José González García). Ediciones Akal, Madrid, 2016.

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