Al inicio de Ordinaria locura (Storie di ordinaria follia, 1981), Charles Serking (Ben Gazzara) habla de estilo y, entre otras cosas, dice que <<es la forma de hacer las cosas>>. Unos lo tienen, otros no; aunque, en realidad, pocos son quienes lo desarrollan natural. Puede gustar o disgustar a los ajenos, e incluso a los propios, pero esa manera de actuar y de ser les individualiza; y tanto Charles Bukowski como Marco Ferreri, así como sus personajes y sus historias, tienen estilo y este les individualiza y les señala políticamente incorrectos. El estilo propio sitúa al margen del estilo común, que vendría a ser la zona aceptada y masificada, por lo que de algún modo la particularidad transforma a los particulares en resistentes. Les aleja de la corrección política y los sitúa en zonas personales que pueden conducirles a la marginalidad. Este estilo, con el que Bukowski y Ferreri marcan distancias respecto al resto, señala que no pretenden encajar dentro del orden, de ahí que se acomoden en lo que llamaré “desorden” o “locura”, ni seguir normas sociales y morales que les “normalice”. La literatura del escritor estadounidense se reconoce en las primeras palabras de cualquiera de sus novelas o poemas. De igual modo, que tampoco se tarda en reconocer una película de Ferreri. En ambos casos, nos encontramos con personajes en los márgenes y marginales, aunque en el caso del cineasta italiano —sobre todo en sus colaboraciones con Rafael Azcona— intentan, sin éxito, sobrevivir al entorno social que marca el camino a seguir. Lo cierto es que Ferreri no pretende adaptar a Bukowski, sino que este le sirve de excusa para poner en práctica su estilo y sus ideas, de ahí que Ordinaria locura sea un film que diste del escritor, distancia que se reducirá en Barfly (Barbet Schroeder, 1987), cuyo guion está escrito por el propio autor de El cartero.
Sobre el por qué se inspiró en cuatro relatos de Erections, Ejaculations, Exhibitions and General Tales of Ordinary Madness, Ferreri comentó que <<Las imágenes que se desprenden de sus libros son imágenes de ghetto, de represión, de opresión y la forma de su diálogo poetiza su momento de revuelta expresado con la vulgaridad del lenguaje. Si hoy nace la exigencia de un film con el soporte de las imágenes norteamericanas, es porque estamos en la periferia de un Imperio que nos envía imágenes oficiales: imágenes que debemos rechazar.>>
Todos o casi todos los personajes de Ferreri viven atrapados y tienden al exceso para liberarse, aunque pocos o ninguno lo consiga. Algunos ni siquiera encuentran una salida u optan por encontrarla en el suicidio, como sucede en los protagonistas de La gran comilona (La grande abbuffata/La grande bouffe, 1973) o con el profesor de Chedo Asilo (1979), también con Cass, la prostituta interpretada por Ornella Muti en Ordinaria locura, cuyo dolor le lleva a cerrar con un imperdible su vagina, para todos y para siempre. Sus personajes son seres heridos en un mundo/sociedad insensible que hiere y deshumaniza, solo se precisa recordar a don Anselmo (José Isbert) en El cochecito (1960) para que uno comprenda el por qué Charles quiere regresar al vientre materno (donde el mundo exterior no puede llegar y lastimar) o ser invisible y olvidar viviendo en el reverso de sueño americano. Vivimos en una constante deshumanización del arte, aunque lo disfracen con formas vistosas, sensibleras o provocadoras que, pasado el instante de su impacto, nada provocan. Ferreri era consciente de ese deterioro, además era un tipo sensible y provocador, un rebelde que prefiere personajes marginales como Cass, incapaz de seguir soportando tanto dolor, y Charles, un borracho por decisión propia, <<no quería perseguir ese sueño húmedo americano. Prefería emborracharme>>, un morador de la periferia que los acomodados dentro del orden establecido podrían llamar infierno.
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