Nadie puede negar que la obra del cineasta finlandés es distinta y con Juha (1999) volvió a demostrarlo. Al tiempo que se distancia de lo establecido, Juha corrobora algo que ya se sabía en la época de Griffith, Lang y Murnau: que el cine visual es universal y no entiende de idiomas ni de fronteras, entiende de sentimientos y de emociones, de humor y drama, de sueños y de pesadillas. Griffith, Lang, Murnau y otros como ellos, lo sabían y lo demostraron una y otra vez. Kaurismäki establece conexión con aquellos maestros del pasado y les rinde homenaje en esta película muda cuyo fondo musical acompaña en todo momento a las imágenes -como haría la música en directo en las salas cinematográficas silentes-. Pero no por su intención de homenajear, Juha pierde la esencia de su responsable, ni desaparecen sus lacónicos y silenciosos personajes, ya que, en esta ocasión, se vuelven más silenciosos que nunca. Nombré tres autores porque encuentro referencias a su cine: el melodrama del primero, la esclavitud y la torre urbana que remiten a Metrópolis (1926) y, sobre todo, encuentro en Amanecer (Sunrise, 1927) una oposición que también establece el film de Kaurismäki, el enfrentamiento entre campo y ciudad, espacio este último idealizado por Marjaa (Kati Outinen). Sin embargo, para el cineasta finlandés no hay finales felices, hay humor, muy negro, y drama que remite a la imposibilidad de sus antihéroes. Hay realidad, adulterada por su mirada irónica y rebelde, una mirada que muestra un espacio deshumanizado donde, engañada y deseosa de amor y libertad, Marja vive su encierro tras abandonar a Juha (Sakari Kousmanen), su marido, y fugarse con Shemeikka (André Wilms) -personaje que conduce el descapotable que homenajea de manera explícita a Douglas Sirk-. No hay sonido que exprese el dolor, salvo en los golpes de puertas o cuando Juha afila su hacha decidido a recuperar a la mujer que ama. Tampoco hay voces alegres ni tristes, salvo la voz de una canción que Marja escucha durante su cautiverio, obligada y resistiéndose a prostituirse por ese hombre que ha obtenido lo que buscaba en ella: sexo. La historia de amor, no lo es, es una historia de liberación sin liberación, una historia de huir al cielo y caer en el infierno, una historia de pérdida y de una ligera y dudosa esperanza, que nace en la figura de un bebé y en el sacrificio de un marido que, en la soledad del abandono, no puede olvidar al único ser que ha querido, la única persona que le importa, pero a quién no ha sabido comunicar ese sentimiento. Ella actúa guiada por su necesidad de romper las cadenas que la someten a una vida que la ahoga, ella recoge una col que deshoja y cuya cabeza eleva cual Hamlet shakeaspeariano para decir sin pronunciar <<ser o no ser>, y decidir ser, como corrobora su carta de adiós donde expresa que <<...aquí mi corazón se encoje. No puedo respirar...>>, y se despide con un no me sigas. Su liberación solo dura un instante durante el cual los amantes fugitivos se detienen a la orilla de una corriente fluvial donde se confirman nuevos homenajes (Renoir y Buñuel) y donde se libera la carnalidad de Marja, para poco después confirmarnos visualmente la sospecha generada por la música que introdujo al personaje de Shemeikka. Ahí comprendemos que el destino de Marja no será la liberación, sino el caer en las manos de un hombre que la esclaviza hasta que Juha, machete en mano, asume que debe ser él quien la libere del presente y del pasado.
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