miércoles, 31 de julio de 2013
La Tierra contra los platillos volantes (1956)
lunes, 29 de julio de 2013
Nacida en el oeste (1959)
La batalla de los sexos (1959)
domingo, 28 de julio de 2013
El asesino anda suelto (1956)
viernes, 26 de julio de 2013
Ocho sentencias de muerte (1949)
miércoles, 24 de julio de 2013
Diamantes de la noche (1961)
En las postrimerías de la década de 1950 y principios de los sesenta se produjeron movimientos cinematográficos que pretendían un cambio a la hora de abordar las historias narradas en sus películas. Los más conocidos serían el Free Cinema británico y su realismo social, y la Nouvelle Vague francesa y su libertad formal para expresar la realidad; no obstante, en otras latitudes también se produjeron rupturas con el clasicismo anterior como fue el caso de la antigua Checoslovaquia y su Nueva Ola, iniciada a principios de 1960. En este movimiento cultural participaron realizadores como Milos Forman (Pedro el negro, Los amores de una rubia, ¡Al fuego, bomberos!), Ivan Passer (Las luces íntimas), Jiri Menzel (Trenes rigurosamente vigilados, Alondras en el alambre), Elmar Klos y Jan Kadar (La tienda de la calle mayor), Vera Chytilova (Algo más o Las margaritas), Juraj Herz (El incinerador de cadavéres) o Jan Nemec, responsable de Diamantes de la noche (Demanty noct), una de las primeras producciones que se inscriben dentro de este nuevo enfoque, y que presenta una compleja combinación de silencios e imágenes que fusionan el presente y el pasado de sus dos protagonistas. Uno de los factores que permitieron esta evolución en el cine checo vino provocado por la paulatina liberalización política que se produjo tras la muerte de Stalin, la cual propició la apertura que favoreció el florecimiento cultural que se desarrollaría a lo largo de la década, y que concluyó hacia 1968, cuando los tanques soviéticos tomaron la ciudad de Praga, poniendo punto y final a esa etapa liberal que permitió la edad dorada del cine checo. Durante aquellos años se realizaron films vanguardistas de carácter satírico y crítico, que no esconden el desencanto ideológico de sus responsables, como sucede con Diamantes de la noche (Demanty noct), en la que se descubre a dos jóvenes huyendo por un bosque, sin comida, débiles, con los pies destrozados, pero aún así no se detienen en su avance, como si la esperanza de dejar atrás el horror del que escapan les diese fuerza. Poco se sabe de ellos, salvo esa constante carrera hacia ninguna parte, iniciada después de abandonar el tren que les conducía al campo de exterminio. Durante su recorrido se descubren algunos aspectos del mundo que pretenden dejar atrás, donde la locura ha vencido a la cordura, permitiendo que sean la intolerancia y los fanatismos los que ocupen el hogar de estos dos muchachos de origen judío, que finalmente son perseguidos por un grupo de ancianos guardabosques, representantes del sistema opresor que se ha impuesto. Algunas imágenes vuelven su mirada hacia el pasado para mostrar el tren del que huyeron y la terrible realidad que éste esconde; del mismo modo se descubre un tiempo anterior en el que se les observa libres, pero amenazados por la sin razón que se impuso en Checoslovaquia y en otros países que cayeron bajo el dominio nazi; aunque, debido a la situación por la que atravesaba el país en el momento del rodaje, también se podría pensar en otra ocupación posterior, cuando estas naciones fueron controladas por los soviéticos después de la Segunda Guerra Mundial.
martes, 23 de julio de 2013
Boetticher, mito del western y de la serie B
Cuando los mundos chocan (1951)
lunes, 22 de julio de 2013
La vida futura (1936)
Al escritor británico Herbert George Wells se le considera uno de los padres de la ciencia-ficción, y como tal, muchos fueron y son los guiones cinematográficos que adaptan o se inspiran en sus obras (La maquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible o La guerra de los mundos). El caso de La vida futura (Things to Come, 1936) resulta un tanto especial dentro del numeroso conjunto de producciones que encuentran su origen en la capacidad inventiva de este socialista utópico, ya que él mismo asumió la tarea de adaptar su novela, La forma de lo que vendrá (The Shape of Things to Come), publicada en 1933, en la que se adelantó a hechos acontecidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los bombardeos nocturnos a núcleos urbanos formaban parte de la cotidianidad de la contienda. De modo que la importancia de H. G. Wells en el film se hace más notoria si cabe, y por eso no resulta extraño que sea su nombre el que abra esta destacada propuesta futurista realizada por William Cameron Menzies y producida por Alexander Korda, el mítico productor británico de origen húngaro que durante años fue el máximo responsable de la London Films. La vida futura se ubica en Everytown, ciudad inspirada en Londres, donde la Navidad se descubre en sus calles, por donde también se observan periódicos y carteles en los que se leen advertencias sobre una guerra inminente. En ese momento de 1940 la cámara se centra en John Cabal (Raymond Massey), dominado por el pesimismo que le generan la estupidez que significan los conflictos bélicos y el peligro que éstos encierran para el progreso y para la humanidad. El magnifico decorado realizado por Vincent Korda bulle de gente que no espera que las amenazas impresas se conviertan en realidad, sin embargo, no tardan en producirse los ataques aéreos que traen consigo la muerte, las explosiones y los incendios que no cesarán durante años. Mediante sombras e imágenes de carros de combate el tiempo avanza inexorable sin que la guerra alcance a ver su final, y así se llega a 1966, cuando Everytown se descubre como un montón de escombros habitados por un puñado de seres que han involucionado hasta casi emular a la sociedad medieval; y al igual que en aquel tiempo de oscuridad, barbarie e ignorancia, la hambruna y la peste merman parte de la población que ha sobrevivido a esa guerra interminable. La acción se detiene en ese instante durante el cual la ciudad se descubre como el feudo de un hombre a quien se conoce como el jefe (Ralph Richardson), belicoso y dictatorial, que pretende proseguir con la lucha armada que ha llevado a la humanidad al borde de la extinción. En ese momento de desesperanza se observa un aparato que surca el cielo, algo que los supervivientes dan por imposible, y sin embargo es real; se trata de un avión surgido de la nada del cual desciende Cabal, envejecido, pero seguro de sí mismo y de estar en posesión de la razón utópica que piensa compartir con los moradores de las ruinas. Al igual que en el pasado, el pensador aboga por el comercio, la ciencia y la paz como pilares del nuevo orden que trae consigo, aunque no todos se muestran de acuerdo con sus palabras, hecho que provoca el enfrentamiento entre la barbarie representada por el jefe y las ideas de Cabal. La vida futura continúa su avance hacia el año 2036; la raza humana ha prosperado gracias al progreso científico que nunca concluye, y que no convence a todos, pues existen individuos que desean que los avances cesen, convencidos de que la ciencia impide alcanzar y disfrutar de la felicidad, sin embargo, los mismos que claman por dicha felicidad se muestran intolerantes hasta el extremo de promover una revuelta que amenaza con regresar al punto de partida, aquel que Cabal rechazó desde el inicio del film.
viernes, 19 de julio de 2013
Los desnudos y los muertos (1958)
Si en Más allá de las lágrimas Raoul Walsh se decantó por centrarse en el melodrama que viven los jóvenes reclutas y en la excepcional Objetivo Birmania por la supervivencia de un grupo de paracaidistas en un entorno hostil, en Los desnudos y los muertos (The Naked and the Dead) expuso el desencanto del pelotón que dirige el sargento Croft (Aldo Ray), compuesto por soldados que sienten, temen y padecen una situación que ni comprenden ni han elegido, impuesta por la guerra y por individuos como el propio suboficial o el general Cummings (Raymond Massey), a quienes poco les importa cuántos hombres caerán como consecuencia de su idea de mando. La acción de Los desnudos y los muertos (The Naked and the Dead) se inicia en un local donde Croft muestra un carácter rudo, violento, cercano al desequilibrio, pues no duda en amenazar a una chica de alterne o escupir su cerveza a otra que le pide que la invite a un trago. Según los comentarios de sus hombres se trata de un soldado duro, efectivo, pero poco dado a mostrar algún tipo de sentimiento. Este hecho se constata poco después, cuando en el frente ordena buscar dientes de oro entre los muertos, o cuando ejecuta a sangre fría a un prisionero japones a quien ofrece un cigarrillo, una chocolatina y una bala que acaba con su vida. Su falta de sensibilidad parece no tener límites, inmediatamente después de asesinar al preso se dispone a hacer lo mismo con media docena de enemigos a quienes manda desnudar. Pero la aparición del teniente Hearn (Cliff Robertson) impide tal atrocidad, aunque no evita que se piense en Croft como un tipo carente de escrúpulos, que se define a sí mismo como un soldado entregado al ejército en cuerpo y alma, y lo dice porque para él no existe nada más. Su desencanto y su pesimismo le han convertido en quien es, quizá por ese pasado que se muestra mediante un flashback que recrea el momento en el que sorprende a su esposa con otro hombre, pero ¿es excusa para su comportamiento actual? En las antípodas del sargento se posiciona el teniente Hearn, el otro centro de interés de la narración, que expone la relación que mantiene con el general Cummings, cuyo pensamiento choca de pleno con el de ese joven oficial que aboga por un acercamiento comprensivo a las tropas, lo cual le distancia del resto de oficiales a quienes se descubre disfrutando de privilegios con los que los soldados solo pueden soñar. Queda claro que Hearn nunca exigiría a sus hombres algo que él mismo no pudiese hacer, cuestión que el general ni comparte ni entiende, ya que solo le interesan los números y los resultados; y desde esa perspectiva estadística asume el poder que le confiere su posición, empleándolo para generar el miedo en sus tropas y así conseguir de ellos lo que se propone. Para este mandamás los soldados son piezas prescindibles, lo mismo podría decirse del sargento, carente de aspectos positivos, y capaz de sacrificar a todo su pelotón si con ello creyese beneficiar a la imagen que se ha hecho del ejército; pero, en realidad, Croft es una víctima más de la guerra y de la soledad que nace de su pesimismo y de su alejamiento de valores que para él no tienen cabida en su modo de entender la contienda.
jueves, 18 de julio de 2013
Nunca en domingo (1960)
El
director de Fuerza bruta (Brute Force, 1947) expresó
en esta magnífica comedia su postura ante las imposiciones que
atentan contra las libertades, ya sean colectivas o individuales, en ciertos aspectos similares a las que él y otros como él experimentaron durante la caza
de brujas
que les obligó a abandonar su país. Asentado en Europa,
primero en Inglaterra, Jules Dassin rodó Noche
en la ciudad (Night and the City, 1950), aunque allí no pudo continuar trabajando debido a las presiones que llegaban desde el otro lado del Atlántico. Ya en Francia, filmó Rififí
(Du rififi chez les hommes, 1955), una magistral lección de precisión narrativa cinematográfica y un título que puede considerarse uno de los títulos de referencia del cine polar francés. Sin
embargo, fue en Grecia donde desarrolló la mayor parte de su carrera europea. Entre otras, durante esta etapa escribió, dirigió, produjo y protagonizó Nunca en domingo (Pote tin Kyriaki, 1960), una de sus mejores películas y, sin duda alguna, una de las más
personales de su filmografía, ya que en ella prevalece la postura vital y la
inteligencia de un cineasta que representó en Homer —interpretado por el propio Dassin, que se vio obligado a ello para reducir costes de producción— la intolerancia hacia cuanto no encaje dentro de la ideología que este turista estadounidense intenta imponer en un entorno que escapa a su
comprensión.
Cuando arriba al Pireo, este turista y supuesto librepensador estadounidense descubre que cuanto observa choca con su idea
preconcebida e inmutable de qué es correcto y qué incorrecto. Dicho pensamiento lo incapacita para aceptar que existen otras perspectivas, como aquellas que
ve a su llegada al puerto ateniense, donde Ilyna (Melina
Mercouri) se desnuda y se zambulle en las aguas para
deleite de los presentes, quienes, agradecidos ante el detalle, la vitorean y aplauden. En ese instante se comprende que la nadadora rebosa
vitalidad y alegría, además, muestra un enfoque existencial opuesto
a la inalterable comprensión del extranjero, quien, aún así, no puede dejar de sentir atracción,
confusión y sorpresa por una joven que resulta ser una
prostituta que se acuesta con quien le agrada y rechaza a cualquiera que no lo haga. La esencia de este personaje femenino reside en su inocencia y en su interpretación de la vida, sencilla, optimista y capaz de transmitir la sensación de frescura que adoran sus
clientes, que también resultan ser sus amigos. Sin embargo, a Homer no le
importa que ella sea feliz con la existencia escogida, que aboga por la libertad con la que asume decisiones y con la que encara acciones que no cuadran dentro del orden aprendido y
asumido por el visitante. Así pues, este solo piensa en transformarla,
imponiendo su criterio, para convertirla en una persona distinta, que encaje dentro de su patrón moral de conducta. Resulta evidente que Dassin simbolizó en este caso concreto uno más general, aquel que se extrapola a las naciones y las sociedades que se representan en la figura de Homer, quien, desde la imposición de su criterio, pretende explicar cómo son o cómo cree que son
las cosas. Sin embargo, como sucede en las tragedias griegas narradas
por la alegre vividora, es mejor ser feliz y acabar en la playa que
aceptar absolutos como los que predica el erudito americano en su
afán por aplicar su verdad, que se convierte en falsedad dentro de la armonía de
un entorno que no comprende y que finalmente le vence, porque, al fin
y al cabo, Ilyna y compañía interpretan y siente cuanto son y cuanto les rodea desde una perspectiva tan lícita como la suya. Por ello, el cineasta ridiculiza al turista y a quienes como él predican
absolutos que se descubren más errados que las cuestiones que censuran, ya sea de modo inconsciente o porque, como el protagonista, son incapaces de admitir que su mirada puede ser errónea. Esta
circunstancia se repite desde el inicio del proceso de humanización del individuo como miembro de la sociedad, por lo que no
resulta descabellado admitir que siempre han existido individuos o
comunidades que, desde la intolerancia y la incomprensión, se aferran a su necesidad de
cambiar pensamientos, gustos y comportamientos de aquellos pueblos o personas que consideran inferiores, de tal manera imponen sus criterios, sus culturas, sus políticas o sus costumbres. Asumiendo esta cuestión, que a menudo pasa desapercibida, Dassin esbozó en el norteamericano la incapacidad de comprensión y de asumir el error que conlleva despreciar las diferencias, a pesar de hacerlo como parte de una "buena" acción, aunque sin pensar que las buenas y las malas acciones son intercambiables dependiendo de cómo y quién las mire. Sin embargo, Homer no se
detiene a pensar en ello, como tampoco lo hace en si sus intenciones
son lícitas o de su incumbencia, o si realmente su antagonista desea ese cambio que
él persigue, obviando la esencia de una mujer que saborea la vida desde la libertad, el optimismo y la alegría que la definen.
miércoles, 17 de julio de 2013
Looper (2012)
Los viajes temporales son constantes dentro de la ciencia-ficción, Un yanky en la corte del rey Arturo, El tiempo en sus manos, El muelle, Terminator, Regreso al futuro, Doce Monos y muchas otras así lo confirman; entonces ¿por qué dudar de las palabras de Joe (Joseph Gordon Levitt) cuando dice que <<los viajes en el tiempo todavía no existen, pero dentro de treinta años sí existirán>>? Con su negación-afirmación, Joe introduce un aspecto fundamental de la historia que protagoniza, aquélla en la que se le descubre ejecutando a un hombre que, como se comprende después de su presentación, proviene de un futuro donde para deshacerse de un cuerpo lo envían al pasado de 2044, en el que los looper como él se encargan de ejecutarlo. Este asesino de seres inexistentes en su presente se descubre como un amoral adicto a las drogas, a quien solo le importa su plata y la posibilidad de largarse de una ciudad donde la violencia, la miseria y el vacío forman parte intrínseca de la misma. A medida que Looper avanza, su trama futurista pierde interés en beneficio del intimismo que se descubre en su segunda parte, cuando Joe se enfrenta a sí mismo y a la decisión de qué hacer con su vida, si es que sobrevive a ese vacío existencial que genera su insatisfacción vital. Inicialmente no busca ningún cambio, no obstante, éste se produce cuando debe cerrar su bucle, que implica matar a su yo futuro, el mismo que se presenta por sorpresa, provocando esos segundos de duda que permiten que su imagen envejecida escape. Dicha circunstancia impediría el futuro que se descubre cuando sí la elimina, dando pie a una vertiginosa sucesión de imágenes que desvela su vida futura, que no sería más que una prolongación lógica de la presente, ya que la violencia, las drogas y el vacío continúan en su día a día hasta la aparición de esa mujer que llena el espacio sombrío que habita en él. Las breves escenas que se desarrollan a lo largo de los años ayudan a comprender el por qué de la obsesión del personaje encarnado por Bruce Willis por acabar con un niño que en su presente se ha convertido en el hombre responsable de la muerte de su esposa. De modo que, para evitar la pérdida del ser querido, el Joe cincuentón viaja al pasado, donde aguarda su yo juvenil para darle pasaporte, pero sin saber que es a sí mismo a quien debe matar, lo cual provoca la sorpresa que el maduro aprovecha para escapar y proseguir con su obsesivo empeño. Esta nueva e inesperada realidad obliga al looper a perseguirse para poder recuperar su vida insustancial; no obstante, su encuentro con el Joe interpretado por Willis provoca el cara a cara entre dos personas que son la misma, aunque innegablemente diferentes, pues el viajero temporal posee recuerdos y pensamientos que su imagen del 2044 ni ha experimentado ni se ha planteado. La conversación que mantienen en la cafetería marca el inicio del cambio en el pensamiento del asesino a sueldo, que se confirma poco después, cuando, gracias a su contacto con Sara (Emily Blunt) y con el hijo de ésta (Pierce Gagnon), comprende aspectos que le permiten su toma de conciencia, que conlleva la única elección correcta de una vida incorrecta, la de no convertirse en ese hombre desesperado que dice ser él.