<<Los líderes anarquistas de buena fe, que también los había, cuando tropezaron con la resistencia organizada del ejército sublevado no tuvieron más remedio que sacrificar sus utopías libertarias a la necesidad imperiosa de una disciplina y una jerarquía. Buenaventura Durruti, el cabecilla anarquista que había salido de Barcelona llevando tras de sí a toda la canalla de los bajos fondos, se trocó rápidamente en el caudillo más inflexible y autoritario. En pocas semanas sometió a su gente a una disciplina de hierro verdaderamente inhumana. Pocas veces un jefe ha ejercido un poder personal tan absoluto. El que flaqueaba, el que desobedecía, el que intentaba huir, pagaba con la vida.>>
Manuel Chaves Nogales: La columna de Hierro. A sangre y fuego.
¿Quién fue Durruti? ¿Un obrero? ¿Un caudillo? ¿Un revolucionario? ¿Un anarquista? ¿Alguien que se vio obligado a ser todo eso y ser quien no querían ser? De la mayoría podría esperarse una respuesta común a estas preguntas, o una extraída de la enciclopedia, pero no si a quien corresponde responder es a Albert Boadella y Els Joglars, cuyo proyecto escénico sobre el famoso anarquista leonés se convirtió de la mano de Jean-Louis Comolli en un documental. En ambos casos, cine y teatro, se trata de una aproximación dramática, un ejercicio de representación y de memoria histórica que combina la puesta en marcha de la obra teatral, imágenes de archivo, escenificación de varios hechos puntuales, búsqueda y canciones que recuerdan al personaje, las compuestas por Chicho Sánchez Ferlosio, hermano de Rafael e hijo Rafael Sánchez Mazas, el que fuera uno de los fundadores de Falange y a quien se le ocurrió aquello de ¡Arriba España!, quizá inconsciente del coste de levantar un país.
El resultado de Buenaventura Durruti, anarquista es la reconstrucción de un periodo desde la perspectiva libertaria que se abre en algún lugar de Cataluña, no hace tanto tiempo, con Albert Boadella y los actores de Els Joglars poniendo en marcha un nuevo proyecto, que inician preguntándose quién fue Durruti, insistiendo Boadella, en que el recordado no poseía ningún bien material. Para reconstruir la personalidad del personaje se empieza representando las cuatro versiones de su muerte: por una bala fascista, lo cual entra dentro de la lógica del frente de Madrid donde cayó herido; por una comunista, lo que implica una conspiración por el poder; por una anarquista, que apunta el miedo de los suyos a una acercamiento con los comunistas y el rechazo a la milicia organizada por él (y exigida por las circunstancias, para ganar la guerra); por una de su propia arma, lo que implicaría una muerte accidental. Esto da pie distintas posibilidades, lo cual ya indica que no se puede conocer a ciencia cierta ni la muerte ni la vida de la persona real, qué se esconde detrás de la leyenda y del mito. Como individuo y como hombre del “pueblo”, ¿cuáles fueron sus dudas, contradicciones, convicciones, miedos? Existe alguna biografía sobre Durruti, pero en todo caso no deja de ser un fantasma al que encontrar un rostro. Y eso es lo pretendido por la representación dirigida por Boadella, que es un medio para hallar la verdad perseguida. Boadella guía el curso cinematográfico-teatral, plantea qué hacer y la dudas a sus actores y actrices. Él elige quién será quien, también es quien se enfrenta a las páginas en blanco que dejan de estarlo cuando las rellena con palabras que detallan sus ideas y sus propias dudas sobre el personaje y la época, que mayoritariamente se centra en el periodo de la República, desde 1931, año en el que Durruti y sus amigos Ascaso y García Oliver regresan a Barcelona.
Ascaso, García Oliver y Durruti forman <<un cuerpo de tres cabezas>>, como apunta <<Abel Paz, un viejo anarquista que escribió una biografía de Durruti>>, son ilusos y utópicos, <<crecieron en las cárceles. Pasaron más tiempo encerrados que en libertad>>. Y Libertad es uno de los fines que persiguen con su revolución, la cual acarician en algún instante, pero nunca llega a triunfar, puesto que la única forma de que lo haga sería siendo infinita, es decir, nunca podría detenerse. Por una parte, porque para llevarla a cabo se necesita unificar y para ello se precisa ejercer una fuerza, pero esta precipita la de resistencia; además, cuando deja de ejercerla, todo tiende a regresar a su estado original. Por otra, la propia condición humana apunta que el anarquismo solo es posible de manera individual; el colectivo nunca puede funcionar unísono sin que le impongan la uniformidad, ya sea mediante canciones o normas. Hablan de clase obrera como si fuese un todo homogéneo, sin fisuras y coincidentes en todo, nada más lejos de la realidad, pues está formada por individuos, colectivos, partidos, y el individuo no es uniforme, presenta la diversidad que le confiere unicidad —nunca habrá otro igual al ya habido—; y esta da cabida a todo tipo y a las diferencias que conlleva…