<<Mifune tenía un talento que yo no había visto jamás en el mundo del cine japonés. (...) De cualquier forma, soy una persona a la que rara vez le impresiona un actor, pero en el caso de Mifune me encontraba completamente impresionado>>, escribió Akira Kurosawa en su Autobiografía sobre el actor que se convertiría en rostro icónico de su cine y del cine japonés. Pero muchos años antes de que sus caminos se cruzasen, Toshiro Mifune nacía en un enclave japonés ubicado en el continente y no sería hasta los veintiún años cuando pisó por primera vez el Japón insular, debido al traslado del equipo de aviación que le había reclutado para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Gracias a sus conocimientos fotográficos, Mifune fue destinado a la unidad de fotografía aérea y no participó activamente en la contienda. Concluido el conflicto, y sin nada más que lo puesto, se presentó en los estudios Toho con la idea de solicitar un puesto de operador de cámara, intención nacida de su contacto con Nenji Oyama durante su etapa en el ejército, pues Oyama trabajaba para el estudio y le había animado a que se presentase allí una vez finalizada la guerra. Por aquel entonces, la Toho no necesitaba operadores y sí nuevos rostros que formasen parte de su equipo artístico, de modo que al ver su juventud, su apostura y su energía lo enviaron a las audiciones que se estaban realizando. Entre miles de candidatos, y sin pretenderlo, Mifune fue uno de los elegidos, aunque no lo fue por haber realizado bien la prueba. Por lo que se cuenta, la audición fue un fracaso, pero Kajiro Yamamoto, en aquel momento el director estrella del estudio, y el joven y prometedor Kurosawa percibieron el potencial del actor, lo que posibilitó su contratación y su posterior y legendaria colaboración con el segundo.
martes, 28 de abril de 2015
Toshiro Mifune, icono del cine japonés
lunes, 27 de abril de 2015
Papillon (1973)
viernes, 24 de abril de 2015
Ana Bolena (1920)
Por aquellos años del siglo XVI, la realidad del rey británico inicialmente estaba marcada por sus buenas relaciones con el papado y con la poderosa Corona de Castilla y Aragón, con la que pretendió una alianza política mediante su matrimonio con Catalina, la hija de Fernando II de Aragón y tía de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero dicha alianza entre las dos coronas no resultó como esperaba el monarca inglés, ya que sus intenciones y aspiraciones personales no llegaron a materializarse y, para asentar en el poder a su dinastía y ampliar su poder, se desligó de la influencia de la corte de Carlos I y del Papa Clemente VIII, lo que provocó un enfrentamiento de intereses políticos que, entre otras cuestiones, derivó en la ruptura de la iglesia inglesa con la romana. Estos y otros hechos que provocaron el cisma se minimizan en la propuesta de Ernst Lubitsch, que se decantó por un enfoque menos realista para mostrar a un Enrique cansado de Catalina de Aragón (Hedwig Pauly-Winterstein), a quien pretende sustituir por la joven Ana Bolena (Henny Porten), por quien exige a Roma su divorcio de la noble aragonesa. Pero, ante la negativa papal y dominado por un impulso visceral, el rey asume su ruptura con el pontificio y se declara cabeza visible de la iglesia anglicana. Desde este instante, la historia que narra Ana Bolena no hace más que dramatizarse a la espera de un desenlace conocido, que se fragua desde la traición perpetrada por el poeta Mark Smeaton (Ferdinand von Allen) cuando acusa a la nueva reina de mantener relaciones con Enrique Norris (Paul Hartmann) y con él mismo. Sin embargo, nada de lo dicho por el poeta es verdad, salvo el amor no consumado entre Norris y Ana, porque ella ha escogido ser reina en lugar de una vida en común con aquel a quien desea, de modo que asume su nueva posición al lado del monarca sin saber que sus días y su destino están marcados por la intervención de los celos de Smeaton y por la volátil apetencia de su regio esposo.
jueves, 23 de abril de 2015
Fahrenheit 451 (1966)
miércoles, 22 de abril de 2015
Estos son los condenados (1963)
A caballo entre la ciencia-ficción y el drama político-social, Estos son los condenados (These Are the Damned) resulta una película de difícil clasificación que se desarrolla en dos partes, que bien podrían funcionar por separado, siendo la más acertada aquella en la que se muestra el control educativo que el profesor Bernard (Alexander Knox) ejerce sobre varios niños y niñas en quienes, según él, reside el único futuro para la humanidad, ya que está convencido de que solo ellos sobrevivirán a un holocausto nuclear que da por sentado, un temor compartido en la realidad de la época del rodaje de la película. Sin embargo, el docente en ningún momento intenta un acercamiento humano con quienes adoctrina a distancia, como tampoco muestra sentimientos a la hora de actuar contra aquellos que han descubierto su secreto e irremediablemente perecerán como consecuencia de la radiación que desprenden los fríos cuerpos de los pequeños encerrados en el subsuelo. Esta producción Hammer dirigida por Joseph Losey, rodada durante su exilio británico y menos lograda que Eva, El mensajero o El sirviente, arranca en el exterior de una ciudad costera con un grupo de adolescentes liderados por King (Oliver Reed) que dedican su tiempo a vagar por las calles, en busca de víctimas a quienes agredir y robar. Para ello emplean como cebo a Joan (Shirley Ann Field), la hermana de King, que atrae la atención y el deseo de incautos como Simon Wells (Macdonald Carey), un maduro estadounidense que se ha trasladado a Inglaterra para romper con su monotonía. En esta primera mitad se comprende que el grupo de pandilleros ha perdido el rumbo y se deja arrastrar por la violencia y por la necesidad de conseguir dinero fácil, quizá porque ninguno de sus integrantes posean ni expectativas de futuro ni el afecto necesario para sentirse parte de algo que no sea el propio grupo, lo cual también los convierte en condenados dentro de una sociedad en la que parecen no contar. Esta parte de Estos son los condenados se prolonga más de lo necesario y en ella se plantea la poco creíble relación entre un hombre maduro (personaje mal desarrollado) y una joven, Joan, en quien Simon proyecta su deseo carnal y su necesidad de sentirse vivo. A medida que avanza el metraje se afianza la relación, aunque esta queda relegada a un segundo plano cuando se produce el encierro de Wells, Joan y King, en la prisión-escuela donde Bernard experimenta con los nueve menores nacidos de mujeres que fueron irradiadas accidentalmente, lo que ha provocado que estos niños y niñas de once años presenten una temperatura corpórea fría, inhumana, que alarma a los intrusos hacia quienes los pequeños enfocan su afecto, porque anhelan sentirse queridos, finalidad que los opone a los personajes infantiles de El pueblo de los malditos, otro clásico de la ciencia-ficción británica de la década de 1960, ya que, al contrario de aquellos, los niños y las niñas del film de Losey son víctimas de los adultos que los retienen en las profundidades del complejo gubernamental, donde se les muestra a través de cámaras aquello que sus tutores consideran acorde para su formación, pero nunca desde el contacto humano que los alumnos precisan y que obtienen cuando de modo accidental el trío protagonista llega hasta ellos.
lunes, 20 de abril de 2015
Milou en mayo (1989)
Entre 1964 y 1965 estudiantes estadounidenses salieron a las calles para luchar por los derechos civiles y protestar contra la participación norteamericana en el conflicto vietnamita. En 1965 sus homólogos chinos de la Universidad de Pekín hicieron lo propio para mostrar su descontento hacia el sistema establecido. Poco después, a finales de 1967, el movimiento estudiantil llegó a Europa, siendo la revuelta parisina de mayo de 1968 la que se convirtió en el referente de aquella época durante la cual los jóvenes universitarios franceses pusieron en jaque al gobierno de De Gaulle, que en aquel momento desapareció de Francia, lo que provocó un vacío de poder en el gobierno galo que parecía señalar el fin de un ciclo y el inicio de una utopía que no se materializó. Pero el mayo del 68 expuesto por Louis Malle en Milou en mayo (Milou en mai) se aleja de aquella realidad histórica, que asoma en la pantalla a través de la emisora de radio o de las palabras de algunos de sus personajes, ya que los escenarios donde se produjeron los hechos quedan excluidos de esta atractiva reflexión sobre el ser humano y sus relaciones. La película se desarrolla paralela a las revueltas, cuando Milou (Michel Piccoli) no se encuentra en las barricadas parisinas sino en la finca familiar, alejado de las preocupaciones de un país envuelto en huelgas obreras y protestas estudiantiles. El caos y el desorden nacional no afectan a su monotonía, aunque esta sufre un cambio repentino como consecuencia de la muerte de su madre y de la posterior presencia de sus familiares, que acuden a la finca para dar el último adiós a la difunta, aunque sus comportamientos delatan cierta indiferencia hacia el cuerpo presente, que pasa desapercibido porque existen otros aspectos que reclaman la atención de los allí reunidos, aspectos materiales como el reparto de la herencia o personales como las frustraciones que se observan en las contradicciones de sus palabras. Pero, durante este reencuentro en la casa familiar, Milou también experimenta su propia revolución, lo que provoca un cambio en su entorno, al negarse a claudicar ante el descontento y la desidia generalizada y al rechazar la propuesta de vender el inmueble, ya que para él simboliza recuerdos y la promesa de otros que están por llegar. Las discusiones, los intereses, las pasiones, las envidias o las insatisfacciones de cada uno de los miembros salen a relucir al tiempo que lo hacen sus diferencias, las mismas que se diluyen cuando Milou contagia su visión vitalista y se produce la revuelta existencial que les permite disfrutar el momento. <<He decidido ser feliz porque es bueno para la salud>>, dice el protagonista, recordando una frase de Voltaire, cuando flirtea con su cuñada en medio del desbarajuste que significa tener que compartir techo con parientes y otros personajes que se dejan ver en la mansión, y que, en menor o mayor medida, muestran su preocupación por los problemas y los cambios que se están gestando fuera de la finca, cambios que a Milou ni le interesan ni parecen afectarle porque su interés reside en disfrutar de ese instante que sabe efímero.
Están vivos (1988)
Los protagonistas de los westerns con aspecto de fantástico o de thriller realizados por John Carpenter (Asalto a la comisaría del distrito 13, 1997: Rescate en Nueva York, Vampiros o Fantasmas de Marte) se muestran contrarios al orden establecido. Estos antihéroes van por libre y se apartan de una autoridad que rechazan, pero esta rebeldía conlleva su aislamiento social, que asumen como una consecuencia necesaria de su negativa a permanecer dentro de los cánones señalados por quienes ostentan el poder. En los dos protagonistas de Están vivos (They Live), Nada (Roddy Pepper) y Frank (Keith David), también prima la repulsa hacia el sistema, aunque no pueden escapar del entorno de profunda depresión económica y de férreo control que les afecta desde su necesidad inicial de integrarse hasta su rechazo definitivo, cuando Nada, gracias a unas gafas especiales, accede a la realidad de un mundo de consumismo, de órdenes ocultas, de enajenación y de control por parte de alienígenas que han minado la voluntad y la capacidad de decisión de la población humana, sumida en el letargo que le impide el acceso a la verdad. Similar a la reacción del hombre platónico de la caverna, el solitario antihéroe de Carpenter no puede dar crédito a las imágenes que le llegan al cerebro, acostumbrado a la falsedad en la que ha vivido y que se opone a cuanto observa a través de las lentes que lo alejan definitivamente del engaño. Como consecuencia de su despertar, este liberado de las sombras trata de convencer a Frank para que use los anteojos y contemple por sí mismo un mundo distinto de aquel al que creían pertenecer, pero antes se produce el interminable intercambio de golpes que supone el punto de inflexión en Están vivos. Tras la conclusión de la pelea entre los dos amigos, la crítica de las imágenes hacia el sistema controlador, que emplea los medios de comunicación para sus fines alienantes, da paso a la acción expeditiva, en la que se observa a la pareja de inadaptados dispuestos a desenmascarar a los manipuladores que, con el beneplácito de algunos humanos, pasan inadvertidos dentro de una sociedad inconsciente del consumo extremo y de la dependencia catódica que la aleja de la verdad que algunos no desean conocer, porque aceptar una mentira cómoda resulta más atractivo y sencillo que experimentar las incomodidades que conllevaría la comprensión de la realidad.
viernes, 17 de abril de 2015
Los espías (1927)
Prácticamente, Thea von Harbou y Fritz Lang iniciaron su asociación profesional prácticamente al mismo tiempo que su relación sentimental; ambas abarcaron desde los primeros años de la década de 1920 hasta 1933, año en el que el cineasta abandonó Alemania como consecuencia de sus diferencias con el régimen totalitario que gobernaba el país y con el que Harbou simpatizaba. Durante este periodo escribieron once guiones, diez de los cuales fueron dirigidos por Lang y uno, La tumba india: El tigre de Esnapur, por Joe May en 1921 (y del que Lang realizaría su propia versión en 1959). Estos guiones dieron pie a clásicos tan representativos del cine mudo como Las tres luces, Doctor Mabuse, Los nibelungos, Metrópolis o La mujer en la luna y a dos obras maestras del sonoro como lo son M y El testamento del doctor Mabuse. Menos conocida que estas, Los espías (Spione) fue otra de sus grandes colaboraciones, pero sobre todo fue una magistral lección de narrativa visual en la que se detalla tanto la intriga relacionada con Haghi (Rudolf Klein-Rogge), el misterioso y camaleónico líder de una organización criminal que pretende alterar el orden mundial, como el romance que surge entre Sonja (Gerda Maurus), espía al servicio de aquel, y el agente gubernamental número 326 (Willy Fritsch), a quien el villano (en algunos aspectos similar al Mabuse que también interpretó Klein-Rogge) ordena eliminar para evitar que desbarate sus planes. Como otras producciones de Lang, Los espías muestra las emociones que mueven a sus protagonistas, y lo hace desde el ritmo trepidante y moderno con el que arranca el film hasta su escena final, entre las que tienen cabida traiciones, conspiraciones, engaños, persecuciones o la relación amorosa entre esos dos espías condenados a participar en un enfrentamiento que al tiempo que les une también los separa. Gracias a su riqueza argumental y formal, Los espías antecede en muchos aspectos al cine de espionaje posterior, en el que otro inimitable director, Alfred Hitchcock, empezó a destacar en la década siguiente en su Inglaterra natal con títulos como 39 escalones o Alarma en el expreso; y, aunque el estilo cinematográfico de Hitchcock es diferente al de Lang, parece innegable la influencia que el director de Furia tuvo en este otro cineasta fundamental para el desarrollo del medio cinematográfico.
martes, 14 de abril de 2015
Yanquis (1979)
En 1942, tres años después del inicio de la guerra en Europa, miles de soldados estadounidenses empiezan a llegar a las islas británicas para acuartelarse a la espera de recibir la orden de desembarcar en el continente europeo, en ese instante ocupado en su práctica totalidad por el ejército alemán. Pero estos jóvenes, sacados de sus casas y enviados a un país lejano en un presente incierto, se encuentran con una población autóctona mermada, de la que solo quedan mujeres, niños y ancianos, ya que los británicos en edad de combatir llevan años haciéndolo lejos de su patria, en el norte de África o en el sudeste asiático. Esta realidad queda reflejada al inicio de Yanquis (Yanks, 1979), cuando se muestra un convoy de camiones que transporta a los soldados que llegan a una pequeña población inglesa donde se les recibe con cierto recelo. Desde ese instante el protagonismo recae en las relaciones que se producen entre los civiles y los militares, desorientados ante la que podría ser su última oportunidad para disfrutar de la juventud e inocencia que se pierden en el frente. Partiendo de le certeza de vivir una época convulsa que afecta a todo y a todos, Yanquis profundiza en varios aspectos emocionales que se producen lejos de los campos de batalla, en un pueblo donde los vecinos y vecinas observan la aparición de los extranjeros desde el rechazo y la atracción, aunque la mayoría tienen en común la necesidad de sentir, de amar y de vivir cada día como si fuera el último. Esta circunstancia se observa en las parejas formadas por Matt (Richard Gere) y Jean (Lisa Eichhorn) y, en menor medida, por Jeffrey (Chick Vennera) y Mollie (Wendy Morgan), quienes anhelan saborear esa juventud que se encuentra amenazada por la realidad bélica que les condiciona y que también condiciona a Helen (Vanessa Redgrave) y a John (William Devane), quienes mantienen una relación que saben efímera porque sus responsabilidades familiares, presentes y pasadas, nunca llegan a desaparecer por completo. Pero el interés de Yanquis se decanta por la primera pareja, de la que se muestra su evolución sentimental desde la amistad inicial, pasando por el rechazo de la madre de Jean (Rachel Roberts) hacia el norteamericano, hasta la negación de Matt como consecuencia de la idea de su muerte en el campo de batalla, una posibilidad que le genera dudas y provoca el alejamiento que ni Jean ni él desean.
viernes, 10 de abril de 2015
El terror de las chicas (1961)
martes, 7 de abril de 2015
El gran Flamarion (1945)
Un asesinato, la policía que sospecha del hombre equivocado y un moribundo que recuerda su fatalidad, que se observa a lo largo de los flashbacks que componen El gran Flamarion (The Great Flamarion, 1945), son algunas de las características del cine negro que Anthony Mann asumió para desarrollar su primera obra de identidad, aunque esta presenta menor interés que sus siguientes incursiones en el género, que los westerns que le dieron fama y que el excelente bélico La colina de los diablos de acero. Ante la sorpresa y alarma de un desconocido, que lo descubre herido entre las sombras de un teatro, Flamarion (Erich von Stroheim) confiesa poco antes de morir los hechos que se suceden en las imágenes que, en un primer instante, lo muestran como una estrella del espectáculo que se dedica a disparar sus pistolas en un número en el que Al (Dan Duryea) y Connie Wallace (Mary Beth Hughes) le sirven de auxiliares. Los primeros compases de estos recuerdos permiten perfilar la personalidad de un artista asocial, centrado en su trabajo, cerrado en sí mismo y ajeno a los encantos de su ayudante femenina, quien desea conquistarlo porque en él ve a la marioneta que podría librarle de su marido. Como sucede en otras producciones de cine negro, la presencia de la mujer fatal resulta fundamental para el avance de El gran Flamarion, ya que la sexualidad y la capacidad para mentir de Connie le permiten manejar al pistolero de variedades a su antojo, hasta que este se obsesiona con un amor que cree sincero y que provoca que acceda a cometer el asesinato de Al. Flamarion justifica el homicidio porque se convence de que es su única opción para estar con ella y, ante la promesa de compartir su vida con la mujer de quien se enamora, consuma el crimen de tal modo que parece accidental; pero, ante la posibilidad de levantar sospechas, Connie le aconseja esperar tres meses antes de reunirse e iniciar una relación que no llega a materializarse porque ella desaparece con otro artista, lo cual provoca la desesperación de Flamarion y su deambular en busca de una pista que le conduzca hasta quien le ha utilizado y provocado su caída en el abismo. El gran Flamarion fue una producción independiente que, gracias a la participación de Erich von Stroheim, distribuyó la Republic Pictures, aunque la presencia del actor provocó que Mann tuviese que lidiar con las excentricidades de quien había vivido su época dorada durante el periodo mudo, cuando se dedicaba a la dirección y a la interpretación. Sin embargo, la carrera de realizador de Stroheim se vio truncada debido a su personalidad y a los problemas que tuvo con los productores en películas como Los amores de un príncipe, de la que fue despedido durante el rodaje, Avaricia, cuyo metraje sufrió una mutilación de varias horas que provocó que renegase de ella, o La reina Kelly, que dejó inconclusa. A partir de entonces se centró en la actuación y participó en clásicos del calibre de La gran ilusión, Cinco tumbas al Cairo o El crepúsculo de los dioses, aunque en estas sus personajes no tuvieron el protagonismo del que gozó en El gran Flamarion, quizá su personaje principal más recordado y similar, aunque menos logrado, al interpretado por Emil Jannings (otra leyenda del cine mudo) en El ángel azul. ya que ambos encarnaron a un hombre solitario que se deja manipular por una mujer mucho más joven, con la esperanza de alcanzar un amor que solo existe en su inocencia y en su deseo.