Basado en la obra de Noel Coward, Cabalgata (Cavalcade, 1933) fue la gran triunfadora de los Oscar de 1933, pero eso ni dice ni desdice a su favor o en su contra. Son las imágenes de cualquier película las que desvelan sus aciertos y también las que destapan sus defectos. Y el film de Frank Lloyd no escapa a esta doble afirmación. Solo hay que verla para darse cuenta de que su mirada y sus formas son conservadoras, como conservadora lo fue la época victoriana en la que se inicia. Cabalgata es conservadora en su mensaje, en sus imágenes y en la imposibilidad de Frank Lloyd a la hora de superar la excesiva teatralidad de las situaciones que expone y de sus personajes, que arrastran su artificialidad a lo largo de los distintos momentos que suman aburrimiento y dan forma al total de un film desapasionado, sin vida cuando pretende hablar o imitar a la vida. Lloyd va pasando por distintas etapas del siglo XX, desde la guerra Bóer (en Sudáfrica) y la muerte de la reina Victoria hasta la posguerra de la Gran Guerra (1914-1918); entremedias, el primer vuelo sobre el Canal de la Mancha, el hundimiento del Titanic, donde viajan los enamorados Edward Marryot (John Warburton) y Edith Harris (Margaret Lindsay), y la Primera Guerra Mundial, en la que combate Joe Marryot (Frank Lawton). En un primer momento, parece que Lloyd pretende un film que muestre los cambios producidos durante el primer cuarto del siglo XX, concretamente en Inglaterra, pero solo es una ilusión que se genera en la idea de que apunta el protagonismo de dos matrimonios (y de sus hijos) de clases opuestas; el primero aristocrático y el segundo proletario, pero finalmente se decanta por el matrimonio formado por sir Robert (Clive Brook) y lady Marryot (Diane Wynyard), la pareja que abre y cierra la película celebrando dos Año Nuevo separados por el paso del tiempo, aunque unidos por la inmovilidad del mismo salón y del mismo hogar donde vivieron días felices y días tristes.
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