jueves, 6 de marzo de 2025

En la palma de tu mano (1951)


Con su bigote a lo Ronald Colman, ¿o será a lo Douglas Fairbanks?, ¿o a lo Lawrence Olivier en Rebeca (Rebecca, Alfred Hitchcock, 1940) o de capricho original?, Arturo de Córdova supo dar rostro, ambigüedad, elegancia y personalidad a sus personajes. De los suyos, siempre me vienen a la mente dos que, en mi memoria, resaltan sobre el resto. Se trata de los protagonistas de Él (Luis Buñuel, 1952) y Los peces rojos (José Antonio Nieves Conde, 1955). En ambas logra transmitir más de lo que aparenta a simple vista. Crea interioridades heridas, obsesivas, extrañas, las que tanto Buñuel como Nieves Conde precisan para enrarecer el exterior que asoma en la pantalla y así, desde la interioridad, generar un ambiente insano, onírico, cargado de misterio, incluso de pesadilla espectral y existencial. El que interpreta en En la palma de tu mano (Roberto Gavaldón, 1951) apenas necesita que lo evoque porque lo tengo reciente. Y la idea que prevalece es que tampoco tiene desperdicio. Se gana la vida engañando, aprovechándose del miedo y del anhelo de sus clientas, que desean conocer qué les deparará el futuro para ilusionarse y llenar con fantasías los vacíos de su presente. Huyen del ahora y sueñan el mañana guiadas por las palabras de Karin mientras el presente avanza, se convierte en pasado, y el futuro continúa impredecible hacia su único porvenir seguro e inamovible; la única respuesta certera, la que el personaje no contempla cuando decide chantajear a Ada Romano (Leticia Palma), viuda de un millonario y alumna aplicada de la inolvidable mujer fatal de Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944)…



Partiendo de la historia original de Luis Spota, Gavaldón desarrolla el guion de En la palma de tu mano en colaboración de José Revueltas, pero no menos importante resulta la colaboración de Alex Phillips, cuya iluminación logra un tono que remite al cine negro estadounidense de la década de 1940. La iluminación de Phillips resalta esa sensación de oscuridad y tinieblas que impiden al protagonista ver la amenaza y la fatalidad que él mismo se busca cuando se deja llevar por su ambición y la ilusión de prever sus pasos y los que dará el resto. Presume de profesor, aunque no pretende explicar ni responder. Lo suyo consiste en manipular y guiar allí donde le interesa que vayan sus víctimas. Se aprovecha de la superstición, de la ignorancia y de la credulidad de sus clientas, cuya predisposición a creer, sin plantearse la posibilidad de estar siendo engañadas por un embaucador profesional, es total. El profesor Karin se anuncia y presume de poderes sobrenaturales. Ciertamente, sabe representar su papel y aprovecha al máximo la información que Clara (Carmen Montejo), peluquera de la mayoría de sus clientas y único personaje de entidad que resulta positivo, le transmite. Karin hace un perfil de las mujeres que acuden a su consultorio. Su conocimiento previo es fuente de poder y de dinero, pues le permite adelantarse a las incautas que le visitan, sorprenderlas y convencerlas de su autenticidad y de sus vaticinios. Pero Kin solo es un actor, un estafador de sueños, incapaz de adivinar cualquier porvenir; ni si quiera es capaz de prever que su decisión de chantajear a Ada y a su cómplice León Romero (Ramón Gay), le conducirá no solo a él a la perdición…




No hay comentarios:

Publicar un comentario