Aparte de su carrera de cineasta, Martín Scorsese es un amante del cine y, como tal, conoce las grandes películas de la historia y los nombres que las han hecho posible. Su cultura cinematográfica abarca no solo del cine estadounidense ni de una época concreta. Se extiende desde los orígenes hasta la actualidad, de occidente a oriente, de norte a sur. Junto a Francis Ford Coppola rescató del olvido internacional Soy Cuba (Mikhail Kalatozov, 1964) o, en la época del rodaje de Uno de los nuestros (Godfellas, 1990), una de las película más influyentes de finales del siglo XX, se puso a las órdenes de Akira Kurosawa en Sueños (Yume, 1990), para dar vida a un Van Gogh onírico, y ya en el siglo XXI, el año del atentado de las “torres gemelas”, filmaba —entre el 18 de diciembre de 2000 y el 30 de marzo de 2001— con Alberto Grimaldi, uno de los grandes productores del cine italiano, habitual colaborador de Pier Paolo Pasolini y ocasional de otros de similar talla: Federico Fellini, Sergio Leone y Bernardo Betolucci. El estreno de la película se hizo esperar hasta diciembre de 2002, más de un año después de aquel atentado del 11 de septiembre que afectó a la sociedad estadounidense, a la mundial y, sobre todo, a la neoyorquina, que no solo sufrió la muerte en directo y la destrucción de uno de sus símbolos urbanos más reconocibles. La ciudad vivió el miedo y el después de duelo y de reconstrucción. El terror afectaba a la gran manzana. Había que superar el dolor y el trauma para construir una nueva cotidianidad. Scorsese así lo comprendió y cerró su película con un mensaje de esperanza. Unos meses antes se había trasladado a los míticos estudios Cinecittà, que abrieron sus puertas por primera vez en época de Mussolini, para rodar Gangs of New York (2002), cuyas imágenes finales no miran el pasado sino el presente y el futuro de la ciudad. Esa conclusión, en la que se ve la evolución urbana a lo largo de las décadas desde el cementerio de Green-Wood (Brooklyn), fue su modo de decir a los neoyorquinos que la localidad superará cualquier trauma y resurgirá más fuerte.
Así sucedió entonces, en la época en la que ubica y desarrolla luchas callejeras, corrupción, xenofobia, crimen, fuerza bruta... Gangs of New York es su mirada cinematográfica al origen de su ciudad, la cual ubicó temporalmente entre 1846 y 1863, el año de los disturbios que significaron un fin y un principio urbano neoyorquino… Como hijo de Brooklyn, para Scorsese, las calles de Nueva York resultan indispensables, forman parte de su existencia, de su educación y formación, de su imaginario y de su memoria. Como Woody Allen, Francis Ford Coppola, Abel Ferrara, Spike Lee o Sidney Lumet (natural de Filadelfia), Scorsese hace de Nueva York el marco fílmico habitual de su obra. En ella sitúa muchas de sus historias y, aunque sus personajes no lo expresen con la poética de Isaac/Allen en Manhattan (1979), también él adora Nueva York, adora sus calles, su atmósfera, su caos. En dos de sus producciones complementarias, La edad de la inocencia (Age of Innocent, 1993) y en Gangs of New York, viaja al pasado de la gran ciudad para detallar dos espacios antagónicos que se rozan sin llegar a convivir. Se trata de la alta sociedad y el de los barrios bajos neoyorquinos como ese Five Points donde se abre el film a una lucha entre bandas. El prólogo sitúa la acción de 1846, cuando Amsterdam (Leonardo DiCaprio) es un niño que ve como su padre (Liam Neeson) cae muerto en una pelea contra el carnicero (Daniel Day Lewis) y su banda. El niño huye, pasa su adolescencia entre la calle y el reformatorio y dieciséis años después regresa para vengar la muerte paterna, pero se encuentra frente a la historia. La guerra de la Secesión es una realidad que parece no afectar a las bandas que dominaba la parte baja de la ciudad, aquella en la que Scorsese ubica su historia, cuyo guion corrió a cargo de Jay Cocks, Steven Zaillian y Kenneth Lonergan, una historia de violencia y lucha, de crimen, de racismo y xenofobia, de emigración y asimilación, de esperanzas y diferencias sociales, de corrupción política, de supervivencia en los bajos fondos, una historia de la sangre derramada sobre la que se construyó su ciudad y, ampliando el radio, su país…
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