La película más lúcida, crítica, divertida e irónica, sobre las intolerancias y los fanatismos religiosos y políticos de cualquier tendencia la encontramos en La vida de Brian (The Life of Brian, Terry Jones, 1979), el resto de películas que abordan el tema y lo desarrollan en la Edad Antigua, en mayor o menor medida, resultan partidistas, aunque sus responsables intenten disimularlo con movimientos de cámara o bajo capas de espectáculo y de sentimentalismo. No hay nada que reprochar en que tomen partido, pero me quedo con el mensaje universal de los Monty Python, que bromean su historia y conceden valor unificador a la risa y a la canción con la que Eric Idle y sus compañeros crucificados se despiden del año cero y sucesivos en la vida de Brian. En ese instante, Roma vive su esplendor. Tres siglos y medio después, el mundo conocido (por los ciudadanos y esclavos del Imperio) se desmorona: guerras civiles y luchas internas por el Imperio, partición del mismo por la gracia de Valentiano I, que entrega la mitad oriental a su hermano Valente, aunque Teodosio I logrará unificarlo una última vez, luchas entre facciones cristianas y de estas con las paganas (y viceversa). Deduzco que la segunda mitad del siglo IV no es aburrida. Vive convulsa, pero no por la religión que Constantino abraza cuando decide bautizarse en su lecho de muerte, en el año 337, ni porque el emperador Juliano II se declare neoplatonista, sino por todos los cambios e intereses que se están produciendo y que anuncian el fin del mundo tal como se conoce. Lo desconocido suele generar temor, desconfianza, incluso violencia y, tras la caída del Imperio Romano, ¿qué? ¿El final del orden y el inicio del desorden que deparará un nuevo orden? ¿El fin de una historia secular y el comienzo de otra? Parto del supuesto de que cualquier intervalo entre final y principio es para el caos, que interpreto como el momento en el que las fuerzas contrarias se desatan y lo arrasan todo, antes de que se imponga el silencio y la calma que anuncia el nacimiento de una nueva época, ni mejor ni peor, diferente, una que nace de los escombros y de las cenizas de la anterior. Lo que siempre permanece inmutable en cualquier periodo histórico son los intereses y ambiciones de los individuos u oligarquías en el poder que establecen cada nuevo orden y la naturaleza irracional de las masas, que abrazan cualquier oportunidad para desatar su furia, su odio, quizá su venganza por no ser más que masa maleable y servidora de quienes la mueven. Pero una vez desatada ni siquiera estos pueden frenarla.
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