Entre 1964 y 1965 estudiantes estadounidenses salieron a las calles para luchar por los derechos civiles y protestar contra la participación norteamericana en el conflicto vietnamita. En 1965 sus homólogos chinos de la Universidad de Pekín hicieron lo propio para mostrar su descontento hacia el sistema establecido. Poco después, a finales de 1967, el movimiento estudiantil llegó a Europa, siendo la revuelta parisina de mayo de 1968 la que se convirtió en el referente de aquella época durante la cual los jóvenes universitarios franceses pusieron en jaque al gobierno de De Gaulle, que en aquel momento desapareció de Francia, lo que provocó un vacío de poder en el gobierno galo que parecía señalar el fin de un ciclo y el inicio de una utopía que no se materializó. Pero el mayo del 68 expuesto por Louis Malle en Milou en mayo (Milou en mai) se aleja de aquella realidad histórica, que asoma en la pantalla a través de la emisora de radio o de las palabras de algunos de sus personajes, ya que los escenarios donde se produjeron los hechos quedan excluidos de esta atractiva reflexión sobre el ser humano y sus relaciones. La película se desarrolla paralela a las revueltas, cuando Milou (Michel Piccoli) no se encuentra en las barricadas parisinas sino en la finca familiar, alejado de las preocupaciones de un país envuelto en huelgas obreras y protestas estudiantiles. El caos y el desorden nacional no afectan a su monotonía, aunque esta sufre un cambio repentino como consecuencia de la muerte de su madre y de la posterior presencia de sus familiares, que acuden a la finca para dar el último adiós a la difunta, aunque sus comportamientos delatan cierta indiferencia hacia el cuerpo presente, que pasa desapercibido porque existen otros aspectos que reclaman la atención de los allí reunidos, aspectos materiales como el reparto de la herencia o personales como las frustraciones que se observan en las contradicciones de sus palabras. Pero, durante este reencuentro en la casa familiar, Milou también experimenta su propia revolución, lo que provoca un cambio en su entorno, al negarse a claudicar ante el descontento y la desidia generalizada y al rechazar la propuesta de vender el inmueble, ya que para él simboliza recuerdos y la promesa de otros que están por llegar. Las discusiones, los intereses, las pasiones, las envidias o las insatisfacciones de cada uno de los miembros salen a relucir al tiempo que lo hacen sus diferencias, las mismas que se diluyen cuando Milou contagia su visión vitalista y se produce la revuelta existencial que les permite disfrutar el momento. <<He decidido ser feliz porque es bueno para la salud>>, dice el protagonista, recordando una frase de Voltaire, cuando flirtea con su cuñada en medio del desbarajuste que significa tener que compartir techo con parientes y otros personajes que se dejan ver en la mansión, y que, en menor o mayor medida, muestran su preocupación por los problemas y los cambios que se están gestando fuera de la finca, cambios que a Milou ni le interesan ni parecen afectarle porque su interés reside en disfrutar de ese instante que sabe efímero.
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