A ojos de la industria, Gregory La Cava posiblemente fuese una naturaleza independiente como podía serlo Howard Hawks, o una oveja negra que no se limitaba a rodar encargos, ni se plegaba a los caprichos de los jefes y productores de los estudios. Su cine, como apuntan títulos tan dispares como la irónica Risa y dinero (Laugh and Get Rich, 1931), la espléndida fantasía política El despertar de una nación (Gabriel over the White House, 1932) o la alocada Al servicio de las damas (My Man Godfried, 1936), presenta un componente humanista y social inusitado para las producciones rodadas en Hollywood durante aquellos años en los que el cineasta, trotamundos en el paraíso de los estudios cinematográficos, marchaba desacompasado de la industria, o a un paso diferente, puede que a contracorriente, en su condición de director independiente que firmaba por películas. De ese modo, primaba su independencia y su intención creativa, la misma que le llevó a escribir algunos de sus guiones, como sería el caso de esta adaptación de la historia de Douglas MacLean, también productor asociado del film, en la que se basa esta irregular comedia ambientada y rodada durante la Gran Depresión. La crisis económica y social se cuela en Risa y Dinero sin apenas dejarse notar como algo real, pero no olvida que estaba sucediendo en los campos y las ciudades del país. Irónico, humanista y cómico, La Cava apunta el momento de carestía sin recalcar que habla de resistir y superar la crisis aferrándose a la esperanza, al humor, a la ilusión y a la vida, a las pequeñas cosas que en suma hacen grandes las existencias de sus personajes principales; más allá de que un golpe de suerte y un invento les deparen riqueza. La Cava realiza su propuesta sobre la crisis económica, la que siguió al Crack de 1929, de un modo distinto a Frank Borzage en Fueros humanos (Man’s Castle, 1933), a Frank Capra en La locura del dólar (American Madness, 1932) o a King Vidor en El pan nuestro de cada día (Our Daily Bread, 1934), la única de las películas nombradas que puede considerarse cine social en una época en la que apenas existía este tipo de cine en Hollywood. El director de La melodía de la vida (Six Million Simphony, 1932) lo hace sin adentrarse en espacios desolados, ni muestra mendicidad, como la apuntada por Borzage, ni hambruna, ni desahucios, ni negocios en quiebra. Tampoco apunta soluciones, como sí hace Vidor, solo introduce algunos diálogos y situaciones que apuntan delitos, picaresca, agudizada por la necesidad, precariedad laboral y, mismamente, el desempleo que se descubre en el hogar de los Alison, cuya cabeza de familia es Sarah (Edna May Oliver), una mujer de apariencia mezquina que no puede olvidar su origen de clase alta y que se encarga de administrar los escasos bienes que les proporciona el alquiler de habitaciones, con el que subsisten su marido (Hugh Herbert), bohemio, desempleado y soñador, su hija (Dorothy Lee), una joven enamoradiza, Vicentini (George Davis), el artista y huésped que no tiene para pagar el alquiler, y ella misma. La Cava no insiste en la depresión económica, aunque no se olvida de ella, ni pretende un discurso moralista, sino uno bromista, como perfeccionará en Al servicio de las damas, pero deja clara su postura y su intención de introducir cuestiones sociales contemporáneas que afectan a sus personajes, y también a su público en el mundo real, el mismo que encontraba en el las proyecciones cinematográficas instantes de evasión de la realidad que les afectaba.
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