Tres décadas antes, la de 1950, el cine hecho en Hollywood introdujo entre sus protagonistas a jóvenes rebeldes enfrentados con el entorno adulto —James Dean en Rebelde sin causa (Rebel without Cause, Nicholas Ray, 1955), Sidney Poitier en Semilla de maldad (Blackboard Jungle, Richard Brooks, 1955) o John Cassavetes en Crimen en las calles (Crime in the Street, Don Siegel, 1956)—, incluso en 1983, un año antes de que Kevin Bacon libera el pueblo adonde llega con pasos de baile y leído a Kurt Vonnegut y su novela Matadero 5, Francis Ford Coppola se acercaba a la adolescencia conflictiva en Rebeldes (The Outsiders, 1983), mucho mejor película y más compleja que el film de Herbert Ross. En definitiva, Footloose pierde su interés a los pocos los minutos, aunque estos pueden variar según las exigencias de quien esté delante de la pantalla —incluso alguien tuvo ganas de realizar una nueva versión que se estrenó hace unos años, con la idea de emular el éxito de la original—, y lo pierde porque nada es suyo, a menos que alguien cuente como suyo el desafío de tractores. Toma de aquí y de allí, pero no logra encontrar voz propia; es decir, lo que vemos es un híbrido compuesto de ideas de Rebelde sin causa, del western, de Ray Bradbury y Farenheit 451, del musical pos Fiebre del sábado noche (Saturday Night Fever, John Badham, 1977) y del cine juvenil de los 80, pero, para quien garabatea estas líneas, resulta un híbrido ridículo, más que fallido e irregular, y sin el ritmo prometido por los zapatos, zapatillas, botines... durante los créditos iniciales.
miércoles, 9 de diciembre de 2020
Footloose (1984)
Chico que responde al nombre de Ren (Kevin Bacon) llega a pueblo del medio oeste estadounidense. Allí choca con la intransigencia de la comunidad, se pone en plan “conmigo no puede nadie”, supera las dificultades a punta-talón de pasos de baile, libera el lugar y se queda con la chica. Así de fácil, venga, ponte tu vestido rosa que vamos a bailar. O desde la perspectiva de chica de pueblo del medio oeste, que contesta al son de Ariel (Lori Singer), y se consume más rápido que un fósforo y se aburre más que la peonza que, en 1984, hice girar sobre un tocadiscos a 75 r.p.m. Ve a joven forastero con rostro de Bacon y se dice: “este no es de aquí y, si odio lo de aquí y llevo varios años en actitud de rebeldía, pues venga bailemos, pero viste tu smoking hortera”. Fin. ¡Bravo! Pero esta doble historia no me convence, porque no hay historia. Y eso es Footloose (1984), otro vacío cinematográfico del Hollywood de la década de 1980. Además, la película no solo es ejemplar en no aportar nada, salvo quizá su banda sonora, sino que marca el declive creativo de Herbert Ross, aunque supongo que en aquel momento el director de Sueños de seductor (Play It Again, Sam, 1972) lo ignoraba o puede que pensase que la trama daba para algo del estilo enfrentar intolerancia y rebeldía juvenil. En realidad, parece lo contrario. Cuanto propone es una claudicación a la moda y a la industria de consumo, pero sobre todo es una entrega total a la ausencia de riesgo. Ross y el material que maneja se decantan por lo superficial o por transitar superficies de baile o el púlpito donde el predicador ataca el rock, el baile y los libros que la comunidad considera perjudiciales para los adolescentes del lugar. Todo tiene una explicación: un accidente que se cobró la vida de varios jóvenes del pueblo que regresaban del baile. Ya tenemos el por qué y los estereotipos de adultos y adolescentes.
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