<<Crecí pegado a la televisión, por eso soy un director tan visual. Ahora intento recuperar los libros que no leí en su día para ser un director tan culto como Antonioni, Coppola o Scorsese, que es el mejor director americano de nuestros días.>> (1) Spielberg nunca será un director culto como Scorsese, cuyos conocimientos literarios, musicales y cinéfilos superan los suyos, tampoco elitista (para algunos pedante) ni profundo como pudo serlo Antonioni, que ensayaba sobre el ser humano, sobre su aislamiento, sus miedos y su dificultad comunicativa. Como apunta en su declaración, es un director visual influenciado por la televisión. Narra con las imágenes, que se convierten (como en la época del cine mudo o en el cine de su admirado John Ford) en principio motor de la narración. Su habilidad visual es indudable —lo mismo que la de Scorsese, Coppola, De Palma o Milius— y cercana a los gustos mayoritarios. No resulta exigente, pues se posiciona a la misma altura de ese público al que ha conquistado y entretenido desde casi el inicio de su carrera, cuando llamó la atención con el telefilm El diablo sobre ruedas (Duel, 1971). Scorsese es un enamorado del cine, pero también alguien que busca más allá de su entorno (o mismamente en su entorno, pues en su Nueva York natal encontraría múltiples posibilidades culturales y cosmopolitas), de ahí que sus miras alcancen cinematografías de cualquier época y lugar. El joven Spielberg se queda en casa, aunque él y su familia se trasladen de un lugar a otro, y crece entre las películas y la televisión estadounidenses, quizá también entre cómics, y sus gustos reciben la influencia de esa “cultura” norteamericana “media”, mediática y de masas, a la que tenían acceso los hogares estadounidenses a través de la pequeña pantalla y de las salas de proyección. De ese modo el cine de Hollywood arraiga en él desde niño, el pequeño que juega con una cámara de 8 mm y rueda su primera película a los doce años. Se trata del cortometraje The Last Gun (1961), que reconstruye en Los Fabelman (The Fabelmans, 2022), su viaje cinematográfico a su pasado familiar y al cine de su vida y a su vida dedicada al cine. Pero lo que veo en la pantalla me emociona a medias, es decir, no me toca la fibra ni me hace sentir en la cercanía la experiencia de su alter ego adolescente, el que se convierte en su héroe. Dicho de otro modo, quizá erróneo por mi parte, Spielberg se “heroifica” buscando el lado más humano de su cine y el más cinematográfico de su humanidad a través de ese joven protagonista que supera el dolor y la rabia, ante la verdad que descubre en los fotogramas de una de sus filmaciones familiares, el rechazo que sufre en el instituto californiano —pues allí, ser hebreo le hace diferente, minoritario, la presa fácil—, el desmembramiento familiar (tema muy fordiano) y los miedos y triunfa porque todavía tiene su historia por escribir y vivir.
En La invención de Hugo (Hugo, 2011), Scorsese rinde tributo al cine en la figura de George Melies, el genio olvidado a quien el niño protagonista descubre en una estación de tren donde el cineasta italoamericano fantasea y crea un mundo plenamente cinematográfico. Spielberg hace lo propio en Los Fabelman, pero llevándolo a su terreno, recordándose a sí mismo, sin ser el mismo, filtrado por la memoria y el ojo cinematográfico, el de la cámara y la ilusión, en la imagen del niño que descubre el cine y se convierte en el adolescente que ya no podrá dejar de pensar en imágenes en movimiento, aunque, en realidad, dicho movimiento sea una ilusión del cerebro que puede descubrir verdades ocultas al ojo humano —como los sentimientos que descubre en las imágenes de su madre (Michelle Williams) y Benny (Seth Rogen)—. Eso es el cine para Spielberg y tantos otros: ilusión a partir de del movimiento que crea la emoción. El cine de Los Fabelman bebe de la vida, creando una nueva que asoma en la pantalla para acercarnos a un enamorado del cine clásico estadounidense, de los films de John Ford —aquí rinde homenaje al genio de El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shoots Liberty Valance, 1962)—, de aventuras tales Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, David Lean, 1962) o de la ciencia-ficción —con Jack Arnold a la cabeza de sus preferencias— a la que él mismo ha aportado títulos ya emblemáticos como puedan serlo Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977), E.T. (E. T., the Extra-Terrestrial, 1982), Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993) o Minority Report (2003). El Spielberg de nuestra realidad se ha ganado su puesto en la historia cinematográfica con una filmografía que delata su gusto por contar historias priorizando las imágenes y la acción, la narrativa ágil, las sensaciones y las emociones a menudo en superficie, en todo caso en un espacio cinematográfico propio, menos complejo que el de los Coppola, Scorsese, Malick, Schrader, donde conecta con el público general. Para Spielberg, el cine es el medio ideal para fantasear y narrar historias que, como Los Fabelman, escapan de la realidad para asentarse en ese universo mágico que el pequeño Sammy descubre en su primer contacto con las películas, cuando acude al cine acompañado por su madre y su padre (Paul Dano) y presencia el choque de trenes que se produce en una secuencia de El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, Cecil B. DeMille, 1952), momento que Spielberg no ha olvidado (2). Hay algo en las imágenes en movimiento, hay emoción y huida de la realidad, la construcción de una nueva, la siente desde ese mismo instante en el que su mundo infantil colisiona con el cinematográfico. Desde entonces, vive pensando en las imágenes que trata de descifrar y recrear. El tiempo pasa, es adolescente y el cine se ha convertido en algo más que una afición. Es su pasión, su medio de contar, es algo que ya forma parte de él. Las palabras de su madre quizá logren desvelar parte de lo que el cine significa para Sammy: <<construir un pequeño mundo en el que estar a salvo y ser feliz>>. Obviamente, es un mundo de mentira, pero verdadero en su esencia, con el que el veterano Spielberg reconstruye una época de su vida ya lejana en el tiempo, a la que regresa para transformar la vida en cine, sin tener que demostrar lo que lleva siendo desde que tomó una cámara entre sus manos: un cineasta, un gran cineasta.
(1) Steven Spielberg, en Marcial Cantero: Steven Spielberg. Colección Signo e Imagen / Cineastas. Ediciones Cátedra, Madrid, 2006.
(2) <<La primera vez que fui al cine me sentí aterrado. La primera película que vi fue El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, 1952), de Cecil B. De Mille. […] Aún recuerdo vivamente tres cosas de aquella experiencia: el descarrilamiento del tren, los leones y Jimmy Stewart interpretando al payaso. Todo lo demás no me produjo una gran impresión>>. (Ibidem)
Siempre he tenido un problema (si lo queremos llamar así) con el cine de Steven Spielberg. Sus películas pueden gustarme, entretenerme e incluso, por momentos, deslumbrarme por su brillantez formal (en ocasiones algo relamida), pero nunca han conseguido emocionarme por la sencilla razón de que las considero perfectos facsímiles; ejercicios brillantes de un alumno atento y aventajado que supo -desde su voraz cinefilia- absorber provechosamente las lecciones narrativas de los grandes maestros que ha ido aplicando a lo largo de su filmografía. Ahí reside su talento, o así lo veo. No obstante, existe una gloriosa excepción considerada por el que suscribe como su mejor trabajo: la impresionante e inmisericorde MUNICH (2005).
ResponderEliminarEn cuanto al título que nos ocupa, me parece un ejercicio cargante y reiterativo y por ello de estructura algo desequilibrada. Es lo que tienen algunas películas “autobiográficas”. En esta se manifiesta por un acusado ombliguismo y de ahí la escasa capacidad de síntesis narrativa que exhibe. Eso sí, me encantó, imagino que como a la mayoría de cinéfilos de la vieja guardia que hayan visto la película, la última secuencia con ese parco y expeditivo John Ford dando una lección rotunda al fascinado neófito.
Un saludo.
Espléndido comentario, Teo. Gracias. Y esa secuencia final que nombras es, para mí, lo mejor de la película. Es un momento espléndido y un homenaje a uno de los más grandes cineastas de la Historia. Saludos
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