sábado, 11 de mayo de 2019

Fueros humanos (1933)


De los grandes cineastas del “Hollywood dorado”, Frank Borzage fue quien mejor expuso el romance de pareja. Lo hizo en El séptimo cielo (Seventh Heaven, 1927), El ángel de la calle (Street Angel, 1927), Estrellas dichosas (Lucky Stars, 1929), Adiós a las armas (A Farewell to Arms, 1932) o Fueros humanos (Man's Castle, 1933), títulos que encuentran la belleza entre la miseria, sea esta consecuencia de la guerra o de la depresión económica que no afectan a sus enamorados. Las parejas protagonistas de estos films de Borzage viven más allá de la realidad circundante, viven en las alturas del séptimo cielo que da título a una de sus obras maestras. Se trata de un espacio, entre mágico y onírico, donde alcanzan el estado ideal que les aleja de la mezquindad mundana. Es el espacio del amor, el de la pureza del amor, al que acceden en comunión para elevarse por encima de intolerancias, amenazas o prejuicios morales. En Borzage, el amor es suma de emociones, espiritualidad (no religiosa), sueños, sexualidad y magia compartidas, es un sentimiento que no puede ser destruido ni por las bombas ni por la hambruna, porque escapa del espacio tangible para establecer la conexión indestructible entre dos mitades que, como Bill (Spencer Tracy) y Trina (Loretta Young), se completan y se unen desde el mismo instante en que sus vidas se cruzan. El encuentro de la pareja protagonista de Fueros humanos se produce en un parque donde Bill, sentado en el mismo banco que Trina, arroja migas de pan a las palomas. En ese momento se conocen y, más importante aún, se reconocen, quizá como dos palomas más, apunto de echar a volar. Intuimos por medio de sus palabras que él es medio libre, circunstancia que se agudiza en el restaurante donde se desarrolla la siguiente escena, y ella famélica, necesitada de una migaja con la que llenar su estómago vacío. También está medio herida en el alma, consecuencia de la pérdida de su empleo y quizá por un pasado anterior a ese encuentro que, simbólicamente, borrará su memoria, a la que nunca tendremos acceso, porque ha dejado de existir. No nos dejemos llevar por las apariencias, el cine de Borzage nada tiene de cursi, vive de sentimientos, emociones y honestidad, eso es a lo que aspira y alcanza en su plenitud cuando se confirma la unión del hombre y de la mujer, mujeres como Trina, que encuentra refugio al lado del vagabundo que se aferra a su libertad, al sonido del tren, a su máscara de rudeza, tras la cual no logra ocultarnos su ternura y su temor a vivir encadenado, y esto es lo que provoca que todavía viva prisionero. Y sin embargo, sin apenas percatarse, bajo el amor protector y desinteresado de Trina, su egoísmo infantil desaparece y accede a la maduración y a la libertad plena en compañía de la joven, que a su vez lo refugia, una joven a quien acaricia el cabello con delicadeza y devoción al tiempo que desprecia su delgadez para ocultar el amor creciente, ascendente. Fueros humanos es una obra excepcional, llena de sutileza, de ternura, que no rehuye mostrar la crudeza socio-económica de la época, y repleta de detalles que apuntan hacia la elevación de la pareja -el cielo y los pájaros, el disfraz de gigante que posiciona a Bill por encima del resto de transeúntes, la proximidad de este a la inocencia infantil, el renacer de Trina o mismamente la escena en la que ambos pasean entre la multitud, de la que nunca formarán parte-, una película que, caída en el olvido como tantas otras de este gran cineasta, nos traslada a un estado irreal, aunque también introduce un espacio mundano donde la carestía siempre está presente; no obstante, no logra irrumpir ni destruir el castillo de ilusión que Trina y Bill edifican y comparten sin necesidad de ubicarlo en más lugar que en el intangible compartido donde ambos forman el todo. Su encuentro los ha transformado, han dejado de ser dos para ser uno y así avanzan hacia un nuevo estado vital, el de la comunión sexual y espiritual, pues no vale la una sin la otra, esa es la perfección que alcanza y que supera cualquier obstáculo, sea el amenazante acoso por parte de Bragg (Arthur Hohl) a Trina o la decisión de Bill, a quien nunca le ha importado el dinero, cuando asume colaborar en el robo propuesto por el nombrado, una decisión que asume porque cree que así protegerá a Trina y a su futuro bebé. Las imágenes que nos muestran el romance son Borzage y Borzage es cine en estado puro o, mejor dicho, un cine de pureza frente a la mezquindad, de generosidad frente a la miseria humana y material, pureza que encuentra en el amor, en la unidad y en la conexión plena de las dos mitades, su sentido y su forma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario