viernes, 12 de abril de 2019

Bedlam (1946)


El díptico que James Whale realizó a partir de la criatura ideada por Mary Shelley —El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931) y La novia de Frankenstein (The Brige of Frankenstein, 1935)— y La momia (The Mummy, 1932), llevada a la pantalla por Karl Freund, catapultaron a Boris Karloff al estrellato, aunque, salvo en momentos del film de Freund, el actor no mostraba su rostro natural. Fue su época de mayor esplendor profesional y su presencia resultó fundamental en el éxito del cine de terror producido en los estudios Universal durante la década de 1930. Pero, a medida que avanzaban los años treinta, la estela de la estrella amenazaba con apagarse, encasillado y condenado a participar casi siempre en films cada vez menos interesantes. Por fortuna, pudo reavivarse cuando se produjo una segunda explosión de luz artística en tres títulos del ciclo que Val Lewton produjo para la RKO entre 1942 y 1946. Productor, novelista y guionista, Lewton fue el responsable directo de este magistral y representativo conjunto de la serie B del estudio neoyorquino. Aunque resultaría injusto etiquetar el ciclo dentro del género de terror sin antes aclarar que, tras su etiqueta genérica, estamos ante un excelente y (por aquel entonces) revolucionario estudio cinematográfico y psicológico de los miedos humanos y de como estos provocan los comportamientos que observamos a lo largo de la serie iniciada por Jacques Tourneur en La mujer pantera (Cat People, 1942), quizá la más conocida y mitificada del conjunto. Tourneur había puesto el estilo, la poesía y el terror sugerido en las imágenes de sus tres películas producidas por Lewton, pero los intereses inmediatos de la RKO precipitaron la separación de ambos y que los montadores Mark Robson y Robert Wise entrasen en el juego de la dirección, algo que, por cierto, hicieron con nota, completando con nuevas aportaciones y concluyendo con brillantez en periplo Lewton. Volviendo a Karloff; si la presencia femenina del ciclo, la más bella, enigmática e inquietante, la encontramos en la actriz Simone Simon en La mujer pantera y La venganza de la mujer pantera (The Curse of Cat People, Robert Wise, 1944); la masculina no puede ser otra que la de este mítico actor británico, cuyo protagonismo en Ladrón de cadáveres (The Body Snatcher, Robert Wise, 1945), La isla de la muerte (The Isle of the Dead, Mark Robson, 1945) y Bedlam (Mark Robson, 1946) logra perturbar e inquietar más allá de los hechos expuestos por Wise en la adaptación de Robert Louis Stevenson y Robson en las dos últimas citadas. Nunca estuvo tan brillante, y por brillante quiero decir inquietante y amenazante, pues el actor se transforma en el rostro del miedo, el que interioriza —mana de su pensamiento y condiciona su comportamiento— y aquel que transmite o proyecta en los demás.


Lo dicho arriba lo comprobamos en el Sims de Bedlam, el último largometraje del ciclo. Hay dos momentos al principio de la película de Robson que definen al personaje como el sumiso ante el poder del dinero y del estatus social —espera horas y horas a ser recibido por Lord Mortimer (Bill House)—, y sádico en su reino, seguro de su poder sobre los pacientes a quienes pronto descubriremos sometidos a las condiciones infrahumanas que Nell Bowen (Anna Lee) intentará poner fin. Estos instantes son importantes porque nos explican la naturaleza del supuesto villano, un hombre aterrado por perder cuanto posee, temeroso antes los aristócratas —ni los quiere defraudar ni enojar, pues los considera por encima de él—, aunque no por ello deja de intentar manipularlos, y un hombre que se odia a sí mismo, a su mundo, al mundo en general, y como consecuencia descarga su ira y sus terrores en los pacientes, indefensos ante sus constantes vejaciones. No solo Sims resulta un personaje interesante, el interpretado por Anna Lee le iguala en importancia y en sustancia, ya que descubrimos en ella a una mujer fuerte que evolucionará de la indiferencia al compromiso. En un primer momento, Nell vive protegida por Lord Mortimer, el aristócrata pusilánime al que hace reír, pero a quien mantiene a distancia, hasta que se aleja definitivamente tras su encuentro con el cuáquero William (Richard Fraser). A partir de este encuentro (en su primera visita al sanatorio), ella se replantea a sí misma, aunque inicialmente lo hace desde la insinceridad de quien solo dice pero no asimila cuanto dice. Será durante su duro encierro entre las sombrías paredes de Bedlam cuando, tras vencer sus miedos y superar sus prejuicios, se confirme la transformación que la equilibra y la posiciona entre los dos extremos representados por Sims y William, incapaces de aceptar las tonalidades grises que colorean los espacios humanos, externos e internos, expuestos a lo largo del magistral conjunto fílmico producido por Lewton.

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