sábado, 22 de febrero de 2020

El bígamo (1953)


Durante su defensa ante el tribunal que lo juzga, Monsieur Verdoux señala la hipocresía que a él lo condena por asesinar a varias ancianas y condecora a quien mata a gran escala durante las guerras. Con esta contradicción, Verdoux no pretende excusar sus actos, señala que un crimen es un crimen, y que no deja de serlo, ni de ser aberrante, aunque el poder lo legalice en tiempos bélicos. Para el personaje interpretado por Chaplin, esto es más criminal si cabe, ya que considerar la guerra como aceptable provoca que la sociedad entera asuma la matanza bélica en su orden moral. Otro ejemplo, hay cientos, este, más simple y menos cinematográfico que el anterior, muestra a varios individuos desnudos paseando por una playa nudista. Allí, la ausencia de ropa se interpretará como algo natural y acorde al lugar. Ningún presente protestará por el desfile de cuerpos. En cambio, si la desnudez se pasea por las calles de cualquier ciudad o pueblo, escandaliza y no tardará en ser censurada. Es el mismo gesto y, sin embargo, las reacciones de quienes los juzgan serán diferentes. Ambos ejemplos apuntan a que un acto o un comportamiento ni es ni deja de ser moral por el gesto en sí; lo es por su interpretación a partir de convenios arraigados en las distintas sociedades. Lo dicho ni justifica ni pretende justificar a Verdoux, ni alentar a cualquier transeúnte a caminar tal cual vino al mundo por calles y plazas, sino apuntar que la moralidad, la perspectiva aceptada de lo moral, varía según las circunstancias —tanto en el caso expuesto por Verdoux como en el del paseo metropolitano en cueros—, la época, los espacios y las diversas cuestiones —ideológicas, culturales, morales, políticas, legales, religiosas, sociales, cívicas,...— que transformaron al ser natural (el humano primitivo) en ser social. El acto no deja de ser el mismo, aunque difiere para los valores asumidos, aquellos que permanecen y distinguen entre lo que se considera moral e inmoral. En El bígamo (The Bigamist, 1953), Ida Lupino no va a hablar de Monsieur Verdoux (Charles Chaplin, 1947) ni de desnudez humana y urbana, va a tratar un tabú distinto, pero no por ello menos tabú. Hablar de libertad no implica su existencia, igual que omitir temas molestos conlleva la inexistencia de lo que no se pretende nombrar. Esto es obvio; como también lo es que a mayor número de temas tabú, menor libertad, mayor hipocresía y más cuestiones "molestas" que tapar. La directora y actriz no se esconde ni censura, da un paso adelante y saca a relucir en la pantalla una realidad oculta, aunque no por desarrollarse en las sombras deje de existir; y así lo señala el juez (John Maxwell) que juzga el caso de Harry Graham (Edmond O'Brien), cuando comenta su sospecha acerca de que la bigamia no es un hecho aislado, sino habitual.


A partir del guion de Collier Young (por aquel entonces socio profesional y ex de la actriz-directora y marido de Joan Fontaine), Lupino expone una circunstancia en apariencia inusual y escandalosa, pero, más allá del hecho en sí, abarca un espectro más amplio. La cineasta no va a juzgar a su personaje, aunque lo justifica al ofrecerle la coartada de la distancia, que se ha asentado en su relación matrimonial con Eve (Joan Fontaine), distanciamiento que provoca el contacto de Harry con Phyllis Martin (Ida Lupino). La soledad, la necesidad de sentirse necesitado, la incomunicación y la indiferencia que se han asentado en su matrimonio con Eve o el engaño, son expuestos a través de una mirada que amplía su radio de observación e incluye el cómo afecta al personaje interpretado por O'Brien el saber que vive en la mentira que él mismo ha generado, al verse superado por la posibilidad de amar a dos mujeres o de no saber cómo enfrentarse a su realidad con Eve —justifica su comportamiento en no querer herirla—. Lupino apunta la frustración de este matrimonio de clase media ante la imposibilidad de tener hijos, pero, en palabras del abogado defensor (Kenneth Tobey), también insinúa la ambigüedad moral con la que se juzga la infidelidad: por un lado, la aceptada —no afecta al orden social—; y por otro, la delictiva —se produce en bigamia—. La primera infidelidad no molesta, puesto que permanece dentro de los márgenes individuales, mientras que la segunda golpea los valores que, en su doble matrimonio, Harry vuela por los aires. ¿De qué se le acusa? De ser culpable de estar casado con dos mujeres —podría haber sido una mujer quien se encontrase en una situación similar, situación expuesta superficialmente en la comedia Demasiados maridos (Too Many Husbands; Wesley Ruggles, 1940)— en dos ciudades distintas, Los Ángeles y San Francisco. Él también se juzga y se declara culpable de tener dos vidas o de llevar una doble vida, de ser incapaz de poner fin al engaño en el que vive el triángulo. Pero sus matrimonios con Eve y Phyllis no llamarían la atención fuera de la intimidad triangular (o de una consensuada y aceptada por todos los implicados, aunque este no es el caso expuesto en el film), de no producirse la circunstancia de que la bigamia sale a la luz. En realidad, la infidelidad conyugal y la bigamia son conceptos distintos, puesto que no toda bigamia conlleva infidelidad (si los implicados consiente el doble matrimonio, no hay infidelidad), aunque este tampoco es el caso de Harry, que oculta la situación a las interesadas y afectadas. De no existir dos contratos matrimoniales, aunque sí la doble vida (una deteriorada y otra en construcción), el asunto no llegaría al tribunal donde se juzga al bígamo, puesto que el contrato matrimonial establece el límite legal entre lo aceptable (y aceptado), aunque no se exprese a viva voz, y lo que se considera aberrante y delictivo. Para Lupino, que ni se esconde ni esconde su postura, Harry no es ningún monstruo y, para demostrarlo, le permite justificarse mediante la narración subjetiva de su vivencia. Así cuenta su historia, tras ser descubierto por el señor Jordan (Edmund Gwenn), que lo investiga sin descanso, a raíz de la petición de adopción que, junto a Eve, el doble cónyuge firma al inicio del film. El funcionario ha cumplido su cometido —comprobar si el matrimonio Graham es apto para la adopción, aunque solo investiga al hombre—, pero abandona su profesionalidad y dice <<le desprecio y le compadezco. No quiero estrechar su mano y casi le deseo suerte>>, después de escuchar Harry las distintas circunstancias que lo convirtieron en bígamo y a verse atrapado entre dos matrimonios, entre el pasado que no sabe cómo abandonar y el presente-futuro que desea compartir con Phyllis.

1 comentario: