El
director de Fuerza bruta (Brute Force, 1947) expresó
en esta magnífica comedia su postura ante las imposiciones que
atentan contra las libertades, ya sean colectivas o individuales, en ciertos aspectos similares a las que él y otros como él experimentaron durante la caza
de brujas
que les obligó a abandonar su país. Asentado en Europa,
primero en Inglaterra, Jules Dassin rodó Noche
en la ciudad (Night and the City, 1950), aunque allí no pudo continuar trabajando debido a las presiones que llegaban desde el otro lado del Atlántico. Ya en Francia, filmó Rififí
(Du rififi chez les hommes, 1955), una magistral lección de precisión narrativa cinematográfica y un título que puede considerarse uno de los títulos de referencia del cine polar francés. Sin
embargo, fue en Grecia donde desarrolló la mayor parte de su carrera europea. Entre otras, durante esta etapa escribió, dirigió, produjo y protagonizó Nunca en domingo (Pote tin Kyriaki, 1960), una de sus mejores películas y, sin duda alguna, una de las más
personales de su filmografía, ya que en ella prevalece la postura vital y la
inteligencia de un cineasta que representó en Homer —interpretado por el propio Dassin, que se vio obligado a ello para reducir costes de producción— la intolerancia hacia cuanto no encaje dentro de la ideología que este turista estadounidense intenta imponer en un entorno que escapa a su
comprensión.
Cuando arriba al Pireo, este turista y supuesto librepensador estadounidense descubre que cuanto observa choca con su idea
preconcebida e inmutable de qué es correcto y qué incorrecto. Dicho pensamiento lo incapacita para aceptar que existen otras perspectivas, como aquellas que
ve a su llegada al puerto ateniense, donde Ilyna (Melina
Mercouri) se desnuda y se zambulle en las aguas para
deleite de los presentes, quienes, agradecidos ante el detalle, la vitorean y aplauden. En ese instante se comprende que la nadadora rebosa
vitalidad y alegría, además, muestra un enfoque existencial opuesto
a la inalterable comprensión del extranjero, quien, aún así, no puede dejar de sentir atracción,
confusión y sorpresa por una joven que resulta ser una
prostituta que se acuesta con quien le agrada y rechaza a cualquiera que no lo haga. La esencia de este personaje femenino reside en su inocencia y en su interpretación de la vida, sencilla, optimista y capaz de transmitir la sensación de frescura que adoran sus
clientes, que también resultan ser sus amigos. Sin embargo, a Homer no le
importa que ella sea feliz con la existencia escogida, que aboga por la libertad con la que asume decisiones y con la que encara acciones que no cuadran dentro del orden aprendido y
asumido por el visitante. Así pues, este solo piensa en transformarla,
imponiendo su criterio, para convertirla en una persona distinta, que encaje dentro de su patrón moral de conducta. Resulta evidente que Dassin simbolizó en este caso concreto uno más general, aquel que se extrapola a las naciones y las sociedades que se representan en la figura de Homer, quien, desde la imposición de su criterio, pretende explicar cómo son o cómo cree que son
las cosas. Sin embargo, como sucede en las tragedias griegas narradas
por la alegre vividora, es mejor ser feliz y acabar en la playa que
aceptar absolutos como los que predica el erudito americano en su
afán por aplicar su verdad, que se convierte en falsedad dentro de la armonía de
un entorno que no comprende y que finalmente le vence, porque, al fin
y al cabo, Ilyna y compañía interpretan y siente cuanto son y cuanto les rodea desde una perspectiva tan lícita como la suya. Por ello, el cineasta ridiculiza al turista y a quienes como él predican
absolutos que se descubren más errados que las cuestiones que censuran, ya sea de modo inconsciente o porque, como el protagonista, son incapaces de admitir que su mirada puede ser errónea. Esta
circunstancia se repite desde el inicio del proceso de humanización del individuo como miembro de la sociedad, por lo que no
resulta descabellado admitir que siempre han existido individuos o
comunidades que, desde la intolerancia y la incomprensión, se aferran a su necesidad de
cambiar pensamientos, gustos y comportamientos de aquellos pueblos o personas que consideran inferiores, de tal manera imponen sus criterios, sus culturas, sus políticas o sus costumbres. Asumiendo esta cuestión, que a menudo pasa desapercibida, Dassin esbozó en el norteamericano la incapacidad de comprensión y de asumir el error que conlleva despreciar las diferencias, a pesar de hacerlo como parte de una "buena" acción, aunque sin pensar que las buenas y las malas acciones son intercambiables dependiendo de cómo y quién las mire. Sin embargo, Homer no se
detiene a pensar en ello, como tampoco lo hace en si sus intenciones
son lícitas o de su incumbencia, o si realmente su antagonista desea ese cambio que
él persigue, obviando la esencia de una mujer que saborea la vida desde la libertad, el optimismo y la alegría que la definen.
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