Mauvaise graine (Curvas peligrosas, 1934)
Según
declaraciones del propio Billy Wilder: en Alemania había escrito más de cien guiones, la
mayoría sin acreditar, así que no fue hasta Gente en Domingo (Menschen am sonntag, 1929)
cuando su nombre empezó a sonar en el cine. Luego llegaron los guiones de
Emil y los detectives (Emil und die detektive, 1931) y de las dobles versiones de películas en
alemán y francés que posibilitaron que su nombre también asomase
en las pantallas de Francia, país adonde se trasladó huyendo del
sinsentido nazi que se había hecho con el poder en Alemania. De origen
judío, Samuel "Billie" Wilder, el mismo Billy Wilder que años después se
convertiría en uno de los grandes cineastas de Hollywood, comprendió
el peligro y abandonó Berlín y puso tierra de por medio —más adelante, también pondría el mar que posiblemente le salvó la vida. Pero cuando llegó a París, el genio del
genio aún estaba verde y paseaba a la espera de algo que
hacer, antes de emprender su aventura americana. No desaprovechó su
estancia en suelo francés, pues allí, junto al también austrohúngaro Alexander Esway, dirigió su primer
film, aunque Curvas peligrosas (Mauvaise graine, 1934) dista de lo que se vería una
década después. No obstante, el film tiene su gracia, sobre todo
cuando uno de las víctimas de robo
localiza la matricula de su coche en el de juguete de un niño, al que da el alto, antes de
advertir al agente de policía que ese es el auto que lleva varios días buscando por toda la ciudad. Quizá, este sea el momento
de mayor hilaridad de una comedia urbana realizada con la pretensión de divertir
sin aburrir, imprimiendo velocidad a los coches y a la historia, en la que hay cabida
para el engaño, la amistad y el romance.
Todo comienza con Henri Pasquier (Pierre Mingand), un joven
feliz porque tiene su propio automóvil, uno que alcanza
los 130 kilómetros por hora y que le permite coquetear con las
jóvenes que se dejan seducir por el vehículo. Sin embargo, su
felicidad, como cualquier felicidad o infelicidad, es efímera. Lo comprueba cuando su padre (Paul Escoffier), un médico
sereno y austero, le informa de la venta de su objeto de deseo. Este
instante rompe la armonía y la relación entre padre e hijo. Henri
sale a la calle, añora ir sobre cuatro ruedas y toma un coche
prestado para ir a recoger a la joven con quien se había citado. Por fortuna, buena y mala, es asaltado por varios
miembros de la banda de ladrones de automóviles y llevado ante el jefe (Michel Duran), que reina en el garaje donde saltan chispas antagónicas y donde pintan los autos robados y cambian sus
matrículas. Ese es el negocio en el que empieza Henri, a raíz de su amistad con Jean-la-Cravate (Raymond Galle), el muchacho que no puede
evitar coleccionar corbatas robadas, por él mismo. Ya amigos, Jean le ofrece un sillón donde dormir y le presenta a su hermana Jeanette (Danielle Darrieux),
la chica que trabaja de gancho para los ladrones. Ella se encarga de
atraer a conductores que intentan sus conquistas exhibiendo sus
descapotables, de los que Jeanette informa al taller. El negocio es
rentable, pero el jefe no reparte los beneficios de una forma
proporcional al riesgo asumido por cada empleado. Esto contraría
a Henri, que no se calla ante la injusticia y precipita su segundo enfrentamiento con el mandamás; en el tercero, que se produce en el vestuario de una piscina pública, llegan a las manos
y el jefe a la conclusión de que debe eliminar a su nuevo empleado. Más o menos esta es la
historia rodada por Wilder y Esway, una comedia que, por momentos, parece
influenciada por las de René Clair, pero ¿qué comedia francesa de
la época no estaría bajo la influencia de las de Clair?
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