Los dos westerns anteriores de Leone habían arrasado en la taquilla italiana, siendo los títulos que mayor recaudación habían obtenido hasta entonces (y lo continuarían siendo hasta tiempo después). Esto y la buena marcha de los films en los mercados internacionales llamaron la atención de algunas compañías hollywoodienses, que vieron en el cineasta romano una inversión atractiva. Y así, el presupuesto de su tercer western se incrementaba considerablemente con respecto a los anteriores; y lo iba a necesitar, pues uno de sus protagonistas, Clint Eastwood, exigió diez veces más del sueldo recibido en La muerte tenía un precio por aceptar un papel que perdía presencia en beneficio del bandido bufonesco interpretado por Eli Wallach, sin duda, el personaje del film y el que tiende dos puentes: el primero, entre el western y la comedia; y el segundo, entre el público y la pantalla donde descubrimos que el dinero es el único motor que mueve a los tres protagonistas. Para ellos, lo que importa son los dólares que obtendrán (o la posibilidad de obtenerlos) y que en la mayoría de los casos ganan gracias a su precisión y rapidez con el revólver o el rifle. Leone presenta a estos tres marginados o prototipos de su universo western en tres momentos diferentes. El primero presenta a Tuco (Eli Wallach), un forajido sucio y mal hablado. A continuación, cambia de escenario y de personaje; le toca el turno a Sentencia (Lee van Cleef), un asesino a sueldo que siempre termina aquellos trabajos por los que ha cobrado. La película regresa su atención a Tuco, pero no para continuar el deambular del feo, sino para presentar la relación que existe entre él y el bueno (Clint Eastwood), personaje al que se atribuye el ambiguo “oficio” de salvar la vida de los hombres que entrega a la muerte.
jueves, 4 de agosto de 2011
El bueno, el feo y el malo (1966)
Dudo que por su mente pasase alguna vez la idea de destruir el western, inventado y mitificado en Hollywood; lo dudo porque Sergio Leone lo admiraba, tanto, que soñaba con él y, en su sueño de un sueño, llevó la exageración del mito a la caricatura, creando un espacio cinematográfico que, al tiempo que bebía del western estadounidense, se separaba de él. Tampoco pretendía revolucionarlo, aunque su estilo influiría en el género y sería imitado, aunque no igualado. La caricatura de una caricatura pierde respecto a la original; hay excepciones, pero, por lo general, si falta un talento similar al que poseía Leone no se marcan las diferencias que hacen de una película algo más. Él tenía esa capacidad creativa y lo que hizo con ella fue soñar su propio oeste, como el personaje de Robert De Niro en Érase una vez en América (Once Upon a Time in America, 1984) sueña sus diferentes pasados evadiéndose de la realidad y creando el reflejo de una que dista de la vivida. Leone soñó su lejano oeste y lo construyó en Almería. Lo pobló de muerte, dólares, rostros sudorosos, pícaros, amorales, buenos, feos y malos que persiguen dinero o venganza; incluso introdujo en su ensoñación una guerra de secesión que siempre se cruza en el camino de los protagonistas de El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), como la Primera Guerra Mundial siempre alcanza a la pareja de picaros de La gran guerra (La Grande Guerra, Mario Monicelli, 1959).
El broche de la trilogía del dólar es un film más ambicioso que sus compañeras Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964) —que tenía de referencia directa al Akira Kurosawa de Yojimbo (1961), quien, a su vez, tomaba del género del oeste y de la novela negra de Dashiell Hammett— y La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965), pero, sobre todo, es un paso hacia lo que vendrá en Hasta que llegó su hora (C’era una volta il west, 1968). Vendrán una estética leone depurada y el futuro, la única vez que llega en el cine del cineasta italiano; y llegará representado en la heroína interpretada por una inolvidable Claudia Cardinale. Pero inolvidable también es esta película que, sin rubor y con acierto, mezcla western y comedia a la italiana, no en vano tuvo de guionistas a Luciano Vincenzoni, Age y Scarpelli. Un bufón (Eli Wallach), un no héroe (Clint Eastwood) y un antagonista (Lee van Cleef) —tres rostros que se igualan en la picaresca que les permite sobrevivir en un espacio de muerte, ellos mismos son sus portadores— son los tramposos principales del viaje hacia uno de los grandes éxtasis visual-musical de la historia del cine, uno que Leone consiguió en simbiosis con su compañero de escuela, el gran compositor Ennio Morricone, cuando su western pisa el cementerio de Sad Hill.
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