martes, 23 de noviembre de 2021

Ágora (2009)


La película más lúcida, crítica, divertida e irónica, sobre las intolerancias y los fanatismos religiosos y políticos de cualquier tendencia la encontramos en La vida de Brian (The Life of Brian, Terry Jones, 1979), el resto de películas que abordan el tema y lo desarrollan en la Edad Antigua, en mayor o menor medida, resultan partidistas, aunque sus responsables intenten disimularlo con movimientos de cámara o bajo capas de espectáculo y de sentimentalismo. No hay nada que reprochar en que tomen partido, pero me quedo con el mensaje universal de los Monty Python, que bromean su historia y conceden valor unificador a la risa y a la canción con la que Eric Idle y sus compañeros crucificados se despiden del año cero y sucesivos en la vida de Brian. En ese instante, Roma vive su esplendor. Tres siglos y medio después, el mundo conocido (por los ciudadanos y esclavos del Imperio) se desmorona: guerras civiles y luchas internas por el Imperio, partición del mismo por la gracia de Valentiano I, que entrega la mitad oriental a su hermano Valente, aunque Teodosio I logrará unificarlo una última vez, luchas entre facciones cristianas y de estas con las paganas (y viceversa). Deduzco que la segunda mitad del siglo IV no es aburrida. Vive convulsa, pero no por la religión que Constantino abraza cuando decide bautizarse en su lecho de muerte, en el año 337, ni porque el emperador Juliano II se declare neoplatonista, sino por todos los cambios e intereses que se están produciendo y que anuncian el fin del mundo tal como se conoce. Lo desconocido suele generar temor, desconfianza, incluso violencia y, tras la caída del Imperio Romano, ¿qué? ¿El final del orden y el inicio del desorden que deparará un nuevo orden? ¿El fin de una historia secular y el comienzo de otra? Parto del supuesto de que cualquier intervalo entre final y principio es para el caos, que interpreto como el momento en el que las fuerzas contrarias se desatan y lo arrasan todo, antes de que se imponga el silencio y la calma que anuncia el nacimiento de una nueva época, ni mejor ni peor, diferente, una que nace de los escombros y de las cenizas de la anterior. Lo que siempre permanece inmutable en cualquier periodo histórico son los intereses y ambiciones de los individuos u oligarquías en el poder que establecen cada nuevo orden y la naturaleza irracional de las masas, que abrazan cualquier oportunidad para desatar su furia, su odio, quizá su venganza por no ser más que masa maleable y servidora de quienes la mueven. Pero una vez desatada ni siquiera estos pueden frenarla.


Más o menos por la época en la que Prisciliano, obispo de Ávila, fue decapitado en Treveris (año 385), entre otras cuestiones por intereses políticos del emperador Magno Clemente Máximo, quien no tardaría en ser ejecutado por orden de Teodosio, y por el malestar que su actitud reformadora sembró en el metropolitano de Mérida y el obispo de la actual Faro (Portugal), por rechazar una Iglesia jerarquizada e igualar hombres y mujeres en la comunidad litúrgica —es decir, por defender la igualdad doctoral y devolver el cristianismo a los orígenes—, Hipatia de Alejandría ya es una joven que estudia, aprende, enseña y se plantea cuestiones que, entre otras, le llevarán a sospechar que la Tierra se mueve alrededor del sol —hipótesis heliocentrista ya expresada por Aristarco, pero descartada por los sentidos humanos—, y desea demostrarlo mientras a su alrededor el mundo se desmorona irremediablemente, dando paso a la sangre, la intolerancia, la muerte y al inicio del Medievo para occidente y el imperio Bizantino para oriente. <<Creo en la filosofía>>, dice Hipatia (
Rachel Weisz) cuando la acusan de no creer en nada. Pero la filosofía no es un absoluto, sino la idea y la continúa búsqueda de verdades que el filósofo asume y necesita porque es incapaz de aceptar sin dudar o sin encontrar respuestas que concluya verdaderas para sus interrogantes, para su insignificancia en el orden cosmológico, también para su identidad y su mortalidad. Mas Ágora (2009), como el resto de films de Alejandro Amenábar posteriores a Abre los ojos (1997), no plantea interrogantes de ningún tipo, da respuestas y estas parecen abrazar el absoluto, poco natural a la Historia de la Antigüedad en la que desarrolla su film, si tenemos en cuenta la cuestionable fiabilidad de las fuentes que nos han llegado, su escasez, la controversia —por ejemplo, la responsabilidad de Cirilo en la muerte de la matemática neoplatonista, responsabilidad que algunos expertos afirman y otros niegan— y las grandes lagunas rellenadas y a rellenar por los historiadores, y que los cineastas y escritores llenan con espectáculo o con intimismo, o con una mezcla de ambos, como pretende Amenábar en Ágora, pero, aparte del buen hacer de su protagonista y de lograr un espléndido diseño de la Alejandría del último cuarto del siglo IV y de los primeros tres lustros del siguiente, ¿qué más nos han dado los romanos?



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