La sucesión de datos expuestos al inicio por el narrador de Morir en Madrid (Mourir à Madrid, Frédéric Rossif, 1963), más que informar, busca el impacto, al tiempo que, aunque esta no sea su intención, genera curiosidad e invita a comprobarlos. <<¿Son correctos?>> podría ser una pregunta, pero dudo que sea la más interesante que pueda plantearse. Las hay de mayor complejidad, que transcienden cualquier conflicto puntual y que podrían tener varias respuestas, incluso ninguna. ¿A qué obedece cuantificar las distintas realidades de un conflicto humano? ¿Para facilitar la comprensión? ¿Para minimizarla? ¿Desde cuándo habitamos un mundo numérico, de estadísticas y probabilidades? ¿Cuándo perdimos nuestro nombre para ser dígitos? En ambos casos, el individuo común y el numérico, son anónimos para la Historia, pero son anonimatos diferentes, pues el segundo pierde sus rasgos individuales, se le niega cualquier posibilidad de identificación humana. La diferencia parece clara. Hablar de personas, nombrarlas, referirse a ellas, tratar de ellas, es una cosa; y deshumanizarlas, haciéndolas estadísticas, dígitos de hacienda o de banca, o números de documentos de ¿identidad? o en la carnicería, otra muy distinta. Es como despojarlos de vida y arrojarlos a una realidad fría, inerte, ordenada, matemática, muerta. Además, en su manipulación, hablar de números es un tanto arriesgado, sobre todo cuando no existen más que estimaciones y estas pueden variar según quién estime. De cualquier forma, se comprende que la numeración simplifica la complejidad, a riesgo de eliminarla, y así resulta más sencillo acercarla al público que, ya individualmente, puede plantearse sus preguntas y encontrar respuestas más allá de la numeración. El caso es si lo hará. Con todo, ahora ya centrándome en Morir en Madrid, Rossif introduce la época recordando datos que impactan en el espectador. Es su decisión y funciona. Prueba de ello, se encuentra en las memorias del humorista Miguel Gila, que apunta:
<<La espléndida película de Frédéric Rosiff Morir en Madrid, tiene un comienzo escalofriante. Sobre el plano de un campesino, que camina por el campo árido de Castilla a lomos de un borrico, con el fondo musical de una guitarra española, van apareciendo datos:
España 1931
503.061 Km. cuadrados.
24 millones de personas.
En ese año de 1931, la mitad de la población, doce millones, es analfabeta. Hay ocho millones de pobres y dos millones de campesinos sin tierra. 20.000 personas poseen la mitad de España.
Provincias enteras son propiedad de un solo hombre.
Salario medio de los trabajadores de una a tres pesetas diarias.
El kilo de pan vale una peseta.
20.000 frailes, 31.000 sacerdotes, 60.000 monjas y 5000 conventos.
15.000 oficiales, entre ellos 800 generales. Un oficial por cada seis hombres, un general por cada cien soldados.
Un rey, Alfonso XIII, decimocuarto soberano desde Isabel la Católica.>>
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