domingo, 23 de febrero de 2020

Terje Vigen (1917)


El gusto literario de Victor Sjöström quizá quede definido en sus películas, muchas de las cuales toman como referencia directa la literatura escandinava. Pero más que de preferencia y referencia habría que hablar de una relación entre las diversas fuentes literarias de las que bebe y su reinterpretación en imágenes que conceden presencia física y psicológica a los personajes y a los espacios naturales donde estos se ubican. Estas ubicaciones ya no son simples decorados que ejercen la función exclusiva de contener a los personajes, ahora forman parte de ellos y, como consecuencia, les afectan. Al dotar a sus protagonistas de "metafísica" y a los espacios de influencia vital, Sjöström daba un paso hacia la modernidad del cine. Esta evolución ya se concreta en Terge Vigen (1917), que toma como punto de partida el poema narrativo escrito en 1862 por el poeta y dramaturgo noruego Henrik Ibsen. La historia de Terge Vigen (Victor Sjöström) se inicia con el anciano Terge en la soledad desde la cual mira, a través de su ventana, el mar donde perdió su libertad y que le devolverá a la vida. Más que la de cualquier personaje, la presencia dominante, la que otorga al film su máxima expresión y fuerza, es la marina.


El mar en
Terge Vigen se convertirá en la vía de purificación para su protagonista, que lo mira en su nostálgica e hiriente soledad. En él encontrará la liberación de su dolor, al menos, de parte de su pérdida. El mar filmado por Sjöström es distinto al rodado hasta entonces, pues ruge, se calma, se enfurece, da esperanza al joven Terge que se aventura en busca de alimentos, le quita su libertad o precipita el encuentro de su yo anciano con espectros y heridas del pasado que no han dejado de sangrar. Pero antes de todo eso, las imágenes retroceden en el tiempo; ahora es joven y vital, trepa por el mástil y alcanza el alto donde despliega la vela que apura el regreso al hogar. A través de otra ventana, el joven Terge observa el interior, aquí no hay nostalgia ni dolor, hay ilusión. Es su hogar y ve a su mujer (Bergliot Husberg) e hija, apenas un bebé. Feliz ante la imagen, entra y la alegría colma la estancia, pero el estallido de la guerra aniquila la felicidad. Condenados a la miseria, al hambre y al sufrimiento, en su pequeña embarcación, Terge sale al mar e intenta burlar el bloqueo británico. No es un soldado, solo pretende conseguir alimentos para su familia; sin embargo no logra su propósito y sufre la persecución naval que concluye con su captura. De este modo, el protagonista se ve separado de cuanto quiere. Durante su encierro, sufre el deterioro de su cuerpo, la grisura de su cabello y vive en el deseo de regresar junto a sus seres queridos. Finalmente, los años pasan y la guerra concluye. Se produce su liberación y su posterior regreso a casa, aunque esta ya no es su hogar. Descubre la ausencia familiar y la presencia extraña, la de nuevos inquilinos que le informan de la muerte de aquellas a quienes ya no podrá volver a abrazar. El dolor y la aflicción se agudizan, su estado emocional sufre el desequilibrio de la pérdida y de la soledad más hiriente, pues comprende que todo lo amado le ha sido arrebatado. Solo le quedan la soledad y el mar, sus compañeras en el infierno interior donde habita hasta que, pasado el tiempo, una tormenta embravece el mar y amenaza hundir el navío que lucha por no sucumbir a las embestidas del oleaje. En ese instante, Terge no duda y sale en su auxilio, aunque, una vez abordo, descubre que el Lord (August Falck) que pilota la nave es el mismo oficial que lo condenó. En ese instante, durante el cual el pasado regresa y aviva su deseo de venganza, desea hacerle sentir su pérdida, pero, en su ira desatada, que Sjöström parece igualar a la marítima, otro pasado regresa a través de la imagen de una niña que devuelve al protagonista la compasión que le posibilita reencontrarse y liberarse.

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