El asesino anda suelto (1956)
El tema de la venganza, predominante en el ciclo Ranown, ya se encuentra presente en esta magnífica película que Budd Boetticher realizó poco antes de asociarse con Randolph Scott. El asesino anda suelto (The Killer Is Loose, 1956) resulta un alarde de precisión y contundencia narrativa que aborda el comportamiento de un hombre obsesionado en vengar la muerte de su esposa, asesinada accidentalmente por un policía. En un primer momento, cuando se le descubre detrás del mostrador de la sucursal bancaria donde trabaja, el señor Poole (Wendell Corey) semeja un individuo como otro cualquiera, salvo por ser testigo presencial de un atraco que inútilmente intenta evitar. Inmediatamente se observa a la policía realizando las pesquisas que apuntan hacia la complicidad en el robo de alguien de dentro, la única explicación que encuentran para que los atracadores conociesen los nombres de los empleados y el emplazamiento de la caja. Sin pérdida de tiempo, Boetticher muestra una escucha telefónica que confirma la participación de Poole en el asalto, y sin más, los agentes se presentan en la casa del sospechoso donde se produce un tiroteo que concluye cuando el detective Sam Wagner (Joseph Cotten) empuja la puerta y descarga su cargador sobre un cuerpo que se mueve entre las sombras de la habitación, que resulta ser una víctima inocente que nada sabía del asunto que su marido se traía entre manos. La muerte de la esposa de Poole, de quien dice que ha sido la única persona que le ha querido y respetado, marca el devenir de El asesino anda suelto, pues la mente del criminal, equilibrada hasta entonces por la presencia de su mujer, se ve ocupada por la obsesión que le convierte en un ser sin más pensamiento que el de ver cumplida su venganza. Para él el agente es el asesino de su amada, sobre quien ha girado toda su existencia, y como tal debe pagar por su crimen; sin embargo es a él a quien juzgan y a quien condenan en una sala donde, tras escuchar su sentencia, se detiene ante el matrimonio Wagner. En ese instante de tensión se comprende su intención al clavar su mirada en Lila (Rhonda Fleming), antes de prometer al detective que le hará pagar por la muerte de su esposa. La sequedad narrativa de El asesino anda suelto avanza en el tiempo hasta detenerse en el correccional donde se descubre que al preso se le ha concedido el traslado a una granja estatal como recompensa por su buen comportamiento. Su nueva condición le permite trabajar en el exterior, incluso acudir a la ciudad acompañando a un guardia a quien asesina para alcanzar la libertad que le permitiría cumplir su anhelo. A partir de ese momento se convierte en un violento homicida que nada tiene que perder; lo único que desea es acceder a ese matrimonio que durante tres años ha vivido una existencia tranquila, que se rompe por la amenaza que anda suelta y por el convencimiento de Wagner de que el asesino tiene la intención de matar a su esposa. La figura del perturbado resulta más compleja que la del policía, en quien se profundiza en menor medida, quizá solo en el instante en el que intenta proteger a Lila apartándola de su lado, pues solo de pensar en la posibilidad de perderla le provoca un sufrimiento cercano al que ha cegado la razón de ese psicópata que no distingue más allá de la meta que se ha propuesto.
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