viernes, 30 de julio de 2021
El espinazo del diablo (2001)
domingo, 25 de julio de 2021
A salvo en el infierno (Safe in Hell, 1931)
En un breve ensayo, escrito en 1931, que tituló Gente bien, Bertrand Russell concluía con las siguientes afirmaciones su irónico texto: <<La esencia de la gente bien es que odian la vida tal como se manifiesta en las tendencias de cooperación, en la turbulencia infantil y sobre todo en el sexo, cuyo pensamiento les produce obsesión. En una palabra, la gente bien es la gente de mente sucia>>. Esa <<gente de mente sucia>> la hubo, la hay y la habrá mientras existan los moralistas que pretendan imponer su moral y eliminar cualquier aspecto de la vida que la contraríe. Para Russell existían dos cosas que ponían fin al dominio de la <<gente bien>>: <<La primera es la creencia de que no hay peligro en ser feliz con tal de que no se haga daño a nadie; la segunda es el asco a la farsa, un asco tanto estético como moral>>. Hay quien llama hipocresía a dicha farsa, la misma, o una similar, a la que dio luz verde a la imposición del código Hays en Hollywood, allá por 1930. Conocido por el apellido de su promotor, el republicano William H. Hays, el Motion Pictures Production Code estableció normas con las que los moralistas de la industria pretendían controlar tanto lo que se producía como lo que el público vería en la pantalla. En ambos casos, que sería el mismo, atentaban contra la libertad de los creadores y de los espectadores. No obstante, el reglamento tuvo efectos inesperados y no pretendidos, como sería animar la creatividad en busca de recursos que permitiesen a los cineastas superar los límites del decoro establecido. Pero esa es otra historia, la que pretendía imponer el famoso código se mantuvo en vigor durante décadas, desde 1934 hasta 1967.
Hoy, resulta curioso ver los films Pre-code que escandalizaron y convencieron a esa <<gente bien>> de Hollywood para imponer su bondad y su censura, pues, nadie en la actualidad vería censurable una pantorrilla, la insinuación subida de tono, un beso que se alarga, escuchar una exclamación mal sonante o ver una prenda interior en la pantalla, cubriendo el cuerpo de cualquier actriz o actor. Estrenada dos años antes de que oficialmente se estableciese el código Hays, A salvo en el infierno (Safe in Hell, 1931) fue una de esas películas que sonrojaría a la <<gente bien>> porque mostraba desde su inicio el deseo sexual como uno de los motores de la acción. Aparte, también era otra película que confirma que las dificultades a las que se enfrentaban los cineastas en el paso del silente al sonoro habían quedado atrás. La afirmación no es exagerada, la exageración, como recurso, la empleo cuando digo que cámara de William A. Wellman tiene vida, la capta y la crea. Capta unos zapatos y unos tobillos sobre un mueble, sube por las piernas y descubrimos a una joven prostituta que, en una postura entre cómoda y desafiante, contesta a una llamada telefónica y acepta visitar a un cliente cuya mujer se encuentra ausente. Gilda (Dorothy MacKaill) llega al hotel sin saber que el hombre es Piet (Ralf Harolde), su antiguo jefe, a quien rechaza al instante, pues debido a su acoso ahora se encuentra en esa situación, la única que le ha permitido sobrevivir a la ausencia de Carl (Donald Cook), el hombre que ama. No desea nada de su antiguo jefe, ni con él. Lo dice, pero sus palabras no son atendidas, así que no encuentra más alternativa que defenderse: forcejean y arroja un objeto sobre su agresor. Sale de la habitación sin ser consciente de que una llama ha prendido en la cortina, ni de que esa llama sellará su destino. Buscada por la policía, logra huir en el barco del hombre que ama, el mismo que, superada la desesperación inicial que le provoca la confesión de la joven, la ayuda y la lleva de polizón a la isla donde no existen tratados de extradición, aunque si hombres que la devoran con la mirada. Ese es su infierno, el verse deseada y acosada, un infierno que cobrará forma después de su matrimonio con Carl y de que este embarque de nuevo, con la promesa de enviarle dinero y regresar cuando concluya su travesía. Tanto la historia, un melodrama en el que una mujer se ve obligada a sobrevivir en un entorno masculino donde se convierte en objeto de deseo de un grupo de fugitivos y de Mr. Bruno (Morgan Wallace), el carcelero y verdugo del lugar, como los personajes no son escandalosos, salvo en mentes como las que impusieron el código que estableció un antes y un después. En el antes, los cineastas como William A. Wellman no se andaban por las ramas, iban al asunto y trataban los temas de tal manera que el público pudiera entender de qué se hablaba al tiempo que disfrutaban de lo expuesto en la pantalla, tal cual, aunque fuesen planos de unas piernas bonitas o de un beso sin cronometrar.
viernes, 23 de julio de 2021
El americano tranquilo (The Quiet American, 1958)
jueves, 22 de julio de 2021
Cuenta conmigo (1986)
miércoles, 21 de julio de 2021
La habitación del pánico (2002)
Dos de las características que se repiten en su cine, y que aparece en este film, son la derrota o la imposibilidad a la que están condenados algunos de sus protagonistas y el juego de apariencias y de engaños. De ahí que, guardando las distancias, haya quien pueda decir que Fincher heredó la “simpatía” de John Huston por los soñadores-perdedores que persiguen lo que para ellos será imposible alcanzar o atrapar y el gusto de Alfred Hitchcock por jugar con el público, al tiempo que lo hace con sus personajes. Esta tónica “lúdica” se percibe desde Alien 3 (1993) hasta Perdida (Gone Girl, 2014), pasando por Seven (Se7en, 1995), El club de la lucha (Fight Club, 1999) y The Game (1997), título que precisa la intención de Fincher de jugar con las apariencias y con situaciones que hacen “sufrir” inestabilidad al público y a sus protagonistas. Esa inestabilidad también asoma en La habitación del pánico, en la que todos sus personajes se conviertan en víctimas del pánico que implica la inseguridad y el comprender que son vulnerables, víctimas del desorden y del nada sale como se ha previsto. Ni las dos mujeres acosadas, ni los tres asaltantes saben qué les deparará una noche de imprevistos y de reacciones frente a las impresiones recibidas.
Pero si como juego de engaño y de intriga La habitación del pánico funciona con precisión en su narrativa de superficie, no siento que suceda lo mismo bajo su apariencia de thriller, ya que en cierto modo me resulta en exceso optimista o, dicho de otro modo, nunca dudo de un resultado o desenlace feliz. Aquí no asoma ni amenaza el pesimismo ni el nihilismo que se descubre en films como Seven o El club de la lucha, donde solo hay cabida para la pérdida, la destrucción o la derrota existencial que alcanzaría un nuevo máximo en la infructuosa investigación de Zodiac (2007). En ningún momento del film se tiene la sensación de que Meg (Jodie Foster) y Sarah (Kristen Stewart) vivan un peligro real, ni siquiera cuando la situación se descontrola y acaba en manos de Raoul (Dwight Yoakam), el único de los asaltantes con tendencia homicida. Quizá la propia presencia estelar de Jodie Foster, que cumple a la perfección su papel, indique que saldrán adelante o qué habrá un cambio de rol: los victimarios acabarán siendo las víctimas de su propia ambición y de los actos desesperados de una mujer que les supera. Más allá de esa sensación de que madre e hija saldrán del apuro, lo que veo en la pantalla cumple para ser un thriller intenso, más que angustioso, que intenta no dejar cabos sueltos ni que sus giros o sorpresas argumentales —el guion fue obra de David Koepp, en el mejor momento de su carrera— suenen a chiste, con un reparto que cumple, aunque resulta complicado sentir la claustrofobia existencial de esa madre abnegada que lucha por salvar la vida de su hija en una casa que, a saber por qué, han querido enorme. Quizá la explicación para que Meg adquiera una vivienda semejante se encuentra en su reciente divorcio, puede que pretenda aislarse de las circunstancias que le rodean, pero lo importante de esa vivienda de lujo es la habitación en la que Fincher se detiene para darnos la segunda pista —la primera va en el título, pues, la importancia que los personajes le conceden cuando la descubren, indica que ahí se desarrollará parte de un thriller tenso, a ratos, e inquietante que juega con el espacio y la nocturnidad, posiblemente porque la oscuridad física y psicológica sean las más propicias para liberar el miedo y transformarlo en pánico.
martes, 20 de julio de 2021
Conociendo a Matsuko (2006)
Tomando como punto de partida la novela de Muneki Yamada, Tetsuya Nakashima estructura Conociendo a Matsuko (Kiraware Matsuko no isshô, 2006) en flashes temporales y fragmentos de memoria, de representación y de estética (neo)kitsch desde los que saca a relucir la realidad hiriente de una vida entregada al amor, pero marcada por un mundo perverso que, a cambio de su generosidad, le devuelve abusos, soledad, indiferencia, malos tratos. Lo hace rompiendo la linealidad temporal y alterando el orden estructural, lo que supone una liberación de la narración que apuesta por el colorido, por la veloz sucesión de escenas (lograda en la sala de montaje), por la mixtura genérica e incluso por la caricatura y el vídeo-clip para enfatizar el sufrimiento del que Matsuko Kawajiri (Miki Nakatani) se protege soñando y cantando felicidad, pues su existencia se desarrolla entre la esperanza de ser feliz y la condena de no poder serlo. Dicho sufrimiento, al intentar ser negado por el tono escogido por Nakashima —apuesta por potenciar la irrealidad para hablar de la realidad trágica de Matsuko, una mujer que en el presente del film ya no existe—, se agudiza a medida que descubrimos aspectos que desvelan la existencia pasada de la protagonista, al tiempo que se produce la búsqueda existencial y de respuestas de Shô (Eita), su sobrino.
domingo, 18 de julio de 2021
Top Gun (1986)
sábado, 17 de julio de 2021
Ordinaria locura (1981)
miércoles, 14 de julio de 2021
Crónicas diplomáticas (2013)
Tavernier decía en una entrevista realizada en el Festival de San Sebastián que él, como director de cine y, por tanto como líder de un equipo, era lo opuesto del ministro. <<Primero, porque el ministro es un hombre que siempre habla de escritura y nunca escribe nada; que siempre habla de trabajo y nunca se le ve trabajar, siempre son los demás que trabajan. Lo que sí podemos compartir es la enorme energía, eso sí puedo compartirlo. La impresión que da de que nunca duerme. De pronto, llama en plena noche a las tres de la mañana, despierta a todo el mundo para decirles «¿Habéis terminado de preparar esto o aquello?». Y era verdad: Dominique de Villepin no dormía y hablaba con sus compañeros a las cuatro de la mañana. Puedo ser un poco así, sí. Lo que hay que conseguir es, en el desorden enorme que es un rodaje, un resultado que parezca sano y lógico de mente. Trabajamos igual, pero no trato de imbécil a mis colaboradores. Porque para él, todos los jefes de Estado son gilipollas, textualmente.>> Tavernier da rienda suelta a la comicidad del personaje del ministro, caricatura del, en 2003, ministro de exteriores francés Dominique de Villepin, un personaje que arenga y anima a sus colaboradores a la acción, aunque, en realidad, les rompe los esquemas y los conduce hacia la caótica ineptitud que le define y, heredando rasgos de su imagen, definen su política y su ministerio.
martes, 13 de julio de 2021
Barfly. El borracho (1987)
—[…] Estoy trabajando en este guion y necesito tener la mente despejada.
—Un guion, ¿eh? ¿Sobre qué?
—Un borracho.
—Ah, usted, ¿eh?
—Bueno, hay otros.
Charles Bukowski: Hollywood.2