En el comentario que realicé sobre
Fuego en la llanura (
Nobi;
Kon Ichikawa, 1959) escribí algo así como que ninguna película bélica puede transmitir qué es la guerra y las realidades que encierra. No puede porque el cine no es la realidad, tampoco busca serlo, es la idea que el cineasta y los guionistas se hacen de ella. Una película nace como ficción y crea acción o, sobre todo en el caso de los documentales, recrea la realidad en su intento de reconstruirla, pero dudo que alguien, aunque haya participado en un conflicto armado, logre plasmar en la pantalla el momento real más allá de sus impresiones y sensaciones vividas. Sencillamente quien realiza un film de guerra comparte su interpretación de la lucha armada e introduce ideas sobre las experiencias y realidades sufridas. En general, el cine toma de la realidad —sea la bélica o la de un matrimonio con o sin hijos— y expone o desarrolla los hechos como momentos extraordinarios, incluso en una supuesta cotidianidad. No tengo más que recordar el neorrelismo, donde las vidas de los personajes pueden ser lo reales que se me antojen, y resulta innegable que las historias y las existencias son expuestas desde la excepción, aunque los realizadores busquen verdades y asuman una mirada realista. Todavía recuerdo la maravilla cinematográfica y humana que es
Paisà (
Roberto Rossellini, 1946), revivo sus episodios y no puedo negar que son instantes excepcionales dentro del conflicto expuesto —el encuentro de un soldado afroestadounidense con un niño napolitano, la presencia de capellanes de distintos credos en un monasterio católico o mismamente alguien que busca a otro alguien por las calles de una Florencia bajo fuego cruzado. La guerra en sí es un hecho que escapa a la norma y se convierte en un estado de excepción, aunque no por ello deja de presentar cotidianidades como las expuestas en
El gran desfile (
The Big Parade;
King Vidor, 1925),
Sin novedad en el frente (
All Quiet in the West Front;
Lewis Milestone, 1930) o
Cuatro de infantería (
Westfront 1918;
Georg Wilhem Pabst, 1930), en la serie
Hermanos de sangre (
Band of Brothers, 2001) o en
También somos seres humanos (
Story of G.I. Joe, 1945) y
Fuego en la nieve (
Battleground, 1949), dos magníficas obras de
William A. Wellman. La suma de cotidianidades se obtiene del día a día en el frente, y esto es lo que expone la producción finlandesa
El soldado desconocido (
Tuntematon sotilas,
Edvin Laine, 1955) durante sus más de dos horas de metraje. Expone la monotonía de una compañía de soldados finlandeses dentro de la excepción —la Segunda Guerra Mundial— y lo hace con verismo —
Laine introdujo en el montaje imágenes de archivo que confieren mayor realismo y avanzan la acción— y maestría.
Frío, hambre, miedo, piojos, desplazamientos, barro, lluvia, camaradería, quejas, nieve, insubordinación, combates, muerte, son compañeros de la cotidianidad bélica en la que viven los anónimos fineses a quienes se conoce en territorio nacional, antes de que estalle la guerra, y posteriormente en suelo soviético, cuando avanzan hacia la derrota que, en un primer momento, todavía no se plantean. Los Hietanen (Heikki Savalainen), Rokka (Reino Tolvaren) y su inseparable Susi (Kale Teuronen) o el teniente Koskala (Kosti Klemela), el único oficial que comparte las penas y el humor de los subordinados, no luchan por una ideología, lo hacen por mandato, por la idea de patria nacional de quienes rigen el destino de las naciones y trastocan las vidas humanas, vidas como las de los componentes del grupo que, tras la introducción del entierro de un joven sin nombre, las imágenes muestran en un campo de entrenamiento, en un pasado anterior a la secuencia de apertura. Allí reciben órdenes que inicialmente no comprenden, lo que les lleva a plantearse qué sucede. Algunos hablan del inicio de la guerra, otros se preguntan contra quiénes lucharán. Hay desorientación, incluso los oficiales de la compañía dudan. Se habla de alemanes y de soviéticos, y comprenden que existen fronteras que separan pueblos. Las naturales son, digamos, inamovibles, mientras que las humanas y políticas se mueven a lo largo del devenir temporal. Lo que hoy era esto, mañana será aquello. Ellos viven esta situación cuando conquistan la primera ciudad en suelo ruso e izan banderas finlandesas. Es el único instante del film en el que los soldados sin nombre descansan lejos del barro, de las trincheras o de bosques y montañas, pero solo por un breve periodo y su fin provoca nuevas quejas. El mando prohíbe cualquier tipo de queja o de insolencia, aunque Rokka, de nombre Antero, y compañía lo hacen con frecuencia. ¿Cómo no iban a hacerlo, si sus condiciones de vida son infrahumanas? En la guerra expuesta por Edvin Laine en El soldado desconocido, a partir de la novela homónima de Väinö Linna, no hay espacio para la heroicidad. Es un conflicto en el que <<o matas o no vives>>, ese es el día a día, el de sobrevivir, morir o ver como los compañeros caen bajo fuego enemigo. La experiencia bélica de Linna inspiró su exitosa novela, que busca el realismo que también asumen las imágenes de esta primera versión cinematográfica, un realismo que apunta antibelicismo y antimilitarismo, que asumen su discurso desde la humanidad de los soldados que aparecen y desaparecen de la historia —con y sin mayúsculas— como consecuencia de la cotidianidad de la guerra.
Otra joya de las cinematografías periféricas
ResponderEliminarCierto, todavía luce esplendorosa.
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